El remedio a la crisis de Occidente: La Cristiandad
En este post, queremos ofrecer para la reflexión de nuestros lectores una Homilía sorprendentemente actual , a pesar de haber sido pronunciada en la Catedral de Chartres, Francia, hace más de 30 años. Su autor es Dom Gérard Calvet (+2008), fundador y primer Abad de la Abadía Sainte Madeleinte de Le Barroux (Provence, Fracia), con ocasión del término de la peregrinación “Notre Dame de Chrétienté” (Nuestra Señora de la Cristiandad), el lunes de Pentecostés del año 1985.
La Homilía, como verán, ofrece una clave de lectura luminosa y realista acerca de la situación que vive Europa en el momento presente.
La traducción de esta homilía es nuestra, así como los destacados en negrita y cursiva. Se puede leer el original francés en este sitio:
http://notredamedesneiges.over-blog.com/article-qu-est-ce-qu-une-chretiente-78542971.html
Queridos peregrinos de nuestra Señora,
He aquí que ustedes están reunidos en compañía de sus ángeles guardianes , presentes ellos también por miles, los cuales saludamos con afecto y agradecimiento, al término de este ardiente peregrinaje, lleno de oraciones, de cantos y de sacrificios. Ya ciertos, de entre ustedes, han recobrado el alba blanca de la inocencia bautismal. ¡Qué felicidad!
He aquí que ustedes están, en fin, reunidos por una gracia de Dios, rodeando esta catedral bendita , bajo la mirada de nuestra Señora de este vitral de Chartres, una de las más bellas imágenes de la Santísima Virgen. Imagen delante de la cual nosotros sabemos que san Luis, rey, ha venido a arrodillarse después de un peregrinaje realizado con los pies desnudos. ¿Es que aquello no basta para hacernos apreciar nuestra raíces cristianas y francesas?
Nosotros les agradecemos, queridos peregrinos, porque, en honor de esta Virgen Santa, ustedes se han puesto en marcha por miles , y de este modo son miles de voces, saliendo de miles de pechos, de todas las edades y de todas las condiciones, que nos dan esta tarde la más bella y la más viva imagen de la cristiandad.
La vida cristiana es un largo peregrinaje
Nosotros le agradecemos que se presenten así, cada año, como una parábola viva ; porque cuando ustedes avanzan en el curso de estos tres días de caminata hacia el santuario de María, orando y cantando, ¡ ustedes manifiestan la condición misma de la vida cristiana que es la de ser un largo peregrinaje y un largo caminar hacia el paraíso! Y este caminar finaliza en la iglesia, que es la imagen del santuario celeste.
La vida cristiana es un caminar, a menudo doloroso, pasando por el Gólgota, pero iluminado por los esplendores del Espíritu Santo. Y que finaliza en la gloria. ¡Ah! Es posible perseguirnos, tener lástima de nosotros. Porque nosotros pertenecemos a una raza de exiliados y de viajeros, dotados de un prodigioso poder de intervención, pero que se niega -es su religión- a dejar de volver su mirada hacia las cosas del Cielo. ¿No es así que nosotros cantaremos en seguida hacia el fin del Credo: Et exspecto Vitam venturi saeculi- la vida del siglo futuro? ¡Oh! No una edad de oro terrestre, fruto de una supuesta evolución humana, sino el verdadero paraíso de Dios del cual Jesús hablaba diciendo al buen ladrón: “¡Hoy día tú estarás conmigo en el paraíso!”
Si nosotros buscamos pacificar la tierra, embellecer la tierra, no es para reemplazar el Cielo, sino para que la tierra le sirva de escabel . Y si un día, de cara a la barbarie creciente, nosotros debemos tomar las armas en defensa de nuestras ciudades carnales, es porque ellas son, como lo decía nuestro querido Péguy, “la imagen, el comienzo, el cuerpo y el ensayo de la casa de Dios”.
La inmensa blasfemia
Pero incluso antes de que suene la hora de una reconquista militar, ¿No está acaso permitido hablar de cruzada al menos cuando una comunidad se encuentra amenazada en sus familias, en sus escuelas, en sus santuarios, en el alma de sus hijos? Queridos amigos, nosotros no tenemos miedo de la revolución: ¡nosotros tememos más bien la eventualidad de una contrarrevolución sin Dios!
