XXX. La segunda tentación de Cristo
La tentación previa de la gula[1]
El profesor de Sagrada Escritura Louis-Claude Fillión, en su obra sobre la vida de Jesús, considerada como una de sus mejores biografías, al tratar el episodio de las tentaciones, aporta nuevas observaciones, que están en continuidad con las de Santo Tomás. Nota, en primer lugar, que es: «un misterio más profundo y más asombrosos aún que el del bautismo de Nuestro Señor; el Hijo de Dios tentado, es decir, provocado a hacer mal; el Hijo de Dios en contacto inmediato con el príncipe de los demonios»[2]. Frente a frente Satanás y Dios dialogando.
Para la reflexión sobre este misterio de las tentaciones, puede tenerse en cuenta que: «primeros en sufrir la prueba de la tentación habían sido los ángeles, muchos de los cuales sucumbieron tristemente. La sufrió también Adán y nosotros sabemos cuán funestos fueron los resultados para sí y para su posterioridad. Tampoco se libró de ella el segundo Adán; ¡pero qué magnifica va a ser su victoria! Todo bien considerado, entrar en abierta liza contra el caudillo del imperio de las tinieblas y triunfar de él ¿no era para el caudillo del reino de los cielos comienzo de su actividad redentora? Como dice el discípulo amado, “para deshacer las obras del diablo apareció el Hijo de Dios” (1 Jn 3, 8)»[3].
También: «la dolorosa escena de Getsemaní derrama clarísima luz sobre la tentación del desierto. Aunque era impecable pudo, pues Jesús ser realmente tentado; pero con esta otra gran diferencia: que en nosotros, por obra del pecado original, hay una levadura de concupiscencia que aumenta la potencia del mal, mientras que en Jesús, en quien todo era santo y perfecto, no podía la tentación provenir sino de fuera, de Satán o de sus agentes».
Se explica que Jesús «podía ser incitado al mal y tentado a faltar a su deber», porque le era posible: «ocultarse, digámoslo así, momentáneamente su divinidad y permitir que la naturaleza humana fuera sometida a duras pruebas». Además: «la tentación, por penosa que pueda ser, no causa de suyo ningún mal al alma que sabe resistirla; antes al contrario, pone de manifiesto el temple del alma, y de este modo acrecienta sus méritos. Con mayor razón aún no podía sufrir en tales circunstancias ni siquiera levísimo perjuicio la santidad del Salvador»[4].
Con respecto a la primera tentación, Fillion no considera que el ayuno de Jesús durante cuarenta días en el desierto fuese natural, aunque parece ser que puede el hombre vivir sin comer hasta algunos días más. Supone que: «por espacio de este largo período, vivió casi únicamente del alma, sumido por entero en Dios, rogando por los que había venido a salvar, contemplando de antemano las diferencia fases de su próximo ministerio. Vivió como en éxtasis continuado, durante el cual las necesidades del cuerpo estaban milagrosamente en suspenso. Pero de repente, al reasumir la naturaleza imperiosamente sus derechos, hízose sentir el aguijón del hambre»[5].
La intención del diablo, en la primera tentación, era, según Fillion, por una parte, saber con certeza si Jesús era el Hijo de Dios: De manera que «aquellas palabras insidiosas “Si tu eres…” están escogidas de intento para excitar en lo más vivo el amor propio de Aquél a quien iba a tentar y obtener más fácilmente de Él el prodigio solicitado»[6].
También su propósito era, por otra parte: «apremiar a Jesús a que utilizase en interés personal, sin necesidad perentoria, el don de hacer milagros, que sin duda le habría sido concedido si verdaderamente era el Mesías. ¿Por qué el Hijo de Dios había de sufrir hambre como un simple mortal en aquel inhabitado desierto, cuando tan fácil le era procurarse, sin más que una palabra, un alimento nutritivo? Hábil era la sugestión. Si Jesús le hubiese dado oídos “habría subordinado”, por lo menos momentáneamente, su naturaleza divina a las necesidades de su humanidad, colocando lo humano por encima de lo divino, transformando lo divino en medio para lo humano; habría, por consiguiente, invertido el orden dispuesto por Dios»[7].
