Sobre el XXV Encuentro de Mujeres Autoconvocadas (II)
Sobre la oportunidad de asistir…y reparar
Si como capitán fuerte/ quiso nuestro Dios morir,
comencémosle a seguir,/ pues que le dimos la muerte.
Oh, qué venturosa suerte/ se le siguió de esta guerra!
Ya no durmáis, no durmáis,/ pues Dios falta de la tierra.
Muchos objetan a estos argumentos que la ocasión apostólica se presenta cada día en el puesto diario de trabajo, y que el “amontonamiento” de gente y agravios no amerita prestarle mayor atención a estos Encuentros de Mujeres Autoconvocadas, como los que se realizan en la Argentina cada año.
Creo, sin embargo, que la iglesia nos enseña que existen “tiempos fuertes” en la vida cristiana, en que éste debe pertrecharse especialmente para el combate espiritual. Litúrgicamente son los tiempos que ocupan un lugar destacado en su relación con el Misterio de Cristo, pero san Ignacio nos enseña que también existen tiempos fuertes personales, como los de los Ejercicios Espirituales, o los próximos a la recepción de los sacramentos de iniciación, y nos preguntamos entonces si no podemos colegir unos tiempos fuertes comunitarios, por ejemplo para las ciudades o naciones, cuando éstas son atacadas con especial furia. Vemos que las primeras comunidades cristianas, tenían “un solo corazón y un alma sola” (Hch 4,32). Y como Iglesia nacional, ¿podemos hablar de auténtica caridad si cuando un “miembro” está sufriendo este ataque, los demás miran para otro lado?...
Hace más de 20 años que varios grupos de católicos vienen realizando una tarea apostólica encomiable en la asistencia valiente de mujeres de fe y razón lúcida a estos Encuentros, “como ovejas entre lobos”. Se acude en micros que se organizan desde algunas parroquias o entidades laicales con el apoyo de sus sacerdotes, pero… se cuenta también con el palo en la rueda que significa la rotunda negativa de otros que no sólo no ayudan a difundir esta coherente iniciativa de ser “sal de la tierra y luz del mundo”, sino que la boicotean, desalientan y desestiman. Porque si se trata de ensuciarse para un campamento, vaya y pase, pero “¡cómo vamos a mezclarnos con “esa gente” metiéndonos en “su” terreno!”.
No puede menos que dolernos, por eso, cuando pensamos que mientras este año éramos en Paraná unos 2000 católicos, otros 2000 estaban “cantando su fe” en un Encuentro Nacional de Grupos Misioneros…Como dicen los adolescentes, “todo bien”, pero no podemos dejar de sentir que, como iglesia argentina “estamos en otro canal”. S.S. Paulo VI señalaba que «la recomposición de la unidad, espiritual y real, en su interior mismo, es uno de los más graves y de los más urgentes problemas de la Iglesia» (30-VIII-1973). Se comprende que no se pueda sincronizar absolutamente todo, y que por supuesto, no todos están llamados para lo mismo, desde ya, pero se siente el dolor de que a veces no se toma suficientemente en cuenta la realidad “profunda” que nos va socavando las entrañas de nación católica.
Creemos, pues, que sí es necesario asistir, como católicos argentinos. Porque no puede permitirse el agravio planificado a los templos de las almas y de los cuerpos, y a los templos de piedra, sin oponer resistencia, simplemente esperando, o gritando “cuerpo a tierra”. Porque para muchas de esas almas cautivas, ya no quedará tiempo, y muy probablemente de cada una de ellas surja un consejo o una acción que desemboque en la muerte de inocentes.
