(Zenit) El Santo Padre advirtió que este “es un aspecto especialmente difícil, dijo, en una época que no favorece el recogimiento; a veces da la impresión de que tenemos miedo de separarnos, aunque sea por un instante, del torrente de palabras y de imágenes que llenan nuestros días”.
Sin embargo, recordó el Papa, “los Evangelios nos presentan con frecuencia al Señor que se retira solo, lejos de los discípulos y de la multitud, a un lugar apartado para orar”, y “la gran tradición patrística enseña que los misterios de Cristo están ligados al silencio y sólo en el silencio la Palabra puede acampar entre nosotros”.
“Este principio -explicó el pontífice- es válido para la oración personal, pero también para nuestras liturgias: para facilitar una escucha auténtica, deben ser ricas de momentos de silencio y acogida no verbal (…) El silencio tiene la capacidad de abrir en la profundidad de nuestro ser un espacio interior, para que Dios habite, para que permanezca su Palabra, para que nuestro amor por Él penetre la mente, el corazón y aliente toda la existencia”.
Señaló el Papa un segundo aspecto importante en la relación del silencio con la plegaria. “A menudo --observó- en nuestra oración nos encontramos ante el silencio de Dios y podemos sentirnos como abandonados, como si no nos escuchase ni nos respondiese. Pero este silencio, como le sucedió a Jesús, no es señal de ausencia. El cristiano sabe que el Señor está presente y escucha, aún en la oscuridad del dolor, del rechazo y de la soledad. Jesús asegura a sus discípulos y a cada uno de nosotros que Dios conoce nuestras necesidades en cualquier momento de nuestra vida”.
“A nosotros, con frecuencia preocupados por la eficacia operativa y por los resultados (...) que conseguimos, la oración de Jesús nos indica que nos hace falta detenernos, vivir momentos de intimidad con Dios, 'separándonos' del fragor de cada día para escuchar, para ir a la 'raíz' que sostiene y alimenta la vida. Uno de los momentos más hermosos de su plegaria es cuando, a la hora de hacer frente a las enfermedades, a las dificultades y límites de sus interlocutores, reza a su Padre enseñando a quienes lo rodean dónde hay que buscar la fuente de la que brotan la esperanza y la salvación”.
Cristo toca el punto más profundo de su oración al Padre en el momento de la Pasión y la muerte, concluyó Benedicto XVI, citando el Catecismo de la Iglesia Católica: “En su grito al Padre desde la cruz, confluyen 'todos los infortunios de la humanidad de todos los tiempos, esclava del pecado y de la muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la historia de la salvación (…) He aquí que el Padre las acoge y por encima de toda esperanza las escucha al resucitar a su Hijo. Así se realiza y se consuma el drama de la oración en la economía de la creación y de la salvación”.