XLII. Conveniencia de la pasión de Cristo

Posibilidades distintas de la pasión[1]

En el artículo segundo de la cuestión dedicada a la pasión de Cristo, Santo Tomás se ocupa de la posibilidad de otros modos de liberación del pecado,, además del realizado por la pasión de Cristo, y de sus consecuencias, el sufrimiento y la muerte.

Para dar una respuesta a este problema, cita el siguiente pasaje de San Agustín: «A los que dicen: «¿No tenía Dios otro medio para librar al hombre de la miseria de su mortalidad? ¿Era necesario exigir a su Hijo unigénito, Dios eterno como Él, que se humanase y vistiese nuestra carne y nuestra alma humana y, hecho mortal, sufriese muerte?» A éstos es poco refutarlos diciendo que este medio por el cual Dios se dignó redimirnos, sirviéndose del Mediador de Dios y de los hombres, el hombre Cristo Jesús, es bueno y conveniente a la majestad divina; debemos al mismo tiempo probarles que Dios, a cuyo imperio todo está sometido, no padece indigencia de medios; pero no existía otro más oportuno para sanar nuestra extremada miseria»[2].

Lo muestra Santo Tomas desde esta distinción: «De dos maneras se puede decir que una cosa es posible o imposible: una, simple y absolutamente, y otra, supuesta o hipotéticamente».

De manera que: «hablando, en absoluto, a Dios le fue posible liberar al hombre por un modo distinto del la pasión de Cristo, porque «para Dios no hay nada imposible» (Lc 1, 37); pero, planteado el problema en un supuesto o hipótesis concreta, fue imposible. Porque es imposible que la presciencia de Dios se engañe y que su voluntad o determinación deje de cumplirse; supuestas, pues, la presciencia y la preordinación divinas sobre la pasión de Cristo, no era posible que Cristo no padeciese ni que el hombre fuese liberado de otro modo que por medio de su pasión. Y la misma razón vale para todo lo que de antemano es conocido y ordenado por Dios»[3].

Posibilidad y necesidad de la pasión

Desde la posición contraria, que, sin hacer la distinción, niega la posibilidad de otro modo de liberación de la naturaleza humana del pecado y sus efectos, se puede objetar que: «Dijo el Señor en el Evangelio de San Juan: «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero, si muere, dará mucho fruto» (Jn 12,24-25); sobre lo cual dice San Agustín que «se llamaba grano a sí mismo» (Trat. Evang. S. Juan, 12, 24, trat 51). Por consiguiente, de no haber padecido la muerte, no hubiera dado el fruto de la liberación»[4], que no sería así posible de otro modo.

Nota Santo Tomás, en su respuesta, que: «En el pasaje mencionado habla el Señor en el supuesto de la presciencia y de la preordinación divinas, según las cuales estaba dispuesto que el fruto de la salvación humana no se seguirían más que padeciendo Cristo»[5]. No queda así negada la posibilidad en absoluto y sí afirmada la necesidad en el supuesto concreto.

En defensa de la necesidad de la pasión en los dos sentidos, se puede decir que: «En el Evangelio de San Mateo leemos lo que el Señor dijo a su Padre: «Padre mío, si no es posible que este cáliz se aleje de mí, sino que lo tenga de beber, hágase tu voluntad» (Mt 26, 42). Y aquí habla del cáliz de la pasión. Luego la pasión de Cristo no podía evitarse. Por lo cual dice San Hilario: «No puede alejarse el cáliz sino que tiene que beberlo, porque no podemos ser reparados de otro modo que por la pasión» (Com. Evang. S. Mat, c. 31)»[6].

En la respuesta anterior, indicaba Santo Tomás que en las palabras de Cristo estaba supuesta la presciencia y predestinación divinas. Lo mismo ahora: «se debe entender lo que en segundo lugar se objeta: «Si no es posible alejar este cáliz y que tenga que beberlo», a saber «porque así tu lo tienes dispuesto». Por eso añade: «Hágase tu voluntad»[7].