¡Sería permanecer encerrados en el siclo infernal del laicismo y de la desacralización! ¡No hay palabras con que podamos significar el horror que debe inspirarnos la ausencia de Dios en las instituciones del mundo moderno! Mirad la ONU: una cuidada arquitectura, un aula gigantesca, banderas de las naciones que ondulan en el cielo. ¡No hay ningún crucifijo! El mundo se organiza sin Dios, sin referencia a su Creador. ¡Inmensa blasfemia!
Entrad en una escuela del estado: los niños son instruidos acerca de todo. ¡Silencio sobre Dios! ¡Escándalo atroz! Mutilación de la inteligencia, atrofia del alma – sin hablar de las leyes que permiten el crimen abominable del aborto.
Queridos hermanos, no hay nada más triste, nada más vergonzoso, que la masa de cristianos que termina por habituarse a este estado de cosas. Ellos no protestan; ellos no reaccionan. O más bien, para dar una excusa, ellos invocan la evolución de las costumbres y de las sociedades.
¡Qué vergüenza!
Existe algo peor que la negación declarada -decía uno de los nuestros- es el abandono sonriente de los principios, el lento deslizarse con unos aires de fidelidad. ¿Acaso no hay un olor pestilente que se desprende de la civilización moderna? ¡Y bien! Contra esta apostasía de la civilización del estado que destruye a nuestras familias y ciudades, nosotros proponemos un gran remedio que se extiende a todo el cuerpo; nosotros proponemos aquello que es la idea fundamental de toda civilización digna de este nombre: ¡la cristiandad!
La alianza de la tierra y el cielo
¿Qué es la cristiandad? Queridos peregrinos, ustedes lo saben y ustedes vienen de hacer la experiencia: la cristiandad es una alianza entre la tierra y el cielo ; un pacto, sellado por la sangre de los mártires, entre el suelo de los hombres y el paraíso de Dios; un juego cándido y serio, un humilde comienzo de la vida eterna.
La cristiandad, mis queridos hermanos, es la luz del evangelio proyectada sobre nuestras naciones, sobre nuestras familias, sobre nuestras costumbres y sobre nuestros trabajos.
La cristiandad, es el cuerpo carnal de la Iglesia , su inserción temporal.
La cristiandad, para nosotros franceses, es la Francia galo-romana, hija de sus obispos y de sus monjes, es la Francia de Clovis convertida por santa Clotilde y bautizada por san Remigio ; es el país de Carlo Magno aconsejado por el monje Alcuino, ambos organizadores de las escuelas cristianas, reformadores del clero, protectores de los monasterios.
La cristiandad, para nosotros, es la Francia del siglo XII, cubierta de un blanco manto de monasterios, donde Cluny y Cîteaux rivalizaban en santidad, donde ¡miles de manos unidas, consagradas a la oración, intercedían noche y día por las ciudades temporales!
Es la Francia del siglo XIII, gobernada por un santo rey, hijo de Blanca de Castilla, que invitaba a su mesa a santo Tomás de Aquino , mientras que los hijos de santo Domingo y de san Francisco se abalanzaban sobre las rutas y las ciudades, predicando el evangelio del Reino.
La cristiandad, en España, es san Fernando, el rey católico, es Isabel de Francia, hermana de san Luis, rivalizando con su hermano en piedad, en coraje y en buena inteligencia.
La cristiandad, queridos peregrinos, es el arte de las armas, temperado y consagrado por la caballería, la más alta encarnación de la idea militar ; es la cruzada donde la espada es puesta al servicio de la fe, donde la caridad se manifiesta en el coraje y el sacrificio.
La cristiandad, es el espíritu trabajador, el gusto del trabajo bien hecho, el anonadamiento del artista detrás de su obra. ¿Conocen ustedes el nombre de los autores de los capiteles y de los vitrales de esta catedral? La cristiandad, es la energía inteligente e inventiva, la oración traducida en acción, la utilización de técnicas nuevas y osadas. Es la catedral, impulso vertiginoso, imagen del cielo, inmenso espacio donde el canto gregoriano unánime se eleva, suplicante y radiante, hasta la cima de las bóvedas para descender en capas silenciosas sobre los corazones pacificados.
