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26.12.22

Natividad: "Hemos contemplado su Gloria"

Adoración de los pastores, de Jacopo Bassano

Natividad: “Hemos contemplado su Gloria”

Homilía de la Misa de Navidad

Padre Pedro Pablo Silva

25-12-2022

Queridos hermanos,

Cada vez que nos hallamos en contacto íntimo con Dios, nos sentimos envueltos en el misterio. Dios habita en una luz inaccesible… Como dice el Salmo 97: «tiniebla y nube lo rodean». Esto es una consecuencia inevitable de la infinita distancia que separa a la criatura de su Creador; pues aunque el hombre puede llegar al conocimiento de Dios por vía racional y demostrar su existencia por diferentes vías, es imposible para nosotros comprehender o asir totalmente al que, desde toda la eternidad, es la plenitud misma del Ser, el Ipsum Esse, el Acto de los actos, el Ser que es Dios.

No solo nos es imposible comprehender a Dios sino también conocerlo enteramente. Ni siquiera será así en la visión cara a cara de la eternidad. Por eso, cuando a nuestro Padre Santo Tomás de Aquino –que es con toda seguridad uno de los cinco hombres más inteligentes de la historia humana–, al final de su vida, le fue dado contemplar más de cerca el misterio de Dios, se dio cuenta que todo lo que había escrito era simple paja. Y eso es verdad. Dios supera y es infinitamente más que todo lo que el más grande de los hombres pueda conocer y decir de Él: ¡es Dios! Y si el hombre contemporáneo no humilla su entendimiento frente a Dios, es que la soberbia lo ciega y va camino del abismo, como desgraciadamente sucede hoy.

El Apóstol San Juan dice: «Dios es luzy en él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1,5). Masesta Luz, cuyos fulgores nos envuelven y penetran, en vez de revelar a Dios a los ojos de nuestra alma, por su plenitud o super-abundancia, parece que lo oculta, de manera semejante a como el sol, por sus resplandores nos impiden contemplarlo. La Sagrada Escritura nos dice también que la Trinidad «habita en una luz inaccesible» (1 Tim 6,16). La luz divina deslumbra demasiado para que pueda penetrar con todos sus esplendores en nuestra débil mirada.

Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, Dios en su infinita bondad, ha querido, de alguna manera y en alguna medida, traspasar este abismo que nos separa de Él: el Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios de Dios, Luz de Luz, «resplandor de la luz eterna» (Sab 7,26), se ha revestido de nuestra carne y nace en Belén de Judá. Siendo Dios incomprensible, invisible, inasible e inaccesible para nosotros, por un designio difusivo de su bondad, quiso revelarse, quiso darnos a conocer la misma vida íntima Suya, quiso hacerse visible y, en cierto sentido, comprensible, abarcable y accesible para que, por Su medio, pudiéramos contemplar la divinidad y vivir en ella. Dios se hace hombre para que el hombre pueda contemplar a Dios. Como dice San Juan: «Hemos contemplado su gloria» (Jn 1,14).

Envuelta enteramente en las nubes del misterio, la Misa de medianoche comenzó con aquellas palabras solemnes del Introito: «El Señor me ha dicho: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy». Es el grito del alma humana de Cristo, que por vez primera revela a la tierra lo que oyen los cielos desde toda la eternidad. Este «hoy» es el día de la eternidad, día sin aurora y sin ocaso. El Padre celestial contempla a su Hijo encarnado, el cual hecho hombre no deja de ser su Verbo. La primera mirada que reposa sobre Cristo, el primer amor de que se ve rodeado, es la mirada y el amor de su Padre: «El Padre me ama» (Jn 15,9).

Y este misterio admirable ha tenido por finalidad que el hombre, vuelto a su santidad original, participe de la vida misma de Dios por la filiación adoptiva.

Pidámosle a María Santísima, en este día santo, que engendre y dé a luz al Verbo en nuestros corazones y en nuestro mundo contemporáneo, para que el fin grandioso que Dios se ha propuesto con la Encarnación, sea realidad en la historia humana, en Schola Veritatis y en cada uno de nosotros. Amén.