InfoCatólica / Sapientia christiana / Categoría: Vida de Cristo

16.11.23

XXIV. El dolor de la Pasión de Cristo

1. Los dolores de Cristo y María[1]

Después de tratar los sufrimientos que padeció Cristo en la cruz, en la cuestión de la Suma teológica, dedicada a la Pasión de Jesucristo, Santo Tomás, en el siguiente artículo, establece que en su pasión los dolores de Cristo fueron los mayores de todos los dolores. Nadie jamás ha sufrido con el dolor de la pasión que padeció Cristo.

En el artículo afirma: «hubo en Él verdadero dolor: dolor sensible, causado por un agente corporal, y dolor interior, que proviene de la aprehensión de algo nocivo, y que se llama tristeza». Además que: «uno y otro fue en Cristo el más grande entre los dolores de la presente vida».

Por cuatro razones se prueba todo ello. La primera: «por la misma causa de los dolores». En cuanto al dolor sensible, fue la causa: «la lesión corporal, que fue muy intensa, sea por la generalidad de la Pasión, de la que ya se ha tratado, sea por el género de la Pasión, La muerte de los crucificados era acerbísima, pues eran clavados en puntos saturados de nervios y sumamente sensibles, esto es, en las manos y en los pies; y el mismo peso de su cuerpo colgado aumentaba continuamente el dolor. A esto se añadía la larga duración del dolor, pues el crucificado no acababa en un instante como sucede con los que morían degollados».

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2.10.23

XLI. Necesidad de la pasión de Cristo

Necesidad extrínseca por el fin[1]

Después de estudiar todos los misterios de la entrada de Cristo en el mundo, en trece cuestiones, y en seis los del curso de su vida pública, Santo Tomás lo hace de los que ocurrieron en su salida del mundo. Le ocupa siete largas cuestiones. La primera está dedicada al hecho de la pasión de Cristo. El primer artículo trata de la necesidad de este impresionante sufrimiento en sí mismo.

Comienza precisando el sentido de esta necesidad. Explica que, según Aristóteles (Metafísica, V, .2): «lo «necesario» se entiende de varias maneras. Primera, es necesario aquello que, según su naturaleza, no puede ser de otro modo». y, por tanto, con una necesidad intrínseca. Segunda, «se dice una cosa necesaria por razón de una causa exterior a su propia naturaleza».

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15.02.23

XXVI. La predicación del reino de Dios

El misterio de Cristo[1]

Después de estudiar todos los misterios de la entrada de Cristo en el mundo, Santo Tomás se ocupa en seis cuestiones de los de su vida pública. Debe tenerse en cuenta también que, como se dice en el nuevo Catecismo: «toda la vida de Cristo es misterio», porque, por una parte: «muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en los Evangelios lo ha sido «para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20, 31)»[2].

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1.02.23

XXV. El bautismo de Jesús

Conveniencia del bautismo de Jesús[1]

La cuestión siguiente, Santo Tomás trata ya del bautismo de Jesús. Como en la anterior, dedicada al bautismo de Juan en general, comienza con la cuestión de su conveniencia. Para probarla, da tres razones.

La primera: «porque, como dice San Ambrosio: «fue Cristo bautizado, no porque quisiera ser purificado, sino para purificar las aguas y, limpias por el contacto de la carne de Cristo, que no conoció el pecado, tuvieron la virtud del bautizar» (Com. Evang S. Lucas, l. 2, sob. 3, 21) ; y, como escribe San Juan Crisóstomo: «las dejara santificadas para los que después habían de ser bautizados» (Pseudo-San Juan Crisóstomo, Com. Evang. S. Mat., hom. 4, sob. 3, 13)» ,

La segunda, porque, como también dice San Juan Crisóstomo: «aunque Cristo no era pecador, recibió, sin embargo, una naturaleza pecadora y la semejanza de la carne del pecado (cf. Rom 8, 3). Por esto, aunque no necesitaba del bautismo para sí, lo necesitaba en otros la naturaleza carnal» (Pseudo-San Juan Crisóstomo, Com. Evang. S. Mat., hom. 4, sob. 3, 13)» , Y, como escribió San Gregorio Nacianceno: «se bautizó Cristo para sumergir en las aguas a todo el viejo Adán (Disc. 39).

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16.01.23

XXIV. La institución del bautismo

Extensión del bautismo de Juan[1]

Determinada la naturaleza del bautismo de San Juan Bautista, en los tres artículos de la cuestión, que dedica a este bautismo –que únicamente movía al arrepentimiento y a la penitencia–, Santo Tomás la precisa con el estudio de la relación que tenía con Jesús. En primer lugar, examina si solamente Cristo debió ser bautizado con el bautismo de Juan, por el que únicamente «inducía a la penitencia»[2].

Podría afirmarse que parece que sólo Cristo debía ser bautizado con el bautismo de Juan, porque «nadie podía conferir algo a tal bautismo fuera de Cristo, el cual «santificó las aguas al contacto de su carne purísima» (P. Lombardo, Lib. Sent., Sent. IV, d. 33, c. 5)»[3].

Es cierto que Jesús «con su bautismo consagró y santificó el agua para que fuese instrumento de regeneración en su Iglesia»[4], y también, como indica Santo Tomás, que «los otros que venían a ser bautizados no podían conferir nada a tal bautismo». Sin embargo, añade, aunque «no recibían del mismo la gracia», sí adquirían «la señal de la penitencia»[5]. Y, por tanto, les era conveniente recibirlo.

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