28.05.08

Extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto

Empezaré afirmando que no se puede ser cristiano y a la vez despreciar al inmigrante, al que viene de fuera, al que es de otra raza, de otra lengua, de otra religión. Independientemente de la opinión personal que se puede tener sobre cuál es la política de inmigración adecuada para nuestro país o para Europa, lo primero de todo es el respeto a la persona. Si para el Señor -Gal 3,8; Rom 10,12- no hay ni judío ni griego, ni hombre ni mujer, para nosotros tampoco. Conozco a unos cuantos que se dan golpes en el pecho y afirman ser españoles y católicos, a la vez que miran con desprecio al que viene de fuera. Españoles puede que lo sean. Católicos, no. Eso de la pureza de la raza y de “España para los españoles” suele ser el paso previo a pisotear la cabeza de quien ha venido a este país a ganarse la vida. Ensucian el nombre de Cristo los que gritan “Viva Cristo Rey” y luego miran con ojos de odio al subsahariano que se les cruza por la calle.

Ya en la Ley de Moisés se establecía el comportamiento moral del pueblo de Dios hacia el extranjero que mora en tierra propia:

Exo 22,21
Y al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.

Lev 19,33-34
Cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra tierra, no le oprimiréis. Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo Yavé vuestro Dios.

Ahora bien, no está de más decir que esa misma ley mosaica advierte que el extranjero ha de ajustarse a la ley del país donde mora:

Exo 12,49
La misma ley será para el natural, y para el extranjero que habitare entre vosotros.

Lev 18,26
Guardad, pues, vosotros mis estatutos y mis ordenanzas, y no hagáis ninguna de estas abominaciones, ni el natural ni el extranjero que mora entre vosotros.

Es decir, al mismo tiempo que debemos atender a los que vienen de fuera porque han huido del hambre y de la guerra, los mismos deben tener muy clarito que son ellos quienes se tienen que adaptar a nuestra civilización, a nuestras leyes e incluso a nuestro “modus vivendi", y no nosotros a sus leyes y sus costumbres. De lo contrario, el conflicto está servido.

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27.05.08

Protesto

Jaime Vázquez Allegue, que ha sido mercedario, doctor en teología, Vicedecano y profesor de Sagrada Escritura en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, sostiene lo siguiente:

Jesús debe ser tratado de una perspectiva interdisciplinar, desde la arqueología, la historia, la exégesis, la filología, la psicología, la sociología y todas las ciencias que puedan aportar un grano de luz sobre su figura. Después es cuando interviene la fe. Lo que cada uno quiera creer o dejar de creer.

Y

Lo relatos evangélicos forman parte de un libro de fe que anuncia una buena noticia (euangelia), pero nada más. Necesitamos acercarnos a otras disciplinas empíricas y científicas que demuestren lo que la narrativa bíblica cuenta. Es como si de una novela tuviéramos que separar los elementos reales de los imaginativos que se ocurrieron a su autor a la hora de escribir el texto.

Y

Mi intención es que cada uno tenga los elementos necesarios para saber distinguir lo que hay de histórico de lo que forma parte de la ficción de los evangelistas y de la tradición de la Iglesia. Quiero llegar a las bases sobre las que se asienta el cristianismo para descubrir lo que pueda haber de verdad y los añadidos que se han ido incorporando a lo largo de la historia. Intentaré dar respuesta a preguntas que todos nos hacemos y muchas veces no sabemos responder.

Y

Mis preguntas son más racionalistas: ¿existió el Jesús de Nazaret que nos describen los evangelistas?; ¿qué dicen los apócrifos de su figura?; ¿hay testimonios fuera de la Biblia que nos hablen de él?; ¿podemos encontrar una explicación científica a los milagros que se describen en el Nuevo Testamento?; ¿es realmente el hijo de Dios?; romanos o judíos ¿quién mató a Jesús?; ¿fue el Mesías esperado?; ¿se puede demostrar su resurrección?; ¿quién fundó la Iglesia?; ¿cuál fue el verdadero anuncio de Jesús de Nazaret?; ¿es posible hacer una reconstrucción de su rostro?

