InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Agosto 2013

21.08.13

Egipto: No es una guerra entre cristianos y musulmanes

Los “Hermanos Musulmanes” no son “los musulmanes”. Ni “el Ejército” son “los cristianos”. En absoluto. En Egipto, entre otras cosas, los cristianos representan un 10% de la población: Coptos, en su mayoría, y también católicos y protestantes.

Lo que sí es verdad es que los cristianos se han convertido en el chivo expiatorio, a quienes se les quiere hacer pagar la caída de los Hermanos Musulmanes.

Desde hace muchos años el Islam y el Cristianismo conviven en Egipto. Muchos musulmanes han protegido iglesias cristianas y, al revés, muchos cristianos han protegido los lugares de culto musulmanes.

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19.08.13

La ley de la oración es la ley de la fe

En la celebración litúrgica “la eclesialidad de la fe es manifestada”(1). La liturgia sostiene la fe del cristiano, celebrando y proponiendo el objeto de la fe. Asimismo, en la liturgia se expresa la fe de la Iglesia, se alimenta y se confiesa. La liturgia forma parte de la fe, ya que en el plano sacramental el creyente entra en comunión con la vida trinitaria de Dios por la mediación de Cristo. También la liturgia es transmisora de la fe, porque la celebración se convierte en una catequesis integral que comunica y alimenta la fe .

Un discípulo de San Agustín, Próspero de Aquitania, sintetizó, en el siglo V, este aspecto con su famoso axioma: lex orandi - lex credendi. Tratando sobre la necesidad de la gracia de Dios, y en contra de los semipelagianos, se apela a las oraciones que se hacen en toda la Iglesia a fin de reafirmar la necesidad de la gracia para la perseverancia en la vida cristiana. La prueba de la fe – la prueba de que es necesaria la gracia de Dios para la perseverancia – son las oraciones que la Iglesia unánimemente eleva a Dios. La ley de la oración establece, al menos en lo que respecta a esta cuestión, la ley de la fe.

El Catecismo de la Iglesia Católica cita el axioma de Próspero de Aquitania como expresión de la prioridad de la fe de la Iglesia con respecto a la fe del fiel y parece reconocerle, al antiguo adagio, una validez general. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los apóstoles: “La ley de la oración es la ley de la fe. La Iglesia cree como ora. La liturgia es un elemento constitutivo de la Tradición santa y viva” .

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17.08.13

¿Nos toman el pelo?

En un ensayo muy interesante, recogido en el volumen “Fe, verdad y tolerancia” (Salamanca 2005), J. Ratzinger comenta la opinión de Wittgenstein según la cual la religión carecería de valor de verdad, ya que las proposiciones religiosas no se parecen a las proposiciones de las ciencias naturales. La fe religiosa sería algo así como el enamoramiento y no, propiamente, una convicción de que algo sea verdadero o falso.

Agudamente señala Ratzinger la consonancia de esta idea con las tesis de Bultmann: “creer en un solo Dios que sea el Creador del cielo y de la tierra no significa creer que Dios haya creado ‘realmente’ el cielo y la tierra, sino únicamente que uno se entiende a sí mismo como criatura y que, de este modo, vive una vida más significativa”, glosa Ratzinger.

Y añade: “Ideas parecidas se han venido difundiendo entretanto en la teología católica, y pueden escucharse más o menos claramente en la predicación. Los fieles lo experimentan y se preguntan si no se les estará tomando el pelo”.

Tiene razón. Recuerdo, a este respecto, una anécdota vivida hace ya bastantes años. Salíamos de una conferencia sobre un tema bíblico. Una conferencia muy ilustrada, impartida por un experto. Una conferencia, también, supuestamente “desmitificadora” y, sin duda, en el fondo bultmanniana. Unas señoras, creo que eran religiosas, comentaban al salir: “Tiene razón el conferenciante. Nos han tenido toda la vida engañadas”.

Curiosamente, las “certezas” acumuladas durante años – certezas se ve que no bien fundamentadas – se convertían en “engaños” por arte del prestigio de un título de especialista en “Ciencias Bíblicas”. Si esto sucede tras una conferencia, más y peor puede suceder tras una predicación con ínfulas “desmitificadoras”. El paciente fiel que la haya escuchado puede salir pensando, no solo que lo han tenido engañado durante años, sino que siguen queriendo tomarle el pelo. Y a nadie le gusta que le tomen el pelo.