Porque nosotros también somos culpables, y si nos espantamos de las miles que son arrastradas como hojas, porque no tienen norte ni raíz, podremos preguntarnos qué fue de la catequesis que recibieron muchas de ellas, en colegios católicos, sin haber aprehendido el amor a la Iglesia. Qué fue de las misiones que se contentan con fogones de jolgorio, y esconden la Verdad -porque incomoda- bajo el disfraz de un respeto hipócrita, que no tiene misericordia con la lepra del pecado, y no se atreve a limpiarlo. Porque cada minuto malgastado de nuestro tiempo de apóstoles, redunda en el prejuicio de los que no atendimos. Porque si no se es frío, se es caliente, y si permitimos que se enfriara el calor de nuestra fe de antaño en la apostasía vergonzosa de una tradición liberal que hiede, sepamos que éste es el fruto, y es preciso sufrirlo, para purificarnos.
No podemos lavarnos las manos, y decir “a mí no me toca”, porque precisamente, contra el individualismo liberal, es hora de que cada uno asuma que nadie puede salvarse solo, y que la “pulcritud individual” es la del fariseo, cuando debemos en cambio hacernos Cirineos. “Sin reconocimiento, sin diagnóstico verdadero de los males de la sociedad política, no puede haber tratamiento sanante adecuado”, nos insiste lúcidamente el p. José M. Iraburu. Y sin penitencia pública, en la huída sistemática del martirio como norma, nunca tendremos pública conversión.
Porque el amor acude donde fluyen las lágrimas o al sitio de la herida; porque son Gólgotas enormes esos días de fieras, en que un poco cada año, se alza en Cruz nuestra patria, y al pie nos necesita.
Pero el liberalismo, más sibilino sin duda que el marxismo, que ataca como bestia bruta a la Esposa, se atreve insolentemente a echarla con desprecio de la vida civil, relegándola al templo, como si éste fuera, en vez de Trono Regio, una pobre madriguera o escondite. Así lo vivimos, con más espanto que el que nos provocaron las hordas que echaron a las católicas de los talleres de aborto, cuando unos jóvenes con brújula descompuesta, se atrevieron a dispersar un grupo de unas 40 mujeres que íbamos por el segundo misterio del Rosario (comenzado espontáneamente de rodillas, a una media cuadra de uno de los enfrentamientos), alegando que “¡Vayan a rezar a la iglesia, aquí las están provocando!!”. Y los pobres chicos creían que eran católicos, pero en realidad eran liberales…
No queremos dejar de citar a propósito un nuevo párrafo del p. Iraburu, a propósito de ello, para cerrar este apartado:
«El relajamiento del celo apostólico y la extinción de la acción política cristiana van juntos, porque nacen de un mismo error, de una gran falsificación de la fe y de la esperanza.
«Si los Misioneros, carentes de esperanza, aceptan que la Iglesia sea cada vez más pequeña en la humanidad, cesa en gran medida la acción evangelizadora. Juan Pablo II lamentaba que “el número de los que aún no conocen a Cristo ni forman parte de la Iglesia aumenta constantemente; más aún, desde el final del Concilio casi se ha duplicado” (1987, enc. Redemptoris Mater 3).
«Si los Pastores, carentes de esperanza, al frente de un rebaño pequeño y en buena parte disperso, se conforman con atender a este Resto mínimo, no intentan siquiera lógicamente la evangelización de la sociedad. Incluso, si están picados de modernismo, prefieren una pésima sociedad pluralista a cualquier otra forma de vida social y de Estado. (…) En realidad, no creen que “hay que instaurar el orden temporal de tal forma que, salvando íntegramente sus propias leyes, se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana” (7). No aceptan que “a la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena” (GS 43). Más aún: creen que todo eso es falso». (http://www.infocatolica.com/blog/reforma.php )
Creemos, pues, que se impone en nuestro suelo una recuperación del auténtico celo apostólico, celo misionero real, y no sólo “folklórico” (con mate, guitarra y risas, cruz elegida en excursiones románticas, y poncho de colores como mantel de altar, en el que todos los colores y las sombras se “concilian”...). Recuperar las lágrimas del “tironeo” con el malo, alma por alma, arriesgándolo todo en esta Reconquista.
M. Virginia O. de Gristelli
C.F.San Bernardo de Claraval