El martirio en la vida de todos los cristianos (I)
El martirio de Jesús
Cualquier consideración que queramos hacer sobre la realidad del martirio en la vida de la Iglesia, en la vida de los cristianos, debe comenzar por recordar que Jesús es el mártir por excelencia. Toda la vida cristiana, el rescate de la humanidad, y la nueva humanidad nacen del martirio de Jesús.
Jesús es nuestro primer mártir. Y a partir de El la vida de los discípulos, la vida de la Iglesia, la vida de los cristianos es una vida esencialmente martirial. Hoy como siempre, el martirio, real o potencial, es la forma perfecta del seguimiento de Jesús, del amor y de la perfección cristiana.
En el lenguaje cristiano, mártir es el testigo de la fe en Dios, más radicalmente el testigo de la verdad y de la bondad del Dios en quien creemos. El martirio es la palabra más verdadera sin posibilidad de engaño. El mártir mantiene su fe en Dios por encima de la muerte porque está convencido de la verdad de lo que cree y porque está seguro de que ese Dios en quien cree es fuente de vida y vencedor de la muerte.
Ya en el Antiguo Testamento la realidad del martirio aparece como un momento cumbre de la fe. Jesús sabe que el martirio ha sido frecuentemente el fin de los profetas. Bien cerca de él, Juan el Bautista fue martirizado por denunciar los pecados de Herodes. El evangelista nos dice que Herodes “quería quitarle la vida” para acabar con sus denuncias (Mt 14,3).
El autor del IVº evangelio nos lo dice desde el principio como una de las claves para comprender no sólo su relato sino la misma vida de Jesús: “a los suyos vino, y los suyos no le recibieron”. La obra de Jesús podía haberse realizado pacíficamente, pero el pecado y la impenitencia de los dirigentes de Israel hicieron imprescindible su muerte y su martirio. Fueron los intereses de los judíos, que ellos veían amenazados por la predicación de Jesús, lo que determinó su muerte: si este hombre sigue predicando “todos creerán en él, vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar santo y el país entero” (Jn 11, 43). Después de la resurrección de Lázaro los grandes jefes sentenciaron definitivamente a Jesús, “conviene que muera uno solo por todo el pueblo”. Profetizaron sin saberlo.
Jesús supo desde muy pronto que él no iba a tener otro final que la muerte. La parábola de los viñadores homicidas deja ya entrever cuál va a ser el destino de ese hijo enviado por el padre “le matamos y nos quedamos con la herencia” (Mt 21, 38). Y en el sermón eucarístico del cap. VIº Juan anota “Jesús sabía quien le iba a entregar” (Jn 6, 64). Seguramente el evangelista con esta alusión quiera mostrar la relación entre la muerte de Jesús y la donación de su sacrificio a la Iglesia en el sacramento de la Eucaristía.
La meditación de las Escrituras y la experiencia del rechazo creciente de su palabra le hacía ver cómo la muerte violenta iba a ser el final y el cumplimiento de su misión: “cuando el Hijo del Hombre sea levantado en alto entonces veréis que Yo Soy” (Jn 8,27). Jesús hace siempre lo que agrada al Padre y sus contemporáneos no comprenden ni aceptan al verdadero Dios de la Alianza.
En las polémicas con los judíos, que Juan recoge con tanto detalle, Jesús presiente la cercanía de su muerte. Su presencia resulta peligrosa para sus mismos familiares. Le animan para que se vaya a hablar a Judea. Y Jesús descubre su situación interior, “a vosotros no os odian, pero a mí sí, me aborrecen porque denuncio sus malas obras”. Las discusiones, las polémicas en torno a su persona iban aumentando el odio y el miedo de los fariseos (Cf Jn 7). El ve su destino anunciado en las viejas profecías, como Jonás estará tres días en el vientre de la ballena, en el seno de la tierra, y a los tres días volverá a la vida para la glorificación de Dios (Mt 12, 38).
El encargo que ha recibido de su Padre le lleva a dar la vida por sus ovejas. Nadie se la quita, él la da como un acto de amor y de fidelidad, ante todo al Padre que le ha enviado, y también a las ovejas cuyo cuidado le ha encomendado. Esta decisión de dar la vida diferencia al Buen Pastor de los falsos pastores que son ladrones y saqueadores (Cf Jn 10, 5, 15, 17). Algo tan esencial como el amor de su Padre está vinculado a esta entrega de su vida “El Padre me ama porque yo doy mi vida por mis ovejas”. Nadie le quita la vida sino que la ofrece El voluntariamente, como contenido esencial de la obediencia amorosa con la que vive en comunión con su Padre cumpliendo su voluntad y realizando su obra de salvación.
