Aunque pueda parecer otra cosa, llamar a las cosas por su nombre, el que merecen y el que tienen, es de una importancia no pequeña. De otra forma, con facilidad de produciría una tergiversación de la realidad que no puede conducir a nada bueno.

Eso pasa, sobre todo, con la palabra “Dios”.

Muchas personas creen que escribir Dios o escribir dios es, al fin y al cabo, algo muy relacionado con el gusto de cada cual en hacer las cosas. Es como si no tuviera, al fin y al cabo, la más mínima importancia.

Sin embargo, los creyentes sabemos que no es lo mismo lo que no es igual porque existe una notable diferencia entre “Dios” y “dios” y no se trata, esto, de ninguna discusión bizantina sino de lo que toca, directamente, el corazón del creyente.

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El ser humano actúa, muchas veces, de una forma no resulta comprensible porque a la falta de respeto a las creencias ajenas se suma la voluntad explícita de hacer daño.

La noticia nos proporciona ocasión para reflexionar sobre la maldad que se puede manifestar con hechos y actos.

No sé yo qué daño podía hacer la imagen de la Virgen de Guadalupe de la Iglesia de Sta. Rosa de Lima de Maywood (EEUU) para que alguien le clavara un cuchillo. Que se sepa ningún mal hace la madre de los mexicanos y, por extensión, en referencia a María, Madre de Dios, de todos los creyentes católicos.

Tampoco se le puede imputar haber causado ninguna epidemia en tiempos pretéritos ni urdir ningún tipo de plan maléfico contra la humanidad sino, muy al contrario, grandes grandes beneficios que muchos pueblos podrían atestiguar.

Por eso entristece saber que hay personas que, llevadas por algún tipo de odio que no se entiende, pretendan dañar algo más que una imagen, en sí misma, milagrosa y no comprendan que sus intentos son vanos pero, en el fondo, demostrativos de una maldad intrínsecamente perversa.

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Hace tiempo tuve el honor de escribir un artículo sobre Martin Valverde porque venía a Valencia (España) para dar un concierto con motivo del Año Paulino que celebramos hace un par de años.

Conviene recordar ahora que en el primer Pentecostés puramente cristiano Cristo envió, a aquellos otros nosotros, a que fueran, en un sentido muy exacto “alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, el mismo Cristo” (S. Josemaría en Es Cristo que pasa, 183) en una voluntad que consistía, en esencia, en llevar la Palabra de Dios allende las fronteras de Israel y ser peregrinos que, en su peregrinar, ensancharan los corazones de los que escuchaban al Verbo hecho carne a través de lo que sobre Él quedó escrito.

Y eso hace, exactamente, Martin.

Volver por Pentecostés no es poca cosa porque supone la continuación de aquel primer envío referido arriba y, aunque es bien cierto que tal día, la celebración del mismo, fue el pasado domingo, 23 de mayo, no podemos olvidar que, como poco, hasta la Parusía estaremos en el cumplimiento de tal misión.

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Lo que hace que un joven (o menos joven) se decida por la vida sacerdotal es, muchas veces, eso que llamamos “un misterio” porque permanece, en exclusiva, entre la llamada de Dios y la respuesta dada por quien, al escuchar, da un paso adelante y obvia el previsible miedo que tal decisión le puede provocar.

Es, por eso, una decisión difícil pero, también, gozosa para quien así actúa.

El que esto escribe, por su relación de pertenencia a la Iglesia católica, conoce a algunos de tales jóvenes que, tras el correspondiente discernimiento interior, decidieron en su día dar un sí al Señor y hacer su particular apuesta para su vida consistente en hacer de tan personal un Fiat que demuestra hasta dónde la fe puede llevar a una persona y, así, se encuentran en el Seminario.

No se puede suponer, en tal momento decisorio, dudas que sobre la decisión tomada recaigan porque, de otra forma, dar un paso de tal jaez devendría imposible espiritualmente hablando.

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RECORDATORIO:

Decía Unamuno, en un artículo publicado en 1923 en la revista argentina “Cara y Caretas” , que el tonto de capirote “es el que con un capirote o bonete puntiagudo, hace de tonto en las fiestas. Es un tonto de alquiler y casi oficial“. Y eso es lo que, espero, vaya apareciendo aquí: personas que hacen de tales.

Vayamos, pues, con otro personaje de esta serie.

Tontos de capirote
2.- Manolo Saco

En determinadas ocasiones no valen las medias tintas porque si así procedes pueden pensar que otorgas lo que no se puede otorgar porque hay personas que sirven, con sus expresiones, al Mal.

A este individuo malcarado ya tuve que dedicarle un artículo porque escribió algo que, teniendo nombre exacto, me voy a callar.

Pero ahora ha vuelto a rebuznar y a dar coces que es lo propio de jumentos y otros animales irracionales.

Todo el artículo es desvergonzado y, seguramente, no exento de tipos penales que se le podrían imputar.

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