XXVI. La predicación del reino de Dios
El misterio de Cristo[1]
Después de estudiar todos los misterios de la entrada de Cristo en el mundo, Santo Tomás se ocupa en seis cuestiones de los de su vida pública. Debe tenerse en cuenta también que, como se dice en el nuevo Catecismo: «toda la vida de Cristo es misterio», porque, por una parte: «muchas de las cosas respecto a Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio. Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en los Evangelios lo ha sido «para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20, 31)»[2].
Por otra que: «los evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (Lc 2, 7) hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el sudario de su Resurrección (cf. Jn 20, 7), todo en la vida de Jesús es signo de su misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que «en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9)»[3].Además, como igualmente se precisa en el Catecismo, uno de los rasgos comunes de los misterios de Cristo es que: «toda la vida de Cristo es misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz (cf. Ef 1, 7; Col 1, 13-14; 1 P 1, 18-19), pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9); en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (cf. Lc 2, 51); en su palabra que purifica a sus oyentes (cf. Jn 15,3); en sus curaciones y en sus exorcismos, por las cuales «él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4); en su Resurrección, por medio de la cual nos justifica (cf. Rm 4, 25)»[4].
Manifestación de la verdad
La primera cuestión de la parte del tratado de la Vida de Cristo sobre el curso de su vida pública la dedica Santo Tomás al modo de vivir que eligió. Comienza con esta explicación de la indicación: «del profeta Baruc, que cita antes de exponer su tesis: «Dice el profeta Baruc, Dios «después de esto, se dejo ver en la tierra y conversó con los hombres» (Ba 3, 38)»[5]. Cristo vivió una vida entre los hombres en lugar de una solitaria.
La conveniencia de este género de vida de Cristo es porque: «debió ser tal que concordase con el fin de la encarnación, por la que vino a este mundo». Este fin es triple. El primero, que presenta Santo Tomás, es el siguiente: «vino al mundo, para manifestar la verdad, como Él mismo dijo «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). Por esto, no debió ocultarse, llevando una vida solitaria, sino manifestarse en público, predicar públicamente. Y así decía a los que pretendían detenerle: «Me es preciso anunciar el evangelio el reino de Dios en otras ciudades, pues para esto he sido enviado» (Lc 4,42)»[6].
Al comentar la segunda petición del padrenuestro, «venga a nosotros tu reino» nota que la expresión «reino de Dios» tiene un triple significado. Uno, el reinado de Dios en la naturaleza, porque: «Dios, de por sí, por su propia naturaleza, es Señor de todas las cosas; también Cristo en cuanto Dios, e incluso en cuanto hombre, ha recibido de Dios el señorío sobre todas. Es, pues, forzoso que todas las cosas se le sometan».
. Sin embargo: «esto aún no ocurre así, sino que tendrá lugar al final. Dice San Pablo que: «Cristo tiene que reinar hasta que Dios ponga todos los enemigos bajo los pies de Él« (1 Cor 15, 25). Por eso pedimos en la oración dominical: «Venga a nosotros tu reino»[7]. Se pide en ella por el final, que «supone tres cosas: que los justos se conviertan, que los pecadores sean castigados, y que la muerte quede destruida»[8].
Otro significado es, según refiere Santo Tomás: «el reino de los cielos», que quiere decir «la gloria del paraíso». Se explica, porque: «Reino no quiere decir otra cosa que gobierno, gobernación; este gobierno logra su perfección cuando nada se realiza contra la voluntad de quien lo ejerce». Además sabemos que: «la voluntad de Dios es la salvación de los hombres, puesto que Él quiere que todos se salven; tal voluntad será en el paraíso donde se cumpla de manera perfecta, porque allí nada habrá que se oponga a la salvación de los hombres (…) en cambio, en este mundo hay muchas cosas contrarias a esa salvación. Por tanto, cuando rogamos: «Venga a nosotros tu reino», estamos pidiendo ser participes del reino celestial, de la gloría del paraíso»[9].
Por último, el reino de Dios significa el reino de la gracia, porque: «a veces en este mundo reina el pecado. Esto ocurre cuando el hombre está predispuesto de tal manera que inmediatamente sigue y secunda los apetitos mundanos. Lo confirman estas palabras de San Pablo: «Que no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal» (Rm 6, 12). Es Dios quien debe reinar en tu corazón: «Sión tu Dios reinará» (Is 7, 7). Y así sucede cuando se está decidido a obedecerle y cumplir todos sus mandamientos». En el reino de la gracia se hace que: «no sea el pecado quien reine en nosotros sino Dios»[10].
