InfoCatólica / Schola Veritatis / Categoría: Espiritualidad

23.01.15

Estáse el mundo ardiendo

Santa Teresa de Jesús, José de Ribera, 1630

Da mucha pena ver la desidia con la que muchos buenos cristianos llevan adelante su vida espiritual. Esta frase, ya me doy cuenta, es un tanto contradictoria, pues los cristianos buenos no llevan su vida espiritual con pereza. En todo caso, al decir «buenos cristianos» me refiero a cristianos practicantes y de fe sincera, quecreen en el valor de la oración y de la mortificación, la frecuencia de los sacramentos, la lectura espiritual, el Rosario y todo lo que la tradición católica de la Iglesia enseña y recomienda; y que, en principio, querrían vivir todo eso, aunque su voluntad se muestre ineficaz. Muchos otros no creen, al menos claramente, en esos ideales; ni tienen intención, ni siquiera lejana, de vivirlos. Y estos sí.

En algún sentido, pues, aunque imperfecto, se puede hablar de ellos como de buenos cristianos. Pero qué poquito hacen luego, en clara inconsecuencia con la fe que profesan. Muchos de ellos apenas tienen programa alguno para su vida espiritual. Y aquellos que tienen un cierto plan de vida, qué planteamientos hacen, tan medidos, recortados y tasaditos.

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15.12.14

Dios nos amó primero

Grafía de Guillermo de Saint-Thierry

Guillermo de Saint-Thierry nació entre 1075 y 1080 en Lieja (Bélgica), donde recibió su primera educación. Muy joven, se traslada a Reims (Francia), donde continúa su formación en artes liberales y quizás en teología, antes de ingresar como monje benedictino en la abadía de San Nicasio. Hacia 1120 conoce personalmente a Bernardo de Claraval, quien deja en él una profunda huella.

Elegido abad de Saint-Thierry en 1121, trabajó denodadamente en la renovación de los monjes benedictinos. Los pobres resultados influyeron en la renuncia al cargo en 1135 y en su decisión de hacerse monje cisterciense de Signy. Allí se dedicará a la contemplación y a la escritura. Murió el año 1148.

Entre sus numerosas obras, escritas en latín, destacan: Sobre la contemplación de DiosSobre la naturaleza y dignidad del amorSobre el sacramento del altarComentario de la Carta a los romanosSobre la naturaleza del cuerpo y del almaEl espejo de la fe; y sobre todo su influyente Carta a los hermanos de Monte Dei, así como una inacabada Vida de Bernardo.

El Oficio de Lectura de hoy, lunes de la III semana de Adviento trae un fragmento de su Tratado Sobre la contemplación de Dios, (Núms. 9-11: SC 61, 90-96)


En verdad tú eres el único Señor, que al ejercer tu poder sobre nosotros nos salvas; en cambio, el servicio que nosotros te tributamos no consiste en otra cosa sino en aceptar tu salvación.

Señor, de ti viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo; pero ¿qué es tu salvación sino la gracia que tú nos concedes de amarte y de ser amados por ti?

Por eso, Señor, quisiste que tu Hijo que está a tu derecha, el hombre que tú fortaleciste, fuera llamado Jesús, esto es, Salvador, porque él salvará a su pueblo de los pecados y en ningún otro se encuentra la salud. Él nos enseñó a amarlo, amándonos primero hasta la muerte de cruz e invitándonos a amar al que nos amó primero hasta el extremo.

Si nos amaste primero fue para que pudiéramos amarte, no porque necesitaras nuestro amor, sino porque de no amarte no podríamos llegar a ser lo que tú quisiste que fuéramos.

Por eso, después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en el tiempo final, nos has hablado por medio de tu Hijo, tu Palabra: por él fue hecho el cielo y por su Espíritu los ejércitos celestiales. El habernos hablado por medio de tu Hijo no fue otra cosa que poner de manifiesto cuánto y de qué manera nos amaste, ya que no perdonaste ni a tu propio Hijo, sino que lo entregaste por todos nosotros; él también nos amó y se entregó por nosotros.