En otro momento, la cercanía de los gentiles avivó en él la conciencia de su muerte, “está llegando la hora del Hijo del Hombre, si el grano de tierra no muere no da fruto, pero si cae en tierra y muere da mucho fruto. El que ama su vida la pierde, el que odia su vida en este mundo la guarda para una vida eterna”. Este va a ser su destino y el de sus verdaderos discípulos “El que me sirva que me siga, y donde yo esté allí estará también mi servidor”. Su reacción anuncia las angustias de Getsemaní, “¿qué voy a decir, Padre líbrame de esta hora? Yo para esto he venido al mundo”. La glorificación del Padre, el cumplimiento de su obra es la razón suprema de su vida y de su muerte “Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12, 23). Entregando su vida Jesús glorifica el nombre del Padre porque abre el camino para que el Padre manifieste su poder y su misericordia llevando a cabo la gran obra de la recuperación y la salvación de la humanidad.
El sabe muy bien que su muerte significa cumplir la voluntad del Padre y volver a su presencia con la carga del mundo a cuestas: “Me vuelvo al que me ha enviado. Me buscareis y no me encontrareis, porque donde yo voy no podéis venir”.(Jn 7, 33; 8,21). Esta misma idea aparece insistentemente en las conversaciones de despedida con sus discípulos”. (Jn 13, 33 y 14).
Por tres veces anuncia a los discípulos la inminencia de su muerte. Jesús quiere prepararlos para que ese trágico final no les escandalice ni destruya su fe (Mt 16, 21; 17, 22; 20, 17). Les advierte para que estén preparados, pues ellos tendrán que beber el mismo cáliz que va a tener que beber él (Mt 20, 23).
A lo largo de los evangelios queda muy claro que la vida y el ministerio de Jesús son un combate de fondo entre Jesús y el Demonio. El anuncio y la implantación del Reino de Dios suponen la derrota y la desposesión del Príncipe de este mundo. El Demonio es un usurpador que tiene a los hombres cautivos y ve amenazado su imperio por la persona de Jesús, por su ministerio de salvación y de misericordia. Por eso intenta seducirlo y apartarlo de la obediencia al Padre en el desierto, pero Jesús lo rechaza apoyándose en la palabra de Dios “Al Señor tu Dios adorarás y a El solo darás culto” (Mt 4, 10).
Jesús interpreta la llegada de su muerte como la llegada del Príncipe de este mundo. No tiene ningún poder sobre él. Pero para que el mundo sepa que él ama al Padre y que cumple en todo su voluntad, Jesús tiene que afrontar la inminencia de su muerte (Cf Jn 14, 30). La muerte es “su Hora”, la hora de cumplir definitivamente su misión. El ha venido al mundo para dar testimonio de la Verdad (Jn 18, 37), esa Verdad que le llena el alma y que es la verdad suprema de la bondad y de la misericordia universal del Padre que perdona los pecados del mundo y envía su Espíritu para abrirnos las puertas de su vida eterna. Ese testimonio va a ser el sentido y el esplendor de su muerte: Padre perdónalos, todo está cumplido (Jn 19, 30).
En resumen, la muerte de Jesús es martirio, porque es testimonio de amor fiel al Padre y testimonio supremo de amor hacia nosotros por quien ofrece su vida para destruir el poder del pecado y abrirnos los caminos de reconciliación, de la esperanza y de la salvación. En su muerte rescata y afirma de una vez para siempre el poder de la piedad y del amor, el poder de la libertad del justo y de la obediencia amorosa del Hijo, sobre todos los poderes de la tierra dominados por la codicia y convertidos en instrumentos del Demonio.
Esta muerte terriblemente injusta y cruel, la vive interiormente Jesús en la Ultima Cena haciéndola sacrificio de alabanza y de redención. En la Cena vive religiosamente el combate de su obediencia y de su fidelidad que se va a desatar psicológicamente en la oración de Getsemaní. “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42).
La carta a los Hebreos presenta la muerte de Jesús como un sacrificio definitivo mediante el cual Jesús se consumó en la obediencia y por eso mismo, resucitado por Dios, llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedezcan (5, 9).
La Eucaristía es la celebración de la muerte de Jesús, no sólo de su muerte, sino de su ofrecimiento, de la entrega voluntaria de su vida como acto supremo de obediencia y de amor. No es extraño que quienes se alimentan de ella sean capaces de imitar a su Maestro dando la vida por amor. La comunidad que nace en torno a la mesa de la Eucaristía es una comunidad martirial. No podía ser de otra manera.