Salvación de los hombres
Santo Tomás, explica, que, en segundo lugar, Cristo: «vino para liberar a los hombres del pecado, conforme a lo que dice San Pablo: «Cristo Jesús vino a este mundo para salvar a los pecadores» (1 Tim 1, 15). Por esto dice San Juan Crisóstomo: «Aunque morando siempre en el mismo lugar, pudiera Cristo atraer a sí a todas las gentes para que oyesen su predicación, no lo hizo así, para darnos ejemplo de que corramos en busca de las ovejas perdidas, como el pastor busca la oveja extraviada, o el médico se acerca al enfermo» (Cf. S. Tomás, Cadena aurea, Lc 4, 42-44, 5).
En su comentario al Credo, explica el Aquinate que los hombres nacidos pecadores: «incurrimos en el destierro del reino. Porque los que ofenden a los reyes son obligados a dejar el reino. Y así el hombre por causa del pecado es expulsado del paraíso. Por eso, Adán inmediatamente después de su pecado fue echado de él, y la puerta se cerró. Pero Cristo con su Pasión abrió aquella puerta, y llamó al reino a los desterrados. Abierto el costado de Cristo, fue abierta la puerta del paraíso; derramada su sangre, se borró la mancha, se aplacó Dios, se suprimió la debilidad, se cumplió el castigo, los desterrados son llamados al reino de nuevo. Por eso oye el buen ladrón al instante: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Esto no se había dicho antes; no se dijo a nadie, ni a Adán, ni a Abraham, ni a David; sino hoy, o sea, cuando es abierta la `puerta, el ladrón pide y obtiene el perdón. «Teniendo (…) la seguridad de entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús» (Hb 10, 19)»[11].
En tercer lugar, expone Santo Tomás que Cristo: «vino para que «por medio de El tengamos acceso a Dios» (Rm 5, 2). Y de este modo, conversando familiarmente con los hombres, nos diese confianza y nos allegase a sí. Por lo cual, se dice en el Evangelio de San Mateo: «Sucedió que, mientras estaba Él en la mesa en su casa, muchos publícanos j pecadores vinieron a sentarse a la mesa con Jesús y con sus discípulos» (Mt 9,10). Sobre este pasaje dice San Jerónimo: «Habían visto que un publicano, convertido del pecado a una vida mejor, y que había encontrado lugar para la penitencia, y por eso ellos no desesperaban de conseguir la salvación » (San Jerónimo, Com. Evang. S. Mt, 9, 19, l. 1)»[12].
Vida activa y contemplativa
Parece, sin embargo, que Cristo tenía que vivir en soledad y en silencio, porque: «a la vida contemplativa corresponde en grado sumo la soledad», además, «la vida perfectísima es la contemplativa», y «Cristo, mientras vivió en carne mortal, debió llevar una vida perfectísima»[13].
Sin embargo, Cristo no debió llevar vida solitaria, porque aunque: «la vida contemplativa en absoluto es superior a la vida activa, que se ocupa de actos corporales. No obstante, como ya había afirmado en la Segunda parte de la Suma Teológica: «aquella vida activa, que se ocupa de predicar y enseñar a otros las verdades contempladas es más perfecta que la vida exclusivamente contemplativa, porque aquella vida presupone la abundancia de la contemplación. Y por ese motivo eligió Cristo tal género de vida»[14]. Vida de contemplación y la activa de la predicación.
Debe tenerse en cuenta que: «La vida activa tiene dos clases de obras: unas que proceden de la plenitud de la contemplación, como la enseñanza y la predicación […] otras que consisten totalmente en la ocupación exterior, como dar limosna, recibir huéspedes, etc.». Las primeras «son preferibles a la simple contemplación, ya que es más perfecto iluminar que ver la luz solamente, y comunicar a los demás lo que se ha contemplado, que contemplar».
Consideraba, por ello, Santo Tomás que la Orden Dominicana imitaba a Cristo en este aspecto su modo vivir, que es el propio de la Orden. Para reflejarlo, desde la época de Santo Domingo, la Orden de Predicadotes tenía en su escudo, una cruz flordelisada blanca y negra en el centro, que representaba la religiosidad evangélica; y debajo, la palabra «veritas», como su divisa. En derredor de la cruz había una orla con la leyenda: «Iluminare, benedicere, praedicare», es decir, desde la verdad iluminar, dejar paz o bendecir y dar a conocer a todos la verdad con la predicación. Además, la divisa de la Orden es: «Contemplata aliis tradere». Dar lo contemplado a otros. Y se contempla con la oración y el estudio para transmitir lo contemplado a los demás.