Sobre la respuesta de Jesús, «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»[8], considera que no se da su verdadero sentido, «explicándola cual si la locución “palabra de Dios” significase aquí no un valimiento material, sino espiritual; por ejemplo, la obediencia a la voluntad divina, la palabra inspirada de los Libros santos, etc.»[9].
Explica seguidamente, y se aparta así de interpretaciones corrientes, que, en la replica de Jesús, con la expresión «toda palabra que sale de la boca de Dios», se alude al milagro del maná con el que el Señor alimentó a los israelitas durante cuarenta años en el desierto. De manera que: «con una palabra de su boca creadora y omnipotente les dio en abundancia un alimento maravilloso, que sostuvo sus fuerzas por espacio de cuarenta años ¿Por qué, pues, Jesús, que se hallaba en circunstancias semejantes a las de los israelitas, había de obrar un milagro egoísta contrario al orden de la Providencia, dado que Dios conocía sus necesidades y no dejaría ciertamente de remediarlas en sazón oportuna?».
La tentación de la vanidad
Observa también Fillion que: «antes que desconcertado por esta primera derrota, siéntese el tentador estimulado a nueva embestida diversa en lo exterior de la precedente y que consiste en proponer a Jesús un abuso aún más profano de su poder de hacer milagros»[10].
Se lee en el texto de San Mateo sobre las tentaciones que: «Entonces el diablo le tomó, le llevó a la santa ciudad, le puso sobre la almena del templo, y le dijo “Si eres hijo de Dios, échate de aquí abajo, porque escrito está: ‘Ha mandado a sus ángeles sobre ti y te tomarán en las manos, para que no tropieces con tu pie en una piedra’ (Sal 90, 11)”. Jesús le dijo: “También está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios’ ( (Dt 6, 16)»[11].
Confiesa Fillion que este relato de la segunda tentación: «nos parece conforme con la mente de los evangelistas y con la verdad de los hechos tomar esta descripción a la letra, siguiendo a la mayoría de los intérpretes católicos, y creer que el Salvador toleró a Satanás que le llevase por los aires hasta Jerusalén. De igual manera permitiría llegado el tiempo de su pasión, que el traidor Judas le entregue con un beso a su enemigos, los criados del Sanedrín, que le golpeen y le escupan en el rostro, y que los legionarios de Pilatos le azoten y crucifiquen. Todas estas humillaciones eran parte del plan divino, al que Él se conformó generosamente»[12].
Respecto a la segunda tentación, cree Fillion que: «el Salvador toleró a Satanás que le llevase por los aires hasta Jerusalén»[13]. Sin embargo, es más verosímil la interpretación del dominico A. M. Henry, ya que advierte que: «No se ha de entender esta tentación como si Jesús se hubiera subido sobre las espaldas del diablo o agarrado a su brazo»[14]. Con ello el exegeta francés sigue a Marie-Joseph Lagrange, que había notado que: «Si Jesús había seguido al demonio por los aires, ¿qué podía significar la invitación de tirarse desde una altura de algunos cientos de metros? Jesús habría cedido ya al deseo de Satán»[15].
Debe entenderse, por tanto, que: «el diablo conduce a Jesús sencillamente a Jerusalén y hasta el pináculo del templo. Y le tienta utilizando de nuevo una palabra de la Escritura, sugiriéndole seducir al pueblo con espectáculos prestigiosos. Es la tentación perpetua de los que “exigen milagros” (1 Cor 1, 22)»[16].
En esta tentación: «como Jesús alegase una sentencia de la Escritura en respuesta a la primera, el tentador adujo también la palabra de Dios (Sal 90, 11), pero torciendo y falseando el sentido. El salmo habla del justo que en sus necesidades y apuros espera en Dios y en Él confía. Satanás trae el pasaje para mover con él a Jesús a buscar su gloria, a inducirle a orgullo, temeridad», y con ella a tentar a Dios expresamente para que muestre su solicitud paternal. Hay que tener en cuenta que: «de aquella altura se podía bajar por las escaleras hasta el fondo del valle; era, pues, una temeridad querer llegar ileso a él mediante un milagro (inútil)»[17].
