Fragmentos de apocalipsis (7)
En mi búsqueda de referencias apocalípticas y milenaristas, sean mayas o no, sobre el año 2012 que hoy comenzamos, me he topado estos días con una serie de grupos y personas de la órbita de la nueva religiosidad y del esoterismo que hacen afirmaciones muy peculiares en torno al cambio anual de calendario, o al menos al que acaba de suceder. Y con unas consecuencias rituales de lo más extraño, a pesar de que a estas alturas, en medio de tanta liturgia popular, se complica cada vez más la celebración de la Nochevieja entre uvas, cava, prenda usada y nueva, ropa de tal color, algo de oro en la copa y la mezcla de cotillones y pirotecnia.
La agencia France Press proporcionaba la siguiente información en vísperas del cambio de año: “en Brasil se espera que dos millones de personas vestidas de blanco lleguen a la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, para recibir el 2012 con un gigantesco espectáculo de 24 toneladas de fuegos artificiales lanzados desde el mar, que este año buscan promover la preservación del medio ambiente”. Hasta aquí, parece que todo es normal: al tratarse de otra cultura, pensamos que ésas serán sus costumbres. Pero seguimos leyendo y encontramos la clave de esta celebración: “tradicionalmente, los cariocas vestidos de blanco hacen sus ofrendas a Yemanjá, diosa del mar del culto afro-brasileño candomblé, y lanzan al mar gladiolos blancos en pedido de paz, rojos para tener amor y pasión, o amarillos para atraer el dinero”.
Si la cifra aportada se aproxima a la realidad, estamos ante una práctica bastante difundida. Seguramente no todos los que han participado anoche en este rito sean practicantes asiduos del candomblé, pero esto nos da una idea de la popularización de una costumbre ligada a un culto sincretista afroamericano bien concreto. Muchos de los que han celebrado esta fiesta serán católicos, por ejemplo, y no verán problema ninguno en honrar a una diosa pagana con sus ofrendas. Triste espectáculo que contrasta con las impresionantes actas de mártires que conservamos en la Iglesia como testimonio de antepasados nuestros que se dejaron matar antes que quemar un puñado de incienso delante de un ídolo. En la Biblia, antes de Cristo, encontramos ya el testimonio dramático de los siete hermanos que, junto con su madre, afrontaron el martirio firmes en su fidelidad a Dios y sin abandonar las tradiciones de sus padres (2 Mac 7). Pero ésta es otra historia, y parece que poco tiene que ver con lo que vivimos hoy.
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