Seguirá…
+Fernando Sebastián Aguilar
10 comentarios
De "tejas abajo" , al objeto de sacar una aplicación práctica para la vida ordinaria, me ilumina contemplar varias veces al día, en cualquier circunstancia y lugar, la Pasión y Muerte de Jesucristo, considerar su Humanidad Santísima padeciendo hasta el límite. Así, he descubierto el sentido necesario del dolor, por su valor redentor unido a Cristo. Podía Él habernos redimido sin los padecimientos de la Cruz, pues cada milésima de segundo de su existencia terrena hubiera sido suficiente. Pero nos amó hasta el extremo, nos hizo explícito su amor dando su vida por nosotros (por mí, por cada uno) en la Cruz. Por éso, nuestros sufrimientos y contrariedades diarios, sean los que fueren, dejarán de serlo si miramos a Cristo crucificado y contemplándole los ofrecemos por cualquier intención (¡hay tantas!). Es más, en la Santa Misa los pondremos en la patena y subirán al Padre con la ofrenda de valor infinito que es su Hijo. Si no se hace así, se desperdician estérilmente.
Busquemos y abracémonos a las pequeñas mortificaciones que se nos presentan cada día, busquémoslas nosotros. La vida ordinaria nos ofrece el mejor camino de santificación si la vivimos en la presencia de Cristo. Reivindico que nuestros sacerdotes en sus homilías y en toda ocasión hablen más de la Pasión sufriente de Jesús y de la mortificación como práctica habitual de piedad para todo católico, que es fuente segura de paz.
Monseñor, por piedad, ayudenos a soportar la Cruz,desde nuestra vida tan comoda; quitenos ud, el miedo al martirio y al sufrimiento desmedido que esto conlleva.Denos siempre esperanza, alegría y calor de hogar en la resurrección.Con Don Antonio Machado,yo no quiero verlo ("que no quiero verlo")al Cristo colgado simepre del madero, sino "al que anduvo en la mar".Un estremecido saludo.
¿Por qué produce a muchos escándalo Cristo crucificado?
Él no nos pide que suframos martirio, no. Mártires ha habido muy pocos. Él nos pide que le amemos, que cumplamos sus mandamientos, que seamos buenos hijos suyos, de su Madre y de la Iglesia. Muchas veces, una sonrisa se hace más difícil que pasar sin comer. Quiere que aprendamos a ser como Él, aprendiéndolo en el Evangelio.
No nos escandalicemos de la Cruz de Cristo, sino consideremos cómo nos ama, que fue capaz de hacerse hombre y padecer un insufrible tormento, para evidenciarnos que su amor por cada uno de nostros es total. No escondamos la Cruz de Cristo, que en la Santa Misa se utilicen correctamente las rúbricas establecidas (..." para que este sacrificio Mío y vuestro", que muchos sacerdotes omiten), reivindico que que se explique bien a los católicos que la Santa Misa es ante todo la actualización del sacrificio de Cristo en la Cruz, que no se oculte ésto hablando de cena, banquete de vida, asamblea, etc., sin resaltar que se trata, ante todo del sacrificio de Cristo en la Cruz, que se hace presente de forma incruenta en el altar. Reivindico que se explique claramente a los fieles que van a Misa que la actitud que Cristo espera de cada uno de nostros es estar presentes como si estuviéramos al pie de su Cruz en el Gólgota.
Si mi madre o padre, qepd, hubieran dado expresamente su vida por salvarme, como por ejemplo lo hizo el santo Kolbe, al recordarlo yo no me escandalizaría, sino que ardería con el fuego del amor que el Espíritu Santo me infundiría.
¿Por qué escandalizarse de la Cruz de Cristo? No, al contrario, es en lo único en que podemos gloriarnos, en Cristo crucificado. ¡Que hay defecciones en la Iglesia porque no se entiende la Cruz?
No pasa nada, Jesús también se quedó solo, y su Iglesia aquí perdura después de más de 2000 años, y perdurará hasta el fin de los tiempos.
