XXXII. La enseñanza de Cristo en parábolas

Predicación a los judíos[1]

Después de tratar las tres tentaciones, que sufrió Cristo, Santo Tomás se ocupa del modo de su enseñanza. Se pregunta primero porqué su predicación estuvo limitada a los judíos, Considera que era conveniente que enseñara solo al pueblo de Israel y no a los pueblos gentiles. Da cuatro razones.

Primera: «para mostrar que con su venida se cumplían las antiguas promesas hechas a los judíos y no a los gentiles. Escribe San Pablo, por ello: «Digo que Cristo fue ministro de la circuncisión», es decir, apóstol y predicador de los judíos, para demostrar la verdad de Dios cumpliendo las promesas hechas a los padres» ((Rm 15, 8)»,

Segunda: «para probar que su venida era de Dios, pues, como dice San Pablo: «Las cosas que provienen de Dios vienen con orden» (Rm 13,1), El debido orden exigía que la enseñanza de Cristo fuese propuesta primeramente a los judíos, que estaban más cerca de Dios por la fe y por el culto a un solo Dios, y que, por medio de ellos, se transmitiese esta enseñanza a los gentiles. De parecida manera, en la jerarquía celestial las iluminaciones divinas llegan a los ángeles inferiores mediante los superiores».

Por esto, explica San Jerónimo: «comentando las palabras de Cristo «no he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 15,24), que: «No dice con esto que no haya sido enviado a los gentiles, sino que primero lo ha sido a Israel» (Com. Evang. S. Mat., 15, 24, l. 2). Por esto dice Isaías: «De los que se hubieran salvado», es decir, de los judíos, «enviaré a los gentiles, y les anunciarán mi gloria a las gentes» (Is 66,19)»[2].

De manera que: «Cristo fue luz y salvación de los gentiles por medio de sus discípulos, a quienes envió a predicar a los paganos»[3]. Contra lo que pudiera parecer: «no supone menor potestad, hacer algo por medio de otros, y no por sí mismo. Por esto, el poder divino se manifestó en Cristo en grado supremo al otorgar a sus discípulos tal poder para enseñar, que gentes que no habían oído nada de Cristo se convirtiesen a la fe».

Además: «el poder de Cristo en la enseñanza se ve en cuanto a los milagros con que confirmaba su doctrina; en cuanto a la eficacia para persuadir; en cuanto a la autoridad del que hablaba, puesto que lo hacía como quien tiene poder sobre la ley, cuando decía: «Yo os digo» (cf. Mt 5,22.28.34); y también en cuanto a la fuerza de la rectitud que manifestaba en su vida, exenta de pecado»[4].

Sin embargo, aunque Cristo no comunicó directamente su doctrina a los gentiles, «para mostrarse como enviado a los judíos», no por ello: «rechazo del todo a los gentiles cerrándoles la esperanza de la salvación. Por esto fueron admitidos algunos gentiles en particular, debido a la excelencia de su fe y devoción»[5], como «la samaritana y la cananea»[6].

La tercera razón por la que Cristo empezará a predicar únicamente a su pueblo fue: «para quitar a los judíos la ocasión de calumniarle. Por esto, comentando el pasaje «no vayáis por el camino de los gentiles» (Mt 10, 5), dice San Jerónimo: «convenía que la venida de Cristo se anunciase primero a los judíos para quitarles la excusa de decir que ellos habían rechazado al Señor por haber enviado a los gentiles y a los samaritanos sus apóstoles» (Com. Evang. S. Mat., 10, 5, l. 1)».

La cuarta y última, porque: «fue por la victoria de la cruz, por la que Cristo mereció el poder y el dominio sobre las gentes. Por esto se dice en el Apocalipsis: «Al que venciere le daré potestad sobre las gentes, como yo la recibí de mi Padre» (Ap 2, 26-28). Y dice San Pablo que Cristo: «se hizo obediente hasta la muerte de cruz y por eso Dios lo exaltó para que, al nombre de Jesús, se doble toda rodilla, y toda lengua le reconozca por Señor». (Flp 2, 8). Y por este motivo, no quiso, antes de la pasión, predicar su doctrina a los gentiles, pero después de su pasión, dijo a los discípulos: «Id y predicad a todas las gentes» (Mt 28,19)».

También, «Por esto, como se lee en San Juan, cuando, próxima la pasión, algunos gentiles querían ver a Jesús, les respondió: «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero, si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 20). Y como dice San Agustín, a propósito de estas palabras: «A sí mismo se llamaba grano, que había de ser mortificado en la infidelidad de los judíos y multiplicado en la fe de los pueblos» (Trat. Evang. S. Juan, 12, 20, trat. 51)»[7].

