Carta a la oveja perdida de la familia
En el Evangelio del XV Domingo de Tiempo Ordinario: “Jesús llamó a los Doce” (Mc. 6, 7) antes de enviarles por el mundo. Sigue llamando a sacerdotes y a religiosos para que sigan sus pasos con generosidad. Así llamó a Sta. Teresa de los Andes (1900-1920), mientras se sentía sola cuando tenía apendicitis: “¡Cómo! Yo, Juanita, estoy solo en el altar por tu amor, ¿y tú no aguantas un momento?”
La santa escribió cartas tan llenas del amor de Dios que atrajo a muchas de sus conocidas a la vida religiosa, como su hermana Rebeca: :
“Me he entregado a El. El ocho de diciembre me comprometí. Todo lo que lo quiero me es imposible decirlo. Mi pensamiento no se ocupa sino en El. Es mi ideal. Es un ideal infinito. Suspiro por el día de irme al Carmen para no ocuparme sino de El, para confundirme en El y para no vivir sino la vida de El: Amar y sufrir para salvar las almas. Sí, sedienta estoy de ellas porque sé que es lo que más quiere mi Jesús. ¡Oh, le amo tanto!
“[…] Veo que mi vocación es muy grande: salvar almas, dar obreros a la Viña de Cristo. Todos los sacrificios que hagamos es poco en comparación del valor de un alma. Dios entregó su vida por ellas y nosotros cuánto descuidamos su salvación. Yo, como prometida, tengo que tener sed de almas, ofrecerle a mi Novio la sangre que por cada una de ellas ha derramado. ¿Y cual es el medio de ganar almas? La oración, la mortificación y el sufrimiento.” (Carta a Rebeca, 16.4.16)
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Había un alma en particular por la que se preocupaba: el de su hermano mayor Miguel, un poeta que llevaba una vida bohemia.