(Agencias/Levante-EMV/INfoCatólica) El obispo de Alcalá de Henares aseguró que "esta es la catedral más grande edificada jamás, pues ha sido levantada con la sangre de miles de mártires, de modo que es el santuario más grande del mundo, donde se concentran más mártires por metro cuadrado, muchos de ellos elevados ya a la gloria de los altares".
Don Juan Antonio recordó que "en un tiempo en el que se quiso cerrar las puertas del cielo, estos hermanos nuestros dieron testimonio de su fe gritando Viva España y Viva Cristo Rey al morir. Miles de sacerdotes, religiosos y fieles ofrendaron sus vidas para que podamos construir una España mejor, una España que es fruto de muchos siglos de fe cristiana que conforman nuestra civilización, la civilización cristiana".
Por ello mismo, aseguró monseñor Reig Pla, "debemos engrandecer este lugar y darlo a conocer para ejemplo de muchos, precisamente ahora que se vuelve a intentar construir un mundo sin Dios, con un laicismo radical".
Dirigiéndose a los asistentes, el obispo les felicitó "por haber mantenido este lugar santo, tan cuidado y tan hermoso, que sobrecoge a quien lo visita. Yo me siento débil e impotente, en una diócesis pequeña y con pocos medios, para proseguir la inmensa tarea de seguir estudiando los casos de martirio y elevar a los altares a tantos cuyos cuerpos reposan aquí. Pero os pido vuestra ayuda y colaboración para hacerlo".
Al acabar la eucaristía, Reig Pla quiso visitar en persona las fosas de los fusilados. No fueron obstáculo la lluvia y el fuerte viento que azotaban el cementerio de Paracuellos de Jarama. Cargado de báculo, misal y paraguas (aunque después se lo sostuvo un ayudante), Reig Pla se adentró por el camposanto para visitar, una por una, las siete fosas comunes con los fusilados de 1936. El obispo de Alcalá se detuvo delante de cada fosar y rezó un emotivo responso bajo la lluvia.
"Eso nunca lo había hecho nadie", relata satisfecho el presidente de la hermandad de mártires, Ángel Gascón, quien además señaló que la llegada de Monseñor Reig Pla al obispado alcalaíno ha supuesto "un giro de 180 grados".