La enseñanza en parábolas

Otra importante pregunta que se hace Santo Tomás, en esta cuestión dedicada a la enseñanza de Cristo, es sobre si era conveniente que Cristo enseñará a veces con parábolas. Su respuesta afirmativa la confirma con la siguiente indicación: «Una doctrina se puede ocultar de tres modos»

Explica seguidamente que el primero modo es en cuanto a «la intención del que la enseña, que se propone no manifestar su doctrina a muchos, sino más bien tenerla oculta». Esto puede suceder de dos maneras. Unas veces, por celos del propio docente, que le mueven a querer descollar por su ciencia, y, por ello, no quiere comunicarla a los demás». Como es patente: «esto no se ha de pensar de Cristo, de quien habla el libro de la Sabiduría en su nombre: «Sin engaño la aprendí y sin envidia la comunico, y a nadie escondo su riqueza» (Sb 7, 13)».

Otras veces, se oculta la doctrina a los demás: «por la inmoralidad de las cosas que se enseñan; como dice San Agustín: «Hay cosas malas que no puede soportar la decencia humana» (Trat. Evang. S. Juan, 16, 12. trat. 96). De las doctrinas heréticas se pueden decir las palabras del libro de los Proverbios: ‘Las aguas furtivas son más dulces’ (Pr 9, 17)». Pero la doctrina de Cristo «no es ni errónea ni inmoral (cf. 1 Tes 2, 3). Y, por este motivo, dice el Señor: «¿Acaso se trae una candela, –esto es, una doctrina verdadera y honesta–, para colocarla debajo del celemín? (Mc 4, 21)» (Trat. Evang. S. Juan, 16, 12, trat. 96)».

De un segundo modo: «se puede ocultar una doctrina por cuanto se propone a pocos. Y, de este modo, Cristo no enseñó nada a escondidas, porque exponía toda su doctrina, bien a toda la muchedumbre, bien a todos sus discípulos en común. Por esto escribe San Agustín: «¿Como se puede decir que habla a escondidas cuando habla en presencia de tantos hombres? ¿Y más cuando, hablando a pocos, es para darla a conocer por ellos a la muchedumbre? (Trat. Evang. S. Juan, 18, 13. trat. 113)». Un tercer modo de ocultar una doctrina está: «en el método de enseñar. Y, en este aspecto, Cristo ocultaba algunas cosas a la muchedumbre, cuando le exponía en parábolas los misterios que no eran capaces o dignos de recibir».

A pesar de su incapacidad e indignidad para acogerlos tales misterios: «todavía le era mejor recibirlos así, y bajo el velo de las parábolas oír la doctrina espiritual que del todo ser privados de la misma». Así se manifestaba la misericordia de Dios.

Sin embargo, luego el Señor: «exponía la verdad clara y desnuda de las parábolas a sus discípulos, por medio de los cuales había de llegar a otros, que fueran capaces de recibirlas, según aquellas palabras de San Pablo «Lo que de mí recibiste en presencia de muchos testigos, encomiéndalo a otros que sean capaces de enseñarlo a los demás» (2 Tim 2, 2). Esto se hallaba significado en Números, en aquel mandamiento dado a los hijos de Aarón, de que envolviesen los vasos sagrados, y que los levitas debían transportar envueltos (Cf. Num 4, 5s.)»[8].

La parábola

Como definición, se puede decir que: «la parábola es una forma narrativa», que tiene un doble sentido. Uno superficial, que es un relato, y, otro más profunda, que se descubre desde un código distinto del primero, que se ha cambiado[9].

La parábola presenta una similitud, que se da: «tanto en el nivel sintáctico, donde se designa como comparación, como en el textual donde se designa como parábola». La similitud en algo o «denominador común» de dos realidades, que se yuxtaponen, se expresa a través de términos de comparación (como, tal es, así es. parecido a, semejante a, etc.). Si se suprime «la partícula de comparación nace –según la definición tradicional– la metáfora; la formulación extensa sin partícula desemboca en la alegoría, mientras que la parábola suele mantener la formula expresa»[10].

En un sentido más estricto, por parábola se entiende: ««una comparación, que, desarrollándose en forma de narración histórica verosílmente compuesta, expresa una verdad religiosa referente al Reino de Dios». De manera que es, en definitiva: «una comparación dramáticamente desarrollada que declara el Reino de Dios»[11].

En Jesús de Nazaret, Benedicto XVI, en el capítulo «El mensaje de la parábolas», indica que en los Evangelios: «las parábolas son indudablemente el corazón de la predicación de Jesús. No obstante el cambio de civilizaciones nos llegan siempre al corazón con su frescura y humanidad (…) En las parábolas (…) sentimos inmediatamente la cercanía de Jesús, como vivía y enseñaba»[12].

