Homilía de Mons. Demetrio Fernández en la Misa de Angelis en memoria de los niños Ruth y José

Homilía de Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, en la Misa de angelis, en memoria de los niños Ruth y José, desaparecidos y encontrados muertos.

Fiesta de los Santos Ángeles Custodios, S.I. Catedral. Córdoba, 2 de octubre de 2012

 

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“Cuando aparezcan estos Niños, tocaremos a gloria las campanas de la Catedral de Córdoba”, así lo prometí a Ruth, madre de los niños Ruth y José, cuando me visitaba acompañada de otros familiares hace unos meses, y así me lo ha recordado ella para pedirme la celebración de esta Misa. Esta tarde damos cumplimiento a esta promesa y a este deseo al reunirnos en esta Santa Iglesia Catedral de Córdoba para orar juntos y recordar a estos Niños que, como ángeles, están ya en la presencia de Dios. Celebramos hoy la fiesta de los Santos Ángeles, y hoy es el cumpleaños de la niña Ruth.

Las noticias de las últimas semanas confirman que estos niños fueron asesinados e incinerados en Córdoba hace ya casi un año. Hemos seguido día a día con incertidumbre y pesar la desaparición de estos dos hermanos, y no podíamos imaginar que su final hubiera sido tan terrible. Nuestro primer sentimiento ante la notica ha sido de horror, de un horror tremendo. Cómo habrán sufrido estos angelitos, cómo es posible que en el corazón de una persona humana haya tanta capacidad para hacer el mal. ¡Qué horror, qué horror! Dios y los tribunales juzguen a quien ha sido autor de este crimen. No albergamos ningún sentimiento de odio, ni de venganza. Al contrario, pensamos que una persona que actúa así es digna de compasión, porque ha perdido lo más elemental de su propia dignidad, y lo encomendamos a la misericordia divina.

Pero junto a este sentimiento de horror y de disgusto, sabemos que estos Niños –Ruth y José- no han desaparecido para siempre. No. Están vivos. Su alma no ha sido pulverizada por las llamas, porque su alma es inmortal. “La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios –no es «producida» por los padres-, y que es inmortal; no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final” (CEC 366).

Al llegar a este mundo, de nuestros padres recibimos el cuerpo, obra maravillosa de la creación. Pero en aquel primer instante en que fuimos engendrados, Dios cooperó directamente creando un alma inmortal, única e irrepetible para cada uno de nosotros. Esa alma anima y hace vivo nuestro cuerpo, y cuando el cuerpo es destrozado por cualquier motivo, el alma sobrevive porque es inmortal, al provenir directamente de Dios. Nadie la puede destruir. Ahora ya, mientras los científicos estudian minuciosamente los restos corporales de estos dos niños, conocida su muerte, sabemos que el alma sobrevive para gozar de Dios eternamente. Estos Niños viven con Dios para siempre, y nos acompañan esta tarde a todos los que nos unimos a ellos, por medio de la Eucaristía en la que se hace presente la muerte redentora de Cristo en favor de todos los hombres.

Celebramos hoy la fiesta de los Santos Ángeles Custodios, y el Evangelio de hoy nos dice: “Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial” (Mt 18,10). Sí, también en el momento de la muerte, sus Ángeles Custodios los han protegido para llevarlos ante la presencia de Dios. Dios protege especialmente a los niños, a todos los niños, en toda circunstancia, y especialmente cuando sufren por culpa de los mayores. Dios no los ha abandonado y sus Ángeles los han protegido.

Esa es la razón por la que nos hemos reunido a rezar, a rezar juntos en la Catedral de Córdoba, porque sólo la fe puede enjugar las lágrimas de una familia destrozada. Dios, que está siempre de parte de quien sufre, sacará bienes de esta desgracia para todos nosotros. En primer lugar, porque todos nos hemos sentido solidarios con una familia que sufre. Mamá Ruth, habrás podido experimentar que tu sufrimiento ha sido el sufrimiento de mucha gente, ha sido el sufrimiento de Córdoba y de Huelva y de toda España, ha sido un sufrimiento que ha transcendido nuestras fronteras y ha suscitado compasión en el mundo entero. El sufrimiento, cuando es compartido, queda atenuado. Y en este caso, la solidaridad de toda la sociedad ha superado con creces la crueldad de los hechos.

Pero, además porque hechos como éste nos plantean el reto de lo que hacemos con los niños, cómo los tratamos, cómo hemos de procurarles un mundo mejor y más feliz. Nos conmueve la muerte terrible de Ruth y José, y deseamos que ellos intercedan ante Dios para que ningún niño del mundo sufra como ellos. Que ningún niño tenga que empuñar las armas para ir a la guerra o sufra los horrores del exilio, que ningún niño muera de hambre o porque no tiene acceso a una sanidad elemental, que ningún niño sea explotado por el abuso de los mayores. Nos hemos acostumbrado a las noticias de crueldad con los niños, y hechos como éste nos hacen despertar el sentido de solidaridad y de humanidad.

¿No podrán alcanzarnos estos niños que se reduzca el número de abortos que diariamente se producen en nuestro entorno? –Así se lo pido a Dios en esta tarde de dolor y de esperanza. Ningún crimen tan horrible como el del aborto, cuando una madre se ve en la situación de matar al niño que ha concebido en sus entrañas. Que el seno materno, el lugar más seguro y más cálido para el ser humano, no sea nunca más un lugar de amenaza para el ser humano naciente, ya desde su concepción, incluso antes de su anidación en el útero materno. No vale invocar el derecho de la madre para matar a su hijo. ¡Ningún padre, ninguna madre tiene derecho a matar a su hijo! Que Ruth y José nos lo hagan entender a todos.

Hemos nacido para la gloria, para el cielo. Nuestro destino no es la muerte, sino la vida, y la vida incluso después de la muerte, la vida eterna. Por encima de la crueldad de estos hechos, se yergue la verdad de la vida que continúa. Ruth y José están vivos, están vivos junto a Dios, y este es hoy el consuelo más profundo para su madre que los buscaba ansiosa y ahora ya sabe donde están. Están con Dios. Están seguros y a salvo. A estos Niños volveremos a encontrarlos, cuando termine nuestra vida en la tierra y esperamos encontrarnos con ellos en el cielo.

Junto al dolor de un final tan trágico, está el consuelo de la fe cristiana que nos habla de vida eterna, de vida que sobrevive a la muerte, de vida feliz junto a Dios para siempre. En el caso, además, de unos niños como éstos esa felicidad no ha quedado empañada en su alma por ninguna mancha de pecado personal, sino que en su inocencia han sido inmolados y conservarán para siempre la inocencia propia de un niño. Que María Santísima, como madre buena, los acoja para siempre.

Que nunca más se repitan estos hechos, que ningún niño del mundo sufra por culpa de los mayores, que los santos Ángeles protejan a todos los niños del mundo. Que Dios tenga misericordia de todos nosotros y nos dé su paz. Amén.

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