Señor, ésta es la Palabra que nos has enviado, tu Palabra omnipotente, que cuando un silencio profundo envolvía toda la tierra, es decir, cuando estaba sumida en el error, bajó de tu trono real, para destruir todos los errores, para promulgar la suave ley del amor.

Y todo lo que él hizo, todo lo que dijo aquí en la tierra, todo lo que sufrió, los oprobios, salivazos y bofetadas, hasta la cruz y el sepulcro, no fue otra cosa sino el hablarnos tú por medio de tu Hijo, atrayéndonos con tu amor, suscitando nuestra respuesta de amor.

Dios, creador de los hombres, tú sabías que el amor no puede ser exigido por la fuerza, sino que es necesario suscitarlo en el corazón humano. Porque donde hay coacción ya no hay libertad, donde no hay libertad no hay justicia.

Por lo tanto quisiste que te amáramos, ya que no podíamos ser salvados con justicia si no te amábamos. Y no podríamos amarte si no recibiéramos de ti ese amor. Por eso, Señor, como ya lo dijo tu discípulo amado y nosotros lo hemos recordado ya más arriba, tú nos amaste primero, y has amado primero a todos los que te aman.

También nosotros te amamos con el mismo amor que has derramado en nuestros corazones. Pero tu amor es tu bondad -¿no eres acaso el único bueno y el sumo bien?-, es el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, que en principio de la creación aleteaba sobre las aguas, esto es, sobre los espíritus fluctuantes de los hombres, brindándose a todos, atrayendo hacia sí todas las cosas, inspirando, impulsando, librándonos del mal, procurándonos lo necesario, uniendo a Dios con nosotros y a nosotros con Dios.

4.11.14

José Rivera, Pasión por la santidad

De la lectura del libro Pasión por la santidad, de José Manuel Alonso Ampuero, (Fundación Gratis Date 2014), querría brevemente señalar algunos puntos  y comentar solamente uno, el primero. Invito a los lectores a detenerse en una meditación sobre cada uno de los puntos.

Destaco lo siguiente, sin pretender abarcarlo todo ni mucho menos.

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1.10.14

Algunos elementos del culto al Corazón de Jesús y de la infancia espiritual en Santa Gertrudis y Santa Teresita

I. La aventura de descubrir el amor infinito de Dios[1]

Seis siglos separan a Santa Gertrudis[2] de Santa Teresa del Niño Jesús -la primera vivió en el s XIII, la segunda en el XIX-, y, sin embargo, son muy cercanas.

Santa Gertrudis fue una mística favorecida con revelaciones; conoció el sufrimiento físico y sobre todo el sufrimiento del corazón. Doblegada por la enfermedad, fue frecuentemente privada de la participación activa en la liturgia. Participó también en las numerosas pruebas por las que pasó su comunidad, en particular la excomunión de que fueron objeto por parte de los canónigos -por cuestiones de intereses de poder-, estando vacante la sede episcopal. Pero las pruebas de Gertrudis son siempre acompañadas de la presencia y de las consolaciones de Jesús.

A Santa Teresa del Niño Jesús se la ha llamado «la mística de la noche», ya que desde su entrada en el Carmelo, salvo raras excepciones[3], ha reconocido estar privada de toda consolación, y, sin embargo, sentirse la más feliz de todas las creaturas (MsA 73 vº). Hablando de su retiro de profesión dice:

«La aridez más absoluta y casi el abandono fueron mi suerte. Jesús dormía como siempre en mi pequeña navecilla… Él no se despertará, sin duda, antes de mi gran retiro de la eternidad. Pero esto en lugar de causarme pena me da un extremo placer» (Ibid. 75 vº).

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19.08.14

Consejos para el estudio, Santo Tomás de Aquino

Reginaldo, carísimo en Cristo: Puesto que me preguntaste de qué manera conviene que te empeñes en adquirir el tesoro de la ciencia, tal es el consejo que te transmito:

1.- Elige introducirte por los pequeños ríos, no directamente en el mar, porque es necesario llegar a las «cosas» más difíciles a través de las más fáciles. Por tanto ésta es mi advertencia.

2.- Deseo que seas tardo en el hablar y que llegues tarde al locutorio.

3.- Mantén pura la conciencia.

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