Cómo obtener de la Eucaristía el máximo poder santificante
Jesús reveló en el Evangelio del XIX Domingo de Tiempo Ordinario: “Yo soy el pan vivo” (Jn. 6, 48). Sta. Clara de Asís (1193-1253) dejó todas sus posesiones para pasar su vida contemplando en clausura ese Pan de Vida. Por eso no dudó en enfrentarse a los sarracenos que se acercaban a atacar su convento con una custodia en mano, defendidas así por el mismo Señor ella y sus hermanas religiosas.
Esta “plantita del bienaventurado S. Francisco”, como se refería a sí misma en sus escritos, reunía todas las disposiciones necesarias para sacar la mayor gracia santificante de la Eucaristía, que por ser la Presencia Real de Cristo produce grandes efectos en las almas que le reciben con las propias disposiciones.
El P. Antonio Royo Marín, O.P., dice en “La teología de la perfección cristiana” que: “la preparación y la acción de gracias […] son de capital importancia para obtener de la Eucaristía su máximo poder santificante”. El siguiente fragmento de ese libro [traducido de una versión en inglés] explica cómo mejorar nuestra preparación para la Comunión.
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I - La preparación remota
“Es necesario aquí distinguir una preparación doble: remota y próxima. S. Pio X, por su decreto “Sacra Tridentina Synodus”, del 20 de diciembre, 1905, decidió de una vez por todas la controversia histórica que concierne las “disposiciones remotas” requeridas para la recepción de la Sagrada Comunión. El Papa determinó que, para recibir la Comunión frecuente o hasta diaria, sólo las siguientes condiciones eran requeridas: a) el estado de gracia; b) la intención correcta (eso es, que uno no debería de recibir la Comunión por razones de vanidad o de rutina, pero sólo para agradar a Dios); c) estar libre de pecados veniales lo más posible, aunque ésta no es una necesidad absoluta porque la Comunión ayudarea a conquistarlos. Una preparación diligente y una acción de gracias devota son muy recomendadas, y uno debería seguir el consejo de un confesor. Uno que cumple estas condiciones no debería de ser privado de la Comunión frecuente o diaria.
“Es evidente que las personas que desean en serio avanzar en perfección cristiana deben esforzarse a intensificar estas condiciones lo más posible. La preparación remota de uno debería consistir en vivir una vida que es digna de uno que ha recibido Comunión por la mañana y tiene la intención de recibir la Comunión de nuevo al día siguiente. Debe rechazar cualquier apego al pecado venial, especialmente al pecado venial deliberado, y evitar una tibieza y una forma imperfecta de actuar; esto presupone una abnegación propia y una tendencia hacia la práctica de más actos perfectos en vista de las circunstancias dadas.
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II- La preparación próxima
Hay cuatro “disposiciones próximas” que un alma fervorosa debería de intentar despertar, pidiéndolas a Dios con una insistencia humilde y perseverante.
Cristo siempre exigía esto como una condición indispensable antes de conceder cualquier gracia, hasta la gracia de un milagro. La Eucaristía es el “mysterium fidei” porque en ella el razonamiento natural y los sentidos no pueden percibir nada de Cristo. Sto. Tomás recuerda que sobre la Cruz sólo la divinidad estaba escondida, pero sobre el altar la santa humanidad de Cristo también está velada a nuestra mirada. Este misterio exige de unosotros una fe viva llena de adoración.
Pero no sólo en este sentido de un asentimiento vital al misterio Eucarístico es la fe absolutamente indispensable; también es indispensable en relación al poder vivificante del contacto con Cristo. Debemos considerar en nuestras almas la lepra del pecado y repetir con el leproso del Evangelio: “Señor, si lo desea, puede limpiarme” (Mt. 8, 2), o como el ciego de Jericó, que era menos desafortunado con su privación de la vista física que nosotros con nuestra ceguera del alma: “Señor, que pueda ver” (Mc. 10, 51).
2) “Profunda humildad”.
Cristo lavó los pies de Sus apóstoles antes de instituir la Eucaristía, para darles un ejemplo (Jn. 13, 15). Si la Ssma. Virgen estaba preparada para recibir a la Palabra de Dios en su seno virginal con esa profunda humildad que la hizo exclamar: “ ‘He aquí la esclava del Señor’” (Lc. 1, 38), ¿qué deberíamos hacer en una situación parecida? No importa que nos hemos arrepentido perfectamente de nuestros pecados y que nos encontremos en el estado de gracia. La falta fue perdonada, quizás la culpa del castigo también fue remitida (si hemos hecho suficiente penitencia), pero el hecho histórico de haber cometido ese pecado nunca desaparecerá. Nunca deberíamos olvidar, sea el que sea el grado de santidad que poseamos en realidad, que hemos sido rescatados del infierno y que fuimos hijos del demonio. El cristiano que ha tenido la desgracia de cometer un solo pecado mortal en su vida debería de estar siempre sobrecogido de humildad. Al menos al acercarnos a la Comunión deberíamos de repetir tres veces con profundos sentimientos de humildad y un arrepentimiento sincero las sublimes palabras del centurión: “Señor, no soy digno”.
3) “Ilimitada confianza”.
