(InfoCatólica) Este es el relato de lo ocurrido tal y como lo cuenta Oriolt en Germinans germinabit:
Domingo 20 de agosto. Barcelona todavía está noqueada por el atentado terrorista de Las Ramblas y el asesino de la furgoneta sigue suelto. El cardenal Omella ha convocado una misa por la paz y la concordia en la Sagrada Familia. Ni tan siquiera es una misa de difuntos. Ni atisbo de funeral de estado. ¡No se vaya a ofender nadie! Pese a ello, todas las autoridades políticas – del Rey abajo- no se pierden la celebración. ¡Quieren salir en la foto! No se llena la Basílica. Grandes medidas de seguridad y miedo en las calles. Eso sí, políticos no falta ni uno. Y en lugar de respetar el duelo, algunos se dedican a analizar con lupa la homilía de nuestro arzobispo.
Ha acabado la misa. Las autoridades y el cardenal han despedido a los reyes y al presidente de la República de Portugal. Sin embargo, Puigdemont sigue a Omella hasta la sacristía. Y no es para agradecerle su disposición. Al revés, delante de testigos, para que le escuchase todo el mundo, en tono hierático y displicente le espeta al cardenal que cómo se le ha ocurrido pronunciar una homilía en ese tono. ¡Es inaceptable!, repite el presidente de la Generalitat. Omella balbucea diciéndole que no ha entendido el sentido de sus palabras. Puigdemont ni le escucha. Da media vuelta y se va. Como aquel Galinsoga que entró a finales de los 50 en la sacristía de San Ildefonso.