Otra importante objeción a la tesis de Santo Tomás es la siguiente: «La justicia de Dios exigía que el hombre fuese liberado del pecado por la satisfacción de Cristo mediante su pasión. Pero Cristo no podía pasar por encima de esa justicia, pues en la Segunda epístola a Timoteo, se dice: «Si nosotros no creemos, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo» (Tim 2, 13).. Pero se negaría a sí mismo si negase su justicia, por ser Él la justicia misma. Luego parece no haber sido posible liberar al hombre de otro modo que por la pasión de Cristo»[8]..

Responde Santo Tomás que: «También esta misma justicia depende de la voluntad divina, que exige del género humano una satisfacción por el pecado. De otro modo, si hubiera querido liberar al hombre del pecado sin satisfacción alguna, no hubiera obrado en contra de la justicia».

A diferencia de Dios, en cambio: «no puede perdonar la culpa o la pena, respetando la justicia, aquel juez que debe castigar la culpa cometida contra otro, sea contra otro hombre, sea contra la comunidad entera o contra un gobernante superior». No ocurre así en Dios, porque: «no tiene superior alguno, sino que él mismo es el bien supremo y común de todo el universo».

De manera que Dios podía perdonar al hombre sin exigir ninguna reparación, y sin cometer ninguna injusticia, porque: «si perdona un pecado cuya única razón de culpa porque se comete contra El, a nadie hace injuria; como el hombre que misericordiosamente perdona una ofensa contra él, sin exigir satisfacción, no comete injusticia. Por este motivo, David, cuando pedía misericordia, decía «Contra ti solo pequé» (Sal 50, 6), como si dijera: «Sin injusticia, puedes perdonarme»[9]. Dios, por ejemplo, sin satisfacción alguna o con una menor, con un simple acto de arrepentimiento del hombre, le hubiera podido perdonar su pecado. Existía esta posibilidad, pero de hecho quiso la pasión, y sólo en este querer fue necesaria.

Por último, se puede objetar a la tesis de la posibilidad en absoluto de otros modos de redención del hombre, que: «No cabe error en la fe. Los antiguos Padres de la Iglesia creyeron que Cristo había de padecer. Luego parece que no pudo acontecer que Cristo no padeciese»[10].

No representa objeción alguna, escribe Santo Tomás, como final de la cuestión, porque: «Nuestra fe y las Escrituras divinas, en las que esta fe se apoya, se fundan en la presciencia y ordenación divinas. Y así la misma razón vale para la necesidad que proviene de las cosas de la fe, que de la necesidad de la presciencia y voluntad divinas»[11], que están expresada en la Escrituras, y que son así necesarias en el mismo sentido. Sin embargo, fuera de estos decretos divinos, hay en la voluntad divina otras posibilidades.

Conveniencia de la pasión

En el siguiente artículo, Santo Tomás establece, sin embargo, que no hubo otra forma más oportuna de liberar al hombre que la pasión de Cristo. Lo prueba detenida y profundamente desde este principio evidente: «un medio es tanto más conveniente para conseguir un fin, cuanto más ventajas concurren en él para lograr tal fin».

El fin principal del medio de la pasión de Cristo es la liberación del pecado. Como indica Fillion: «El fin y significación de la inmolación del Salvador en la cruz no ofrece duda, pues el mismo Jesús los había indicado a las claras en varias circunstancias solemnes. Su muerte en la cruz era una obra de redención y de reconciliación. Si muere y se sacrifica en este infamante árbol, es para expiar los pecados de los hombres y apartar de ellos el castigo eterno que habían merecido ofendiendo al Dios de perfecta santidad y de bondad suma, y a la par de absoluta justicia».

