La preocupación de la Santísima Virgen

Queridos lectores, en el artículo anterior contemplábamos la gran importancia de los Novísimos: Juicio, Cielo, Purgatorio, Infierno. En esta ocasión, es para mí una gran alegría referirme a la Virgen, Nuestra Señora. Y deseo hacerlo exponiendo el que es el mayor interés y al tiempo, como digo en el título del post, la mayor preocupación de Nuestra Madre del Cielo, que tiene todo que ver, precisamente, con los Novísimos. Sé bien cuál es dicha preocupación, porque Ella misma lo ha expuesto, muchas veces, en sus apariciones. Apariciones que, muy significativamente, se han intensificado en los últimos dos - tres siglos, como bien ha apuntado, en más de una ocasión, el catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá de Henares, D. Javier Paredes, gran experto en las apariciones de Nuestra Señora.

La mayor preocupación de la Santísima Virgen, como no podía ser menos, coincide plenamente con el mayor interés de Nuestro Señor Jesucristo y por el cual derramó Su Sangre y dio Su Vida en la Cruz: La salvación de nuestras almas; o, dicho de otro modo, nuestro máximo bien, que no es otro que llegar a la plena unión con Dios, en el Cielo. Y esa preocupación de la Virgen es muy real. Resulta muy impactante, en este sentido, la imagen de Nuestra Señora de La Salette (la que ven ustedes al principio de este artículo), que oculta su rostro entre lágrimas de sufrimiento y zozobra… Sus apariciones tuvieron lugar a partir del día 19 de septiembre de 1846.

Yo debo confesar, no obstante, que las apariciones que más me influyen, las que son más importantes para mí son, sin ningún género de duda, las de Fátima. Tanto las apariciones de la Santísima Virgen a los tres pastorcitos Lucía, Jacinta y Francisco como las previas del Ángel de Portugal a dichos niños. Y, siendo muy llamativas las predicciones de Nuestra Señora sobre las dos guerras mundiales y Rusia, no obstante, me impresiona mucho más que la Virgen Santa María quisiera, no ya hablar del Infierno a los pastorcitos, sino ¡Hacérselo ver…! ¡Y oír…! ¡A unos niños de no más de diez años…! Esto es muy sorprendente. No puede decirse que la Virgen fuera dura con los niños por tal motivo; de hecho, dos de ellos están ya canonizados y en su santificación, sin duda, influyó poderosamente, dicha visión. No obstante, como señala D. Javier Paredes, la Virgen quiso dirigirse a unos humildes niños para, a través de ellos, dirigirse a todos nosotros. Veamos, pues, lo que escribió, en su momento, Sor Lucía sobre el llamado Primer Secreto, esto es, la visión del Infierno:

Nuestra Señora (…) abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados —semejante al caer de las chispas en los grandes incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor (Debe haber sido ante esta visión que solté aquel ‘ay’, que dicen haberme oído exclamar). Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros tizones en brasa.

Como puede verse, los pastorcitos y, más concretamente, Sor Lucía, nos han dejado un testimonio aterrador y bastante detallado de lo que vieron. Todo esto que vieron estos niños es real, absolutamente real. Y más nos vale creerlo firmemente. Porque, entre otras cosas, Sor Lucía dejó claro que el Infierno no está vacío. Allí hay demonios y almas humanas y los pastorcitos podían diferenciar los unos de las otras. Resulta llamativo, también, el detalle de que las almas de los condenados “flotaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían”. Las llamas que de ellas mismas salían. No me parece un detalle menor.

Pues bien, siendo esto así, fijémonos ahora en lo que Nuestra Madre del Cielo dijo a estos santos niños tanto antes, como después de la visión. Justo antes, les dijo lo siguiente:

Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces y, especialmente, cuando hagáis un sacrificio: “¡Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!”

Después de la visión, la Santísima Virgen añadió:

Habéis visto el Infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz (…) Cuando recéis el Rosario, decid después de cada Misterio: “Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del Infierno, lleva todas las almas al Cielo, especialmente las más necesitadas”.

En este punto, quiero detenerme en otro detalle. Nuestra Señora pide rogar, en especial, por las almas más necesitadas. ¿Y cuáles son esas almas? A mi entender, esas almas son las más malvadas, las más perversas, las que están más alejadas de Dios. Ésas son. Por eso mismo son, precisamente, las más necesitadas. Dicho de otro modo: Las personas por las que menos nos apetecería rezar, es por ésas por las que hay que rezar más. Más aún, Sor Lucía dejó por escrito, también, lo siguiente:

Tomando un aspecto muy triste, la Virgen añadió: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al Infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas”.

Muchas almas van al Infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas. Recuerdo que la primera vez que leí estas palabras me impresionaron mucho. No es para menos. El mensaje de Nuestra Señora, por tanto, no puede ser más claro e insiste en ello en todas sus apariciones: Para nuestra propia salvación y la de otras muchas personas, hay que rezar y hacer penitencia. Dios quiere contar con nuestra colaboración en esa santa tarea. No en vano escribió San Pablo: “Completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo” (Colosenses 1, 24). Resulta sorprendente, desde luego, que el Apóstol afirme que hay que completar la Pasión de Cristo. Pero así es, ha sido Voluntad de Dios que así sea. Y esto nos atañe a todos: Ministros de la Iglesia, religiosos y seglares. Los pastorcitos de Fátima eran unos niños y también a ellos se les pidió que rezaran y se sacrificaran por las almas. Y lo hicieron, con la ayuda de la Gracia de Dios, que les fortaleció, tal como les aseguró la Santísima Virgen que sucedería.

