Una virtud indispensable en las misiones
Ushetu, Tanzania, 8 de julio de 2014.
Queridos familiares y amigos:
Espero que se encuentren muy bien todos.
En los últimos días venía pensando en que tenía que escribirles algunas líneas para mantenerlos informados de los sucesos de estos lados, sobre todo para que no se preocupen, ya que varios me preguntan sobre mi vida “solitaria” en la misión. Pienso que algunas de las cosas que viví hoy merecen ser escritas, aunque no se aparten mucho de lo cotidiano que vive un misionero, y no me refiero solamente a mi caso, sino al de tantos misioneros en condiciones tan dispares.
Hoy, por ejemplo, fue uno de esos días en que se ponen a prueba la paciencia y los nervios.
Cosa que pienso se da en la vida de todo misionero, por la sencilla razón de que las cosas no van al ritmo que uno quiere, porque no salen como uno quiere o tenía pensado, porque la gente de aquí tiene costumbres diferentes a las nuestras. Yo debo repetirme varias veces esto, y recordar que la gente de aquí, por ejemplo, no usa el reloj. Y eso es así de simple a tal punto que cuando se dice una hora… nunca está mal demorarse, porque simplemente, no hay demora. Las actividades comienzan cuando llega la gente, es muy simple, y no hay que porfiar en que sea de otra manera, porque nuestros criterios no cuadran aquí. Sobre todo en las aldeas, donde la gente vive lejos, en medio del campo, y la vida campestre les tramite una tranquilidad y parsimonia muy característica… sobre todo en las horas de calor intenso, con el sol del mediodía calentando la tierra.
Hoy salimos con el catequista, un seminarista menor, y cinco monaguillos hacia la aldea de Bulela. Esta aldea está un poco lejos, pero se puede llegar bien en vehículo, luego de un viaje de una hora aproximadamente. El camino, si bien está bueno, apenas permite pasar el auto, que es raspado casi constantemente por las ramas durante todo el viaje. El paisaje es muy cautivante, al menos a mí me gustó mucho, porque es una zona de monte virgen, bosques de árboles grandes y altos, y mucha sombra. Y en ésta época de sequía se la vista se asemeja a la de nuestro otoño, con hojas en el piso, y mucha variedad de colores, entre verdes, amarillos y rojos en las hojas. De vez en cuando aparecen algunas casas, en medio de la nada, en algún terreno que han limpiado de árboles, junto a su terreno de cultivo de maíz, mandioca, o tabaco.
Al llegar a la aldea de Bulela nos encontramos con el catequista que nos esperaba junto al camino. Luego del tradicional intercambio de varios saludos, le preguntamos si nos dirigíamos a la capilla. Nos dice que no, porque la capilla se cayó. Ya empezamos con las sorpresas, pensaba yo… Aunque esto suele pasar, con las construcciones de aquí, de barro y techo de paja, que no son sino para un par de años nada más. En fin, nos dice el catequista que habían preparado todo para hacer la misa en la casa de una de las parejas que se casaban.
Si bien yo iba por el “matomolo”, aprovechamos que se junta la gente y que va el padre, para celebrar algunos sacramentos, como bautismos y matrimonios, como frecuentemente lo hacemos en otras aldeas. Lo del matomolo ya les he explicado de qué se trata, que es la bendición de los frutos de la cosecha, y la ocasión de que los fieles ofrecen una parte para la iglesia, como un diezmo. En el viaje hacia la casa de los novios, nos enteramos que no habían preparado nada del matomolo, y las sorpresas seguían…
Llegamos a la casa, y allí estaba dispuesto celebrar la misa, en la que también habrían cinco bautismos y dos casamientos. La gente iba llegando de a poco, así que así de tranquilos, comenzamos por el té y los chapatis… luego de charlar un rato, les ofrezco confesiones… a todo esto ya eran cerca de las 11:00 de la mañana. Luego de confesar cerca de una hora, ya estábamos listos para comenzar la misa, porque la concurrencia era nutrida. Pero lo que es para destacar, es que había entre los invitados muchos no católicos, digamos como dicen acá, paganos, a secas.
Esto hizo que si bien el gran número de los presentes participaban y cantaban, otro grupo charlaba y reía. Claro que no con malicia, sino simplemente ignorancia… no sabían lo que pasaba. Y allí comenzaron mas que nada las pruebas a la paciencia, entre los repetidos pedidos de silencio, que se hacían… y a los dos minutos resurgía el barullo. La cocina que estaba tan cerca, porque se cocina con fuego al aire libre, donde las mujeres alegremente trabajaban, y por supuesto, conversaban y reían también… porque es una fiesta de casamiento. Por momentos el humo de los fogones se dirigía al lugar de la misa… y hasta tuvimos la buena suerte de que un gran remolino de tierra pasó justo por el medio de la concurrencia, gracias a Dios, no todavía con las ofrendas en el altar. Sumemos que el audio hacía un ruido bárbaro, junto al generador de electricidad. El catequista de la aldea, que me sostenía el micrófono, a su vez daba órdenes y pedía cosas, mirando para otro lado, y yo trataba de esquivar algún microfonazo. Si a todo esto le agregamos que ya eran las 3:00 de la tarde, y que comenzaban luego de la misa con la tradición de los regalos a los novios. Creo que la prueba de paciencia estaba completa.