El cristianismo no necesita desmitificación – o desmitologización – alguna. El cristianismo no es un mito. No es una narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico. Es, como decía Newman, una historia sobrenatural casi escenificada. Historia y sobrenatural. Ambas cosas. Ambas en plena armonía con la lógica de la Encarnación de un Dios que, sin dejar de serlo, se hace hombre.

El cristianismo no repudia la razón, ni la hermenéutica de los textos, ni la búsqueda de la inteligibilidad de la fe. Pero si no repudia, sino que exige todo eso, es porque el Cristianismo se concibe y se presenta como verdad.

Sí. Como verdad. No como un cuento bello y piadoso, sino como algo que realmente existe y acontece. Para poder encontrar en los acontecimientos, en los hechos, su dimensión sobrenatural – su fondo, por decirlo así – se hace necesaria la fe. Y nada puede sustituir a la fe.

Podemos ser creyentes o ateos. Cristianos o paganos. Pero conviene poner las cartas sobre la mesa, sin jugar a un absurdo juego de la confusión. A los cristianos se nos pide cada día más formarnos bien – y tenemos a mano la Sagrada Escritura, el “Catecismo de la Iglesia Católica”, y muchos y buenos libros de teología - .

A los “desmitificadores”, a quienes crean que el cristianismo es solo un bello relato que, supuestamente, nos ayuda a ser más solidarios y mejores, se les pide una única cosa: honradez. Si eso creen, que eso digan, sin ampararse en su condición de “teólogos”, de “sacerdotes” o de “monjas” – con o sin “liderazgo emergente” - .

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16.08.13

El “Día de la ira”

No tratamos, en este artículo, de la famosa secuencia de la Misa de Requiem, el “dies irae”, poema que apela, por encima de todo, a la misericordia de Cristo, a quien se aclama como “Señor de piedad”.

Hoy, en Egipto, el “Día de la ira” se refiere a algo muy distinto a la piedad. Alude a la llamada de los “Hermanos musulmanes” a manifestarse en contra del Ejército. Esta llamada no ha sido, según parece, oída masivamente, aunque sí por unos miles de personas.

La relativamente baja participación pone de manifiesto, según dicen algunos cronistas, la división entre los islamistas, incluso entre los mismos simpatizantes de los “Hermanos musulmanes”. No todos coinciden en la oportunidad de recurrir a la violencia.

A diferencia de lo que ha sucedido en estos últimos días, parece que hoy, de momento, no se han atacado las iglesias o las casas de los cristianos. El movimiento Tamarod, que ha llevado a la caída de Morsi, había pedido a sus miembros salir a la calle para defender las sedes del gobierno, los conventos y las iglesias.

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13.08.13

La Teología como espectáculo

En el mundo del relativismo, sometido al acecho constante de los medios de comunicación y fascinado por lo que aparentemente es “nuevo”, lo que gusta, lo que interesa de momento- no hay ningún afán de permanencia – es el espectáculo: lo que divierte, atrae, asombra o incluso escandaliza.

Escuchaba hace poco la enorme cantidad de millones de euros que una escritora ha ingresado en solo un año por los derechos de autor de una novela supuestamente “espectacular”. Parece que sin “sombras” - sean las que sean – no hay dinero. No tanto dinero.

Esta tentación de notoriedad, de espectacularidad, puede planear sobre la mente de los teólogos y teólogas. Máxime en un país como el nuestro, en el que los estudios de Teología no aseguran mínimamente el sustento, al no existir cátedras de la materia en las Universidades del Estado y al verse reducidas al límite incluso las plazas de enseñanza de la Religión en escuelas e Institutos.

¿Cómo ser un teólogo famoso? ¿Cómo ver reconocida la propia excelencia o compensada de alguna manera la conciencia de la escasa excelencia propia? Hay una vía dolorosa, difícil de transitar: El camino del trabajo, del esfuerzo, del ir sumando poco a poco estudios y publicaciones. No se garantiza el éxito.

Hay otra vía, una especie de atajo: Crear espectáculo. Ser continuamente noticia. Con la esperanza de alcanzar la fama, aunque sea efímera. Y es verdad que la fama, salvo para los verdaderamente inmortales, siempre es efímera.

Un teólogo excelente, pongamos Joseph Ratzinger, es aquel que destaca por la capacidad de profundizar en los misterios de la fe, esclareciendo su mutua conexión. Asimismo, es aquel capaz de ilustrar la analogía de esos misterios con las realidades naturales, haciendo así que los misterios resulten, en cierto modo, comprensibles. Es aquel, en suma, que logra que estos contenidos que provienen de la Revelación iluminen, abran un horizonte, a la vida y a la esperanza de los hombres.

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