Sobre el sentido del lugar de esta segunda tentación, nota Santo Tomás que: «Según San Crisóstomo, “condujo el diablo a Cristo (sobre el pináculo del templo) a fin de que fuese visto de todos; pero El, sin saberlo el diablo, hizo que no fuera visto de nadie” (Pseudo-Juan Crisóstomo, Op. Imperf.in Math, 4,5 homil. 5)»[18].
Asimismo que; «el diablo quiso persuadir a Cristo que se arrojase del pináculo al suelo, para alcanzar la gloria espiritual», porque no importaba que Cristo que ocupase un puesto humilde en la sociedad, porque: «no es raro que con la humillación exterior busque uno la gloria en los bienes espirituales. Por ello, dice San Agustín: “Conviene advertir que no sólo en el esplendor y en la pompa de las cosas exteriores, sino también en los harapos se puede dar la jactancia. Y para significar esto el diablo quiso persuadir a Cristo que se arrojase del pináculo al suelo para alcanzar la gloria espiritual” (Serm. Mont., l. 2, c. 12)”[19].
Con la respuesta de Jesús: «‘No tentarás al Señor tu Dios»[20] (Dt 6, 16)”, tal como indica el escriturista José María .Bover: «se apropia Jesús las palabras de Moisés a los israelitas: “No tentaréis a Yahvé vuestro Dios como le tentasteis en Masah (Dt 6, 16). Tentaron a Dios los israelitas, cuando, junto Rafidim (Ex 17, 1-7) querellándose de la falta de agua, pusieron a prueba la paciencia y el poder de Dios, hasta llegar a decir: “Está Yahvé en medio de nosotros o no? (Ex 17, 7). Presumieron forzar a Dios a obrar un milagro; y semejantes presunción es tentar a Dios. No menos sería tentar a Dios echarse desde el alero del templo abajo, como sugería el tentador, con la temeraria presunción de que Dios intervendría con un milagro. Con razón, pues, rechaza Jesús la sugerencia de Satanás con las palabras mismas de Moisés»[21].
Con ello, Cristo nos enseña: «la humilde sensatez que no quiere trastornar temerariamente el orden de las cosas, sabiamente establecido por la divina providencia». También, que: «la confianza en Dios, con que respondió a la primera tentación, no ha de degenerar en loca temeridad»[22].
En cuanto a la inversión del orden entre la segunda tentación y la tercera, que se encuentra en San Lucas[23],Santo Tomás no se ocupa de esta cuestión, porque considera que: «Como escribe Agustín «no es cosa cierta lo que acaeció en primer lugar: Si primero le fueron presentados los reinos de la tierra, y después fue la conducción al pináculo del Templo; o si esto fue lo primero, y lo otro lo segundo. Poco importa ésta, siendo claro que sucedieron todas estas cosas” (Conc. Evang., l. 2, c. 16). Parece que los Evangelistas han seguido un orden distinto, porque, a veces, de la vanagloria se viene a caer en la codicia, y a veces sucede al revés»[24].
La tentación moderna
En su obra Jesús de Nazaret, Benedicto XVI pone de relieve la especial actualidad de esta tentación. Escribe que se lee, en la primera tentación: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes” (Mt 4, 3). Así dice la primera tentación: “Si eres Hijo de Dios…”; volveremos a escuchar estas palabras a los que se burlaban de Jesús al pie de la cruz: “Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz” (Mt 27, 40). El Libro de la Sabiduría había previsto ya esta situación: “Si es verdadero Hijo de Dios, lo auxiliará…” (2, 18). Aquí se superponen la burla y la tentación: para ser creíble, Cristo debe dar una prueba de lo que dice ser. Esta petición de pruebas acompaña a Jesús durante toda su vida, a lo largo de la cual se le echa en cara repetidas veces que no dé pruebas suficientes de sí; que no haga el gran milagro que, acabando con toda ambigüedad u oposición, deje indiscutiblemente claro para cualquiera qué es o no es»[25].