Y

Hoy, en medio de una sociedad que se enorgullece de laica, tenemos que preguntarnos por lo que hay de verdad, para saber distinguir entre lo histórico y lo legendario, lo que sucedió y lo que la tradición se ha encargado de transmitirnos.

Parece clara la diferenciación que hace Vázquez Allegue entre el Jesús de “su” historia y el Jesús de la fe. Parece claro que este doctor en teología que ha formado a sacerdotes y futuros teólogos niega el carácter histórico de los evangelios, aunque conceda que contienen algunos datos que sí lo son. Sin embargo, leemos lo siguiente en el documento “Teología y secularización”, publicado por la Conferencia Episcopal Española hace unos años:

Una honda cristología mostrará la continuidad entre la figura histórica de Jesucristo, la Profesión de fe eclesial, y la comunión litúrgica y sacramental en los Misterios de Cristo. Constatamos con dolor que en algunos escritos de cristología no se haya mostrado esa continuidad, dando pie a presentaciones incompletas, cuando no deformadas, del Misterio de Cristo. En algunas cristologías se perciben los siguientes vacíos: 1) una incorrecta metodología teológica, por cuanto se pretende leer la Sagrada Escritura al margen de la Tradición eclesial y con criterios únicamente histórico-críticos, sin explicitar sus presupuestos ni advertir de sus límites; 2) sospecha de que la humanidad de Jesucristo se ve amenazada si se afirma su divinidad; 3) ruptura entre el “Jesús histórico” y el “Cristo de la fe”, como si este último fuera el resultado de distintas experiencias de la figura de Jesús desde los Apóstoles hasta nuestros días; 4) negación del carácter real, histórico y trascendente de la Resurrección de Cristo, reduciéndola a la mera experiencia subjetiva de los apóstoles; 5) oscurecimiento de nociones fundamentales de la Profesión de fe en el Misterio de Cristo: entre otras, su preexistencia, filiación divina, conciencia de Sí, de su Muerte y misión redentora, Resurrección, Ascensión y Glorificación.

En la raíz de estas presentaciones se encuentra con frecuencia una ruptura entre la historicidad de Jesús y la Profesión de fe de la Iglesia: se consideran escasos los datos históricos de los evangelistas sobre Jesucristo. Los Evangelios son estudiados exclusivamente como testimonios de fe en Jesús, que no dirían nada o muy poco sobre Jesús mismo, y que necesitan por tanto ser reinterpretados; además, en esta interpretación se prescinde y margina la Tradición de la Iglesia. Este modo de proceder lleva a consecuencias difícilmente compatibles con la fe, como son: 1) vaciar de contenido ontológico la filiación divina de Jesús; 2) negar que en los Evangelios se afirme la preexistencia del Hijo; y, 3) considerar que Jesús no vivió su pasión y su muerte como entrega redentora, sino como fracaso. Estos errores son fuente de grave confusión, llevando a no pocos cristianos a concluir equivocadamente que las enseñanzas de la Iglesia sobre Jesucristo no se apoyan en la Sagrada Escritura o deben ser radicalmente reinterpretadas.

¿No basta con ese documento? Pues quizás sea necesario recordar lo que dijo el Concilio Vaticano II en la Dei Verbum:

19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo.

¿Y bien, señores?, ¿qué hacemos los fieles ante semejante espectáculo? Sobre todo, ¿qué hacemos con los muchachos que han sido formados para el sacerdocio por quienes sostienen algo que parece ser que la Iglesia condena en sus documentos?

