Corazón de Jesús, único refugio en medio de las turbaciones y angustias de la vida presente
En el presente post deseamos ofrecer para la oración contemplativa de nuestros queridos lectores dos maravillosos textos monásticos relativos al gran misterio que mañana celebra la Iglesia, el Sagrado Corazón de Nuestro Redentor.
El primer de los textos es de Lanspergio (Juan Gerecht), el cual nació en Landsberg, Alta Baviera, en 1489/90. Entró en la Cartuja de Colonia hacia 1508, donde fue gran maestro espiritual, escribió obras de espiritualidad como el Enchiridion christianae militiae y el Speculum christianae perfectionis así como algunos opúsculos apologéticos en alemán en contra de Martín Lutero. Es uno de los pocos autores alabados por la Orden Cartujana por su amplia actividad literaria. Murió en el año 1539.
El segundo texto es de Guillermo de Saint-Thierry, quien nació entre 1075 y 1080 en Lieja (Bélgica). Hacia 1120 conoce personalmente a Bernardo de Claraval, el cual deja en él una profunda huella. Elegido abad de Saint-Thierry en 1121, trabajó denodadamente en la renovación de los monjes benedictinos. Los pobres resultados influyeron en la renuncia al cargo en 1135 y en su decisión de hacerse monje cisterciense de Signy. Allí se dedicará a la contemplación y a la escritura. Murió el año 1148. Entre sus numerosas obras, destacan: Sobre la contemplación de Dios; Sobre la naturaleza y dignidad del amor; Sobre el sacramento del altar; Comentario de la Carta a los romanos; Sobre la naturaleza del cuerpo y del alma; El espejo de la fe; y sobre todo su influyente Carta a los hermanos de Monte Dei, así como una inacabada Vida de Bernardo.
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1.- De los textos espirituales de Lanspergio, cartujo (la traducción del francés es nuestra, así como las negritas y cursivas)
Oh Señor Jesús, el olor de tus perfumes más fuerte que el de todos los aromas, acaricia suavemente mi olfato, libre ahora de todo deseo de los goces carnales y mundanos; tus perfumes ejercen sobre mí una deleitable violencia que me atrae a Ti, junto a Ti y en Ti; lamento el peso de las afecciones efímeras de aquí abajo y voy a ti, corro a ti, corro en pos de ti. Anido sobre el altar de tu Corazón, y allí deposito los hijos de mi alma, esto es mis obras, mis palabras, mis pensamientos, yo los lanzo hacia ti y tú los alimentarás.
Allí, sobre el altar de tu Corazón, encuentro el puerto seguro que los vientos agitados no pueden jamás turbar; en tu Corazón encuentro el reposo al abrigo de las tempestades; en tu Corazón encuentro delicias exquisitas que no engendran el disgusto y no están expuestas a ninguna alteración; en tu Corazón encuentro una paz profunda que ninguna disensión podrá turbar, una alegría que ninguna tristeza podrá cambiar, una felicidad sin nubes, una dulzura infinitamente dulce, una serenidad infinitamente serena, una beatitud infinitamente bienaventurada: es en tu Corazón que encuentro el principio primero de todos los bienes, la fuente primordial de toda suavidad, de toda santa alegría.
De tu Corazón, Oh Dios, la misma dulzura, derivan toda felicidad, toda dulzura, toda serenidad, toda tranquilidad, todo gozo, toda paz, toda alegría, toda delectación, toda suavidad, toda beatitud, en una palabra, todos los bienes: ellos derivan como de su fuente única e inagotable, para llegar enseguida a los corazones de todos los hijos de Dios, que son los ángeles y los hombres. ¿Y qué bien podría existir y cómo podría ser bien si no viniera de ti, Señor, bondad verdadera, bondad soberana, bondad única? ¡Ah, qué bueno es sacar todo lo que es bueno de esta fuente inagotable del Sagrado Corazón! ¡Qué bueno es embriagarse de esta fuente de los gozos más castos, más suaves; de esta fuente que mana de su seno un torrente impetuoso de los deleites más santos y más puros! ¡Qué perfecto, que delicioso e incomparable el olor de esos preciosos perfumes, quiero decir el olor de tus virtudes, Oh mi Jesús! Este olor invita a venir al altar, a ese santuario de tu sagrado Corazón, atrae a aquellos que invita, conduce a aquellos que atrae, no engaña a aquellos que conduce; al contrario los fortifica de manera que sin peligro puedan de ahora en adelante reposar de sus trabajos en la paz de su Corazón.
2.- De Guillermo de St. Thierry, Meditativae Orationes 8,6; SC 324, pag. 139 (los destacados en negrita y cursiva son nuestros).
Señor, ¿a dónde llevas a aquellos que tú abrazas y estrechas entre tus brazos sino hasta tu corazón? Tu corazón, Jesús, es aquel dulce maná de tu divinidad, que guardas en tu interior en el vaso de oro de tu alma que sobrepasa todo conocimiento. (cf Hb 9,4) Felices aquellos que son llevados hasta allí por tu abrazo. Felices aquellos que, sumergidos en estas profundidades, han sido escondidos por ti en el secreto de tu corazón, aquellos que tú llevas sobre tus hombros, al amparo de las turbaciones de esta vida. (Sal 30,21) Felices aquellos cuya única esperanza es la dulzura y la protección bajo tus alas. (Lc 13,35; Sal 90,4)
La fuerza de tus hombros protege a aquellos que tú escondes en tu corazón. Ahí pueden descansar tranquilamente. Una dulce expectación los alegra en el aprisco amurallado (Sal 67,14) de una conciencia pura y de la espera de recompensa que tú has prometido. Su debilidad no los inquieta, ni cosa alguna los turba.
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