Prosigue, el profesor de Sagrada Escritura: «Sustituyó, pues, a la humanidad culpable para padecer, en lugar de ella, como víctima inocente, perfecta y de valor infinito, pues era Dios, los golpes de la justicia divina. De ahí el nombre de «satisfactio vicaria» (representante o suplente), que dan los teólogos a su admirable intervención. «El Hijo del hombre vino (…) para dar su vida como recate de muchos» (Mt 20, 28). «Esta es mi sangre, la sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos para la remisión de los pecados» (Mt 26, 28). Estas palabras del Salvador son de suyo suficientes para demostrar esa magnífica doctrina profundamente consoladora, que era ya la de Isaías cuando profetizaba la pasión del Mesías; que lo fue después de los apóstoles y doctores de la Iglesia, y que sigue siendo uno de los dogmas más hermosos y más sublimes de la fe católica»[12].

También un conocido escriturista actual, el profesor Luis Díez Merino, ha escrito que la Pasión en los tratados dogmáticos: «se ha centrado en la teoría de la satisfacción-vicaria, en el sentido de que únicamente la muerte del Verbo Encarnado, verdadero Dios y verdadero hombre, sufrida por amor, podía realmente reconciliarnos con Dios y dar a Dios la debida satisfacción por el castigo merecido por nuestros pecados»[13].

No es extraño, porque: «aparece en la narración evangélica de la Pasión un contenido dogmático, dando a la pasión y muerte de Cristo un valor salvífico y redentor. Cristo padeció y murió en la Cruz para salvar a la humanidad y redimirla de los pecados; «sangre» de la alianza derramada por muchos para el perdón de los pecados» (Mt 26, 28; Mc 14, 24)»[14].

Sin embargo, además de este fin principal de la pasión, indica Santo Tomás que: «concurren otras cosas, que conducen a la salvación del hombre: «Primera, por este medio conoce el hombre lo mucho que Dios le ama, y con esto se mueve a amarle a Él, en lo cual consiste la perfección de la salvación humana. Por lo que dice el Apóstol: «Dios prueba su amor para con nosotros en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5, 8-9)».

Segunda: «por la pasión Cristo nos dio ejemplo de obediencia, humildad, constancia, justicia y demás virtudes manifestadas en la pasión, que son necesarias para la salvación de los hombres. Por esto, dice San Pedro: «Cristo padeció por nosotros, y nos dejó ejemplo para que sigamos sus pasos» (1 Pe 2, 21)».

Tercera: «porque Cristo con su pasión no sólo liberó al hombre del pecado, sino que también mereció para él la gracia justificante y la gloria de la bienaventuranza». Cuarta: «porque con este medio de la pasión se impone al hombre una mayor necesidad de conservarse inmune de pecado, según lo que dice el Apóstol: «Habéis sido comprados a gran precio, glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo» (1 Cor 6, 20)».

Quinta: «porque con ella realza más la dignidad del hombre, de modo que, como un hombre fue vencido y engañado por el diablo, así fuese también el hombre el que derrotase al diablo, así también fuese otro hombre quien venciera al diablo; y como un hombre mereció la muerte, así otro hombre, muriendo, venciese y superase a la muerte. Por eso, dice San Pablo: «Gracias a Dios, que nos dio la victoria Jesucristo» (1 Cor 15, 57)»..

Por todo ello, debe concluirse que: «fue más conveniente ser liberados por la pasión de Cristo que serlo solamente por la voluntad de Dios»[15].

Resolución de las dificultades

Frente a esta tesis se podría decir que podía haberse dado otro modo más conveniente para la liberación de los hombres que la pasión de Cristo. Con un razonamiento, que parte de este principio: «las cosas, que se realizan por los medios naturales, se hacen mejor que las realizadas por medios violentos». Se explica, porque lo vio lento es «cierta escisión o ruina de lo que es natural» (Aristóteles, Del cielo, III, c. 2, n. 1)».

De su aplicación se infiere: «la pasión de Cristo llevó consigo la muerte violenta y, por tanto, parece que hubiera sido más conveniente que Cristo liberase al hombre con una muerte natural que con la muerte que padeció»[16].

