(Mcs Osma-Soria) Entrevista a cargo de Maite Eguiazabal:
Queridos Consuelo y Joaquín, gracias por responder a nuestra llamada. Vuestros seis hijos menores han nacido en Soria pero ninguno de los dos sois sorianos… ¿cómo llegasteis aquí?
J: Yo soy profesor de la Escuela de Hostelería y nos mudamos aquí después de haber pedido un traslado que nos llevara fuera de Mallorca, donde vivíamos anteriormente y donde nacieron nuestros siete primeros hijos. Llegó un momento en el que sentíamos que el Señor nos llamaba fuera de Mallorca y fue Soria el lugar en el que Él nos puso.
C: Los primeros años aquí fueron muy difíciles. De hecho, a los dos años concursamos de nuevo porque no nos adaptábamos y nos concedieron plaza en Murcia, lugar que había sido nuestro destino preferido desde el principio. Sin embargo, cuando fuimos a instalarnos tuvimos una experiencia muy negativa y el Señor nos hizo ver que no era nuestro lugar, íbamos para tres días y nos volvimos al siguiente de llegar. Era en agosto, con un calor espantoso, 44º, no encontrábamos donde alojarnos y yo estaba embarazada, a punto de salir de cuentas de nuestra novena hija. Al final encontramos dónde dormir en una habitación de las que tienen reservadas por ley para discapacitados en un hotel a las afueras, a las once y media de la noche.
J: A veces las Escrituras se cumplen en la vida al pie de la letra; nos sentíamos como José y María, sin encontrar dónde cobijarnos. Volvimos a Soria y aquí estamos.
¿Cómo os conocisteis?
J: Nos conocimos en Palma de Mallorca, adonde yo había ido a trabajar, después de una vida muy dura en mi ciudad natal, Cádiz. Yo llegaba con la vida muy destruida. Padecí abusos a los once años; esto me hizo no aceptar mi vida y ver a Dios como un monstruo y enemigo que había permitido aquello. Pronto me dí a la esclavitud del alcoholismo, alienándome por completo. No soportaba mi vida. Tras encontrarme con un ángel, un amigo que me dijo que en Palma necesitaban a un técnico de F. P. para dar clases de Hostelería, vi como una luz la posibilidad de salir de Cádiz. En Palma empecé a sentir muchas inquietudes hacia la Iglesia, mi corazón comenzaba a moverse y, de repente, apareció Dios. Un día me dio por acercarme a una parroquia y, al acabar la Misa, un sacerdote pidió un voluntario para cuidar a un mayor impedido. Yo me ofrecí voluntario pero el sacerdote me dijo que no, que lo que yo tenía que hacer era ir a un retiro que había ese fin de semana. Era en un pueblecito de Mallorca, Valldemossa, un encuentro vocacional en el que me sentí muy bien, estaba como flotando, no sabía que existía algo así. El cura que era muy celoso del Señor y astuto me dijo: «¿Te ha gustado? Pues la semana que viene hay otro. ¿Te animas?». Por su puesto dije que sí. Allí sentí que de lo que hablaban era de mi vida… Éste era un retiro de los que se hacen después de haber realizado dos meses de las catequesis del Camino Neocatecumenal. La presencia del Señor fue fortísima, se palpaba en el aire. Yo llegué sólo a la convivencia, no había ido a ninguna de las catequesis pero ya no volví a irme… de esto hace 29 años. Y allí estaba Consuelo.
C: Yo nací en Madrid y viví hasta los ocho años en Manzanares (Ciudad Real). Mi padre era militar y, por ello, después nos trasladamos a Palma. Desde que tenía ocho años estoy en el Camino Neocatecumenal, con mi madre y mis hermanos. Yo era una niña muy enfermiza, a los 14 años sufrí un intento de violación. Por todo ello, mi madre no quiso que siguiera estudiando después de la E.G.B., así que cursé Corte y Confección. A los 16 años hice las catequesis del Camino Neocatecumenal y fue entonces cuando empecé a ver que Dios había estado siempre detrás de todo. Vi cómo a través de mi debilidad, Dios me había hecho fuerte. Cuando conocí a Joaquín yo tenía 17 años y él 23. Pensé: ¡Qué antipático! Y ya ves, nos casamos cuando yo tenía 20 años recién cumplidos.
J: Ella intentaba acercarse y conectar pero yo tenía muchos problemas para relacionarme de manera normal con las chicas, por el tema del abuso y el terrible bagaje vivido que tenía guardado como en una carpeta, escondida y olvidada, en mi interior. No quería saber nada de novias.
Pero os casasteis…
C: Sí, desde que comenzamos a salir lo vimos claro, queríamos formar juntos una familia. Nos casamos, era la época de Pascua, el 4 de abril de 1992. La Iglesia era fea, de esas «tipo cochera» y además el sacerdote no quiso que pusiéramos flores. No nos gustó la idea pero obedecimos; los signos no eran importantes sino el Sacramento. Aprendimos a obedecer desde el principio. Dios sabe.
Dios os ha bendecido con 13 hijos…
J: Sí, quién nos lo iba a decir. Jamás pensamos en esto. De hecho yo creía que no formaría nunca una familia y que no tendría hijos, estaba convencido de manera real y esto me hacía sufrir profundamente pero es como la historia de Abraham.
C: Trece hijos dan para mucho, cada uno es diferente.