¡Ánimo, gocémonos en la Cruz de Cristo y nuestra cruces, siempre pequeñas, ya no lo serán!
hombres
Leyéndolo he recordado a los mártires españoles de los años 30, que fueron torturados y asesinados por no renegar de su fe, demostraron un valentía y un amor a Dios inmensos. Sin duda, estaban convencidos de la verdad de lo que creían, que Dios es fuente de vida y vencedor de la muerte. Si el cristiano es un mártir, un testigo de la verdad de Dios, debe defenderla en todo lugar y en todo momento. Por eso muchos obispos y sacerdote pueden decir como Jesús “a vosotros no os odian, pero a mí sí, me aborrecen porque denuncio sus malas obras”.
Monseñor, amigos, ¿qué quiere decir Jesús cuando afirma :”El que ama su vida la pierde, el que odia su vida en este mundo la guarda para una vida eterna”? ¿Cómo se puede odiar la vida si cada día es un regalo de Dios, si hasta al más desgraciado le cuesta despedirse de ella? Se puede estar con Dios también aquí. Quedad con Dios. Hasta pronto.
Estimado Alfonso,
La crucifixión era una tortura horrenda. El martirio, a lo largo de la historia, ha sido recibido con gozo por muchos santos ya que es una forma de poder identificarse mejor con el Divino Maestro. Con todo, el «¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz! Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42) sugiere que no fue precisamente gozo lo que experimentó nuestro Señor. En el resto de lo que dice, no puedo estar más de acuerdo con usted. Pero creo que debemos tener muy presente que el martirio es algo que nunca podremos abrazar sin una Gracia especialísima. Digo esto para que nos aclaremos: Cristo quiso redimirnos dejándose torturar hasta la muerte y sufriendo lo indecible.
Muy oportuna su reivindicación: «que se explique claramente a los fieles que van a Misa que la actitud que Cristo espera de cada uno de nosotros es estar presentes como si estuviéramos al pie de su Cruz en el Gólgota». Como decía san Alfonso María de Ligorio, «tened por cierto que el tiempo que empleéis con devoción delante de este divinísimo Sacramento será el tiempo que más bien os reportará en esta vida y más os consolará en vuestra muerte y en la eternidad. Y sabed que acaso ganaréis más en un cuarto de hora de adoración en la presencia de Jesús Sacramentado que en todos los demás ejercicios espirituales del día».
Un saludo
Fernando María, es verdad que la visión de la Cruz encoge el corazón si ponderamos la injusticia y el horror de semejante situación. Pero la visión cristiana no se queda en el dolor exterior, sino que hay que asomarse a la realidad interior de lo que allí está ocurriendo, la ceguera, la crueldad, la indiferencia de los agentes de la condena y muerte de Jesús (Judas, los dirigentes judíos y los políticos Herodes y Pilatos, instrumentos del Maligno, como símbolos y representantes de todos los que alguna vez hemos preferido los bienes de este mundo al amor y a la obediencia del verdadero Dios), enfrente Jesús, inocente, sereno, paciente, y en último termino (o en el primero) el Padre del Cielo y la Trinidad Santa que quisieron la encarnación del Verbo sometiéndolo a los poderes del mal y a las aberraciones de los hombres pecadores. Pero en este sometimiento se afirma la fuerza infinita de la bondad de Dios, más fuerte y más poderosa que todos los poderes y las idolatrías de este mundo.Jesús, en su muerte, rompe y destruye para siempre el poderío del Demonio en el mundo, destruye el muro que separaba el mundo de los hombres del mundo de Dios. Es la redención, la recuperación de la humanidad para Dios, el retorno de la humanidad pródiga a la casa del Padre, a costa de su vida, por la fuerza de su sangre derramada. La visión del Calvario no es para huir, sino para acercarnos compungidos y llenos de amor agradecido.
Estoy de acuerdo con Alfonso Queipo, nuestra fe reclama una respuesta de amor total a este amor de Jesús manifestación del amor de la Trinidad por nosotros. La religión de Jesús es religión de amor y de ofrenda de sí. Pero esto, en un mundo de pecado, como explicaré más adelante, lleva consigo la dispoción de ser fiel hasta la muerte si es preciso. Jesús preparó a sus discípulos para el martirio. "Padecereis persecuciones"
Pedro, para entender esa expresión de Jesús, y otras semejantes (deja lo que tienes... toma tu cruz... beber mi cáliz...) hay que tener en cuenta que Jesús no se sitúa en el mundo inocente y hermoso como salió de las manos de Dios (algo parecido al Paraíso perdido de los orígenes), Jesús se sitúa en el mundo concreto en el que vivió y en el que vivimos, un mundo deteriorado por el pecado de los hombres y por el poder del demonio, un mundo donde hay muchos corazones pervertidos que no aman la justicia, un mundo, en fin, que a El le rechaza y lo mata, como a muchos de sus discípulos (porque no van a ser los discipulos mas que su Señor). Para seguirle a El hay que estar dispuesto a dejar este mundo pervertido, incluso a perder la vida a manos de los enemigos del Reino, físicamente o por lo menos espiritualmente, para poder vivir de verdad en la justicia y en la vida eterna. Todo esto lo desarrollaremos más adelante.
