Signos de que Dios está presente en nuestras vidas
Después de expulsar Jesús a los vendedores del Templo en Jerusalén, según el evangelio del 3er. domingo de Cuaresma: “muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía” (Jn. 2, 23). ¿Y los que no le vemos en persona?
La respuesta de S. Bernardo muestra a Jesús expulsando desórdenes de su alma: “…¿cómo puedo saber que está presente? Él es vivo y eficaz (Hb. 4, 12); apenas ha entrado en mí que ha desvelado mi alma dormida…Comenzó a arrancar y escardar, a construir y plantar, a regar mi sequedad… y también a ‘enderezar los senderos tortuosos allanar los lugares ásperos’ de mi alma (Is. 40, 4)…” (Sermón sobre el Cantar de los Cantares, 74)
¿Qué signos deja el Señor a su paso por nuestras vidas? Santa Luisa de Marillac (1591-1660) fue esposa y madre antes de ser religiosa, y gozó de la dirección espiritual de S. Francisco de Sales y S. Vicente de Paúl, que le enseñaron las huellas de Dios en su productiva vida.
Huérfana a los catorce años, la santa quería hacerse capuchina, pero no le aceptaron por su salud. Sus parientes, de prestigiosa familia, le encontraron como novio a Antonio Le Gras, secretario de la reina María de Médicis, con quien se casó en 1913 y tuvo un hijo, Miguel. Sus directores dirían después de su muerte que guardó la inocencia de su alma a lo largo de los años.
¿La señal de la presencia de Dios en su vida matrimonial? De los testimonios de su proceso de canonización leemos: “Luisa de Marillac fue un dechado de esposas cristianas. Con su bondad y dulzura logró ablandar a su marido, que era de carácter poco llevadero, dando el ejemplo de un matrimonio ideal, en que todo era común, hasta la oración, que hacían juntos.”
Su esposo enfermó y la santa le cuidó con gran esmero, pero se atormentaba porque creía que era un castigo de Dios por no ser bastante agradecida. En 1618 había conocido a S. Francisco de Sales, que le aquietó su sentimiento de culpabilidad y al dejar París le recomendó a S. Vicente de Paúl como director espiritual, a quien conoció en 1624. En 1625 murió el esposo de Sta. Luisa.
Al principio, S. Vicente de Paúl no quería dirigirla, pero llegó a ver la presencia de Dios en su vida: “Jamás he visto una madre tan madre como usted; apenas parece usted mujer en otra cosa.” Además diría de su amor materna: “apenas he visto cosa igual en ninguna otra madre”.
En 1629 mandó a la santa en su primera misión para ayudar a coordinar y a animar a un grupo de caridad que el santo había formado en una de sus misiones por los pueblos. Le escribió: “Vaya en nombre del Señor. Que Dios la acompañe. Que Él sea su fuerza en el trabajo y su consuelo en las dificultades y finalmente nos la devuelva con perfecta salud y llena de buenas obras.”
Las buenas obras hechas sólo por amor de Dios fueron otras señales inequívocas de que Dios actuaba por ella. En 1634 ayudó a escribir una regla para las Hijas de la Caridad, que fundó con S. Vicente de Paúl (aprobada por Roma en 1655). También encontró tiempo para escribir centenares de cartas, resúmenes de las charlas de S. Vicente, mientras conseguía dinero para poder dar ropa y medicina a los pobres, cuidando de los enfermos personalmente, sin olvidar de cuidar espiritualmente de su hijo. Sus viajes, en condiciones pésimas de la época, fueron numerosas a pesar de su pobre salud.
Diría S. Vicente: “Su salud es poca, sus tribulaciones son muchas y su actividad es infatigable. Pero sólo Dios sabe la fuerza de ánimo y de voluntad que esta mujer tiene". En 1547 afirmaba: “La hermana Luisa, por su debilidad y agotamiento debería haber muerto hace diez años. Al verla, parece que hubiera salido de una tumba: tan débil está su cuerpo y tan pálido su rostro. Pero sin embargo, trabaja y trabaja sin dejarse vencer por el cansancio“.
De la mujer virtuosa pero acechada de dudas que conoció S. Francisco de Sales, había llegado a ser prueba viviente de los efectos de la Presencia de Dios en su vida. Bien podría afirmar esta cita de S. Bernardo:
“He reconocido su fuerza y su poder [el de Dios en su vida] porque mis malos hábitos y mis pasiones se apaciguaban. El poner en discusión o acusación mis sentimientos oscuros me ha llevado a admirar la profundidad de su sabiduría. He experimentado su dulzura y su bondad en el suave progreso de mi vida. Viendo «renovarse el hombre interior» (2C 4,16), mi espíritu en lo más profundo de mí mismo, ha descubierto un poco su belleza. Captando con una simple mirada todo este conjunto, he temblado ante la inmensidad de su grandeza.” (Sermón sobre el Cantar de los cantares, 74)
Preguntas del día [Puede dejar su respuesta en los comentarios]: ¿Qué señales de la presencia de Dios ha visto en su vida o en la de otros? ¿Han sido cambios drásticos o graduales?
Mañana: Los escrúpulos – “Él sabía lo que hay dentro de cada hombre” (Jn. 2, 25)
2 comentarios
Bonito alegato en favor de la búsqueda de Dios en nuestras vidas. Para un cristiano que de verdad sienta su fe, es facil encontrar a Dios en todas las facetas de nuestra existencia, desde el amor que siente por nosotros mismos, pasando por la propia naturaleza, e incluso en el hermano que no tiene nada que comer.
Como bien señalas, Dios está tanto en los corazones atribulados que buscan consuelo a su desgracia, como en el espíritu de ayuda y servicio a los demás de, por ejemplo, Santa Luisa de Marillac y tantos otros santos anónimos que, sintiendo la presencia de Jesús en sus vidas, quieren hacer llegar su inmensa alegría y gozo a los demás.
Sin embargo, en nuestra hambrienta sociedad, es dificil que veamos a Dios en toda su creación, pues todo está distorsionado por el olvido del Padre. Es buen momento este, la cuaresma, para que todos hagamos un mayor esfuerzo en la búsqueda de Dios. Un desafío intelectual y humano muy grande, pero que, si le alcanzamos, seremos recompensados con el eterno amor del Paráclito.
+ CREDO IN UNUM DEUM
Recuerdo que cuando le señaló un cristiano no católico a un santo (creo que de Inglaterra) que conocía a una señora que hacía muy buenas obras en su iglesia, el santo respondió que era una lástima que no era católica, porque si lo fuera sería santa (porque en la Iglesia Católica se encuentra la plenitud de la Gracia Divina por medio de los Sacramentos). ¿Qué mayor signo que los Sacramentos de la Iglesia, en las que está verdaderamente presente el Señor?
Que otros vean nuestras buenas obras y den gracias a Dios Padre, como nos dijo el Señor.
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