LI. La actuación de la pasión de Cristo

La vía de mérito[1]

A los efectos en nosotros de la pasión de Cristo, le dedica Santo Tomás las dos cuestiones siguientes. En la primera de ellas, se ocupa de la causalidad de la pasión de Cristo y más concretamente las modalidades de causalidad o vías por las que consiguió nuestra salvación. Considera que son estas cinco vías: de merecimiento, de satisfacción, de sacrificio, de redención y de eficiencia.

La justificación que da de estos modos por los que la pasión de Cristo alcanzó su finalidad la expone al final de la cuestión de la manera siguiente: «La pasión de Cristo, en cuanto vinculada con su divinidad, obra por vía de eficiencia; pero, en cuanto referida a la voluntad del alma de Cristo, obra por vía de mérito; vista en la carne de Cristo, actúa a modo de satisfacción, en cuanto que por ella se nos libra del reato de la pena; a modo de redención, en cuanto que mediante la misma quedamos libres de la esclavitud de la culpa; y a modo de sacrificio, en cuanto que por medio de ella somos reconciliados con Dios»[2].

El primer artículo está dedicado al examen de la vía de mérito, Santo Tomás, indica sobre su razón que: «conforme había dicho más arriba, a Cristo le fue dada la gracia no sólo como a persona singular, sino también como cabeza de la Iglesia, a fin de que aquella redundase sobre los miembros,. Y por esto las obras de Cristo se comportan en la misma forma que las obras de un hombre constituido en gracia son principio de mérito para él».Además, si este hombre: «constituido en gracia, padece por la justicia, merece por eso mismo la salvación para sí, conforme al pasaje de la Escritura: «Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia» (Mt 5, 10). De todo ello, se puede concluir: «Cristo, por su pasión, mereció la salvación no sólo para Él, sino también para todos sus miembros»[3].

Cristo además de la gracia de unión y de la gracia habitual, con todos los dones y carismas, que le acompañan, poseyó también la llamada gracia capital, que es su gracia habitual en cuanto que le compete ser Cabeza de la Iglesia, que es así su cuerpo místico. Explica Santo Tomás que: «por derivarse la gracia de Cristo a los demás hombres, era conveniente que fuera la Cabeza de la Iglesia, porque de la cabeza se comunican la sensibilidad y el movimiento a los demás miembros conforme a su naturaleza. De este modo la gracia y la verdad pasan de Cristo a los demás hombres; y por esto dice San Pablo: «sometió todas las cosas bajo sus pies y le puso por cabeza de toda la Iglesia» (Ef 1, 22)»[4].

Por consiguiente, hay que: «asignar a Cristo una triple gracia. Primero, la gracia de unión, por la cual una naturaleza humana, sin mérito alguno precedente, recibió el don de estar unida al Hijo de Dios en la persona. Segundo, la gracia singular, en virtud de la cual el Alma de Cristo fue más llena que todas las demás de gracia y de verdad. En tercer lugar, una gracia capital, en virtud de la cual la gracia se deriva de Él a los demás».

Lo confirma la Escritura, porque: «Esta triple gracia está anunciada en un orden conveniente por el Evangelista, porque respecto de la gracia de unión dice: «El Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14); respecto de la gracia singular afirma: «Le vimos, como el Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14); y respecto de la gracia capital añade: «Todos hemos recibido de su plenitud» (Jn 1, 16)»[5].

Cristo pudo así merecer para los demás. «Poseyó la gracia no sólo como hombre particular, sino también como cabeza de toda la Iglesia, de suerte que todos están unidos con Él como los miembros con su cabeza, y forman junto con Él una sola persona mística. A causa d esto los méritos de Cristo se extienden a los demás hombre en cuanto que son miembros suyos, de igual suerte que en cualquier hombre la acción de la cabeza pertenece en cierta manera a todos sus miembros, pues todos participan de su actividad sensible»[6].

Vía de la satisfacción

La pasión de Cristo fue causa de nuestra salvación por vía de satisfacción, o de compensación según igualdad de justicia de la ofensa del pecado. Argumenta Santo Tomás para probarlo que: «Propiamente satisface por la ofensa el que devuelve al ofendido algo que ama tanto o más que aborrece la ofensa. Cristo, al padecer por caridad y por obediencia, presentó a Dios una ofrenda mayor que la exigida como recompensación por todas las ofensas del género humano.

