XXIV. La institución del bautismo
Extensión del bautismo de Juan[1]
Determinada la naturaleza del bautismo de San Juan Bautista, en los tres artículos de la cuestión, que dedica a este bautismo –que únicamente movía al arrepentimiento y a la penitencia–, Santo Tomás la precisa con el estudio de la relación que tenía con Jesús. En primer lugar, examina si solamente Cristo debió ser bautizado con el bautismo de Juan, por el que únicamente «inducía a la penitencia»[2].
Podría afirmarse que parece que sólo Cristo debía ser bautizado con el bautismo de Juan, porque «nadie podía conferir algo a tal bautismo fuera de Cristo, el cual «santificó las aguas al contacto de su carne purísima» (P. Lombardo, Lib. Sent., Sent. IV, d. 33, c. 5)»[3].
Es cierto que Jesús «con su bautismo consagró y santificó el agua para que fuese instrumento de regeneración en su Iglesia»[4], y también, como indica Santo Tomás, que «los otros que venían a ser bautizados no podían conferir nada a tal bautismo». Sin embargo, añade, aunque «no recibían del mismo la gracia», sí adquirían «la señal de la penitencia»[5]. Y, por tanto, les era conveniente recibirlo.
Por ello, también podría sostenerse lo opuesto con el siguiente argumento: «Si otros eran bautizados con aquel bautismo, eso no tenía otra finalidad que el ser preparados para el bautismo de Cristo; y así parecería conveniente que, como el bautismo de Cristo se confiere a todos, a los grandes y a los pequeños, a los gentiles y a los judíos, así también el bautismo de Juan debía conferirse a todos. Pero no se lee que éste hubiera bautizado a los niños y a los gentiles, pues en el Evangelio se dice que «acudían a él todos los ciudadanos de Jerusalén y eran por él los bautizados» (Mc 1,5)»[6].
A ello, precisa Santo Tomás que: «aquel bautismo lo era de «penitencia», cosa que no compete a los niños; y por eso no eran bautizados con tal bautismo». En cuanto «conferir a la gracia de la salvación a los gentiles estaba reservado solamente a Cristo, que es «la esperanza de las gentes», como se dice en la Escritura (Gn 49,10). Por ello: «el propio Cristo prohibió a los Apóstoles predicar el Evangelio a los gentiles antes de su pasión y resurrección (cf. Mt 10,5)». Por consiguiente: «mucho menos convenía que los gentiles fuesen admitidos al bautismo por Juan»[7].
Además, se explica, «por dos motivos, que otros, además de Cristo, fuesen bautizados con el bautismo de Juan, Primero, porque, como dice San Agustín: «si sólo Cristo hubiera recibido el bautismo de Juan, no hubieran faltado quienes hubieran dicho que el bautismo de Juan, con el que Cristo había sido bautizado, era más digno que el bautismo de Cristo, con el que eran bautizados los demás» (Sob. Evang. S. Juan, 1, 33, Tr. 4). Segundo, porque convenía que, por el bautismo de Juan, muchos fuesen preparados para recibir el bautismo de Cristo»[8],
Duración del bautismo de Juan
Podría dar la impresión que, después de bautizar a Cristo, ya no debía Juan continuar bautizando. Santo Tomás sostiene que no puede admitirse que el bautismo de Juan cesase entonces, porque, después de las narraciones evangélicas del ayuno y tentaciones de Jesús, del testimonio de Juan, de la elección de los primeros discípulos, de las bodas de Caná, la expulsión de los vendedores del templo, y de la visita de Nicodemo, «se dice en el Evangelio de San Juan que: «Vino Jesús a la tierra de Judea y bautizaba; también estaba allí Juan bautizando» (Jn 3, 22-23)». Por tanto, Cristo bautizaba a partir de aquel momento, ya que: «Cristo no bautizó antes de ser Él bautizado»; y también: «parece que Juan seguía bautizando después de que Cristo fue bautizado»[9].
