De pequeño, tras ser reprochado por su madre por una travesura, S. Maximiliano María Kolbe (1894-1941) le preguntó a la Virgen lo que sería de él. Se le apareció la Virgen, preguntándole si quería las dos coronas en sus manos (uno blanco, la pureza, y uno rojo, el martirio), las cuales aceptó. Se hizo franciscano y fundó “La Milicia de la Inmaculada” para promover el amor y el servicio a la Inmaculada, la conversión de las almas a Cristo, por medio del uso de todos los medios de comunicación que estuviese a su alcance.
En Niepokalanów, las ciudades de la Inmaculada que fundó (uno en Japón), se construye la capilla antes que nada. Recuerda a los que difunden el boletín de la organización:"No olviden, muchachos, no se trata de ganar suscritores, sino de salvar almas.“"Es muy importante que se imprima ‘El caballero’ en millones de ejemplares; pero es más importante que con él se envíe una oración, porque cada número ha de ser preparado con la oración, con el postrarnos de rodillas.” “Nuestro mayor trabajo debe ser la oración.”
En 1939 estuvo apresado con sus compañeros tres meses antes de ser liberados en la fiesta de la Inmaculada. En 1941 le llevaron a Auschwitz, donde ofreció su vida por la de un padre de familia condenado al azar al hambre y la sed. Tras tres semanas, le mataron por una inyección. Dando su vida por otro, imitó al Señor, que en el Evangelio del XIX Domingo de Tiempo Ordinario ofreció: “mi carne para la vida del mundo” (Jn. 6, 51).
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Los intereses de S. Maximiliano María me recuerdan al lector Bernardo, que como bastantes otros lectores vive en Japón. No sólo es un padre con una hija, sino también un converso. Hace poco me escribió sobre dos problemas que enfrenta debido a su conversión, su vuelta a la Iglesia Católica, dándome permiso para publicar su mensaje porque espera los consejos y las oraciones de los demás lectores.
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