Esta reparación universal, de rigurosa justicia, pero que la sobrepasaba, por tres motivos. «Primero, por la grandeza de la caridad con que padecía. Segundo, por la dignidad de su propia vida, que como satisfacción entregaba, puesto que era la vida de Dios y hombre. Tercero, por la universalidad de su pasión y por la grandeza del dolor que sufrió, de manera que la pasión de Cristo no fue sólo una satisfacción suficiente, sino también sobreabundante satisfacción por los pecados del género humano, según aquellas palabras de la Escritura: «Él es la propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero» (1 Jn 2 ,2)»[7]. Cristo .es quien realiza el acto agradable a Dios para que tenga piedad y misericordia por todos los pecados cometidos.

Podría objetarse que como «el satisfacer es propio del que peca, como es notorio en las otras partes de la penitencia, pues el dolerse y el confesarse es propio del que peca», y «Cristo no pecó», no pudo satisfacer con su pasión. [8]. A ello responde Santo Tomás: «La cabeza y los miembros constituyen como una sola persona mística, la satisfacción de Cristo es también de todos sus miembros». De manera parecida como «los hombre unidas por la caridad, y por ésta vienen a ser uno, pueden satisfacer el uno por el otro»- Existe una razón para que no haya satisfacción para los demás «en la confesión y en la contrición»[9], porque son actos personales del propio penitente,

También se podría decir que parece que la pasión de Cristo no fue causa de nuestra salvación a modo de satisfacción, porque «a nadie se satisface con una ofensa mayor. La ofensa suprema fue la perpetrada en la pasión de Cristo, porque quienes le mataron pecaron gravísimamente. Da, por tanto, la impresión de que a Dios no se le pudo satisfacer mediante la pasión de Cristo»[10].

A esta dificultad responde Santo Tomás: «Mayor fue la caridad de Cristo, al padecer, que la malicia de quienes le crucificaron. Y por eso más pudo satisfacer Cristo con su pasión que lo que pudieron ofender, al matarle, los que le crucificaron, en cuanto que la pasión de Cristo fue suficiente y superabundante para satisfacer por los pecados de cuantos le crucificaron»[11].

Por último, también se puede presentar esta dificultad: «La satisfacción importa cierta igualdad con la culpa, puesto que satisfacer es un acto de justicia. Pero la pasión de Cristo no parece tener igualdad con todos los pecados del género humano, puesto que Cristo no padeció en su divinidad, sino en su carne, según aquellas palabras de San Pedro: «Cristo padeció en la carne» (1 Pe 4,1)».Su propia carne no podía, por tanto, «stiafacer con su pasión por nuestros pecados»[12].

Observa Santo Tomás para resolverla que: «La dignidad de la carne de Cristo no debe apreciarse sólo conforme a la naturaleza de la carne, sino por la dignidad de la persona que la tomó, en virtud de la cual era carne de Dios y alcanzaba una dignidad infinita»[13].

Vía del sacrificio

La pasión y muerte en la cruz causó nuestra salvación por vía de sacrificio, porque: «propiamente se llama sacrificio una obra realizada en honor de Dios y a Él debida, para aplacarle», Para completar esta definición de sacrificio, añade Santo Tomás: «Por ello, decía San Agustín: «Es verdadero sacrificio toda obra hecha para unirnos con Dios en santa sociedad, en orden a aquel fin con cuya posesión somos bienaventurados» (Ciud, de Dios, X, c.6).

La muerte de Cristo fue un verdadero sacrificio, porque: «como añade San Agustínen el mismo lugar: «en la pasión se ofreció a sí mismo por nosotros». Y el hecho de haber sufrido voluntariamente la pasión fue una obra acepta a Dios en grado sumo, como que procedía de la mayor caridad. Por lo que resulta claro que la pasión de Cristo fue un verdadero sacrificio».

Además: «como el propio San Agustín dice luego: «de este verdadero sacrificio fueron muchos y variados signos los antiguos sacrificios de los santos. Estos lo figuraban como una verdad que se declara con variadas formas, como si se expresase una misma cosa con distintas palabras, para que sin fastidio sea más recomendada» (Ciud. de Dios, X, c. 10)».