Nota también que: «al mismo tiempo nos ocurre lo mismo que a sus contemporáneos y a sus discípulos: debemos preguntarle una y otra vez qué nos quiere decir con cada una de las parábolas (cf. Mc 4, 10). El esfuerzo por entender correctamente las parábolas ha sido constante en toda la historia de la Iglesia»[13].

Ya: «sus discípulos le preguntaron por el significado de la parábola del sembrador». Jesús les dio entonces: «una respuesta general sobre el sentido de su modo de hablar en parábolas»[14].

La respuesta de Cristo, tal como Benedicto XVI reproduce la que se encuentra en el Evangelio de San Marcos, es la siguiente: «A vosotros (al círculo de los discípulos) os ha concedido Dios el secreto del Reino de Dios: pero para los de fuera todo resulta misterioso, para que (como está escrito) «miren y no vean, oigan y no entiendan, a no ser que se conviertan y Dios les perdone (Is 6, 9-10)»[15].

Ante este difícil texto, se puede preguntar que: « ¿Qué significa esto? ¿Sirven las parábolas del Señor para hacer su mensaje inaccesible y reservarlo solo a un pequeño grupo de elegidos, a los que él mismo se las explica? ¿Acaso las parábolas no quieren abrir, sino cerrar? ¿Es Dios partidista, que no quiere la totalidad, a todos, sino sólo a una elite?»[16].

Indica Benedicto XVI que: «con esta frase, Jesús se sitúa en la línea de los profetas; su destino es el de los profetas. Las palabras de Isaías, en su conjunto, resultan mucho más severas e impresionantes que el resumen que Jesús cita»[17]. En el texto de Isaías se lee: «Endurece el corazón de este pueblo, tapa sus oídos, ciega sus ojos, no sea que vea con sus ojos, oiga con sus oídos y entienda con su corazón, y se convierta y se cure»[18].

Comenta Benedicto XVI que: «El profeta fracasa: su mensaje contradice demasiado la opinión general, las costumbres corrientes. Sólo a través de su fracaso resultan eficaces. Este fracaso del profeta se cierne como una oscura pregunta sobre toda la historia de Israel, y en cierto sentido se repite continuamente en la historia de la humanidad. Y también es sobre todo, siempre de nuevo, el destino de Jesucristo: la cruz. Pero precisamente de la cruz se deriva una gran fecundidad»[19].

Añade que: «Su «fracaso» en la cruz supone precisamente el camino que va de los pocos a los muchos, a todos: «Y cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mi» (Jn 12, 32). El fracaso de los profetas, su fracaso, aparece ahora bajo otra luz. Es precisamente el camino para lograr «que se conviertan y Dios les perdone». Es el modo de conseguir, por fin, que todos los ojos y oídos se abran».

Puede, por ello, concluirse que: «en la cruz se descifran las parábolas». Afirmación que queda confirmada, porque: «En los sermones de despedida dice el Señor: «Os he hablado de esto en comparaciones: viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente» (Jn 16, 25). Así las parábolas hablan de manera escondida del misterio de la cruz; no sólo hablan de él: ellas mismas forman parte de él. Pues precisamente porque dejan traslucir el misterio divino de Jesús, suscitan contradicción. Precisamente cuando alcanzan máxima claridad, como en la parábola de los trabajadores homicidas de la viña (cf. Mc 12, 1-12), se transforman en estaciones de la vía hacia la cruz. En las parábolas, Jesús no es sólo el sembrador que siembra la semillas de la palabra de Dios, sino que es semilla que cae en la tierra para morir y así poder dar fruto»[20].

La intención de las parábolas

Esta explicación teológica permite definir la parábola como: «un movimiento doble: por un lado, la parábola acerca lo que está lejos a los que la escuchan y meditan sobre ella: por otro, pone en camino al oyente mismo».

Se explica, porque a su oyente: «la dinámica interna de la parábola, la autosuperación de la imagen elegida, le invita a encomendarse a esta dinámica e ir más allá de su horizonte actual, hasta lo antes desconocido y aprender a comprenderlo. Pero eso significa que la parábola requiere la colaboración de quien aprende, que no sólo recibe una enseñanza, sino que debe adoptar el mismo movimiento de la parábola, ponerse en camino con ella»[21].

En este segundo movimiento es donde: «se plantea lo problemático de la parábola». En unos casos: «puede darse la incapacidad de descubrir su dinámica y de dejarse guiar por ella». En otros: «puede que, sobre todo cuando se trata de parábolas que afectan a la propia existencia y la modifican, no haya voluntad de dejarse llevar por el movimiento que la palabra exige»[22].

