(Efe/Zenit/InfoCatólica) “Sabemos que después del Concilio Vaticano II algunos estaban convencidos de que todo era nuevo, que era otra Iglesia, que la Iglesia preconciliar había acabado y teníamos otra, completamente diferente”, manifestó el Obispo de Roma.
El Papa Ratzinger agregó: “Un utopismo anárquico, pero gracias a Dios los timoneles sabios de la Barca de Pedro Pablo VI y Juan Pablo II defendieron de una parte la novedad del Concilio y al mismo tiempo la unicidad y la continuidad de la Iglesia, que es siempre Iglesia de pecadores y siempre lugar de gracia”.
Tomando palabras de San Buenaventura, Benedicto XVI dijo también que Jesucristo es la última palabra de Dios y que no hay que esperar otro Evangelio u otra Iglesia. También señaló que la vida espiritual hasta la unión con Dios está articulada en tres vías: "la purgativa" o de purificación del alma; "la iluminativa", caracterizada por una fuerte vida de oración, y "la unitiva", que lleva al hombre a la experiencia íntima de Dios.
Concluida la audiencia saludó en varios idiomas. En español tuvo palabras de alientos para un grupo de Dos Hermanas (Sevilla, España), al que invitó siguiendo la enseñanza de San Buenaventura –franciscano como el cardenal de Sevilla, Carlos Amigo, presente en la audiencia– a continuar el camino cuaresmal de preparación para la Pascua "mediante la escucha atenta de la Palabra Divina, la práctica de la caridad y la purificación del corazón".
Unicidad y continuidad en la historia de la Iglesia
He aquí algunos párrafos de la catequesis del Santo Padre, que transcribe íntegramente la agencia Zenit:
(...) ¿Cómo respondió san Buenaventura a la exigencia práctica y teórica? De su respuesta puedo dar aquí sólo un resumen muy esquemático e incompleto en algunos puntos:
1. San Buenaventura rechaza la idea del ritmo trinitario de la historia. Dios es uno para toda la historia y no se divide en tres divinidades. En consecuencia, la historia es una, aunque es un camino y – según san Buenaventura – un camino de progreso.
2. Jesucristo es la última palabra de Dios – en él Dios lo ha dicho todo, donándose a sí mismo. Más que si mismo, Dios no puede decir, ni dar. El Espíritu Santo es Espíritu del Padre y del Hijo. Cristo mismo dice del Espíritu Santo: “...os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 26), "tomaráde lo mío y os lo comunicará" (Jn 16, 15). Por tanto no hay otro Evangelio más alto, no hay otra Iglesia que esperar. Por eso también la Orden de san Francisco debe insertarse en esta Iglesia, en su fe, en su ordenamiento jerárquico.
3. Esto no significa que la Iglesia está inmóvil, fija en el pasado y no pueda haber novedades en ella. Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt, las obras de Cristo no van atrás, no disminuyen, sino que progresan, dice el Santo en la carta De tribus quaestionibus. Así san Buenaventura formula explícitamente la idea del progreso, y esta es una novedad respecto a los Padres de la Iglesia y a gran parte de sus contemporáneos. Para san Buenaventura Cristo ya no es, como lo era para los Padres de la Iglesia, el final, sino el centro de la historia; con Cristo la historia no termina, sino que comienza un nuevo periodo.
Otra consecuencia es la siguiente: hasta aquel momento dominaba la idea de que los Padres de la Iglesia eran el culmen absoluto de la teología, todas las generaciones siguientes podían solo ser sus discípulas. También san Buenaventura reconoce a los Padres como maestros para siempre, pero el fenómeno de san Francisco le da la certeza de que la riqueza de la palabra de Dios es inagotable y que también en las nuevas generaciones pueden aparecer nuevas luces. La unicidad de Cristo garantiza también novedad y renovación en todos los periodos de la historia.
Ciertamente, la Orden franciscana – así subraya – pertenece a la Iglesia de Jesucristo, a la Iglesia apostólica y no puede construirse un espiritualismo utópico. Pero, al mismo tiempo, es válida la novedad de esta Orden respecto del monaquismo clásico, y san Buenaventura – como dije en la Catequesis precedente – defendió esta novedad contra los ataques del Clero secular de París: los franciscanos no tienen un monasterio fijo, pueden estar presentes en todas partes para anunciar el Evangelio. Precisamente, la ruptura con la estabilidad, característica del monaquismo, a favor de una nueva flexibilidad, restituyó a la Iglesia el dinamismo misionero.
En este punto, quizás sea útil decir que también hoy existen visiones según las cuales toda la historia de la Iglesia en el segundo milenio habría sido un ocaso permanente; algunos ven el ocaso inmediatamente después del Nuevo Testamento. En realidad, Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt, las obras de Cristo no van hacia atrás, sino que progresan. ¿Qué sería la Iglesia sin la nueva espiritualidad de los cistercienses, de los franciscanos y dominicos, de la espiritualidad de santa Teresa de Ávila y de san Juan de la Cruz, etc.? También hoy vale esta afirmación: Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt, van adelante. San Buenaventura nos enseña el conjunto del necesario discernimiento, también severo, del realismo sobrio y de la apertura a los nuevos carismas dados por Cristo, en el Espíritu Santo, a su Iglesia.
Y mientras se repite esta esta idea del ocaso, hay también otra idea, este "utopismo espiritualista", que se repite. Sabemos de hecho que tras el Concilio Vaticano II algunos estaban convencidos de que todo fuese nuevo, que hubiese otra Iglesia, que la Iglesia preconciliar hubiese acabado y que tendríamos otra, totalmente “otra”. ¡Un utopismo anárquico! Y gracias a Dios los sabios timoneles de la barca de Pedro, el papa Pablo VI y el papa Juan Pablo II, por una parte defendieron la novedad del Concilio y por la otra, al mismo tiempo, defendieron la unicidad y la continuidad de la Iglesia, que es siempre Iglesia de pecadores y siempre lugar de Gracia.
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