Postdata. No me mareo por nada, porque ya soy viejo y se muy bien que no soy nada y que Dios es el origen de todo, y que lo más nuestro son las tonterías que hemos hecho en la vida y de las cuales esperamos ser perdonados por Dios y por los hombres. Paz y Bien.
La sabiduria , la bondad y la fuerza espirítual conducen a Dios. Son obra de Dios.Luego Dios existe.Claro como el agua clara.Gracias otra vez¡¡.
Bueno, yo voy a patentar otra: Personas como Fernando, Pedro, Ana, Cuca, Abigail, RNA, Unitas... que dedicamos una parte del día a leer a Mons. Sebastián confiando encontrar en sus palabras a Jesús que nos sigue hablando y queriendo, es una prueba de que Dios existe.
Yo no entiendo todavía la teología de la gracia-libertad, pero confío en llegar a comprenderla, leyendo y viendo testimonios de personas en las que gracia-libertad se relacionan con asombrosa contundencia. Los mártires, los confesores, los sacerdotes, religiosos y laicos que encontramos dispuestos a dar la vida por Jesús, y dándola, de hecho. Saludos agradecidos.
Es posible que sea una barbaridad, pero creo que si se explicara así la Cruz de Cristo, dejaría de ser escándalo que alejara a los no creyentes de Dios, porque ¿cómo no admirar el amor infinito de un hombre “que todo lo hizo bien”, entregado por la maldad, injusticia e intereses, y que derramó hasta la última gota de su sangre sin rebelarse? Incluso prescindiendo de la fe, hay un ejemplo humano admirable que todos pueden entender.
Otra cosa es cómo se ha explicado, en ocasiones y durante siglos, por la pastoral de la Iglesia, el Misterio de la Redención. Lo indica el Cardenal Ratzinger en varios de sus libros. Voy a resumir; si no está bien usted me corrige. Se trata de la teoría de la satisfacción, ideada por Anselmo de Canterbury que, en clave racionalista –esto lo digo yo- afirmaba que el hombre ha ofendido a Dios. Por la majestad del ofendido –Dios- la culpa es infinita y no puede ser satisfecha por el hombre porque es finito. De ahí la Encarnación del Hijo, que participando de la naturaleza humana, al tiempo que la divina, podía restablecer el orden y la justicia, conculcada por el pecado. Ratzinger explica que es una teoría errónea, que lejos de resaltar el amor infinito del Padre enviando a su Hijo, que, en obediencia, nos redime del pecado, más bien presenta la imagen de un Dios juez celoso e implacable al que sólo le interesa que se restablezca la justicia. Además así resultaría necesaria la Encarnación y Redención y no totalmente gratuita, emanada sólo del amor divino.
Por otro lado aún se siguen citando, en la Misa, literalmente las palabras de San Pablo, “Dios que no perdonó a su propio Hijo”… Por favor, Monseñor, no se podría atender al sentido de sacrificio y dolor del propio Padre Dios, al entregar a su Hijo, que es lo que se deduce del texto paulino? Por citar otro ejemplo de esa deplorable visión, en el bello canto de “Perdona a tu pueblo Señor”, hay una estrofa que dice “No estés eternamente enojado” que todos hemos cantado a lo largo de nuestra vida en Semana Santa, pero que, por suerte, al menos en mi Parroquia, ha sido sustituida por otra más acorde con el sentido de la Redención.
Es verdad, Cuca, yo nunca creí esas teorías cuando nos las explicaban en clase. No las encontraba compatibles con las abundantes enseñanzas del evangelio sobre el amor y la misericordia de Dios. ¿Cómo va exigir nada el Padre, si es El, con su amor, el inicio de todo, el inicio de la encarnación y de la redención? En fin, la única conclusión válida y acertada de estas deficiencias en las expresiones de nuestra fe, que velan el amor de Dios, es rezar más, estudiar más, para comprender mejor la obra de Dios y poder exponerla menos mal a nuestros hermanos. Siempre conclusiones positivas y poniéndose uno mismo por delante. Lo dema´s no construye, ni son lamentaciones sinceras. El amor de Dios llene nuestros corazones.
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