15.09.22

XVI. Primera manifestación de Cristo

Manifestación a los gentiles[1]

El nacimiento de Cristo, además de a su Madre (Lc 1, 26-38) y a San José (Mt 1, 18-25), fue manifestado a los pastores (Lc 2, 8-21), a los profetas Simeón y Ana (Lc 2, 22-38), y los Magos de Oriente (Mt 2, 1-12). Sobre estas manifestaciones examina Santo Tomás su conveniencia en el siguiente artículo.

Hay varias dificultades para comprender su idoneidad. Dos de ellas son con respecto a la Epifanía a los reyes Magos, La primera que expone es la siguiente: «Ordenó el Señor a sus discípulos: «No vayáis a los gentiles» (Mt 10,5), para que antes se diese a conocer a los judíos que a los gentiles. Luego parece que mucho menos debió darse a conocer desde el principio el nacimiento de Cristo a los gentiles, que vinieron del Oriente (cf. Mt 2, 1)»[2].

La segunda aparece si se tiene en cuenta que: «la manifestación de la verdad divina debe hacerse sobretodo a los amigos de Dios, conforme a aquellas palabras de Job: «Se lo comunica a su amigo» (Jb 36, 33)». Sin embargo, «parece que los Magos son enemigos, pues se dice en: «No acudáis a los magos ni preguntéis a los adivinos». Debe concluirse, por ello que: «el nacimiento de Cristo no debió ser revelado a los Magos»[3].

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1.09.22

XV. El anuncio del nacimiento de Cristo

Las manifestaciones de Cristo[1]

Al escribir sobre la natividad de Cristo, en el tratado de la Vida de Cristo, de la Suma teológica, después de ocuparse Santo Tomás de su natividad en si misma, en la siguiente cuestión trata de la manifestación del nacimiento de Cristo a los hombres. Comienza preguntándose si debió ser manifestado a todos ellos.

Hay tres razones que parecen apoyar la respuesta afirmativa.

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16.08.22

XIV. Modo, lugar y tiempo del Nacimiento de Cristo

Modo del nacimiento de Cristo[1]

En los tres últimos artículos de la cuestión sobre el nacimiento de Cristo, Santo Tomás se ocupa, en primer lugar, del modo que ocurrió. Respecto a ello sostiene que Cristo nació sin causar ningún dolor a su Madre.

Para probarlo argumenta: «El dolor de la parturienta se produce por la apertura de los conductos naturales por los que sale la criatura. Pero ya se dijo antes, al hablar de la virginidad de María (q.28 a.2), que Cristo salió del seno materno cerrado, y de este modo no se dio allí ninguna apertura. De aquí se sigue que no existió dolor alguno en aquel parto, como tampoco hubo ningún menoscabo de la integridad de su madre. Se dio, en cambio, la máxima alegría porque «nacía en el mundo el Hombre-Dios» (Is 35,1-2) según palabras de Isaías: «Florecerá sin duda como el lirio, y exultará con júbilo y cantos de triunfo»[2].

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1.08.22

XIII. María, Madre de Dios

Maternidad de María por el nacimiento temporal de Cristo[1]

En la misma cuestión dedicada a la Natividad de Cristo, en el artículo tercero, se pregunta Santo Tomás si puede decirse de la Santísima Virgen que es madre de Cristo según el nacimiento temporal de éste. Su respuesta es afirmativa, porque: «el cuerpo de Cristo no fue traído del cielo (…) sino que fue tomado de la Virgen su madre y formado de su purísima sangre. Y sólo esto se requiere para la noción de madre», Por consiguiente: «la bienaventurada Virgen María es verdadera y natural madre de Cristo»[2].

Podría objetarse que: «Cristo nació de la Santísima Virgen milagrosamente. Pero la generación milagrosa no es suficiente para la noción de maternidad o de filiación, pues no decimos que Eva fue hija de Adán. Luego parece que tampoco Cristo debe llamarse hijo de la Santísima Virgen»[3].

Responde Santo Tomás con una cita de San Juan Damasceno. «Escribe el Damasceno que el nacimiento temporal, en que Cristo nació por nuestra salvación, en cierto modo: «se conforma con el nuestro, porque nació hombre de mujer y al cabo del tiempo debido de la concepción; pero supera nuestro nacimiento, porque no fue concebido por vía seminal, sino por obra del Espíritu Santo y de Santa María Virgen, por encima de la concepción natural» (Fe ortod., III, c. 7). Así pues, tal nacimiento fue natural por parte de la madre, pero fue milagroso por parte de la operación del Espíritu Santo. De donde la Santísima Virgen es verdadera y natural madre de Cristo»[4].

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15.07.22

XII. La persona de Cristo

La natividad y la persona[1]

Natividad, con Santa Catalina de Alejandría y San Pedro Mártir, 1442Santo Tomás, después de las cuatro cuestiones dedicadas a la concepción de Cristo, destina otras dos a su nacimiento. Indica en la introducción a ambas que tratará: «en primer lugar, del mismo nacimiento», en la primera cuestión (q. 35); luego, de la manifestación del nacido», en la siguiente (q.36)».

Sobre la natividad comienza con la pregunta de si el nacimiento de Cristo fue de su naturaleza o de su persona. Tiene sentido, porque, por una parte, enseña la filosofía que: «nace propiamente lo que comienza a ser por el nacimiento», a tener un ser propio, y, por tanto a existir, ya que el constitutivo entitativo del ser da la existencia, el hecho de estar presente en la realidad; por otra, porque sabemos por la fe que: «por el nacimiento de Cristo no comenzó a existir su persona», que es la segunda persona de la Santísima Trinidad, «sino su naturaleza humana». Por consiguiente: «parece que el nacimiento es más propio de la naturaleza que de la persona»[2].

La tesis de Santo Tomás es que: «la naturaleza, hablando con propiedad, no comienza a ser», y, por ello, a existir, como si fuera la que incluyera al ser como uno de sus constitutivos intrínsecos, y, por tanto, existiera por si misma, por un constitutivo esencial. En cambio: «es más bien la persona la que comienza a ser en alguna naturaleza»[3]. La persona es la que posee el ser como su constitutivo intrínseco formal junto con una naturaleza que es su sujeto destinto o constitutivo material.

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