La austeridad de Cristo
Seguidamente, en esta cuestión, se ocupa de la austeridad de la vida de Cristo. Sostiene que convenía que fuera austero pero no de manera rigurosa como San Juan Bautista y algunos profetas, como Elías. La razón es la siguiente: «como se ha dicho en el artículo anterior, convenía al fin de la Encarnación que Cristo no hiciese vida solitaria, sino que viviese con los hombres». Y como: «el que vive con otros tiene que acomodarse a su modo de vida, conforme a lo que dice el Apóstol de sí, que «Me he hecho todo para todos» (1 Cor 9, 22)», se sigue que: «fue convenientísimo que Cristo se acomodase a los otros en la comida y en la bebida. Por eso dice San Agustín: «De Juan se decía que no comía ni bebía, porque no se atenía al uso de los judíos. Si el Señor no lo hubiera hecho, no se hubiese dicho de Él, por comparación con Juan, que comía y bebía» (Contra Fausto, l. 16, c. 31)»[15].
Puede sorprender esta afirmación, porque: «Cristo predicó la vida perfecta mucho más que Juan, pero Juan llevó una vida austera para mover a los hombres, con su ejemplo, a una vida de perfección, según se dice en el Evangelio: «Juan llevaba un vestido de pelo de camello y un ceñidor de cuero a la cintura, siendo su alimento langostas y miel silvestre» (Mt 3, 4). Sobre esto comenta San Juan Crisóstomo «Era cosa admirable ver en un cuerpo humano tanta resistencia, lo cual debía ejercer mayor influencia sobre los judíos» (Com. S. Mt., homil. 10)». Parece inferirse de ello que: «a Cristo le convino una austeridad de vida en grado mucho más alto»[16].
Sin embargo, fue conveniente la austeridad que vivió, porque: «el Señor, durante su vida, fue ejemplo en todo lo que concierne a la salvación. Pero la abstinencia en la comida y en la bebida no influye de suyo en la salvación, según San Pablo, que dice: «El reino de Dios no está en la comida y en la bebida» (Rm 14, 17). Y San Agustín, exponiendo el pasaje «la sabiduría se ha acreditado por sus propias obras» (Mt 11,19) dice: «Los santos Apóstoles entendieron que el reino de Dios no consiste en comida ni bebida, sino en cierta ecuanimidad» (Cuestiones s, Evang., II, q. 11, Lc 7, 37), de suerte que ni con la abundancia se exalte uno , ni con la escasez se deprima».
También precisa Santo Tomás, con palabras de San Agustín: «En esto de comer y de beber no está la culpa en el uso de las mismas, sino en la liviandad de quien se sirve de ellas»[17] (La doctr. crist., c. 12).
Por consiguiente: «Una y otra vida es lícita y laudable: que uno, guardando abstinencia, se separe del común de los hombres; o que siga la vida común en medio de la sociedad humana Y así quiso el Señor dar a los hombres ejemplo de una y otra vida»[18]. Por ello: «no sin razón se volvió Cristo a la vida ordinaria después del ayuno y la vida del desierto»[19]. No quiere decirse con ello que la vida de Cristo no fue austera. Toda ella estuvo repleta de muchas privaciones y de continuos sufrimientos.
Por último, añade Santo Tomás que: «cuanto a Juan, dice San Juan Crisóstomo: «que no tuvo más argumento a su favor que la vida y la justicia, mientras Cristo tenía el testimonio de sus milagros. Dejando a Juan el esplendor del ayuno, siguió la vía opuesta, entrando en casa de los publícanos comiendo y bebiendo con ellos» (Com. S. Mat., Homil., 37)»[20].
Actitudes ante los misterios de Cristo
Desde estos primeros misterios, se advierte que la visión de la vida que proporcionan todos los de Cristo, como notaba Newman, es distinta de la que resulta de lo que se aprecia en el mundo, que se manifiesta en «la ansiedad de la mayoría de la gente por cosas temporales, por las ocupaciones del mundo, las ganancias» y «proyectos que prometen grandes mejoras públicas o privadas». Se podría preguntar: ¿como la mayoría de las gentes, incluso en muchos bautizados, «vive tan olvidada de las cosas divinas que, si viniera Cristo ahora como vino entre los judíos, lo rechazaríamos como lo rechazaron los judíos, con la única excepción de un resto exiguo?»[21].
Es más: «si hubieran vivido en tiempos de Cristo, ¿no tendríamos la seguridad de que los hombres de hoy se habrían burlado de sus sagradas enseñanzas y no habrían creído en Él? ¿Existe la menor duda de que se habrían cumplido en ellos las palabras de san Juan: «las tinieblas» no le recibieron» (Jn 1, 5)?». La razón es porque: «tienen el corazón puesto en las cosas del mundo; no habría habido la menor cercanía entre ellos y la mente serenamente celestial de Jesucristo el Señor».
Seguramente: «habrían dicho que su evangelio era muy extraño, extravagante, increíble. La única razón por la que hoy no lo dicen es que están acostumbrados a él, sin ser realmente conscientes de lo que dicen creer».
Sobre el misterio de la Encarnación: «¿Cómo? –habrían dicho–, ¿que el Hijo de Dios ha tomado carne humana? ¡Imposible!»
