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28.02.18

(251) Contra el intenso subjetivismo que nos rodea

«¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?» (1 Cor 4, 7)

1.- El intenso y exigente subjetivismo que nos rodea hace difícil cualquier apelación a la realidad de las cosas. Hace difícil la gratitud. Hace difícil la relación de los hijos con los padres, de los educandos con los profesores, de la Iglesia discente con la Iglesia docente, del hombre occidental con el orden clásico heredado de griegos y romanos, corregido y completado por la Iglesia. Hace difícil todo, y sobre todo ser católico, porque ser católico y ser subjetivista es incompatible. 

 

2.- Modernidad, edad contemporánea, posmodernidad (o mejor dicho tardomodernidad), son épocas de subjetivismo moderno. Pero no de cualquiera, sino de un subjetivismo que podemos denominar pretensionista o acreedor, que es indivisible e inaprovechable en esencia.

Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Somos deudores del Señor, siempre, porque sin Él no podemos hacer nada (Jn 15, 5), y porque  «De Dios es vuestro querer y vuestro obrar» (Fil 2, 13)La visión cristiana de las cosas no es acreedora, sino deudora: de Dios, de la realidad, de las esencias, del ser, de la gracia de la justificación, de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, visible y militante. Deudora ante todo y sobre todo de la Santa Eucaristía, de la Comunión de los Santos, de la Sangre de Cristo y de la sangre de los cristianos.

La visión tradicional del mundo no es otra: todo lo hemos recibido de Dios, luego somos deudores suyos, tanto en el orden natural como en el sobrenatural. Por eso explica Santo Tomás que

«El hombre es constituido deudor, a diferentes títulos, respecto de otras personas, según los diferentes grados de perfección que éstas posean y los diferentes beneficios que de ellas haya recibido.[…] Así, pues, después de a Dios, el hombre les es deudor, sobre todo, a sus padres y a su patria» (S. Th., II-II, 101, 1)

 

No olvidemos hoy día, en estos tiempos de revisionismo y nuevo paradigma, que la teología moral católica parte también de esta visión deudora de la ley moral. Así fue confirmada y recogida en 1993 por San Juan Pablo II en ese importantísimo documento docente que es Veritatis splendor. Hay que reivindicarlo constantemente.

12.02.18

(249) La desactivación del catolicismo

UN ESTREMECIMIENTO.— No parece haber consenso filosófico-teológico en torno a qué es exactamente la secularización. ¿Materialismo, hedonismo, despreocupación por lo religioso, tecnocracia, valores mundanos necesariamente autónomos…?

Lo que está claro es que avanza, y que no es algo bueno. Estuvo de moda, en el posconcilio, creer que sería algo benéfico, que tal locura hegeliana sería una renovación. —Y digo hegeliana, porque para Hegel la mundanización es algo bueno, diríase que deducido del cristianismo, que da al mundo lo que es del mundo y a Dios lo que es Dios. Como para Nietzsche, para el que la secularización es como el avance del desierto, una nada cuya cercanía vitoreaba con júbilo. Si bien no en cuanto humanización cristiana, sino en cuanto superhumanización del nihilismo.

Para los buenos católicos, sin embargo, la secularización no puede ser algo bueno; porque, como certeramente dice el P. José María Iraburu:

«No debe, pues, extrañar que los cristianos formados en la Biblia y la Tradición patrística y espiritual sientan un estremecimiento cuando la teología de la secularización pone la renovación de la Iglesia, de la vida cristiana, de sacerdotes y religiosos, en clave de secularización» (Sacralidad y secularización, Gratis date, Pamplona 2005, p. 8)

Los buenos cristianos no pueden querer que avance el desierto, porque saben que donde no hay botánicas abundan los demonios.

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6.02.18

(246) Ánomos y Anfíbolos, II: los padres fundadores del posmodernismo

Ánomos y Anfíbolos, descendientes de la modernidad, son los padres fundadores del posmodernismo. De tal palo tal astilla.

 

Ánomos surgió de una ola del Maelstrom. Anfíbolos apareció junto al error, agazapado en su seno, con alas de potencia oscura. Y desde el principio era garganta de Ánomos y servidor de su numen.

Ánomos congenia con revoluciones, mutaciones, reformas y situacionismos. Su gran enemigo es el derecho natural y el orden político cristiano.

 

Anfíbolos es el gran propagador del culto a los expertos; demagogo y sofista, es especialista en introducir nuevos términos; manipulador de verdades a medias y generador de eufemismos.

