El legado de fe de Kennedy
Josué (1450A.C.-1370A.C.) nació en Egipto y cruzó el Mar Rojo con Moisés, sucediéndole por voluntad divina. Cruzó el río Jordan para entrar en la Tierra Prometida con el pueblo de Dios y conquistó ese territorio ayudado por el Señor, que, por ejemplo, detuvo el sol hasta que ganaron una batalla (Josué 10, 13).
Poco antes de su muerte, reunió a todo el pueblo para recordarles las maravillas que obró el Señor por ellos y declaró: “ ‘En cuanto a mí y a mi casa toca, nosotros serviremos al Señor.’” (Jos. 24, 15) El pueblo decidió lo mismo y Josué les recomendó: “Quitad, pues, los dioses ajenos que haya entre vosotros y volved vuestros corazones al Señor, Dios de Israel”. (Jos. 24, 23) Tras practicar su fe ante su familia y el pueblo, pudo dejar como legado una exhortación clara a amar y a servir a Dios sobre todas las cosas.
¡Cuánto se lamentaría que el Señor dijera en el Evangelio del XXII Domingo de Tiempo Ordinario a los judíos: “Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres” (Mc. 7, 8), todo lo contrario de lo que el valiente Josué hizo en vida.