Acerca del misterio de la Santísima Trinidad: «¿El Hijo de Dios, distinto de Dios y al tiempo uno con Él? ¿»Y eso cómo puede ser?» (Jn 3, 9)»
Del misterio de la Pasión: «Dios mismo sufriendo en la cruz, el Eterno Dios Todopoderosos en forma de siervo, en carne y sangre humana, herido, ultrajado y hecho morir?»
Del misterio del pecado «¿Y todo esto en expiación por el pecado del hombre?»
Del misterio de la redención: «¿Por qué hay que expiar?, preguntarían».
Del misterio de la misericordia y justicia de Dios: «¿No podría el Dios misericordioso perdonar sin expiación? ¿Por qué hay que considerar el pecado humano algo tan malo? No vemos ninguna necesidad de un remedio tan extraordinario»[22]
También del misterio de las tinieblas del mundo: «Nos negamos a admitir una doctrina tan absolutamente distinta a las cosas que el mundo nos dice. Son hechos que no tienen paralelo alguno con nada conocido, pertenecen a un orden de cosas del todo nuevo y diferente, y mientras el corazón no tenga cercanía con ellos, la razón se niega a admitirlas»[23].
Eudaldo Forment
[1] Adam Willaerts, La predicación de Cristo en el mar de Galilea (s. XVII)
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, 514.
[3] Ibíd., 515.
[4] Ibíd., 517.
[5] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 40, a. 1, sed c.
[6] Ibíd., Suma teológica, III, q. 40, a. 1, in c
[7] ÍDEM, Exposición de la oración dominical o padrenuestro, Segunda petición, 1052
[8] Íbíd., Segunda petición, 1053.
[9] Ibíd., Segunda petición, 1054.
[10] IDEM, Exposición de la oración dominical o padrenuestro, Segunda petición, 1058.
[11] ÍDEM, Consideraciones sobre el Credo, art. 4, 70.
[12] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 40, a. 1, in c.
[13] Ibíd., III, q. 40, a. 1, ob. 2.
[14] Ibíd., III, q. 40, a. 1, ad 2.
[15] Ibíd., III, q. 40, a. 2, in c.
[16] Ibíd., III, q. 40. a. 2, ob. 1-
[17] San Agustín, La doctrina cristiana, c. 12.
[18] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 40. a. 2, ad 1.
[19] Ibíd., III, q. 40. a. 2, ad 3.
[20] Ibíd., III, q. 40. a. 2, ad 1.
[21] John Henry Newman, Sermones parroquiales, Madrid, Ediciones Encuentro, 2007-2015, 8 vv., v. 6, Sermón 6, pp. 85-95, pp. 93-94.
[22] Ibíd., p. 94.
[23] Ibíd., pp. 94-95.
2 comentarios
Hay gente que cree que significa que el Reino de Dios se realice en la tierra, por el «venga a nosotros».
También se dice «trabajando para el Reino de Dios», como si se pudiera hacer en la tierra, cuando se predica o se hacen obras de misericordia.
Pero, el Reino de Dios es en el Cielo y luego de la Segunda Venida de Cristo.
Nunca va a ser en la tierra según las Escrituras.
¿Por qué esta contradicción? Quieren hacer pasar por de Dios, un orden humano hecho según la voluntad humana.
" Hágase tu voluntad ; así en el Cielo cómo en la tierra. A tí te entrego las llaves del Reino de los Cielos ; lo qué ates en la tierra , quedará igualmente atado en el Cielo ."
La Cristiandad ha sido el " milenio " profetizado por San Juan Evangelista en el Apocalipsis ; y mejorable gestionado por la alta jerárquica del clero de la Cristiandad . Ésto debe hacernos reflexionar a todos ; pero ésto no quiere decir que el Reino de Dios haya sido una realidad total durante este periodo de tiempo ; ni mucho menos el orden establecido en la actualidad .
Satanás el Diablo ha sido puesto en libertad
" por un corto periodo de tiempo " , según Apocalipsis : 20 . Y lo que ahora estamos viviendo es el reinado del Anticristo ; el " dios de la política " . Y éste reinado del Anticristo y de Satanás ; el " dios de este mundo " ; no serán para siempre.
Dios creó la tierra para ser habítada por los seres humanos creados a su en imagen y semejanza ,y en condiciones paradisíacas ; cómo nos dice el Libro del Génesis. El Reino de de Dios es un Gobierno real y teocrático , por Jesucristo : Rey de Cielos y Tierra.
El Juicio de Dios Todopoderoso vendrá a todos los gobiernos y naciones de la tierra. Y después del Armageddon ; vendrá el Reino de Dios a Todos Nosotros
AMÉN : VEN SEÑOR JESÚS !!!
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