Para probar que: «el bautismo de Juan no debió cesar después de que Cristo fue bautizado», Santo Tomás da cuatro razones. La primera es porque: «como dice San Juan Crisóstomo: «Si Juan hubiera dejado de bautizar, bautizando Cristo, pudieran algunos pensar que lo hacía llevado de envidia o enojo» (Com. Evang. S. Juan, hom. 29)». La segunda, es porque; «si hubiera dejado de bautizar cuando Cristo bautizaba, «hubiera despertado mayor envidia a sus discípulos» (Ibíd.) La tercera, porque: «continuando en bautizar, remitía sus oyentes a Cristo» (Ibíd.). La cuarta, porque, como dice San Beda, «todavía persistía la sombra de la ley antigua, y no debía cesar hasta que la verdad se manifestase» (cf. Glosa ord., sob. Juan, 3-23)»[10].
No obstante, podría todavía objetarse que el bautismo de San Juan debía cesar bautizado Cristo, Por una parte, porque: «dijo el mismo Juan: «para que Él fuera manifestado a Israel, por esto he venido a bautizar con agua» (Jn 1, 31). Pero Cristo, una vez bautizado, quedó suficientemente manifestado: ya por el testimonio de Juan, ya por la bajada de la paloma, ya también por el testimonio de la voz del Padre»[11].
Por otra, porque: «el bautismo de Juan era preparatorio para el bautismo de Cristo, pero este bautismo comenzó al instante de haber sido Cristo bautizado, puesto que «con el contacto de su purísima carne confirió a las aguas el poder regenerativo» (cf.
P. Lombardo, Lib. Sent., Sent, IV, d. 33, c. 5)»[12].
Sobre esta «fuerza purificadora y regeneradora de las aguas»[13], explica Santo Tomás que: «el poder de Cristo se extendió a todas las aguas no por razón de su continuidad local con la del Jordán, sino por la semejanza de la especie. Dice San Agustín que: «La bendición que se realizó en el bautismo del Salvador, inundó como río espiritual el curso de todas las aguas y los manantiales de todas las fuentes» (Serm. Supuest., 135)»[14].
Sin embargo, todo ello no representa dificultad alguna, porque, respecto a lo primero: «aun no estaba Cristo plenamente manifestado con su bautizo, y era preciso, por tanto, que Juan continuara bautizando»[15]. En cuanto a lo segundo, porque: «el bautismo de Juan era una preparación», necesaria no sólo para que Cristo pudiera ser bautizado, sino también «para que otros se llegasen al bautismo de Cristo». Y «esto no se había cumplido, cuando Cristo fue bautizado»[16].
Además: «después del bautizo de Cristo, cesó el bautismo de Juan, pero no inmediatamente, sino cuando fue encarcelado. Por eso dice San Juan Crisóstomo: «Pienso que por esto fue permitida la muerte de Juan, para que, quitado él de en medio, Cristo comenzase a predicar más intensamente, y el afecto de la muchedumbre pasase todo a Cristo, sin dividirse por los pareceres que corrían sobre uno y otro» (Com. Evang. S. Juan, hom. 29»[17].
El bautismo de los discípulos de Jesús
Como se ha dicho, según el evangelio de San Juan, Jesús estaba con sus discípulos en tierra de Judá, y «bautizaba» (Jn 3, 22), pero precisa más adelante el mismo evangelista que «Jesús no bautizaba, sino sus discípulos» (Jn 4, 2). De este modo, Cristo «aparecía como autor y señor de su Bautismo, mientras que los discípulos eran los «siervos y ministros de los misterios de Dios» (cf. 1 Cor 4, 1)»[18].
