A lo largo de esta pasada Cuaresma han proliferado entre nosotros los comentarios sobre la serie ADOLESCENCIA, emitida por Netflix. Son tan solo cuatro capítulos en los que se muestran, en toda su crudeza, los riesgos en medio de los cuales navegan los adolescentes en nuestra cultura occidental.
Las dos cuestiones detonantes de la crisis del joven de trece años que protagoniza la serie son, por una parte, la presión de las redes sociales, convertidas en un submundo; y, en segundo lugar, la desfiguración de la sexualidad, provocada en buena medida por la difusión por internet de la pornografía y demás modelos antinaturales. Más allá del guion de esta película, es obvio que la pinza ejercida entre las redes sociales y el pansexualismo resulta demoledora para los adolescentes.
Sin embargo, no es mi intención en esta ocasión hablar de ese periodo en la maduración de la vida humana al que llamamos adolescencia, sino del riesgo de la «adolescencia cronificada», es decir, de la inmadurez como estadio permanente.
Decía el Papa Francisco que la madurez de la persona se expresa en tres lenguajes: 1.-- El lenguaje de la ‘cabeza’: Pienso lo que siento y hago. 2.-- El lenguaje del ‘corazón’: Siento lo que pienso y hago. 3.-- Y el lenguaje de las ‘manos’: Hago lo que siento y pienso.
En definitiva, la madurez requiere la integración de lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos. Algo cada vez más difícil de alcanzar en nuestra cultura hiperemotivista, que ha renunciado a dar respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. La madurez solo se alcanza cuando conseguimos un equilibrio entre la búsqueda de placer, el sentido del deber y el principio de la aceptación de la realidad. En definitiva, la madurez requiere superar la tendencia narcisista imperante, aprendiendo a vivir en familia y en sociedad. Supone la capacidad de darse cuenta de que podemos herir a los demás, y descubrir que la propia vocación pasa por el olvido de uno mismo, descubriendo que somos para los demás.
Me parece significativo que la serie ADOLESCENCIA haya renunciado a integrar en su guion el tema del sentido de la vida y las respuestas morales necesarias, limitándose a describir la situación. Es exactamente lo que ocurre en nuestra sociedad, en la que nos llevamos las manos a la cabeza al constatar el aumento exponencial de la crisis de los adolescentes, pero sin ser capaces de reconocer que la frontera del problema no está en los 18 años, sino que nos implica a todos. Es decir, el gran problema está en la inmadurez de los adultos. No somos capaces de dar la respuesta adecuada, por aquello de que nadie puede dar lo que no tiene. Es indudable que hay muchos adultos que viven bajo el ‘síndrome Peter Pan’: evasión de las responsabilidades, dependencia emocional, comportamientos de riesgo, baja tolerancia a la frustración, falta de autocrítica, etc. En definitiva, una inmadurez cronificada.
Llegados aquí, es necesario que nos hagamos las siguientes preguntas: ¿está la madurez al alcance de nuestras capacidades? ¿Estamos condenados a la inmadurez? Los cristianos creemos firmemente que este interrogante tiene una respuesta en Cristo resucitado, la verdadera imagen de la madurez humana. Jesucristo no es solo una promesa de vida eterna, sino que es dador de vida en plenitud. Esto es importante remarcarlo, ya que la pérdida contemporánea de esperanza ha llevado a muchos a dejar de preguntarse por el más allá, y una película como ADOLESCENCIA nos lleva a preguntarnos si existe vida antes de la muerte.
Ciertamente, la respuesta está en Jesucristo, el hombre nuevo. No solo necesitamos contemplar y aprender de su madurez en el Evangelio, sino que requerimos también de su gracia para poder alcanzarla. Así lo dice un texto emblemático del Concilio Vaticano II:
«En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor (…) Él es el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado.» (Gaudium et Spes 22).
Recientemente he tenido la oportunidad de reflexionar sobre «La madurez humana gracias a Cristo». Te lo comparto en este video:
Os deseo a todos una feliz Pascua de Resurrección, lo cual supone la gracia de alcanzar la madurez en Cristo.
+ José Ignacio Munilla,
obispo de Orihuela-Alicante