La cristiandad, mis hermanos – seamos sinceros – es también un mundo amenazado por las fuerzas del mal ; un mundo cruel donde combaten las pasiones, un país vulnerable a la anarquía, el reino de los lirios saqueado por la guerra, los incendios, el hambre, la peste que siembra la muerte en los campos y en las ciudades. Una Francia infeliz, privada de su rey, en plena decadencia, entregada a la anarquía y al saqueo.
Juana de Domrémy
Y es en este universo de guerra y de sangre que el humus de nuestra humanidad pecadora, bañada por las lágrimas de la oración y de la penitencia, va a hacer germinar la más bella flor de nuestra civilización , la figura más pura y la más noble, la vara más recta que haya nacido jamás sobre nuestro suelo de Francia: ¡Juana de Domrémy!
Santa Juana de Arcos acabará de decirnos aquello que es la cristiandad. No es solamente la catedral, la cruzada y la caballería; no es solamente el arte, la filosofía, la cultura y los talleres de los hombres subiendo hacia el trono de Dios como una santa liturgia.
Es también, y, sobre todo, la proclamación de la realeza de Jesucristo sobre las almas, las instituciones y las costumbres. Es el orden temporal de la inteligencia y del amor sometido a la muy alta y santa realeza del Señor Jesús.
Es la afirmación de que los soberanos de la tierra no son sino terratenientes del rey del Cielo. “El reino no es tuyo, decía Juana de Arcos a Dauphin. Es de mi Señor - ¿y cuál es tu Señor? Le preguntan a Juana – Es el rey del Cielo -responde la joven-, y Él lo confía a usted a fin de que usted lo gobierne en su nombre”.
¡Qué ensanchamiento de nuestras perspectivas! ¡Qué visión grandiosa sobre la dignidad del orden temporal! De una manera muy viva, la pastora de Domrémy nos entrega el pensamiento de Dios sobre el reino interior de las naciones.
Porque las naciones – y la nuestra en particular – son unas familias amadas de Dios, de tal modo amadas que Jesucristo, habiéndolas rescatado y lavado con su sangre, quiere todavía reinar sobre ellas con una realeza toda de paz, de justicia y de amor, la cual prefigura el Cielo. “Francia, ¿eres tu fiel a las promesas de tu bautismo?” interrogaba el Papa hace cinco años.
Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Francia, nosotros te pedimos…
Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Francia, Nuestra Señora de Chartres, nosotros te pedimos que sanes a este pueblo enfermo , que le devuelvas su pureza de niño, su honor de hijo.
Te pedimos que le devuelvas su vocación terrena, su vocación campesina, sus familias numerosas ancladas con respeto y amor sobre la tierra que las nutre. Tierra que ha sabido producir, en el curso de los siglos, un pan honesto y unos frutos de santidad.
Santísima Virgen, devuelve a este pueblo su vocación de soldado, de trabajador, de poeta, de héroes y de santos , ¡devuélvele el alma de la Francia!
Líbranos de este mal ideológico que violenta el alma de este pueblo. Ellos han expulsado el crucifijo de las escuelas, de los tribunales y de los hospitales. Ellos obran de tal suerte que el hombre sea educado sin Dios, juzgue sin Dios y ¡que él muera sin Dios!
Es entonces a una cruzada y a una reconquista a la cual somos invitados. Reconquistar nuestras escuelas, nuestras iglesias, nuestras familias. Entonces, un día, si Dios nos concede esta gracia, veremos al termino de nuestros esfuerzos, volverse hacia nosotros el rostro radiante y amado de aquella que nuestros antiguos llamaban la dulce Francia. ¡La dulce Francia, imagen del corazón de Dios!
¿Nos será permitido, esta tarde, delante de miles de peregrinos, hablar de la dulzura de Dios?
Es un monje el que les habla. Y la dulzura de Dios, ustedes lo saben, recompensa más allá de toda previsión los combates que sus servidores realizan por el Reino.
Dulzura paternal de Dios. ¡Dulzura del crucificado! Oh dulce María, envuelve de un manto de dulzura y de paz nuestras almas que afrontan tan duros combates.
Que el Santo Espíritu los ilumine, que la Santísima Virgen los guarde y que el ejército de los ángeles los proteja. ¡Amén!
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