7.05.08

Renovación eclesial en Holanda: El nuevo arzobispo de Utrecht

Se llama Willem Jacobus Eijk. El Papa lo nombró arzobispo metropolitano de Utrecht, en Holanda, el 11 de diciembre de 2007. Hasta ese momento era el obispo de Groningen-Leeuwarden.

Nacido en Duivendrecht (diócesis de Haarlem) el 22 de junio de 1953, Mons. Willem Jacobus Eijk cursó los estudios de Medicina en la Universidad de Amsterdam, antes de ingresar en el Seminario. Fue ordenado sacerdote el 1 de junio de 1985, para la diócesis de Roermond. Se doctoró en Medicina en la Universidad de Leiden y, en 1989, en Filosofía, en el Angelicum de Roma, y se licenció en Teología en la Universidad Lateranense. Desde 1997 hasta 1999 ha sido miembro de la Comisión Teológica Internacional. El 17 de julio de 1999 fue nombrado obispo de Groningen-Leeuwarden. Forma parte de la Pontificia Academia para la Vida.

Mons. Eijk sucede en la archidiócesis holandesa de Utrecht al cardenal Adrianus Johannes Simonis, quien renunció, por razones de edad, a su cargo el 14 de abril de 2007. El cardenal Simonis había sucedido, en su momento, al cardenal Willebrands, quien fuera Presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos.

El nuevo arzobispo de Utrecht; sin duda, futuro cardenal Eijk, es un experto en el área de la Bioética y un firme defensor del derecho a la vida. Una nueva prueba de confianza por parte del Papa ha sido su reciente nombramiento (6 de mayo) como miembro de la Congregación para el Clero.

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Mayo virtual: La primera y más perfecta discípula

Día 8. La primera y más perfecta discípula

“- Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Mateo 12,49-50).

El discípulo es aquel que pertenece a la familia de Dios; aquel que vive en conformidad con la manera de vivir de Jesús. Ésa es la vocación primera de un cristiano: seguir a Jesús.

San Agustín, en uno de sus sermones, no duda a la hora de ensalzar a María como discípula de su Hijo: “Ciertamente, cumplió Santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y, por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo”.

¿Qué comporta el seguimiento de Cristo? Ante todo, escuchar su palabra, con un corazón bueno y generoso, conservarla, y dar fruto mediante la perseverancia (cf Lucas 8,15). Exige seguir las huellas del Señor, cargando con el yugo suave de la propia cruz (cf Mateo 16,24). Pide llegar hasta el Calvario, sin escandalizarse de la Cruz del Salvador (cf Juan 19,25-26).

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6.05.08

Newman, los anglicanos y la vía media

En el siglo XVI la Iglesia de Inglaterra se separó de la Iglesia Católica de Roma. Hoy, al anglicanismo, le une un referente común, el arzobispo de Canterbury, y la aceptación de la praxis litúrgica del “Book of Common Prayer”.

En 1867 se celebró la primera “Lambeth Conference”, una reunión que no tiene, de por sí, carácter vinculante, ya que las resoluciones que adopte han de ser sucesivamente aprobadas y refrendadas por las constituciones de cada una de las iglesias que toman parte en la Conferencia.

La fe anglicana se apoya en cuatro columnas: la Escritura como regla de fe; el símbolo de los apóstoles y el niceno-constantinopolitano; los sacramentos del bautismo y de la cena y el episcopado. La liturgia anglicana se reconoce en el ya citado “Book of Common Prayer”.

En el Movimiento de Oxford, se pensaba que la “pura” Iglesia Anglicana, no exactamente la Iglesia oficial de Inglaterra, constituía la “vía media” entre Roma, que habría ampliado abusivamente la verdad, y el protestantismo, que la habría reducido. El gran título que justificaba esta hipótesis de la “vía media” era la antigüedad. Habría, pues, tres ramas de la Iglesia auténtica: la latina, la oriental y la anglicana.

Newman, líder del Movimiento, terminó convenciéndose de que la “vía media” era una teoría, sin realidad. No bastaba la antigüedad, era precisa la “universalidad”, y esa nota se encontraba en la Iglesia de Roma.

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Mayo virtual: Caná

Día 7. Caná, la Madre solícita

“Faltó el vino, y la madre de Jesús les dijo: ‘No les queda vino’. Jesús le contestó: ‘Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora’. Su madre dijo a los sirvientes: ‘Haced lo que él diga’ ” (Juan 2,3-5).

Caná está situado en la ladera de una montaña, a unos doce kilómetros al norte de Nazaret. El signo del agua convertida en vino anticipa la “hora” de Jesús, su glorificación. María está en Caná y está en el Calvario, colaborando en la obra del Señor desde el principio hasta el fin.

Su presencia, materna y solícita, es una presencia activa. La liturgia alaba esta presencia: “Dichosa eres, Virgen María: por ti realizó tu Hijo el primero de sus signos; por ti el Esposo preparó el vino para su Esposa; por ti los discípulos creyeron en el Maestro”.

La Virgen no ha dejado de ejercer esta misión salvadora en favor de toda la Iglesia. Ella sigue intercediendo ante su Hijo, presentándole nuestras necesidades, y diciéndonos, como a los siervos de Caná: “Haced lo que él diga”. María está presente asimismo en el banquete de bodas de la Eucaristía, en el que Cristo convierte el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para ser el alimento de nuestra alegría, para sostener nuestras fuerzas, para hacernos pregustar la gloria futura.

No podemos amar a María sin ser dóciles a su palabra; sin escuchar y seguir a Jesús. Hacer lo que Él nos dice es rechazar todo lo que es contrario al Evangelio: el odio, la violencia, las injusticias; y es, a la vez, fomentar todo lo que es conforme a la voluntad del Padre: la caridad, la ayuda mutua, la defensa de los pobres. Como recordaba Juan Pablo II, “no se puede invocar a la Virgen como Madre despreciando o maltratando a sus hijos” (8.III.1983).

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Mayo virtual: Nazaret

Nazaret, la adoración en silencio

“Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba” (Lucas 2,9-40).

Nazaret, un pueblo más bien pequeño, situado en la falda de una montaña, fue el lugar donde María recibió con fe el anuncio del ángel y donde transcurrieron los años de vida oculta de Nuestro Señor. Allí, Jesús, “sometido a sus padres” (Lucas 2,51), “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lucas 2,51-52).

Nazaret es el hogar de la Sagrada Familia, en el que el anonadamiento del Hijo de Dios se traduce en vida cotidiana; vida de trabajo, de práctica religiosa judía; de convivencia diaria. En ese hogar contemplamos a María hecha discípula de su Hijo, conservando en su corazón y meditando en su mente las primicias del Evangelio. La contemplamos como esposa virginal de José, el hombre justo. La contemplamos adorando en silencio a Dios, alabándolo con la vida, glorificándolo con su trabajo, celebrándolo con cánticos.

El Papa Pablo VI, en la iglesia de la Anunciación en Nazaret, hizo un elogio encendido de esta vida de adoración y silencio: “Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve” (5 de enero de 1964).

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