Hace unos días, en un parque cerca de mi casa, había un señor realizando viajecitos en aeroplano a un módico precio, y yo me sentí muy tentada de subir a uno de ellos a dar un paseo. Desde allá arriba, los árboles iban lentamente desdibujándose hasta parecer un minúsculo punto, y ni qué decir de las personas y los automóviles. Todo lo que desde aquí se ve grande, desde la altura se ve muuuuuucho más pequeño, y uno toma conciencia del “plano” general de las cosas…
Pero al volver del paseo, pensé que sería maravilloso poder conducir yo misma un avión, y me topé con la horrible respuesta del señor administrador, que me dijo que no podía, que era necesario tener permiso para eso, que había que hacer un curso de piloto, y qué se yo qué otras cosas, porque además, ¡el avión no era de mi propiedad!. ¿Les parece justo? Sé que hay gente que acomoda sus horarios y hasta su propia vida a “eso”, pero yo no tengo intención de hacerlo.
Yo no estoy de acuerdo; a mí me gustaría manejar el avión yo sola, cuando se me dé la real gana -los días de sol, por ejemplo-, y me parece un completo desprecio a mi buena intención el que no me lo permitan. Me gusta y lo tomo; quiero y lo hago; así de simple. ¿No sería así más bella la vida y todos más felices?
¿Por qué hay que poner condiciones para todo, si “la libertad es libre”?¿Por qué tanta vuelta para un buen momento de alegría? Me siento discriminada, ofendida y agraviada.
Ese señor, con un buen coro de gente aburrida y muy estructurada, ha osado decirme que soy imprudente y atrevida, que puedo estrellarme, que mi vida correría peligro, y que en lugar de ver los coloridos paisajes que ví desde lo alto, podría terminar sin ver nada de nada, con un accidente fatal. ¡Pero qué egoístas y de estrechas miras!
Entonces pensé en juntar firmas; tienen que reconocer mi derecho. Es más: voy a invitar a amigos a subir cuando yo conduzca, para que desde ya, me ayuden a hacer presión. Y llamaremos a los medios, por supuesto…¡Qué lindo, qué lindo será llenar el cielo de avioncitos de colores, dando rienda suelta a nuestros inmaculados deseos!…¡Registros libres de vuelo para todo el mundo!¡Grandes y chicos, ciegos, sordos y mudos, y hasta parapléjicos, que vean reconocido su derecho a poder conducir aviones, y llevar pasajeros!¡Porque al fin y al cabo, todo es cuestión de amor y comprensión!¿Qué más me puede dar un “certificado” en una ventanilla?…
Si ustedes creen que esto puede sonar a capricho infantil, absurdo, impertinente, imprudente e inconsciente, me iré a Suiza. Allí estoy segura de que alguien me comprenderá, como alguna vez lo hicieron los “poetas” de Francia, en un bonito mes de mayo…
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Aviso para lectores desprevenidos: este artículo es completamente irónico, y de paso puede servir como “test” de sano juicio, pues aunque parezca mentira, hay adultos que no se han dado cuenta de que existe algo llamado límite; creen que toda pretensión debe ser atendida, por alta que sea, sin poner condiciones de ningún tipo. Si esto no se asume como presupuesto, la vida de fe se hace básicamente incomprensible: ¿cómo vamos a obedecer a Alguien si ni siquiera podemos concebir, en la práctica, que hay algo superior a nuestro propio yo?.
Así hay gente que, en su frondosa y enfermiza imaginación, cree que sobre todo los sacramentos, deben ser “irrestrictos”, pues el vocablo “sagrado", para ellos, ha pasado a ser un término en lengua sogdiana (*). Y lamentablemente, este virus se está colando seriamente “intramuros", ¡Señor, ven a fumigar tu Casa!
Y esto no es ya cuestión de Derecho Canónico, sino de un elemental sentido común: sabemos que éste está muy enfermo en estos tiempos, pero no podemos resignarnos a que muera. La resignación amargada siempre me ha olido a azufre.
(*)Lengua muerta iraní, hablada en Sogdiana, en el valle del río Zarafshan, en lo que hoy en día es Tayikistán y Uzbekistán.