(RV/InfoCatólica) «Que en nuestros corazones, en el corazón de cada uno esté siempre la alegre certeza de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, está cerca de nosotros y nos envuelve con su amor ¡Gracias!».
Fue el deseo de Benedicto XVI en su última audiencia general (27 de febrero de 2013) entre los aplausos de los miles de peregrinos de tantas partes del mundo que gritaban su nombre con mucho cariño.
«Gracias por vuestro amor y apoyo. Que experimentéis siempre la alegría de tener a Cristo como el centro de vuestra vida», fue el último tuit del Papa Benedicto XVI, el 28 de febrero de 2013, 17 días después de aquel 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, cuando anunció su renuncia.
«Confiemos siempre en el poder de la misericordia de Dios», había tuiteado en la víspera (10 de febrero de 2013), añadiendo: «Todos somos pecadores, pero su gracia transforma y renueva nuestra vida».
Con cariño y devoción queremos recordar las primeras palabras, de Benedicto XVI, el 19 de abril de 2005, cuando acaba de ser elegido para guiar a la Iglesia universal, como hizo durante casi ocho años con sabiduría, dulzura, humildad y firmeza:
«Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor.
Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones.
En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda permanente, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado. ¡Gracias!»
Como habían hecho el día de su elección, las campanas de todas las iglesias de Roma acompañaron también los últimos momentos del Pontificado del Papa Joseph Ratzinger, mientras salía del Vaticano y sobrevolaba la Ciudad Eterna, en el helicóptero blanco que le llevó a Castelgandolfo.
«¡Vayamos juntos hacia adelante con el Señor por el bien de la Iglesia y del mundo!»
Allí las campañas de las iglesias de toda la diócesis de Albano recibieron su llegada. A las campanadas se unieron las oraciones de los fieles del mundo, que junto con las miles de personas, que habían acudido a esa localidad lacial escucharon con conmoción sus palabras improvisadas de despedida, gratitud y bendición:
«Queridos amigos estoy feliz por estar con ustedes, rodeado por la belleza de la Creación y de su simpatía, que me complace.
¡Gracias por su amistad y cariño!
Ustedes saben, que el día de hoy es distinto al de otras veces precedentes. Ya no soy Sumo Pontífice de la Iglesia Católica - hasta las ocho aún lo seré, luego ya no -.
Soy simplemente un peregrino que comienza la última etapa de su peregrinación en esta tierra.
Pero quisiera una vez más, con mi corazón, amor y oración, con mi reflexión, con todas mis fuerzas interiores trabajar por el bien común y el bien de la Iglesia y de la humanidad.
Me siento muy apoyado por vuestra simpatía. ¡Vayamos juntos hacia adelante con el Señor por el bien de la Iglesia y del mundo!
Les imparto con todo mi corazón mi bendición. Gracias y buenas noches».