La objeción no es válida, porque, replica Santo Tomás: «como escribe San Juan Crisóstomo: «Cristo no vino para consumir su propia muerte, que no tenía, siendo Él la vida, sino la muerte de los hombres. De manera que no abandonó su cuerpo por una muerte natural, sino que sufrió la muerte que le infligieron los hombres. Pero si su cuerpo hubiera enfermado y hubiera muerto en presencia de todos, resultaría este inconveniente: que hubiera tenido el propio cuerpo sujeto a enfermedades, quien había sanado los de los demás. Y si en lugar retirado y sin enfermedad alguna, hubiera muerto, al presentarse luego no sería creído cuando hablase de su resurrección. ¿Cómo se haría evidente la victoria de Cristo, sino sufriendo la muerte delante de todos, y probando que la había vencido por la incorrupción de su cuerpo?» (Cf, San Atanasio, Exp. Verbo Encarn,, n. 22)»[17].

Igualmente se podría rechazar la tesis de la conveniencia de la pasión desde este otro principio: «parece sumamente conveniente que por la fuerza de un superior sea despojado de lo que con violencia e injusticia alguien retiene; por lo cual dice Isaías: «De balde fuisteis vendidos, y sin dinero seréis rescatados» (Is 52,3)»[18].

De este modo, injusto y violento, el diablo con su mentira y, por ella, el consiguiente primer pecado del hombre, se apoderó de él. De manera que, como se dice en le Catecismo de la Iglesia Católica: «Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre aunque éste permanezca libre»[19].

Como se había proclamado en el Concilio de Trento:«Adán, el primer hombre, después de haber quebrantado el mandato divino en el paraíso, perdió inmediatamente la santidad y justicia en que había sido constituido; y que por este pecado de desobediencia incurrió en la ira e indignación de Dios, y, por consiguiente, en la muerte con que le había amenazado antes el Señor, y con la muerte en el cautiverio bajo la potestad de aquel que tuvo luego «el imperio de la muerte» (Hb 2, 14-15), esto es, del demonio»[20].

Como se explica en el Catecismo del Concilio de Trento: «el diablo (…) es conocido en las Sagradas Escrituras con los nombres de príncipe y rector de este mundo (Cf. Jn 12 31; 14, 30 y 16, 11), príncipe de las tinieblas (Cf. Ef 6, 12), y «rey de todos los hijos de la soberbia» (Jb 41, 25). Y a los que se hallan oprimidos bajo la tiranía de Satanás, se les aplica con mucha propiedad estas palabras de Isaías: «¡Señor Dios nuestro! Otros señores fuera de ti nos han dominado» (Is 26, 13)»[21].

En la argumentación de la objeción se advierte seguidamente que: «el diablo no tenía derecho alguno sobre el hombre, a quien con fraude había engañado, y a quien tenía sujeto a servidumbre». Y se concluye: «Luego parece que hubiera sido convenien tísimo que Cristo por su propio poder y, por tanto, sin su pasión, despojase al diablo»[22].

. Sobre esta observación de la objeción, precisa Santo Tomás que: «aunque el diablo había atacado injustamente al hombre, sin embargo el hombre había sido jus tamente abandonado por Dios bajo la servidumbre del diablo», porque había actuado con su libertad, perfeccionada con la gracia, pero no absolutamente perfecta porque tenía la posibilidad de elegir el mal, pecar, como así hizo. «Por esto fue conveniente que el hombre fuese liberado de la servidumbre del diablo por medio de la justicia, satisfaciendo Cristo por él, mediante su pasión».

Añade que: «Esto fue conveniente también para vencer la soberbia del diablo, que, como dice San Agustín: «es desertor de la justicia y amante del poder» a fin de que Cristo «venciese al diablo y liberase al hombre no sólo con el poder de su divinidad, sino también por medio de la justicia y de la humildad de su pasión» (Trinidad, 13, c. 9)»[23].