En medio de todo esto, recordaba las palabras del P. Carrascal en su precioso libro, que cada día valoro más, hablando de la paciencia necesaria al misionero: Todos los misioneros están concordes en afirmar que la paciencia es virtud indispensable y característica en misiones. (…) Paciencia, si los acontecimientos no siguen el curso que nosotros queremos. Paciencia, si los demás no marchan a nuestro compás.
Después de hacer uno derroche de paciencia, nuestro caudal debe quedar con reservas suficientes para sonreír de veras, para seguir hablando como si nada hubiera pasado, o nada estuviera pasando. ¿Vas viendo dónde están las heroicidades de la vida misionera?
Los extranjeros somos por temperamento, por educación y aun por cultura, sumamente impacientes. Traemos con nosotros el mal de la época, la prisa de la vida (…) Esa prisa la traemos también a misiones. Por desagradable que esto nos resulte, las cosas son como son y es mucho más racional que nosotros nos acomodemos a ellas, mientras no podamos ir haciendo que, poco a poco, ellas se acomoden a nosotros. Por eso la primera receta que hay que propinar al novel misionero es la calma y que se persuada, a poder ser de una vez para siempre, que hay muchos países en los que el tiempo no se cuenta. Los misioneros veteranos te previenen que si no entras por esta filosofía lo vas a pasar mal.
No es posible “domarlos”, como se dice, porque antes caerás rendido en la demanda. Son ellos muchos y tú eres solo; por eso es el misionero el que tiene que domar y echar frenos a sus prisas y transigir con esto y con esto, y llevar un caudal enorme de paciencia, y un heroísmo auténtico, aunque muy poco novelesco y aparatoso.
¡Tanto me ayudó la lectura de ése libro antes de venir a la misión!, y hoy en esos momentos me daba una mano tan grande, para entender bien lo que debía hacer. No puedo decir que no perdí nunca la paciencia en éste día, no soy un modelo de paciencia. Pero el recuerdo de esas palabras de un experimentado misionero, que recordé en algunos momentos, me sirvieron para no perder el control de la situación.
Ciertamente que me ayudó mucho el pensar en lo que estaba haciendo en ése momento, en ésa aldea, en ésa Santa Misa. Mas allá de las dificultades para concentrarse, estaba haciendo presente a Jesús en la Eucaristía en esa aldea tan lejana de nuestra misión, a la que solo podemos ir cuatro o cinco veces en el año. Antes de la misa, pude confesar casi una hora. Y en ése momento estaba haciendo cinco bautismos, de tres niños y dos adultos. Los adultos a su vez recibieron la primera comunión y se casaron por iglesia. Un derroche de gracia por donde se lo mire.
Y ni hablar de que la gente estaba feliz, por esa fiesta, por esa misa, por esos bautismos, comuniones y casamientos.
En una aldea lejana, bajo una enramada de una humilde casa, porque la pobre iglesia de barro se había derrumbado, Cristo se hizo presente en la Eucaristía y con la fuerza de sus sacramentos.
Al llegar a la misión, luego de la hora de viaje de regreso en auto, y al acabar de “desensillar”, fui a rezar las vísperas a la iglesia, y el himno de vísperas que he leído tantas veces, hoy me llamó mucho la atención:
Mentes cansadas,
manos encallecidas,
labriegos al fin de la jornada,
jornaleros de tu viña,
venimos, Padre,
atardecidos de cansancio,
agradecidos por la lucha,
a recibir tu denario.
Llenos de polvo,
el alma hecha girones,
romeros al filo de la tarde,
peregrinos de tus montes,
venimos, Padre,
contentos por servir a tu mesa,
a recibir tu denario.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE
Misionero del Instituto del Verbo Encarnado
4 comentarios
Quizás esta, entre risas, charlas, humo y cacerolas, se pareció más a la primera.
(entre paréntesis, no podría ser yo misionero. pero si viniera un misionero de allá a la jungla de asfalto, sería curioso verle adaptarse al corre-corre y al tirano reloj que nos domina)
A pesar de todo me ha hecho, también, reír al imaginarlo, en medio de la barahúnda, esquivando microfonos. Aguardando su próxima nota, le guardo en mis oraciones.
En comunión de ellas
MariCris de Jesús
Yo creo que nuestra vida es la artificial, en el literal sentido: artificio, falso. La urgencia en medir el tiempo es para que ese artificio pueda perpetuarse y que todos sigan bailando al mismo ritmo frenético.
Por tanto, esas regiones no tienen una vida distinta. Nosotros somos los que tenemos una vida distinta. El misionero lo que finalmente hace es bajarse del tren y volver a lo que originalmente el Hombre siempre fue.
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