La tentación continua presente, porque: «esta petición se la dirigimos también nosotros a Dios, a Cristo y a su Iglesia a lo largo de la historia: si existes, Dios, tienes que mostrarte. Debes despejar las nubes que te ocultan y darnos la claridad que nos corresponde. Si tú, Cristo, eres realmente el Hijo y no uno de tantos iluminados que han aparecido continuamente en la historia, debes demostrarlo con mayor claridad de lo que lo haces. Y, así, tienes que dar a tu Iglesia, si debe ser realmente la tuya, un grado de evidencia distinto del que en realidad posee».
Este aspecto de la primera tentación se encuentra en la segunda, «de la que constituye su auténtico núcleo»[26]. En ella: «hay algo llamativo. El diablo cita la Sagrada Escritura para hacer caer a Jesús en la trampa. Cita un salmo que habla de la protección que Dios ofrece al hombre fiel: “Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra” (Sal 91, 11-12). Estas palabras tienen un peso aún mayor por el hecho de que son pronunciadas en la Ciudad Santa, en el lugar sagrado. De hecho, el salmo citado está relacionado con el templo; quien lo recita espera protección en el templo, pues la morada de Dios debe ser un lugar de especial protección divina»[27].
Se sigue de ello que: «El diablo muestra ser un gran conocedor de las Escrituras, sabe citar el salmo con exactitud; todo el diálogo de la segunda tentación aparece formalmente como un debate entre dos expertos de las Escrituras: el diablo se presenta como teólogo».
En la actualidad: «a partir de resultados aparentes de la exégesis científica se han escrito los peores y más destructivos libros de la figura de Jesús, que desmantelan la fe». De manera que: «Hoy en día se somete la Biblia a la norma de la denominada visón moderna del mundo, cuyo dogma fundamental es que Dios no puede actuar en la historia y, que, por tanto, todo lo que hace referencia a Dios debe estar circunscrito al ámbito de lo subjetivo. Entonces la Biblia ya no habla de Dios, del Dios vivo, sino que hablamos sólo nosotros mismos y decidimos lo que Dios pueda hacer y lo que nosotros queremos o debemos hacer»[28].
Desde este moderno «dogma» se dice además: «con gran erudición, que una exégesis que lee la Biblia en la perspectiva de la fe en el Dios vivo y, al hacerlo, le escucha, es fundamentalismo, sólo su exégesis, la exégesis considerada auténticamente científica, en la que Dios mismo no dice nada ni tiene nada que decir, está a la altura de los tiempos»[29].
Puede afirmarse que: «el debate teológico entre Jesús y el diablo es una disputa válida en todos los tiempos y versa sobre la correcta interpretación bíblica, cuya cuestión hermenéutica fundamental es la pregunta por la imagen de Dios. El debate acerca de la interpretación es, al fin y al cabo, un debate sobre quién es Dios»[30].
La respuesta del Señor en esta tentación es un pasaje del Deuteronomio –«No tentaréis al Señor, vuestro Dios»[31]– en el que se: «alude a las vicisitudes de Israel que corría peligro de morir de sed en el desierto. Se llega a la rebelión contra Moisés, que se convierte en una rebelión contra Dios. Dios tiene que demostrar que es Dios».
La pregunta sobre Dios
Explica también Benedicto XVI sobre lo que considera «el centro de la cuestión del contenido» del «curioso diálogo» entre Cristo y Satanás, cuya estructura ha analizado, que: «se ha relacionado esta tentación con la máxima del panem et circenses; después del pan hay que ofrecer algo sensacional. Dado que, evidentemente, al hombre no le basta la mera satisfacción del hambre corporal, quien no quiere dejar entrar a Dios en el mundo y en los hombres tiene que ofrecer el placer de emociones excitantes cuya intensidad suplante y acalle la conmoción religiosa».
