Recordemos que Jesús el día de la ascensión, de su retorno al Padre, confía su misión a los primeros apóstoles. Ahora nos confía a nosotros la continuación de la Buena Noticia, generación tras generación, es decir: se fía de nosotros. Cuando sube al cielo piensa que deja en buenas manos la obra de la redención y de la salvación del mundo. Ahora está en nuestras manos y en nuestros corazones. Todo lo que hemos recibido de Dios es como una inversión que Él hacía por el bien de los hermanos. Hemos de proclamar explícitamente nuestra fe cristiana y transparentar nuestro esfuerzo por comportarnos como hijos suyos. Si no lo hubieran hecho muchas generaciones cristianas que nos antecedieron, testimoniando lo que llevaban dentro de sí, nosotros no seríamos cristianos hoy. Para no pocos, la razón de no evangelizar es que a muchos que les rodean no les interesan las cuestiones de la fe. En todo tiempo los cristianos se han encontrado en la misma situación -hasta el mismo Pablo-, pero más que el desinterés del ambiente les ha podido la urgencia de compartir el mensaje que daba sentido a su vida, que otros desconocían.
Sería bueno no olvidar lo que, en una noche de desánimo en Corinto, el Señor le dijo a Pablo, apareciéndosele: «No tengas miedo, sigue hablando y no calles; porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal, pues tengo yo un pueblo numeroso en esta ciudad». También nosotros podemos no tener en cuenta ese «pueblo numeroso» que sólo el Señor conoce.
+ Cardenal Ricardo María Carles, arzobispo emérito de Barcelona