La única planta que tengo la recibí de mi padre hace muchos años y proviene de una que cuidaba mi abuelo paterno en China. Se trata de la planta “doce apóstoles”, conocida tanto en el continente americano (sobre todo en Brasil) como en el africano. Sus hojas verdes, largas y afiladas no delatan que son perennes ni tampoco la belleza de sus flores violetas, que sólo duran unos pocos días al año en condiciones ideales.
Ninguna planta me ha durado más tiempo, y además en condiciones pésimas porque no se me da bien cuidar de plantas. Crece tanto bajo sol como bajo sombra. Casi la tiré cuando se me olvidó meterla en casa antes de una helada, pero esa primavera crecieron nuevas hojas. Este invierno ha sobrevivido el haber estado en temperaturas muy bajas.
A simple vista, es una planta corriente, igual que a simple vista el pescador Pedro a quien el Señor mandó echar las redes parecía también un pescador bastante corriente, uno que reconoce en el Evangelio del V Domingo de Tiempo Ordinario: “nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada” (Lc. 5, 5). Pero, el Señor, que conoce a todos muy bien desde antes que nacimos, sabía que hablaba con un futuro apóstol que perseveraría en su servicio.
Algo tendrá que ver con cómo S. Pedro estaba dispuesto a seguir pescando para obedecer al Señor, a pesar de haber pasado toda una noche haciéndolo sin resultado visible. Eso no debería de sorprender a los que estudian ciencia cognitiva. Según Daniel T. Willingham en un artículo en “American Educator” (enlace en inglés), no toda clase de práctica lleva a la perfección a largo plazo.
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