(Levante/InfoCatólica) Entran en la Iglesia y continúan la conversación iniciada en la calle; acuden sin cuidar el decoro en la vestimenta, con hombros al aire o pantalones cortos; no hay «momento de la paz» que se celebre sin rumor de fondo; el final de la misa se torna un «guirigay» y si se trata de celebrar bodas, bautizos o comuniones el templo se convierte en un «frívolo» salón de fotografía; muy pocos hacen reverencia alguna al Sagrario y hay quien comulga «como quien coge una galleta o algo semejante».
Todo esto es lo que lleva años «observando» el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, quien ha decidido tomar cartas en el asunto para evitar que las iglesias y templos de oración «se conviertan en lugares profanos».
Por ello, en cuanto empezó el año envió una carta a los sacerdotes de la diócesis en la que da directrices tanto a los fieles que acuden al templo como a los religiosos responsables de los mismos, en aras de recuperar las iglesias como lo que son: «casas de oración». Se acabó armar jaleo en la Iglesia.
La misiva del cardenal -que lleva por título «Mi casa es casa de oración»- arranca con un mensaje claro: el silencio es clave, pero parece haber pasado a la historia.
«Cuando yo era niño, mis padres y maestros me enseñaron a guardar silencio en el templo. Ahora, sin embargo, algunos entran en el templo como en cualquier otra casa, dispuestos al espectáculo. Llega el momento de la paz y se arma un lío, un rumor, a veces poco respetuoso, y al final de la celebración el 'guirigay' que se arma es el que es y como es. Pido a sacerdotes y a todos los fieles que procedan de otra manera; pido que se guarde la compostura».
El cardenal Cañizares también asegura que no es «raro» encontrarse en los templos con personas «inadecuadamente vestidas». Y marca la línea a seguir: «Habría que advertir con carteles que llamen la atención de qué manera se puede entrar en el templo y de qué manera no, como hacen por ejemplo en la basílica de San Pedro en Roma. Si alguien entra de forma inadecuada o indecorosa habría que invitarle con educación a que se retirase, se cambiase o pusiese otro vestido y que después venga al templo, pero lo que no puede ser es esa falta de respeto», afirma en la carta.
Entre la vestimenta aceptada en la basílica de San Pedro en Roma destacan los pantalones largos, las faldas hasta la rodilla y los hombros cubiertos.
El templo no es un estudio de fotografía. Al máximo responsable de la diócesis de Valencia le indigna el «jaleo que se arma y la falta de respeto» que origina el momento de las «fotografías» que se produce cuando finalizan celebraciones como las primeras comuniones, bautismos, bodas o confirmaciones.
Aunque en esta ocasión, Cañizares también entona el «mea culpa». «Yo soy el primero en sucumbir en esto y me temo que mis hermanos obispos lo mismo. Hemos de poner muchísimo más cuidado; se pueden hacer las cosas de otra manera y bien, sin impedir el recuerdo que comprendo es grato conservar en fotografía. Pero, por supuesto no podemos convertir el templo en un salón de fotografía, ni tampoco en unos momentos de devaneo y frivolidad».
En demasiadas ocasiones, para el cardenal, el Sagrario pasa sin pena ni gloria ante los fieles, una situación en la que hay que «educar» a niños y mayores. «A veces se pasa ante el sagrario como si tal cosa, sin hacer reverencia alguna ni genuflexión que es lo debido», explica.
Recogimiento y devoción
El arzobispo de Valencia tampoco está conforme en cómo se «dan la paz» los fieles ni en cómo reciben la comunión. Es más, Cañizares confiesa «lo mal que lo pasa» viendo «cómo se acercan algunos, sin ningún recogimiento y devoción, sin ningún gesto de adoración, como quien coge una galleta o algo semejante. Se puede comulgar en la boca directamente o en la mano para después llevarse el Cuerpo de Cristo a la boca, pero la forma más consonante con el misterio del Cuerpo de Cristo es comulgar de rodillas y en la boca. No soy retrógrado en eso».
Se da la circunstancia de que D. Antonio fue Cardenal Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, encargada, entre otras tareas, de velar por la correcta celebración de la liturgia católica.