Lo gracioso del caso es que para muchos, los malos de la película somos los que hacemos esas preguntas. No quienes se separan de la fe de la Iglesia o los que consienten que tal cosa pase sin apenas hacer nada para evitarlo. No, los malos somos los que no entendemos semejante contradicción. Nosotros debemos callar si un cardenal permite cosas que el sentido común dicta que no pueden permitirse. Debemos callar si vemos que los que forman a los futuros curas practican una teología que la Iglesia condena. Debemos callar para que nadie se sienta presionado por nuestras preguntas, nuestras críticas, nuestras denuncias. Pues nada, silencio… por un minuto siquiera. Uno, no más. Otros podrán callar. Yo no puedo. Yo protesto.

Luis Fernando Pérez Bustamante

26.05.08

En Lérida obedecen antes al Conseller que a Roma

Hace tiempo que el conflicto entre las diócesis de Lérida y Barbastro-Monzón a costa de los Bienes de la Franja es un escándalo que avergüenza a toda la Iglesia. La catarata de sentencias de los tribunales de la Iglesia a favor de Barbastro, a día de hoy no ha servido, a nivel práctico, para nada. Los bienes siguen en Lérida y es muy probable que sigan allí durante largo tiempo.

Como no es plan de hacer leña del árbol caído, sobre todo si está enfermo, no diré gran cosa sobre el anterior obispo de Lérida. Ya es triste pasar a la historia como el obispo que hizo lo posible y lo imposible por alargar el conflicto hasta conseguir que los políticos metieran sus narices en el mismo. Pero ya da igual. Agua pasada, no mueve molino.

El caso es que eclesialmente el caso, esta vez sí, parece cerrado. Ya no hay más recursos. La diócesis catalana acepta que la Iglesia no le da la razón. Pero ahora se refugia debajo de las faldas de las autoridades civiles para no obedecer. O sea, primero alargan el litigio y cuando consiguen que los políticos tengan “voz y voto” sobre el futuro de los bienes, se ponen detrás de ellos para decir: pío, pío, que yo no he sío.

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25.05.08

Ave Verum Corpus

1ª Cor 10,16
La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?

Cualquiera que lee la Escritura con los ojos de la Iglesia de Cristo puede entender el precioso tesoro que Cristo nos ha legado en la celebración eucarística. Ese tesoro es ni más ni menos que su presencia como pan de vida que nutre nuestras almas y nos salva. Dijo San Agustín en uno de sus sermones:

Este cáliz, mejor, lo que contiene el cáliz, santificado por la palabra de Dios, es la sangre de Cristo. Por medio de estas cosas quiso el Señor dejarnos su cuerpo y su sangre, que derramó para la remisión de nuestros pecados.
(S. Agustín Sermón, 227; SC 116,234; BAC 447,285)

La Eucaristía es doblemente comunión. Es comunión con Cristo y, a través de Él, con la Iglesia. Y a su vez, es en la Iglesia donde podemos tener verdadera comunión con Él. Por eso mismo, el propio San Agustín advertía de que sólo aquellos que se mantenían en comunión con la Iglesia podían comulgar verdaderamente con el Señor:

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23.05.08

San Juan Crisóstomo y la Eucaristía

Sobre el sacerdocio
L6 c.4 (Colombo,257-261; MG46,680s; Real, 113 ss)

Si tocamos el punto de que el sacerdote es el que invoca al Espíritu Santo, el que celebra aquel sacrificio tan tremendo, el que continuamente toca a Dios con sus manos y el que tiene las llaves del cielo, ¿dime, por tu vida, dónde podremos colocar a este hombre? Reflexiona tú ahora un poco cómo deben ser aquellas manos que tocan cosas tan santas; cómo debe ser aquella lengua que pronuncia tales palabras y qué alma puede haber ni más pura ni más santa que aquella que he recibir a tal Espíritu: los ángeles en este acto asisten al sacerdote; las potestades celestiales llena el santuario, cercan el altar sagrado y contemplan extasiadas la sublimidad y grandeza del Señor; tal es el asombro que a todos nos deben causar también las cosas que allí se celebran.

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