Indica asimismo San Agustín la siguiente observación, que cita Santo Tomás: «»teniendo en cuenta que en todo sacrificio se han de considerar cuatro cosas», a saber «a quién se ofrece, quién lo ofrece, qué se ofrece, por quiénes se ofrece». Puede decirse, teniendo en cuenta estas cuatro cuestiones que: «el mismo único y verdadero Mediador que nos reconcilia con Dios por medio del sacrificio pacífico, permanecía uno con Aquel a quien lo ofrecía, hacía uno en sí mismo a aquellos por quienes lo ofrecía, y siendo uno el mismo el que lo ofrecía y lo que ofrecía» (Trinid, IV, c. 14)»[14].

Una primera dificultad a esta justificación del verdadero sacrificio que fue la muerte de Cristo es que: «La verdad debe responder a la figura, y en los sacrificios de la antigua ley, que eran figuras del de Cristo, nunca se ofrecía carne humana. Tales sacrificios eran reputados por impuros y nefando»[15].

Al responder, santo Tomás precisa: «la verdad debe responder en algo a la figura, pero no en todo, pues es natural que la verdad exceda a la figura.» Así se advierte la idoneidad de: «la figura de este sacrificio, en el que se ofrece por nosotros la carne de Cristo, y que no fuese la carne de los hombres, sino la de los animales, que figuraban la carne de Cristo, que es el más perfecto sacrificio».

El perfectísimo sacrificio de Cristo convenía por cuatro motivos: «Primero, porque, siendo carne de naturaleza humana, se ofrece convenientemente por los hombres, y éstos la toman bajo forma sacramental» en el sacramento de la Eucaristía. «Segundo, porque, siendo capaz de padecer y de morir, resultaba apta para ser inmolada. Tercero, porque, al carecer de pecado, era eficaz para limpiar los pecados. Cuarto, porque, siendo la carne del mismo que la ofrecía, resultaba acepta a Dios por la inefable caridad del que ofrecía su propia carne»[16].

También podría objetarse a esta doctrina que: «quien ofrece un sacrificio realiza un acto sagrado, como lo manifiesta el mismo nombre de «sacrificio». Pero los que mataron a Cristo no realizaron un acto sagrado, sino que perpetraron una inmensa maldad».[17].

La respuesta de Santo Tomás es la siguiente: «La pasión de Cristo fue, por parte de quienes le mataron, un maleficio», no un sacrificio». Sin embargo: «por parte del mismo Cristo que padecía por caridad, fue un sacrificio. Por eso se dice que el propio Cristo ofreció este sacrificio, pero no los que le mataron»[18].

Vía de la redención

La palabra redimir significa volver a recuperar algo perdido pagando un rescate. Se plica principalmente a la compra de la libertad de un cautivo o esclavo. La pasión de Cristo produjo la salvación del hombre por vía de la redención, porque fue el recate para sacar al hombre del estado de esclavitud en que había caído por el pecado y recuperar el estado de salvación. Santo Tomás lo prueba en el artículo siguiente.

Lo hace con la siguiente explicación: «El hombre estaba encadenado por el pecado de dos modos. Primero, por la esclavitud del pecado, porque «quien comete pecado es esclavo del pecado» (Jn 8, 34); y «Uno queda esclavo de aquel que le venció». (2 Pe 2, 19). Pues, como el diablo venció al hombre induciéndole a pecar, el hombre quedó sujeto a la esclavitud del diablo».

Segundo, en cuanto al reato, debito o deuda, por la pena, «con el que el hombre quedaba obligado conforme a la justicia divina. Y esto es también una cierta esclavitud, pues a la esclavitud pertenece el que uno sufra lo que no quiere, por ser propio del hombre libre disponer de sí mismo como él quiere».

Por consiguiente: «habiendo sido la pasión de Cristo satisfacción suficiente y sobreabundante por el pecado y por el reato de la pena del género humano», y, por tanto, por la culpa y por la obligación de expiar lo que queda después de perdonado el pecado o su culpa, «fue su pasión algo a modo de un precio mediante el cual fuimos liberados de una y otra obligación. Pues la misma satisfacción que alguien ofrece por sí o por otro se dice un cierto precio con el que a sí o a otro uno rescata del pecado y de la pena, según aquello: «Redime tus pecados con limosnas» (Dan 4, 24). Pues Cristo satisfizo, no entregando dinero o cosa semejante, sino dando lo que es más, entregándose a sí mismo por nosotros. Por este motivo, se dice que la pasión de Cristo es nuestra redención»[19].