Y ¿Cómo hay que sacrificarse? Esta pregunta la dirigió Lucía al Ángel de Portugal, durante sus apariciones, previas a las de Nuestra Señora. Y el Ángel, como no podía ser menos, lo explicó muy bien:

De todo lo que pidierais, ofreced un sacrificio como acto de reparación por los pecados con los cuales Él (el Altísimo) es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed, así, sobre vuestra Patria la paz (…) Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe.

El Ángel pidió a los pastorcitos y, con ellos, a nosotros, que ofrezcamos “constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo”. Y mencionó de forma especial el sufrimiento que no es buscado voluntariamente, sino que nos sobreviene por Voluntad de Dios, en pro de nuestra salvación y la de otras personas. No podemos pensar, pues, que a Dios le agrada que suframos por el sufrimiento mismo. No es así, Dios quiere que seamos plenamente felices y, de hecho, los Santos, en el Cielo, lo son. Sin embargo, el amor en medio del sufrimiento tiene, como es lógico, mucho más mérito que el amor en medio del gozo y, por eso, nos purifica y puede purificar, también a otras personas. Dios, que tiene muy presente lo que sucede en esta vida caduca y en el Más Allá, lo sabe y de ahí que no solo permita que, a veces, suframos, sino que, como dijo el Ángel de Portugal, nos envíe dolores. Todo esto lo entenderemos plenamente en el Cielo y veremos muy clara la gran Misericordia que Dios tuvo con nosotros y muchas otras personas, al hacerlo así. Además, si Dios quiso que Su Divino Hijo, siendo inocente, padeciera terriblemente por nosotros y que, en unión con Él, sufriera también la Santísima Virgen, nadie puede verse libre de ello. Sobre todo, cuando nosotros no somos inocentes, sino que somos pecadores. No obstante, al mismo tiempo, resulta consolador pensar que nuestros dolores contribuyen a nuestra salud espiritual y que, por medio de ellos, podemos ayudar a otras personas. Si Dios quiere, en el Cielo veremos a cuántas personas ayudamos con nuestras oraciones y sacrificios en la Tierra y esto nos llenará de gran gozo.

Ahora, pues, que estamos en Cuaresma, es muy buen momento para prestar oídos a lo que nos pide nuestra Madre del Cielo queridísima y tener muy presentes sus palabras. Asumamos y compartamos su celo y su sed por la salvación de las almas, por las que Cristo sufrió su Pasión y Muerte en Cruz. Recordemos que a Ella misma, siendo el Niño Jesús muy pequeñito, le fue profetizado que una espada traspasaría su alma; y, no obstante, Ella estuvo, siempre, unida a la Voluntad de Dios como ningún Santo lo ha estado nunca (al margen claro está, de Nuestro Señor Jesucristo, Quien es Dios mismo). Por eso mismo, Ella ha amado a Dios como nadie más lo ha hecho en toda la Historia, salvo Jesucristo; en medio, además, de una vida extremadamente humilde y discreta. Sigamos su ejemplo admirable, el de los Santos Pastorcitos de Fátima y el de todos los Santos. Con ayuda de la Gracia de Dios, lo lograremos. Recemos mucho y hagamos penitencia por los pecadores y por nosotros mismos. Asistamos al Santo Sacrificio de la Misa y recemos, de forma especial, el Santo Rosario, añadiendo, tras cada Misterio, la breve oración que, como hemos visto, la Virgen enseñó a los Pastorcitos. Que Dios, en su infinita Misericordia y bajo la intercesión de María Santísima, nos conceda hacerlo así. Especialmente, por las almas más necesitadas, aquellas que están muy lejos de Dios y no tienen a nadie que se sacrifique y rece por ellas. Así sea.

2 comentarios

  
Luis Fernando
Dices:
Nuestra Señora pide rogar, en especial, por las almas más necesitadas. ¿Y cuáles son esas almas? A mi entender, esas almas son las más malvadas, las más perversas, las que están más alejadas de Dios. Ésas son. Por eso mismo son, precisamente, las más necesitadas. Dicho de otro modo: Las personas por las que menos nos apetecería rezar, es por ésas por las que hay que rezar más.

Y me he acordado de la noticia que hemos dado esta mañana :

"Una universidad católica de Kansas rezará por la conversión de satanistas"

Por supuesto, rezarán el Rosario.

Recemo también nosotros en esos días por esa intención.


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L.V.: Me parece muy buena iniciativa, me sumo a esa intención. Gracias, Luis Fernando.
13/03/25 1:09 AM
  
Vladimir
San José también estuvo, siempre unido y consagrado a la voluntad de Dios.
Por cierto, y hablando de Fátima, llama la atención cómo el 13 de Octubre de 1917, además de la Santísima Virgen y el Niño Jesús, se aparece también, con ellos, el Santísimo Esposo de María.
"A Jesús, por María y José" (San Andrés Bessette).

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L.V.: No hay duda de que San José es un Santo importantísimo, desde luego.
13/03/25 1:09 AM

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