Anfíbolos sabe cambiar la percepción de la realidad mediante hechizos lingüísticos, para que parezca bueno lo atroz. Es el gran legislador de lo inicuo, positivista y subjetivo.

 

Ánomos y Anfíbolos son los dos ojos con que el subjetivismo moderno escudriña la realidad, en busca de esencias para devorarlas, y que la naturaleza humana quede reducida a fantasmagoría mental, a pura axiología existencialista, a pura desustanciación.

 

Son los grandes enemigos de la clasicidad. Su vicio es apartarse de lo tradicional por sistema. Son los prestigiosos ídolos mentales de la era postmetafísica.

Uno es la desobediencia pura, la aversión a los universales, la ruptura con la regla de la tradición, el gran relativizador de la ley. Otro es la anfibología y la pixelación, el desenfoque y la demagogia.

Uno es fundamentación del ser en el mero pensar. Otro es su expresión en pura ambigüedad. Ambos son los ojos del principio de autodeterminaciónla libertad negativa convertida en exégesis.

 

Son los padres fundadores del posmodernismo, filosófico y teológico, jurídico y político, antropológico y cultural. Son los padres de todas las heterodoxias, de todas las crisis, de todas las facetas de la secularización.

Y solamente hay un remedio eficaz contra ellos: no apartarse ni un milímetro de lo propiamente católico.

 

David Glez. Alonso Gracián

 

30.01.18

(244) Defensa de la clasicidad

Clasicidad: virtud de no apartarse de lo tradicional.

 

1.- La herencia transcendental.- Cuán necesario alimentar la razón católica, no con ideo-sincrasias difusas, de origen modernizante, sino con el legado filosófico de las precedentes generaciones cristianas.

 

2.- La potestad del servidor.- El pensamiento clásico posee una mayor autoridad. No sólo por su consistencia broncínea, sub specie aeternitatis, bajo la perspectiva de lo eterno; sino porque el mismo Magisterio de la Iglesia ha utilizado su síntesis.

 

3.- El inconcuso bisturí.- La filosofía clásica, en vanguardia contra la ontofobia existencial, defiende el verdadero y genuino valor del conocimiento humano, sus indudables principios y sus firmes nociones. Con arte preciso extirpa los errores, los tumores del subjetivismo, para que no se desustancie la persona.

 

4.- La aguja de las esencias.- La tesis central del pensamiento clásico, brújula en el bosque del devenir, es que se pueden alcanzar verdades ciertas e inmutables. Siempre con norte que atrae, que es el socorro teologal. No hay caminar seguro sin antorchas.

 

5.- Fuera del remolino.- La filosofía del ser no se somete al Maelstrom, ni en sus principios ni en sus juicios.

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23.01.18

(242) Volver la mirada al pensamiento clásico de la Iglesia

El modernismo es ante todo enajenación de la mente católica en la mente moderna. Introduciendo ideas nuevas en los esquemas tradicionales, los desvirtúa sometiéndolos a una labor de derribo, o más bien de borrado de datos, y usurpa así el mando del pensar.

 

En esta re-configuración de la mente católica juega un papel fundamental la concepción subjetivista de la realidad que posee el pensamiento moderno, que es transfundida al pensamiento católico como una neometafísica parásita.

Pero el catolicismo, no lo olvidemos, no es moderno, sino bíblico-tradicional, vive de Escritura y Tradición y tradiciones. Piensa, o debe pensar, con la prudencia del derecho eclesiástico y el rigor del magisterio, que es función tutorial de la Iglesia, Madre y Maestra. 

 

1.- La trampa de las ideas.-  El pensamiento moderno hiper-racionaliza la realidad. ¿Cómo? Recurriendo a un absolutismo de las ideas. Es el verdadero antecedente de lo que Benedicto XVI calificaría de dictadura del relativismo. Su bandera no es otra que un nuevo paganismo humanista, en que se politeízan los valores individuales y se des-esencia la Creación. No podemos caer en esta trampa, ni para dar razón de nuestra esperanza.

 

2.- La posmodernidad no contradice la modernidad, antes bien es su Simbionte. Ánomos y Ánfíbolos, sus dioses.

 

3.- La nueva revolución.- El pensamiento posmoderno subvierte la realidad recurriendo, también, a la sedición de las ideas, que en este caso deviene irracionalismo. Es por una cuestión de valores, ahora, que se deciden las esencias, traspasando la autoridad del Creador a la voluntad subjetiva, que exige soberanía, que exige autonomía, que exige ontofobia al pensamiento católico.