4.05.08

Newman mariano: La Carta a Pusey

Ya que estamos en Mayo, y ya que Newman es un autor de mi devoción, quisiera evocar otro importantísimo texto suyo mariano: “A letter addressed to the rev. E.B. Pusey d.d. on occasion of the ‘Eirenicon’”.

El reverendo Pusey, teólogo anglicano, de tendencias filocatólicas, escribió en 1865 una obra titulada “La Iglesia de Inglaterra, parte de la Iglesia Una Santa Católica de Cristo”.

En esa obra, conocida como “Eirenicon”, Pusey atacó el culto a María. Le parecía el principal obstáculo para la reunificación de la Iglesia y una piedra de escándalo que cargaba sobre sí la Iglesia de Roma.

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Cardenal Newman: Meditaciones para el mes de mayo

El Cardenal Newman escribió unas “Meditations on the Litany od Loretto for the month of May”. Lamentablemente, no disponemos aún –que yo sepa - del texto en español.

La pasión por la verdad, que caracterizó la vida del cardenal inglés, se refleja de un modo singular en el tema mariano. Al principio, Newman pensaba que el culto a María estaba en contraste con la revelación y que suponía un obstáculo para la adoración del Dios único. Finalmente, comprende que María no impide el culto a Dios, sino que lo favorece y ayuda a realizarlo de un modo más perfecto.

Una vez católico, Newman siente la urgencia de “reparar” y se convierte en un ferviente devoto de la Virgen y en un gran defensor de su grandeza. De esta devoción nacen las “Meditaciones para el mes de Mayo”. Meditaciones que Newman dirigió en la iglesia del Oratorio de Birmingham, y que fueron recogidas por sus discípulos y publicadas póstumamente en 1893.

Estas reflexiones se caracterizan por su impronta bíblica, teológica y litúrgica. Su comentario a las “Letanías Lauretanas” constituye una preciosa síntesis de mariología. María es contemplada en el marco de la historia de la salvación: en el pensamiento de Dios, en la vida de Jesús, en la historia de la Iglesia.

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3.05.08

Mayo virtual: La Candelaria

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: - ‘Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma’ ” (Lucas 2,33-35).

A los cuarenta días del Nacimiento del Señor, Jesús y su Madre acudieron al templo para cumplir la Ley. Aquel que, como Dios, es el Autor de la Ley es, como hombre, el primero en someterse a su cumplimiento. Él es el Primogénito que pertenece al Señor, que ha se ser rescatado con la ofrenda de los pobres: “un par de tórtolas o dos pichones”. La humildad de Jesús se refleja en la humildad de María, la Purísima, la que castamente engendró en su seno virginal al Hijo del eterno Padre y que se sometió al rito de la purificación de las parturientas.

El Señor “tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo” (Hebreos 2,17). Toda la expectación de Israel – personificada en Simeón y Ana - viene al encuentro del Salvador, de la Luz de las naciones. No obstante, Jesús, el Mesías, es “signo de contradicción”.

Este misterio del rechazo de Jesús es también rechazo de su Madre. Una espada de dolor traspasará su corazón. María está, en todo, unida a su Hijo: “el mismo amor asocia al Hijo y a la Madre, el mismo dolor los une” y los mueve una misma voluntad de agradar al Padre, canta la Liturgia. La Madre es, desde el comienzo, la Madre Dolorosa, la que ofrece al Cordero sin mancha para ser inmolado en el ara de la cruz.

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Mes de Mayo virtual: Epifanía

Día 4 de Mayo: Vieron al niño con María, su madre

“Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (Mateo 2,10-11).

Dios manifestó a su Hijo, el Verbo encarnado, por medio de María: “Brilló la grandeza de Dios, y su poder se manifestó por medio de una Virgen, porque así quiso el Excelso nacer humilde, para mostrar su majestad en la misma humildad”, canta la liturgia de la Iglesia.

La adoración de los Magos constituye la primera escena del tríptico de la Epifanía– de la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo - ; un cuadro que se completa con las escenas del Bautismo en el Jordán y de las bodas de Caná. Los Magos, como los pastores, acuden a Belén, buscan la salvación, y no se escandalizan de los caminos que Dios ha querido escoger para venir a nosotros, a fin de que nosotros vayamos a Él. La Gloria de Israel y la Luz de las naciones sale a su encuentro en la figura de un Niño y de una Madre. Lo divino se revela en lo humano. La paternidad de Dios en la maternidad de María.

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Ascensión

La liturgia de la solemnidad de la Ascensión nos invita a la alabanza y al gozo: “Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra” (Salmo 46).

La Ascensión evoca un movimiento de subida, de elevación. La primera elevación de Jesucristo es la subida a la Cruz: “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Juan 12,32). En la Cruz, Jesús es el sacerdote y la víctima que ofrece su vida al Padre intercediendo por todos los hombres. Él se puso en nuestro lugar para vencer, con su obediencia, nuestra desobediencia; con su amor incondicional nuestra resistencia al amor, nuestro pecado.

La elevación de la Cruz anuncia la elevación de la Ascensión. El Señor completa así, cuarenta días después de su Pascua, su éxodo; su tránsito de este mundo al Padre. Su humanidad, desfigurada y humillada en el Calvario, es ahora una humanidad exaltada y glorificada que entra de manera irreversible en la vida y en la felicidad de Dios; es decir, en el cielo.

El momento de subida es correlativo a un momento de descenso: “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Juan 3,13). El Hijo de Dios que bajó del cielo en su Encarnación, sin dejar de ser verdaderamente Dios, se hizo, para siempre, verdaderamente hombre. Su cuerpo humano y su alma humana, unidas a la única Persona del Verbo, entran definitivamente en gloria de Dios. Y allí, el Señor sigue ejerciendo permanentemente su sacerdocio, ya que está vivo para interceder a favor nuestro (cf Hebreos 7,25).

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