Sin embargo, considera que: «el punto fundamental de la cuestión aparece en la respuesta de Jesús, que de nuevo está tomada del Deuteronomio “‘No tentarás al Señor tu Dios’ (Dt 6, 16). En el Deuteronomio, esto alude a las vicisitudes de Israel que corría peligro de morir de sed en el desierto. Se llega a la rebelión contra Moisés, que se convierte en una rebelión contra Dios. Dios tiene que demostrar que es Dios. Esta rebelión contra Dios se describe en la Biblia de la siguiente manera. “Tentaron al señor diciendo: “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” (Ex 17, 7)».
Como en la primera tentación, por esta petición: «Dios debe someterse a una prueba. Es “probado” del mismo modo que se prueba una mercancía. Debe someterse a las condiciones que nosotros consideramos necesarias para llegar a una certeza. Si no proporciona la protección prometida en el Salmo 90, entonces no es Dios. Ha desmentido su palabra y, haciendo así, se ha desmentido a sí mismo»[32].
La segunda tentación, por tanto, lleva al: «gran interrogante de cómo se puede conocer a Dios y cómo se puede desconocerlo, de cómo el hombre puede relacionarse con Dios y cómo puede perderlo. La arrogancia que quiere convertir a Dios en un objeto e imponerle nuestras condiciones experimentales de laboratorio no puede encontrar a Dios. Pues, de entrada, presupone ya que nosotros negamos a Dios en cuanto a Dios, pues nos ponemos por encima de Él».
Además, con ello, no podemos hallar a Dios: «porque dejamos de lado toda dimensión del amor, de la escucha interior, y sólo reconocemos como real lo que se puede experimentar, lo que podemos tener en nuestras manos». En definitiva, por estas dos razones: «quien piensa de este modo se convierte a sí mismo en Dios y con ello, no sólo degrada a Dios, sino también al mundo y a sí mismo»[33].
Eudaldo Forment
[1] «Jesús llevado al pináculo del Templo», James Tissot (1836-1902).
[2] L.C. FILLION. Vida de Nuestro Señor Jesucristo (Trad. V. M. Larraizar), Madrid, Rialp, 2000, 3 vs. I. Infancia y bautismo, p. 311.
[3] Ibíd., pp. 311-312.
[4] Ibíd., p. 311.
[5] Ibíd., p. 312.
[6] Ibíd., p. 313.
[7] Ibíd., pp. 313-314.
[8] Dt 8, 3.
[9] , L.C. FILLION. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, op cit., p. 314, n. 46.
[10] Ibíd., p. 314.
[11] Mt 4, 6-7.
[12] L.C. FILLION. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, op cit., pp. 314-315.
[13] Ibíd., p. 314.
[14] A-M. HENRY, La vida de Jesús, en IDEM y otros, Iniciación teológica, Barcelona, Herder, 1961, 3 vols., v. III, La economía de la redención, pp. 103-126, p.110.
[15] M.J. LAGRANGE, Évangel selon Saint Matthieu, París, Libraire Lecoffre, 1948, 7ºed. P. 64.
[16]A.-M. HENRY, La vida de Jesús, en IDEM y otros, Iniciación teológica, op. cit., p.110.
[17] I. SCHUSTER – J. B. HOLZAMMER (Trad. J. de Riezu), Histórica Bíblica, Barcelona. Editorial Litúrgica Española, 1947, 2ª ed., 2 vv., v. 2, p. 122, nota 3.
[18] Ibíd., III, q. 41, a. 4, ad 7.
[19] Ibíd., III, q. 41, a. 4, ad 2.
[20] Dt 6, 16.
[21] P. Bover, S.I, El Evangelio de San Mateo, Barcelona, Editorial Balmes, 1946, p. 89-90.
[22] Ibíd., p. 90.
[23] Lc 4, 9-12.
[24] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 41, a. 4, ad 4.
[25] Benedicto XVI, Jesús de Nazarret, Madrid, La esfera de los libros, 2007, v. I, pp. 54-55.
[26] Íbíd., p. 55.
[27] Ibíd., p. 59.
[28] Ibíd., p. 60.
[29] Ibíd., pp. 60-61.
[30] Ibíd., p. 61.
[31] Dt 6, 16.
[32] JOSEPH RATZINGER, Jesús de Nazaret, op. cit., p. 61.
[33] Ibíd., p. 62.
1 comentario
Dejar un comentario