Los Obispos de la Conferencia Episcopal Española, reunidos en Madrid en nuestra CIV Asamblea Plenaria, hemos iniciado el estudio del borrador del documento «Iglesia servidora de los pobres», sobre la realidad social de nuestro país, que esperamos poder publicar lo antes posible. Por esto no queremos dejar pasar esta ocasión sin dirigir con humildad a nuestro pueblo un mensaje de aliento y cercanía en estos momentos en los que percibimos una compleja realidad social, que genera en no pocas personas inquietud e incluso desesperanza, especialmente en las más perjudicadas por la crisis económica.
Conocemos de primera mano el sufrimiento de numerosas personas en nuestra sociedad, y también las respuestas solidarias de miles y miles de voluntarios de nuestras diócesis, parroquias y comunidades, que sirven en muchas instituciones de la Iglesia, especialmente Cáritas, ayudando y atendiendo a los más débiles de la sociedad.
Son hombres y mujeres, ancianos y niños, jóvenes y adultos, con nombres y rostros concretos, víctimas de situaciones de pobreza real, de exclusión social, del drama de la inmigración, de precariedad laboral y de la plaga del desempleo, sobre todo juvenil, junto a otras carencias no sólo materiales, sino también afectivas y espirituales, a las que todavía no ha llegado -a pesar del inicio de la recuperación económica- el alivio necesario que aminore la cada vez más extensa franja de desigualdad, así como el aporte ético que neutralice o imposibilite los comportamientos perversos que agravan este sufrimiento. Para ellas nuestra mayor cercanía y solidaridad.
El devenir de la crisis económica y sus causas, las fallidas previsiones y insuficientes respuestas dadas, los errores cometidos en la gestión política y económica de sus consecuencias, hacen aún más acertadas las palabra del Papa Francisco que señala que «ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo» (Evangelii Gaudium, 203).
Junto a eficaces políticas de concertación social y de desarrollo sostenible, necesitamos una verdadera regeneración moral a escala personal y social y con ella la recuperación de un mayor aprecio por el bien común, que sea verdadero soporte para la solidaridad con los más pobres y favorezca la auténtica cohesión social de la que tan necesitados estamos.
La regeneración moral nace de las virtudes morales y sociales, y para un cristiano viene a fortalecerse con la fe en Dios y la visión trascendente de la existencia, lo que conlleva un irrenunciable compromiso social en el amor al prójimo, verdadero distintivo de los discípulos de Cristo (cfr. Jn. 13. 34-35).
A todos nos es necesario recordar que «sin conducta moral, sin honradez, sin respeto a los demás, sin servicio al bien común, sin solidaridad con los necesitados nuestra sociedad se degrada. La calidad de una sociedad tiene que ver fundamentalmente con su calidad moral. Sin valores morales se apodera de nosotros el malestar al contemplar el presente y la pesadumbre al proyectar nuestro futuro. ¡Cuánto despiertan, vigorizan y rearman moralmente la conciencia, el reconocimiento y el respeto de Dios!» (Mons. Ricardo Blázquez. Discurso inaugural.17-11-2014).
La vida democrática que, en paz y en libertad vive nuestro pueblo desde la Transición política, se verá así reforzada en el respeto de los derechos que nacen de la dignidad inalienable de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios. La ejemplaridad de los responsables políticos, sociales, económicos y eclesiales, constituirá siempre un elemento imprescindible para lograr una justa sociedad civil y una verdadera comunidad eclesial.
También es necesario para ello el aprecio y fortalecimiento de la verdadera institución familiar, escuela de humanidad y núcleo de la sociedad, además de «Iglesia doméstica». La unidad y amor de los esposos, la apertura a la vida y su defensa irrenunciable desde la concepción hasta su fin natural, la educación y amor de los hijos, el afecto y respeto a los ancianos, serán siempre una de las mayores garantías para una sociedad justa y la convivencia ciudadana en paz y libertad.
A generar este clima social esperanzado, que contribuya al bien común integral de nuestra sociedad, quiere ayudar la Iglesia en la acción evangelizadora de sus pastores y fieles y en la de sus numerosas instituciones sociales, educativas y caritativas, que muestran a los demás el rostro de una Iglesia servidora de nuestro pueblo, especialmente de los más pobres y desvalidos.
Para lograr esta labor samaritana, las sugerentes palabras del Apóstol S. Pablo nos son de especial ayuda en estos momentos: «Que la esperanza os tenga alegres, manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración: compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad… Alegraos con los que están alegres; llorad con los lloran… No os dejéis vencer por el mal, antes bien venced al mal con el bien» (Rom 12, 12-21).
A todos cuantos trabajan en esta noble misión les aseguramos nuestro apoyo y oración a Dios y les ponemos bajo la protección de la Virgen María. Ella «es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás «sin demora» (cfr. Lc 1,39). Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización. Le rogamos que con su oración maternal nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo» (Francisco, Evangelii Gaudium, 288).
Madrid, 17-21 de noviembre de 2014