En su reflexión sobre la pasión redentora de Cristo, pedía Newman, en uno de sus sermones, que: «procuremos imaginarnos que vemos la cruz, y a Él subido a ella. Acerquémonos. Pidámosle que nos mire como miró al ladrón arrepentido, y digámosle: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23, 42)»[24].

Y también que se hiciera la siguiente oración, que es una especie de «acordaos» a Jesús en la Cruz: «Decimos con el ladrón arrepentido: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Acuérdate de mí, Señor, en tu misericordia, no te acuerdes de mis pecados, sino de tu cruz; recuerda tus propios sufrimientos, recuerda que Tú sufriste por mí, pecador; recuerda en el último día que yo, durante el tiempo de mi vida, sentí tus sufrimientos, que yo sufrí en mi cruz, a Tu lado. Acuérdate de mí entonces, y haz que yo me acuerde de Ti ahora»[25]. Amen

 

Eudaldo Forment

 

 



[1] Louis de Caullery, Calvario (1610)

[2] San Agustín, La Trinidad, XIII, c. 10, 13.

[3] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 46, a. 2, in c.

[4] ÍDEM, III, q. 46, a. 2, ob. 1.

[5] Ibíd., III, q. 46, a. 2, ad 1.

[6] Ibíd., III, q. 46, a. 2, ob. 2

[7] Ibíd., III, q. 46, a. 2, ad 2.

[8] Ibíd.., III, q. 46, a. 2, ob. 3.

[9] Ibíd.., III, q. 46, a. 2, ad 3.

[10] Ibíd.., III, q. 46, a. 2, ob. 4..

[11] Ibíd.., III, q. 46, a. 2, ad 4.

[12] Louis Claude Fillion, Vida Nuestro Señor Jesucristo, Madrid, Rialp, 2000, 3, vv.; vol III, Pasión muerte y resurrección,  p. 223.

[13] Luis Díez Merino, La pasión de Cristo, centralidad del tema en la Teología, en  Luis Díez Merino y  Robin Ryan, Adolfo Lippi, (Dirs), Pasión de Cristo, Madrid, San Pablo, 2015, pp. 795-805, pp. 800b-801ª..

[14] Ibíd., p. 798a.

[15] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 46, a. 3, in c.

[16] Ibíd.., III, q. 46, a. 3, ob. 2.

[17] Ibíd.., III, q. 46, a. 3, ad 2.

[18] Ibíd.., III, q. 46, a. 3, ob. 3.

[19] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 407.

[20] Concilio de Trento, Decrero sobre el pecado original, 1.

[21] Catecismo del Concilio de Trento, IV, c. 14, n. 7.

[22] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 46, a. 3, ob. 3.

[23] ÍDEM, III, q. 46, a. 3, ad. 3

[24] John Henry Newman, Sermones parroquiales, Madrid, Ediciones Encuentro, 2015, 8 vv., v. 7, Sermón 10: La crucifixión, pp. 131-139, pp, 138-39.

[25] Ibíd., p. 139.

3 comentarios

  
LJ
La muerte de Jesucristo en la Cruz es tomada por los herejes evangélicos como que los pecados son perdonados. Los pasados, presentes y futuros.
Los pecados que perdonó Jesús muriendo en la Cruz fueron los que mantenían cerradas las puertas del Cielo aun a los justos.
19/10/23 1:26 PM
  
Laico II
muy bueno este blog, recién lo descubro. Y aunque quizás me de vergüenza decirlo, se me hace más fácil de entender que la Suma Teológica.
26/10/23 7:41 PM
  
Alfredo
Por el título: Antes que conveniencia que significa algo para mejor la Cruz de Cristo fue el Sacrificio del Cordero de Dios que si así lo decidió Dios mismo eso fue necesario para nuestra redención
05/11/23 4:06 AM

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