(Luis F. Pérez/InfoCatólica) El prelado vasco ha afirmado que «en nuestra sociedad las tentaciones de cansancio, de pesimismo y de desconfianza son grandes. De una forma especial, las continuas noticias de corrupción en la vida pública se suceden en los medios de comunicación, hasta el punto de generar la sensación de que nadie escapa a la tentación de enriquecerse ilícitamente. Incluso sobre el mismo deporte, se cierne la sospecha del engaño y del fraude».
El obispo se ha preguntado: «¿Terminaremos deduciendo que aquellos deportistas que hemos admirado y aplaudido, resulta que estaban dopados o artificialmente estimulados, como parece concluirse tras las noticias de estos días? El clima de sospecha llega a ser tan generalizado que no es difícil escuchar este tipo de expresiones: «todos son iguales», «todos son unos corruptos», «todo el mundo tiene su precio»…etc».
Y ha sentenciado: «Digámoslo claramente: la corrupción en la vida pública es uno de los principales males morales de nuestros días, y se hace necesario arbitrar medidas de estricto control que puedan devolver la confianza a los ciudadanos. Pero dicho esto, debemos añadir que el clima generado por la corrupción puede acarrear en nosotros un segundo mal moral, frente al que debemos estar alerta: me refiero a una desconfianza generalizada, que nos lleve a aislarnos y ausentarnos de la vida pública y política».
Mons. Munilla ha advertido que «una tentación posible ante la expansión de la corrupción, es que nos dejemos arrastrar por el escepticismo, e incluso por el cinismo».
El obispo ha señalado que «no es extraño que las debilidades y miserias de nuestro prójimo, puedan llegar a generar en nosotros males como la desconfianza, el escepticismo y el cinismo. Más aún, de la pérdida de la fe en el hombre puede derivarse la propia pérdida de la fe en Dios». «Sin embargo», ha añadido, «si confiamos plenamente en Dios, entonces aprendemos a no desesperar de nadie. Lo cual no quiere decir, ciertamente, que no tengamos que ser conscientes de la debilidad del ser humano; pero sin dejar de creer en su capacidad de honradez y honestidad».
«Para no dejarnos arrastrar por los males que se derivan de la corrupción», ha explicado el pastor donostiarra, «a la fe en Jesucristo es importante añadir la virtud de la humildad. En efecto, todos tenemos que realizar un profundo examen de conciencia: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra». No sería justo limitarnos a hablar de la corrupción en tercera persona del plural, como si los corruptos fuesen siempre los demás: «ellos», «los políticos», «los ciclistas»… Sinceramente, ¿somos nosotros honestos en nuestra relación con el dinero, a nuestro nivel y en nuestras circunstancias?»
Y en ese contexto ha puesto como ejemplo precisamente a San Sebastián, «¡quien estuvo dispuesto a perder su elevado estatus social, como miembro de la Guardia Pretoriana del Cesar, por fidelidad a su conciencia! Por ello, le pido a nuestro santo Patrono que nos ayude a educar y a escuchar nuestra conciencia, sin acallarla ni manipularla».