J: El mayor se llama Isaac, tiene 24 años. Nunca hemos pensado en qué nombres ponerles; de una manera u otra ha sido el Señor quien nos ha dado sus nombres. Nos decían que el primero iba a ser una niña pero no, llegó Isaac, a quien, al igual que el Isaac bíblico, recibimos entre risas y sorpresa. Consuelo se reía en el parto y yo que asistí no me lo creía. El segundo, Ismael, que significa Dios me ha oído. Ismael nació en casa, de repente, y tuve que sacarlo yo mismo. Estaba histérico así que en ese instante pedí a Dios ayuda y Él me escuchó. Después Daniel, Dios es justo; Joaquín, el Señor estableció; Andrés, varón; Ana María, por la madre de María; Isabel, por la prima de María; Juan Pablo, por el Papa, muy importante para nosotros; Inmaculada, por María; Noemí, mi dulzura; Virginia María, por la Virgen; Cristina, cristiana; y Lucía, luz. Algunos los pusimos después de que nacieran.
C: Lucía nos vino cuando peor estábamos. Nuestro matrimonio estaba aburguesado y en crisis total. La niña nació con síndrome de Down y muchas complicaciones añadidas, tenía una cardiopatía, problemas renales y una atresia anal. Estuvo mes y medio en la UCI en Madrid; nuestros otros 12 hijos no nos vieron en todo ese tiempo y tuvieron que apañárselas como pudieron, fue muy duro, nos ayudó nuestra Comunidad de hermanos. En sus primeros veinte meses de vida ha sufrido 9 operaciones. Ella fue nuestra salvación, nuestra luz. Ahora está muy bien y ya tiene dos años. Esta hija Down ha sido una bendición más del Señor.
Dios siempre aparece cuando más le necesitamos, de eso no cabe duda. Y, en el día a día, ¿os organizáis de alguna manera especial en una casa tan concurrida?
J: No, hemos ido descubriendo con el tiempo y los intentos fallidos que no hay un orden que funcione. Nos hemos ido organizando según ha ido surgiendo, según las necesidades. Y también hemos aprendido a querer a cada hijo tal y como es, como Dios hace con nosotros. Hay también mucho sufrimiento. Si alguien piensa que esto es idílico… No, ha de haber cruz, en nuestra familia hay cruz pero la cruz es gloriosa. Detrás de la muerte viene la resurrección. Y esto lo vivimos cada día.
C: El mundo ahora tira mucho y el ambiente es muy propicio para alejarte de Dios. Te invita a triunfar, a sentirte el centro de mundo. Nosotros procuramos enseñarles a nuestros hijos a mantenerse cerca de Dios pero ellos han de vivir sus propias vidas. Ahora dos de ellos están fuera de casa, se han alejado de la fe, libremente. Aunque preferiríamos que fuera de otra manera tienen que vivir su propia vida. Y el mayor, Isaac, se casa en diciembre de este año con María, su novia; ya una más de la familia.
Camináis en las Comunidades Neocatecumenales en la Parroquia de Nuestra Señora del Espino en Soria, ¿verdad?
J: Sí, la única condición que pusimos a los sitios del posible traslado es que hubiera una Comunidad Neocatecumenal. Consideramos una misión el estar aquí. Dios nos ha colocado aquí y nosotros obedecemos. Nos resistimos al principio y, como Jacob, luchamos contra Dios sin saberlo pero hemos aceptado Su voluntad porque Él hace las cosas bien mientras que lo que decidimos nosotros siempre sale mal.
C: Cuando llegamos a la Comunidad no había más que dos niños y, de repente, llegamos nosotros que ya teníamos siete entonces.
No sois una familia común en nuestra sociedad ¿cómo lo vivís?
J: Por decirlo de una manera breve y gráfica: vivimos inmersos en una sociedad que ahora mismo está viviendo en un relativismo que se dirige hacia una cultura que podríamos llamar prácticamente de la muerte. Basta mirar lo que está ocurriendo con la destrucción de la familia, los divorcios, las separaciones, el aborto, el abandono de ancianos y el rechazo de los débiles o «no válidos». Vivimos en el mundo, como los demás, pero con la esperanza en la Vida Eterna. Esto vivido desde la fe es lo que da sentido a nuestra misión como cristianos.
C: En este sentido sí hemos tenido choques hasta en nuestro entorno familiar. Hace un tiempo un familiar se divorció. Y aunque el resto de la familia lo aceptó como algo natural, yo le dije lo que pensaba. Tenía una responsabilidad ante él, había sido testigo de su boda ante Dios y eso no se puede negar, así que le dije que se habría separado civilmente pero que el Sacramento seguía estando y que no podía vivir ignorándolo. Fue duro decírselo pero alguien tenía que ponerle ante lo que había hecho. No como un moralismo ni como un juicio hacia él sino como una luz, desde el amor.
J: Si no pones en tu vida a Dios, hay poco que hacer.
Este año cumplís 25 años de casados ¿lo vais a celebrar de algún modo especial?
J: Nos vamos a ir a Tierra Santa. Después de 28 años nos vamos de viaje de fin del Camino (no es que haya acabado pues acaba cuando pasamos al Padre). Para nosotros es algo muy importante y no puede ser una mejor celebración.
M: Gracias, familia, por vuestro testimonio cristiano. Concluimos haciendo oración una idea que ha estado presente en nuestra conversación: «Que pese a todos los ídolos que nos rodean y confunden en la vida, sepamos reconocer al Dios que se nos presenta y viene para abrazar toda nuestra existencia, escuchemos Su voluntad y la obedezcamos. Amén».