Como: «quien compra o recata una cosa tiene que entregar el precio al que la posea», podría parecer que «Cristo entrega su sangre, el precio de nuestra redención, al diablo que nos tenía cautivos»[20].

Sin embargo, nota Santo Tomás que: «El hombre, al pecar, quedaba obligado a Dios y al diablo. Por la culpa había ofendido a Dios y se había sometido al diablo, prestándole acatamiento. De donde, en virtud de la culpa, no se había hecho siervo de Dios, antes bien, se había apartado del servicio de Dios, cayendo bajo la esclavitud del diablo. Y esto lo permitió Dios en razón de la culpa contra Él cometida Más por razón de la pena estaba el hombre obligado principalmente a Dios como con su supremo Juez y con el al diablo, como a su verdugo, según lo que se lee en la Escritura. «No se que tu adversario te entregue al juez y el juez te entregue al alguacil» (Mt 5, 25), esto es «al cruel ángel de las penas» (Pseudo Juan Crisóstomo, Coment. Evang. S, Mt., 5, 25, hom. 11)».

Por consiguiente: «aunque el diablo, en cuanto a sí mismo se refería injustamente retuviese al hombre, al que con fraude había engañado, bajo su esclavitud, tanto por razón de la culpa cuanto por la pena, era, sin embargo, justo que el hombre sufriera esto, permitiéndolo Dios por razón de la culpa y ordenándolo en cuanto al sufrimiento de la pena. Y así, por lo que a Dios toca, exigía su justicia que el hombre fuese rescatado, pero no por lo que toca al diablo»[21].

De manera que: «se exigía la redención para la liberación del hombre por lo que a Dios se refiere y no por lo que al diablo atañe, pues no al diablo, sino a Dios debía ser pagado el rescate. Por esto no se dice que Cristo haya ofrecido su sangre, que es el precio de nuestra redención, al diablo, sino a Dios»[22].

Explica Santo Tomás que: «el precio de nuestra redención es la sangre de Cristo, o sea su vida corporal, «que está en la sangre»(Lev 17,11), entregada por el propio Cristo. De manera que una y otra cosa pertenecen inmediatamente a Cristo en cuanto hombre». Sin embargo: «pertenecen a toda la Trinidad como a causa primera y remota, cuya era la misma vida de Cristo, como primer autor, y de la cual procede la inspiración del mismo Cristo en cuanto hombre para que padeciese por nosotros. Y, por esta causa, el ser inmediatamente Redentor es algo propio de Cristo en cuanto hombre, aunque la misma redención se pueda atribuir a toda la Trinidad como a causa primera»[23]. Y de este modo: »La redención fue realizada por Cristo en cuanto hombre. De modo que: «El precio de nuestro recate lo pago Cristo hombre, pero por mandato del Padre, como autor primordial»[24].

Vía de la eficiencia

Sobre la vía de eficiencia, o de causa eficiente física, afirma Santo Tomás que: Cristo es la causa eficiente de nuestra redención. Es causa principal en cuanto Verbo de Dios e instrumental en cuanto hombre. Su humanidad es causa eficiente instrumental no separada de su divinidad.

Cristo, realizaba además de las operaciones divinas, propias de su naturaleza divina, como el conocimiento divino, otras operaciones humanas, que le convenían solo en cuanto a su naturaleza humana, como llorar. Además, también otras que eran divino-humanas, porque la operación divina se sirve de la humana como instrumento para producir un efecto, que no puede realizar ninguna naturaleza humana, como hacer milagros. De manera que la humanidad de Cristo, como instrumento unido a la divinidad, fue causa, y así continúa en cielo, de todos los efectos sobrenaturales que recibe el hombre.

