La misericordia de Dios en la donación del acto de ser en la creación

La creación de Adán, Miguel Ángel (+1564)

Desde la época de la Cristiandad medieval o quizá antes, el día en que se lee el Evangelio del Anuncio del Arcángel Gabriel a María Santísima, durante el Adviento, es tradición que el Padre Abad da a sus monjes un Sermón Capitular llamado “Super Missus est". El que ahora presentamos es de un Padre Abad benedictino de un Monasterio europeo de clara orientación contemplativa. Él nos ha permitido de buen grado reproducirlo en nuestro blog, pero que ha querido mantener el anonimato.

Dividiremos el Sermón en dos publicaciones con títulos diferentes, tanto por su extensión como por sus temáticas aunque ambas constituyen una síntesis maravillosa.

El primer post se titula La misericordia de Dios en la donación del acto de ser en la creación; y el segundo se llamará Tener misericordia de la Iglesia en este Año de la Misericordia.

La traducción, los destacados en negrita y cursiva son nuestros.


Mis muy queridos hijos:

Pues que todas las obras de Dios proceden de su Misericordia, como Santo Tomás lo ha afirmado en un texto que nos ha sido recientemente recordado (cf. S. Th. I-II, q. 21), nos será fácil colocar nuestra meditación anual del Evangelio de la Anunciación a la luz de la misericordia, en este año, en el cual jubilosos meditamos este gran atributo divino, tratando de hacerlo nuestro: “sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso“.

¿En qué consiste la misericordia? Se trata, para el misericordioso, de inclinar su corazón, “corde", hacia la miseria de otro, “miseri": “miseri-corde".

Se puede considerar dos movimientos, dos corrientes de misericordia: aquél que viene de Dios, que es el primero, total, del cual el otro procede como un eco, un prolongamiento; y este otro, todo dependiente del primero, es la corriente de la creatura libre: del ángel y del hombre. Esta corriente viene toda de Dios como un don de su gracia, lo mismo que los actos de misericordia que hacen las creaturas, y sin embargo, son ellas las que los hacen, en dependencia de la gracia, es verdad, pero son actos personales de misericordia.

La Misericordia de Dios es primera. Nosotros la vemos ya en la obra de la creación. Es este el sentido, sin duda, de la bella alabanza que nosotros repetimos a menudo: Misericordia Domini plena est terra (¡que no hay que traducir como este simplón que decía: la misericordia de Dios está llena de tierra!). La tierra está repleta de la Misericordia del Señor, ¿Es que nosotros realizamos de alguna manera lo que ello quiere decir?

Esto significa que la creación toda entera viene de la misericordia. El santo papa Juan Pablo II ha evocado este carácter en su encíclica Dives in Misericordia, afirmando que la creación es una obra de misericordia. Y es sin duda el jubileo que viene de abrirse, el que nos invita a poner una atención particular en este aspecto de la creación: las bellezas que nos rodean no nos dicen solamente la grandeza y belleza trascendentes de Dios, sino también nos hablan de su misericordia. Si la misericordia consiste en remediar una deficiencia, Dios, al darnos el ser, que es la perfección suprema que incluye todas las otras, quita de una cierta manera esta deficiencia suprema, para poner en valor el ser mismo. Dios ha sacado, y saca continuamente en su acto de creación continuada, el ser de la nada; Él sostiene sin cesar el ser de toda creatura por encima de la nada de donde la ha sacado. La creación es sin cesar el fruto de su amor, de un amor que es misericordia a causa de la nada donde estaría la creatura si Él no la sostuviera continuamente. En el fondo, esta presencia de la misericordia de Dios en el acto de la creación se relaciona al hecho de que la creación es don del ser simpliciter, carácter que la razón no ha sido capaz de descubrir por ella misma, como se lo ve particularmente en los griegos. El dios que ellos han alcanzado trabaja sobre una materia preexistente, cuya causa no es él; él no sería la causa del ser del mundo, sino sólo de su movimiento, de su transformación. La revelación de la creación es ya revelación de la misericordia de Dios; y esto puede ser justamente, porque ella es revelación de la causalidad total de Dios, revelación de una creación ex-nihilo.

Y este pensamiento de la misericordia creadora, que nos llena de alegría y de acción de gracias, está presente en nuestra escena de la Anunciación. Las dos creaturas que nosotros allí consideramos tienen una viva consciencia del carácter misericordioso de la creación. En su inteligencia luminosa, y más todavía en la visión que él posee de la esencia divina, el ángel ve muy claramente cómo Dios le sostiene constantemente en el ser; su existencia es recibida como un don permanente, un don de la misericordia de Dios. En cuanto a la Virgen, ella vive en una consciencia habitual de la misericordia del Altísimo. Toda su educación israelita le ha inculcado esta dependencia, y también en particular a través de la oración de los salmos: la importancia primera de la misericordia de Dios en todas sus obras. El salmo 135, que nosotros vamos a cantar en las Vísperas, ¿no nos hace, acaso, atribuir todos los beneficios de Dios, y la misma creación, a su misericordia: Quoniam in eternum misericordia ejus? (porque es eterna su misericordia). Que nuestra meditación de hoy nos ayude a sumergirnos en esta consciencia de la presencia continua y activa de la misericordia de Dios en cada una de nuestras vidas. ¿No es ese simplemente el clima, el medio vital de la humildad, ese temor de Dios en el cual nosotros debemos establecernos por nuestra frecuentación y nuestra práctica de la Regla (benedictina)?

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