La España confesional de San Simón de Rojas
San Simón de Rojas nació en Valladolid (28-X-1552). A los doce años, ingresó en el convento trinitario de su ciudad natal, en el que hizo la profesión religiosa en 1572. Cursó los estudios en la universidad de Salamanca entre 1573 y 1579. Enseñó filosofía y teología en Toledo desde el año 1581 hasta el 1587. A partir de 1588, hasta su muerte, ejerció como superior en varios conventos. El 14 de abril de 1612 fundó la Real Congregación de los Esclavos del Dulce Nombre de María, el Ave María como se le conoce popularmente en Madrid. En 1619 fue nombrado preceptor de los Infantes de España. El 12 de mayo de 1621 fue elegido como confesor de la Reina Isabel de Borbón. Muy pronto se hizo conocer en la capital como el fraile entregado a aliviar a los más pobres y necesitados. También fue puesto al frente del Real Oratorio Caballero de Gracia, donde predicó sobre la Eucaristía durante años y de donde viene que se le represente con una custodia en la mano. El 5 de junio de 1622, pidió a la Santa Sede la aprobación de un texto litúrgico por él compuesto en honor del Dulcísimo Nombre de María, texto que más tarde el Papa Inocencio XI extendió a toda la Iglesia. Murió el 29 de septiembre de 1624.
La biografía de Pedro Aliaga es excelente porque el biógrafo a través de su biografiado describe la época que le tocó vivir. Por esta razón Simón de Rojas comparte protagonismo en el libro con reyes, príncipes e infantes, validos, políticos, cardenales y obispos, nobles, burgueses y militares, sacerdotes y monjas y, sobre todo con los hijos de predilectos de la Virgen: los pobres. Ahora bien, Simón de Rojas se relacionó con los hombres de su época sin diluirse en ella, vivó ante todo como cristiano en el Siglo de Oro y se comportó como un santo en la Corte y en el palacio de los Austrias.
El autor, Pedro Aliaga, cumple la regla de oro que estableciera el gran historiador Jesús Pabón para que una biografía sea considera como una obra de historia de pleno derecho. Decía en la introducción de su biografía de Cambó, que el “libro mayor” no podía ocultar al “libro menor” y tampoco a la inversa, de manera que el personaje y su época guarden un equilibrio. Y esto se cumple en este libro en el que queda meridianamente claro que la sociedad española del siglo XVII era una sociedad cristiana, con defectos y bajezas, pero cristiana, con una visión trascendente de los quehaceres terrenales. Y así se comportaban –insisto, con sus limitaciones y pecados- todos, desde el último vasallo al rey.
Fueron los protestantes y muy especialmente Calvino con su doctrina de la predestinación quienes rompieron la relación entre lo transcendente y lo intranscendente. Si contra la doctrina de la Iglesia Católica que afirma que el hombre “tiene” pecados, se levanta la propuesta de que el hombre “es” pecado, si desde la eternidad algunos ya están salvados o condenados… lo mejor es no mover ni un dedo y desterrar la palabra coherencia de nuestro vocabulario, porque, de acuerdo con lo anterior, lo transcendente y lo intranscendente son como dos líneas paralelas, que por mucho que se prolonguen nunca llegan a encontrarse. Y este es uno de los pilares sobre los que se levanta la denominada cultura de la modernidad, desde el siglo XVI. Y frente a ciertos católicos, que bajo el paraguas de un aconfesionalismo de cartón piedra, defienden ahora en España este planteamiento calvinista y degradan la religión, privándola de lo que es propio como la transcendencia, hasta el punto de que sólo ven en ella un instrumento para conquistar el poder político, conviene recordar que el fin de la Historia no es ni la grandeza de la Corona, ni la unidad del partido, ni la fortaleza del sindicato… El fin de la Historia es que el hombre vuelva a ser plenamente hombre, plenamente santo, que vuelva a Dios. Y por lo tanto la Corona, el partido, el sindicato, la empresa, nuestro prestigio… deben servir a esa finalidad; y si eso no sucede así, lógicamente la Corona, el partido, el sindicato, la empresa, el prestigio… se reforman o se destruyen
Por eso es de gran utilidad la lectura de este libro en estos momentos en que en España casi todo se mira de tejas para abajo, en el que muchos se empeñan en agrandar los graneros para guardar la abundante cosecha de trigo, de votos, de sucursales… ¡De soberbia! ¡Qué diferencia con ese mundo de San Simón de Rojas, que tenía puesto los ojos en la meta del Cielo! Como muestra un botón. Se cuenta en el libro que Felipe II pocos días antes de morir recibió los últimos sacramentos en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial de manos del arzobispo de Toledo. Y quiso Felipe II que asistiera el Príncipe a presenciar su larga agonía. Acabado este acto –se lee en la pág. 3- y salidos todos, se quedó Su Majestad a solas con su hijo el Príncipe, Rey y Señor nuestro, y le dijo (como él mismo ha referido) ‘He querido que os halléis presente a este acto, para que veías en qué acaba todo´.
Javier Paredes
San Simón de Rojas. Un santo en la Corte de Felipe III y Felipe IV. Aliaga Asensio, Pedro. Madrid 2009. BAC. 581 págs.
4 comentarios
Ésa es la verdad. Y confesar esa verdad es hoy muy urgente y precioso, porque casi nadie la afirma.
Ya puede Ud. darle gracias a Dios que le ha dado conocer esa verdad y confesarla públicamente.
Muy ejemplar. Los espanioles necesitamos recuperar ese sentido. Necesitamos recuperar nuestra historia tambien para saber que eramos asi. Necesitamos que se diga; que nos lo digan. Como hace usted. Enhorabuena.
Lo necesitamos para ser mejores. Necesitamos ser coherentes con nuestra historia y tradicion para recuperar un pequenio orgullo de lo que somos, como tienen todos los paises del mundo. Porque solo Espania tira piedras contra su propio tejado. Y reconocer eso es admitir la tradicion cristiana y la importancia de esa "vuelta a Dios" y su Verdad como razon de ser de la vida y de la historia.
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