(InfoCatólica) La excusa del primer pacto de las Catacumbas fueron los pobres. Se celebró el 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del Concilio Vaticano II, cuando cuarenta y dos padres conciliares celebraron la Eucaristía en las Catacumbas de Domitila para pedirle a Dios la gracia de «ser fieles al espíritu de Jesús» al servicio de los pobres.
El texto de aquel pacto fue redactado por el obispo brasileño Helder Cámara, aliado del cardenal belga Suenens, auténtico líder del episcopado que buscaba una reforma radical de la Iglesia en el concilio, en clara ruptura con la Tradición. La crisis postconciliar y el auge de la teología de la liberación hunden sus raíces en aquel espíritu rupturista.
En esta ocasión la excusa han vuelto a ser los pobres, en su versión indígena, pero acompañados del ecologismo. La ceremonia fue presidida por el cardenal Hummes, relator general del sínodo amazónico y el texto firmado se titula: «Pacto de las Catacumbas por la Casa Común. Por una Iglesia con rostro amazónico, pobre, servidora, profética y samaritana».
El nuevo pacto recoge quince compromisos dado «el sentimiento de urgencia que se impone ante las agresiones que hoy devastan el territorio amazónico, amenazado por la violencia de un sistema económico depredador y consumista».
En primer lugar figura la defensa de sus respectivas áreas de influencia como obispos «ante la amenaza extrema del calentamiento global y del agotamiento de los recursos naturales».
También se comprometen a promover en sus iglesias «la opción preferencial por los pobres, especialmente por los pueblos originarios, y junto con ellos garantizar el derecho a ser protagonistas en la sociedad y en la Iglesia».
«Ayudarlos a preservar sus tierras, culturas, lenguas, identidades y espiritualidades (ndr: es decir, su paganismo)», señala el texto, en el que además se subraya la exigencia de hacer que los indígenas sean respetados «local y globalmente».
El quinto punto emplaza a «abandonar, en consecuencia, en nuestras parroquias, diócesis y grupos todo tipo de mentalidad y postura colonialistas, acogiendo y valorando la diversidad cultural, étnica y lingüística» de esos pueblos.
Además se comprometen a «denunciar todas las formas de violencia» que los indígenas padezcan, anunciar el mensaje «de acogida» del Evangelio y ponerse del lado de quienes sean perseguidos por denunciar las injusticias o agresiones.
Los obispos firmantes también quieren «caminar ecuménicamente con otras comunidades cristianas, (...) religiones y personas de buena voluntad» para la defensa del medioambiente. Lo cierto es que el protestantismo evangélico ha crecido exponencialmente en la región amazónica y todo indica que se convertirá en la religión mayoritaria en dicha parte del planeta, con la particularidad de que la mayor parte de los protestantes evangélicos son contrarios a cualquier tipo de relación ecuménica con el catolicismo.
Los prelados pretenden empeñarse en «el urgente reconocimiento de los ministerios eclesiásticos ya existentes» en la zona, como agentes pastorales, catequistas indígenas o ministros de la Palabra.
Y también se quiere «reconocer los servicios y la real diaconía de gran cantidad de mujeres que hoy dirigen comunidades en la Amazonía» y «buscar consolidarlas con un ministerio adecuado de mujeres animadoras de comunidad».
Por otro lado le comprometen a «asumir ante la avalancha del consumismo un estilo de vida alegremente sobrio, sencillo y solidario con los que poco o nada tienen, reducir la producción de basura y el uso de plásticos» y «usar el transporte público siempre que sea posible»