Es necesario que el recuerdo de nuestros pecados nos lleve a la humildad pero nunca a la desesperación, que sería una forma oculta de orgullo. Cristo es el gran perdonador que ha abrazado con ternura infinita a todos los pecadores que se acercan a Él buscando perdón. Las condiciones para este perdón no han cambiado; son las mismas que en el Evangelio. Deberíamos acercarnos a Él con humildad y reverencia y también con gran confianza en Su bondad y misericordia. Él es el Padre, el Buen Pastor, el Médico, el Amigo Divino, que desea abrazarnos a Su Sagrado Corazón que palpita de amor por nosotros. La confianza le conquista y no puede resistirlo, porque le sobrecoge Su corazón.
4) “Hambre y sed de la Comunión”.
Ésta es la disposición que más directamente afecta la eficacia santificante de la Sagrada Comunión. El hambre y la sed de recibir a Cristo sacramentado, que procede del amor y es más identificado con el amor, aumenta la capacidad del alma y la dispone para recibir la gracia sacremental de la Eucaristía en gran medida. La cantidad de agua que se saca de una fuente depende en cada caso del tamaño de la vasija en la cual se recibe el agua. Si nos esforzamos a rogar con ardor este hambre y sed del Señor, y si nosotros mismos nos esforzarmos a despertarlos por todos los medios posibles, pronto seremos todos santos. Sta. Catalina de Siena, Sta. Teresa de Ávila y muchos otros santos tuvieron tal hambre y sed de la Comunión que hubieran preferido ser expuestos a los mayores sufrimientos y peligros antes de sufrir un solo día en que sus almas no fueran mantenidas por este alimento divino. Deberíamos de ver en estas disposiciones, no sólo un efecto, sino también una de las causas más eficaces de su exaltada santidad. La Eucaristía recibida con tal deseo ardiente aumentaba la gracia en sus almas a un grado uncalculable, haciéndoles avanzar en pasos gigantes por el camino a la perfección.
Cada una de nuestras Comuniones debería ser más fervorosa que la anterior, aumentando nuestro hambre y sed de la Eucaristía. Porque cada nueva Comunión aumenta en nosotros nuestra gracia santificante nos dispone, como resultado, a recibir al Señor al día siguiente con un amor que no es sólo igual sino mucho mayor que nuestro amor del día anterior. Aquí, como a lo largo de la vida espiritual, el alma debería avanzar con un movimiento acelerado de prácticamente la misma manera en que una piedra cae con mayor rapidez cuando se acerca a la tierra. [1]
[1] Sto. Tomas dice: ‘El movimento natural (por ejemplo, el de una piedra cayendo a la tierra) es más acelerada cuando se acerca a su final. Lo contrario pasa en el caso de un movimiento violento (por ejemplo, una piedra tirada hacia arribe en el aire). La gracia se inclina como el movimiento natural; por lo tanto, los que están en gracia deberían crecer más cuando se acercan a su final” (“In Epist. Ad Heb.”, 1:25)
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“…fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria (cf. Heb 1, 3), fija tu corazón en la figura de la divina sustancia (cf. Heb 1,3), y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su divinidad (cf. 2 Cor 3, 18), para que también tú sientas lo que sienten los amigos cuando gustan la dulzura escondida (cf. Sal 30, 20) que el mismo Dios ha reservado desde el principio para quienes lo aman(cf. 1 Cor 2, 9)” (Sta. Clara de Asís, Carta III a Sta. Inés de Praga)
Preguntas del día [Puede dejar su respuesta en los comentarios]: ¿Hay algún consejo del P. Antonio Royo Marín que suele poner en práctica o piensa hacer? ¿Qué santos le inspiran a aumentar su devoción al recibir la Comunión?
Mañana: Sta. Juana Francisca de Chantal – “No critiquéis” (Jn. 6, 43)
4 comentarios
Hace poco la capilla de la catedral en mi diócesis dejó de tener Adoración Perpetua al Santísimo por falta de adoradores por la noche, a menos de cinco años de que comenzaron a tenerla. Es una verdadera lástima.
También me llamó la atención el consejo de repetir: "Señor, no soy digno". Lo decimos antes de recibir la Comunión, pero se puede convertir en una rutina y es bueno hacer lo posible para aumentar la devoción y el respeto. Saludos a su hija también.
La Comunión se ha convertido en un acto rutinario para muchos y en algo no necesario para otros (que pena da ver como cada vez hay más personas que se quedan sentadas en su banco durante la Comunión). Es una falta de humildad (como señala el P. Antonio) y de no saber que nosostros, templo del Espíritu Santo (San Pablo), debemos estar siempre preparados para recibir al Señor en nuestra casa.
En mi ciudad ha comenzado la Adoración Perpetua al Santísimo Sacramento en una parroquia. Ha sido muy complicado, pero al final lo hemos conseguido. Yo me he apuntado a un turno a las 6 a.m., aunque como estoy la mayor parte del tiempo fuera no se cómo lo haré.
Adoro al Santísimo, pero nunca ha sido a cierta hora cada vez, por lo cual nunca me he apuntado a una hora fija. Su ejemplo me está animando a apuntarme una vez que sepa dónde estaré viviendo a largo plazo.
Quizás no hubieran tenido que limitar las horas de Adoración al Santísimo en la capilla de la catedral de mi diócesis si más personas se hubieran apuntado (aunque se necesitaran sustitutos de vez en cuando). Siempre piensa uno que habrá otros que lo harán y no siempre es así.
En cambio, en la Comunión somos nosotros mismos los que recibimos personalmente al Señor y me lamento las veces en que le he recibido distraída. ¿Qué puede haber más importante que Dios, especialmente en ese momento?
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