Se comprende este aspecto de la parábola, que afecta a la propia vida personal de cada oyente, porque: «Jesús no quiere transmitir unos conocimientos abstractos que nada tendrían que ver con nosotros en lo más hondo. Nos debe guiar hacia el misterio de Dios, hacia esa luz que nuestros ojos no pueden soportar y que por ello evitamos». Por este motivo: «para hacérnosla más accesible, nos muestra como se refleja la luz divina en las cosas de este mundo y en las realidades de nuestra vida diaria».

La parábola de Cristo: «a través de lo cotidiano quiere indicarnos el verdadero fundamento de todas las cosas», y, como consecuencia, también: «la verdadera dirección que hemos de tomar en la vida de cada día para seguir el recto camino». Con ella se: «nos muestra el Dios que actúa, que entra en nuestras vidas y nos quiere tomar de la mano. A través de las cosas ordinarias nos muestra quiénes somos y qué debemos hacer en consecuencia; nos transmite un conocimiento que nos compromete, que no sólo nos trae nuevos conocimientos, sino que cambia nuestras vidas».

Además, hay un tercer aspecto en la parábola, que permite resolver la dificultad de los anteriores, porque; «es un conocimiento que nos trae un regalo: Dios está en camino hacia ti», pero hay que aceptarlo, porque: «plantea una exigencia: cree y déjate guiar por la fe». De manera que, como todo lo que nos da Dios: «la posibilidad del rechazo es muy real, pues la parábola no contiene una fuerza coercitiva»[23].

La opción de rehusar se ve incrementada en la actualidad, porque: «nos hemos formado un concepto de realidad que excluye la transparencia de lo que, en ella, nos lleva a Dios. Sólo se considera real lo que se puede probar experimentalmente». Sin embargo: «Dios no se deja someter a experimentos. Esto es precisamente lo que el reprocha a la generación del desierto: «Cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras» (Sal 94, 9)». La realidad de Dios es de orden distinto y superior a las realidades en las que vivimos. Hay que buscar conocer a Dios como Dios.

Desde su perspectiva, el hombre moderno piensa que: «Dios no puede aceptar la exigencia que nos plantea creer en Él como Dios y vivir en consecuencia parece una pretensión inaceptable. En esta situación, las parábolas llevan de hecho a no ver y no entender, al «endurecimiento del corazón» (Is 6, 10)».

De ahí, se comprende que: «las parábolas son expresión del carácter oculto de Dios en este mundo y del hecho de que el conocimiento de Dios requiere la implicación del hombre en su totalidad: es un conocimiento que forma un todo único con la vida misma, un conocimiento que no puede darse sin «conversión».

Esta conversión es necesaria, porque: «en el mundo marcado por el pecado, el baricentro sobre el que gravita nuestra vida se caracteriza por estar aferrado al yo y al «se» impersonal. Se debe romper este lazo para abrirse a un nuevo amor que nos lleve a otro campo de gravitación y nos haga vivir así de un modo nuevo».

De manera que: «el conocimiento de Dios no es posible sin el don de su amor hecho visible; pero también el don debe ser aceptado. Así pues, en las parábolas se manifiesta la esencia misma del mensaje de Jesús y en el interior de las parábolas está inscrito el misterio de la cruz»[24].

 

Eudaldo Forment

 



[1] Pieter Brueghel el Viejo, Paisaje con la parábola del sembrador, 1557.

[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 42, a. 1, in c.

[3] Ibíd., III, q. 42, a. 1, ad 1.

[4] Ibíd., III, q. 42, a. 1, ad 2.

[5] Ibíd., III, q. 42, a. 1, ad 3.

[6] Ibíd., III, q. 42, a. 1, ob. 3.

[7] Ibíd., III, q. 42, a. 1, in c.

[8] Ibíd., III, q. 42, a. 3, in c.

[9]Cf. Angello Marchese y Joaquín Forradellas, Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria. Barcelona, Ariel, 1997, Parábola, p. 306.

[10] Kurt Spang, Fundamentos de retórica literaria y publicitaria, Pamplona, EUNSA, 1991, p. 187.

[11] P. BOVER, El Evangelio de San Mateo, Barcelona, Editorial Balmes, 1946., p. 546.

[12] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Primera parte, Madrid, La esfera de los libros, Madrid, 2007, p. 223.

[13] Ibíd., pp. 223-224.

[14] Ibíd., p. 229.

[15] Mc 4, 11-12

[16] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Primera parte, op. cit., p. 229.

[17] Ibíd. pp. 230

[18] Is 6, 10.

[19] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Primera parte, op. cit., .p. 230.

[20] Ibíd., p. 231.

[21] Ibíd., p. 232.

[22] Ibíd., pp. 232-233.

[23] Ibíd., p. 233.

[24] Ibíd., p. 234.

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