(DICI) Por su interés, reproducimos el texto de la entrevista publicada en DICI:
— Sabemos que un Preámbulo doctrinal de gran interés ha sido entregado. Aunque Ud. esté obligado a la reserva sobre el contenido de dicho documento, ¿podría Ud. indicarnos cómo ve ese texto?
El texto propuesto admite correcciones de nuestra parte. Y esto es necesario, aunque no sea más que para eliminar clara y definitivamente la más mínima sombra de ambigüedades o de malentendidos. Ahora debemos enviar a Roma una respuesta que refleje nuestra posición y presente inequívocamente los intereses de la Tradición. En razón nuestra misión de fidelidad a la Tradición católica no debemos hacer ningún compromiso. Los fieles, y con mayor razón los sacerdotes, saben muy bien que en el pasado las propuestas hechas por Roma a las diferentes comunidades conservadoras eran inaceptables. Si Roma hace ahora una propuesta a la Fraternidad, debe serlo clara e inequívocamente para el bien de la Iglesia, y para acelerar el retorno a la Tradición. Nosotros pensamos y sentimos con la Iglesia católica. Ella tiene una misión universal, y el ardiente deseo de nuestro de nuestro fundador fue siempre que la Tradición volviera a florecer nuevamente en todo el mundo. Un reconocimiento canónico de la Fraternidad podría favorecer eso precisamente.
— Algunas críticas dicen que con este preámbulo Roma querría tender una trampa a la Fraternidad. Una Fraternidad jurídicamente integrada podría, ciertamente, aportar a la iglesia moderna el “carisma de la Tradición”, pero debería aceptar también los otros caminos y el pensamiento conciliar en el sentido de un pluralismo.
Esta crítica es totalmente justificada y hay que tomarla en serio. Pues, ¿cómo podríamos eliminar la impresión de que se estaría estableciendo un silencio en cierta medida cómplice, conduciendo, de hecho, a esa multiplicidad paralela que relativiza la verdad, cuando esa es justamente la base del modernismo?
Asís III y más aún esta desafortunada beatificación de Juan Pablo II, y muchos otros ejemplos, muestran claramente que la autoridad de la Iglesia no está todavía dispuesta a abandonar los falsos principios de Vaticano II y sus consecuencias. De modo que cualquier propuesta que se haga a la Tradición debe garantizarnos, al mismo tiempo, la libertad de continuar nuestra obra y nuestra crítica a la “Roma modernista”. Para ser honesto, esto parece muy muy difícil. Una vez más, cualquier compromiso falso o peligroso debe ser descartado.
No tiene sentido comparar la situación actual con la de las conversaciones de 1988. En esa época, Roma quería impedir una autonomía de la Fraternidad San Pío X; el obispo que, quien sabe si sí o si no se nos quería acordar, debía, en todo caso, depender de Roma. Eso pareció a Mons. Lefebvre simplemente demasiado peligroso. Si Mons. Lefebvre hubiera cedido, Roma habría, en efecto, podido esperar que una Fraternidad sin obispos “propios” se alinease al Concilio. Hoy la situación es muy distinta: cuatro obispos y 550 sacerdotes en el mundo entero. Y las estructuras de la Iglesia oficial se resquebrajan cada día más, y más rápido. Roma ya no está posicionada ante la Fraternidad como hace 20 años.
— ¿Ve Ud. alguna posibilidad de una respuesta positiva? ¿La Fraternidad San Pío X firmará el Preámbulo?
La diplomacia juega aquí un papel importante. Roma quiere no perder crédito ante el público. Ya se ha acusado demasiado al Papa por haber levantado las “excomuniones” a nuestros obispos sin previas condiciones. Si se hubiera seguido a la mayoría de los obispos alemanes, la Fraternidad habría tenido que firmar antes un reconocimiento pleno y total del concilio. Por otra parte, lo exigen todavía. El Papa Benedicto XVI no hizo eso. De igual manera aconteció con la liberación de la misa tridentina, que era el otro pre-requisito que la Fraternidad había presentado. De este modo Roma accedió en dos oportunidades a los deseos de la Fraternidad. Se comprende que ahora se pide un texto que pueda ser presentado al público. La pregunta es si podemos firmar ese texto. En una semana los Superiores de la Fraternidad San Pío X se reunirán en Roma para discutir este tema. El Cardenal Levada y la S. C. para la Doctrina de la Fe son conscientes que no pueden exigir un texto que la Fraternidad, por su parte, no pueda justificar ante sus miembros y sus fieles.
— ¿Quién saca mayor ventaja de las conversaciones: Roma o la Fraternidad San Pío X?
Este es un punto muy importante, de modo que lo repetiré: para nosotros no se trata de obtener una ventaja. Queremos que el tesoro que nos ha confiado Monseñor Lefebvre vuelva a ser accesible para toda la Iglesia. En este sentido un reconocimiento canónico sería un beneficio para la Iglesia. Porque así un obispo conservador podría, por ejemplo, pedir a un sacerdote de la Fraternidad que enseñe en su seminario diocesano. Es más, una regulación de nuestra situación podría permitir que ciertos católicos, que antes se dejaban disuadir por etiquetas infamantes, se acercaran a nosotros. Pero no se trata de eso. La Fraternidad creció constantemente a lo largo de 41 años, a pesar del argumento contundente de la “excomunión”. Lo que a nosotros nos importa es la Iglesia católica. Junto con Mons. Lefebvre, queremos también poder decir las palabras de San Pablo: “tradidi quod et accepi” –entregamos lo que hemos recibido–.