El dolor de la separación y la alegría del encuentro
Eluana Englaro (38 años) estuvo en coma desde un accidente de tráfico en 1992 y por eso, en 1994, pasó al cuidado de las monjas de la clínica Beato Luigi Talamoni de Lecco (Italia). La noche del 2 al 3 de febrero, 2009, esas hermanas religiosas se despidieron de ella con la esperanza de volver a tenerla bajo su cuidado. Pero, ella murió ayer, tras tres días sin alimento ni hidratación, en vísperas de la fiesta de Santa Escolástica (480-547), que experimentó a lo largo de su vida tanto el dolor de la separación como la alegría del encuentro con su hermano gemelo, S. Benito de Nursia, fundador de la Orden Benedictina.
La primera vez que se separaron fue en la adolescencia, cuando S. Benito fue a Roma a estudiar. Perdieron contacto cuando S. Benito huyó de Roma poco después para vivir alejado de todos en una gruta de Subiaco. Su familia se enteró por fin de dónde estaba cuando la fama del santo se extendió. Poco se sabe de su hermana en los años en que le esperó, excepto que fue consagrada al Señor desde su infancia. ¡Qué bien entendió ella lo que le dicen los apóstoles a Jesús en el Evangelio del 5o. domingo de Tiempo Ordinario : “Todo el mundo te busca” (Mc. 1, 37) y cuánto mejor comprendió por su amor de Dios que en respuesta a eso Nuestro Señor prosiguiera su camino para salvar más almas!
El gran amor que se tenían esos hermanos estaba completamente centrado en Dios, que los llamó a su servicio. S. Benito fundó el famoso monasterio de Monte Casino (donde estudió Sto. Tomás de Aquino) sobre un monte y Sta. Escolástica fundó un convento para monjas en Plombariola, a los pies de ese mismo monte. Sólo se veían una vez al año para hablar sobre cosas espirituales, acompañados de otros religiosos. Sin olvidar sus lazos de sangre, se olvidaban de sí mismos por el Señor.
Según los escritos de S. Gregorio de Magno, al final de una de esas visitas, Sta. Escolástica le pidió a su hermano que se quedara con ella esa noche para continuar su charla espiritual, pero S. Benito insistió en volver al monasterio, según su regla. La santa rezó en silencio y en esos momentos se desató tal tormenta que S. Benito y los otros benedictinos tuvieron que quedarse. Sta. Escolástica le explicó a su hermano que le pidió ese favor a él y no le hizo caso, pero se lo rogó a Dios y Él sí lo concedió.
Se pasaron esa noche rezando y hablando sobre la Vida Eterna. Tres días después, S. Benito vió una paloma blanca volar hacia el cielo, indicando la muerte de su hermana, a quien enterró en la tumba que tenía preparado para él mismo. Pocos días después, también murió S. Benito. “Así ocurrió que estas dos almas, siempre unidas en Dios, no vieron tampoco sus cuerpos separados ni siquiera en la sepultura.” (S. Gregorio Magno)
Dios unió a esos dos santos hermanos en vida y en muerte. Compadecido de Sta. Escolástica antes de su separación definitiva de su hermano en esta vida, el Señor le mostró a S. Benito que la Caridad está sobre todo; conociendo bien los corazones humanos, también consoló a S. Benito cuando su hermana dejó este mundo, anunciándole por una paloma el momento en que el alma de Sta. Escolástica voló al Cielo. Es el mismo Dios que cruzó los senderos de Eluana Englaro con las monjas que le cuidaron con gran cariño por amor de Cristo Jesús y el mismo Dios que les da a ellas y a todos los que han perdido a seres queridos la esperanza de una reunión con Él en el Cielo.
Pregunta del día [Puede dejar su respuesta en los comentarios]: ¿Qué ha aprendido de las separaciones que ha sufrido de sus seres queridos?
Mañana: Ntra. Sra. De Lourdes – “curó a muchos enfermos” (Mc. 1, 34)
11 comentarios
En lo que se refiere a las separaciones, yo creo que como en tantas circunstancias, hay que saber decir: "En Dios confío". Y no volver la vista atrás. y para separaciones, se me viene a la memoria la situación del Patriarca Abraham cuando subía con su hijo... etc, etc.
Sin embargo la esperanza prevalece. Y prevalece siempre porque es cierta. Porque la muerte no es un punto final; es una puerta por la que hay que pasar, un trago que hay que beber, una puerta.
Pero no le concederemos [a la muerte] la última palabra.
Todos, también él, el Inocente, el Cordero Escarnecido, hubo de pasar por ella; todos. Si puede ser, decía el pobre en el Huerto de los Olivos, si puede ser. Pero no pudo ser. Tampoco a él se le excusó.
Cristo ha resucitado. ¡Aleluya!
Se lo comento porque esa señora me contó su historia un domingo de Pascua de Resurrección, y su comentario me lo recordó. Ella me lo contó todo con una sonrisa, reconociendo que sufrió mucho separada de todos sus seres queridos, pero agradeciendo la gran bondad del Señor con ella, que le dió la esperanza de continuar con su vida y ahora poder estar disfrutando de sus nietos en los EE.UU.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.