Se explica porque: «La causa eficiente es de dos maneras: una principal y otra instrumental. La causa eficiente principal de la salvación de los hombres es Dios. Pero como la humanidad de Cristo es «instrumento de la divinidad»,por esto todas las acciones y sufrimientos de Cristo obran instrumentalmente, en virtud de la divinidad, la salvación humana. Y, según esto, la pasión de Cristo causa eficientemente nuestra salvación»[25].

Esta cuestión de la Suma teológica, que termina con esta tesis,, junto con las siguientes, podría llevar a pensar que la detenida y minuciosa reflexión teológica de Santo Tomás sobre la muerte de Cristo no es necesaría o incluso no conveniente en nuestros días, porque como se ha escrito: «Muchos consideran que pensar y hablar constantemente de la Pasión del Señor es algo negativo que entristece a las personas. No. Hablar y hacer memoria de la Pasión es más bien algo muy positivo, ya que no se trata sólo de recordar el sufrimiento, sino la historia y esto lleva de manera particular a la alegría»[26].

Esta inquietud que muchos sienten al leer u oír algo sobre la Pasión de Cristo es comprensible, pero esta reacción de disgusto la han sentido o sentirán ante su misma vida. Es innegable que: «la vida, tarde o temprano, nos obliga a todos a experimentar el sufrimiento duro y amargo de la soledad, la tristeza y el abandono. Sin la ayuda de la gracia en esos momentos se puede llegar incluso a odiar la vida, que es el mayor don, pero precisamente en aquellos instantes podemos estar seguros de que la fe nos sostiene y la gracia de Dios no nos abandona».

Por consiguiente: «Si no se anuncia y no se medita la Pasión, en lugar del principio de la gracia, nos apegamos al principio de la autosalvación, que no es otra cosa que el principio de la maldición. De hecho, querer o pretender ser justos delante de Dios por sí mismos, mediante las propias fuerzas, es una mentira muy grave, porque delante de Dios nadie es capaz de practicar su religión perfectamente (…), no habiendo ningún justo, ya que nadie está sin pecado (…) De aquí se entiende la necesidad y la urgencia de promover la memoria de la Pasión para fomentar en el mundo el principio de la gracia y con él todo los beneficios de la salvación y la santificación»[27].

 

Eudaldo Forment

 



[1] Pierre Paul Proud’hon, (1758-1823), Crucifixión

[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 48, a. 6, in c.

[3] Ibíd., III, q. 48, a. 1, in c.

[4] ÍDEM, Compendio de Teología, c. 214, 429.

[5] ÍDEM, Compendio de Teología. c. 214, 430.

[6] ÍDEM, Suma teológica, III, q 19, a. 4, in c.

[7] Ibíd. III, q. 48, a. 2 in c.

[8] Ibíd., III, q. 48, a. 2, ob 1.

[9] Ibíd., III, q. 48, a. 2, ad 1.

[10] Ibíd., III, q. 48, a. 2, ob. 2.

[11] Ibíd., III, q. 48, a. 2, ad 2.

[12] Ibíd., III, q. 48, a. 2, ob. 3.

[13] Ibíd., III, q. 48, a. 2, ob. 3.

[14] Ibíd., III, q. 48, a. 3, in c.

[15] Ibíd., III, q. 48, a. 3, ob. 1.

[16] Ibíd., III, q. 48, a. 3, ad 1.

[17] Ibíd., III, q. 48, a. 3, ob 3.

[18] Ibíd., III, q. 48, a. 3, ad 3.

[19] Ibíd., III, q. 48, a. 4, in c.

[20] Ibíd., III, q. 48, a. 4, ob. 3.

[21] Ibíd., III, q. 48, a. 4, ad. 2.

[22] Ibíd., III, q. 48, a. 4, ad. 3

[23] Ibíd., III, q. 48, a. 5, in c.

[24] Ibíd., III, q. 48, a. 5, ad 2.

[25] Ibíd., III, q. 48, a. 6, in c.

[26] Maximiliano Anselmi, CP, Memoria passionis, en Luis Díez Merino y  Robin Ryan, Adolfo Lippi, (Dirs), Pasión de Cristo, Madrid, San Pablo, 2015, pp. 673ª -681a, p. 668b.

[27] Ibíd., p. 669ª.

1 comentario

  
Catalina Thomas
Muchísimas gracias por tan buenos artículos.
07/03/24 2:30 PM

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