Sobre este bautismo se ha tratado la cuestión de si ya era el cristiano y, por tanto, si puede considerarse que ya había sido instituido el sacramento, al santificar Cristo el agua, cuando fue bautizado con el bautismo de Juan. Algunos lo han negado con argumentos como el siguiente: «Si el narrador hubiese querido significar el sacramento del bautismo, ¿no lo habría indicado en alguna manera, para evitar una confusión lamentable en el espíritu de sus lectores, a quienes tantas veces ha hablado del bautismo de Juan?»[19].
Otro, se basa en el siguiente pasaje también de San Juan: «En el último y más solemne día de la fiesta (de los Tabernáculos) Jesús estaba allí y decía en alta voz: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura,»de su seno correrán ríos de agua viva» (Is 44, 3). Esto dijo por el Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él, pues aún no había sido dado el Espíritu, ya que Jesús no había sido aún glorificado»[20].
Después de su cita, se argumenta: «De esta observación parece colegirse claramente que el bautismo cristiano, por el que tan abundantemente a las almas se comunica el Espíritu Santo, no fue instituido sino después de la resurrección de Jesús. Y de hecho San Mateo no coloca la institución de este sacramento sino algunos días antes de la Ascensión. El rito, pues, que entonces administraban los discípulos de Jesús, apenas difería del bautismo del Precursor, y, como éste simbolizaba la necesidad de la conversión, para tener parte en el reino del Mesías»[21].
En cambio, Santo Tomás, al tratar más adelante el sacramento del bautismo, en el Tratado de los Sacramentos de la Suma teológica, se ocupa de su institución y afirma: «el bautismo fue instituido antes de la pasión del Señor», porque «como dice San Agustín: «desde el momento de la inmersión de Cristo en el agua, ésta borra todos los pecados» (Serm. Supuest., 135)»[22].
Explica Santo Tomás, en este mismo lugar, que: «Los sacramentos tienen el poder de conferir la gracia, por su institución. De donde se deduce que el momento de la institución de un sacramento es cuando recibe el poder de producir su efecto; cosa que en el bautismo sucedió cuando Cristo fue bautizado. En aquel momento, por tanto, quedó instituido el bautismo como sacramento».
Las dos objeciones quedan resueltas con la distinción del Aquinate entre la institución del bautismo y la promulgación de su necesidad. De manera que: « la necesidad de usar del bautismo fue impuesta a los hombres después de la pasión y resurrección. Y esto porque en el momento de la pasión acabaron todos los sacramentos figurativos y fueron substituidos por el bautismo y los demás sacramentos de la nueva ley; así como también porque el bautismo nos configura con la pasión y resurrección de Cristo, pues con Él morimos al pecado y comenzamos la nueva vida de justicia. Por eso fue preciso que Cristo padeciese y resucitase antes de que se impusiese a los hombres la necesidad de configurarse con aquella muerte y resurrección»[23].
Debe tenerse en cuenta que: «los sacramentos no son obligatorios sino por el hecho de estar preceptuados, y este precepto no se dio antes de la pasión»[24], Se comprende la razón, porque: «no convenía que Cristo, venido a abolir las figuras (los sacramentos figurativos de la antigua ley), restringiera a los hombres muchas de estas figuras. Por ello, antes de su pasión no preceptuó como obligatorio el bautismo, que ya había instituido; más bien quiso que fuesen habituándose los hombres a su ejercicio, sobre todo el pueblo judío, cuyos actos religiosos eran todos figurativos, como dice San Agustín en Contra Fausto (IV, c. 2). Pero después de la pasión y resurrección promulgó la necesidad del bautismo a judíos y gentiles, cuando dijo: «Id, enseñad a todas las gentes»[25].
Otra dificultad, que puede oponerse a esta doctrina es que si la eficacia del bautismo se la dio la pasión de Cristo, no podía tenerla antes de ella. Santo Tomás la presentaba de este modo: «la causa precede al efecto. Y puesto que la pasión de Cristo obra a través de los sacramentos de la nueva ley, se sigue que la pasión de Cristo debe preceder a la institución de los sacramentos de la nueva ley; esto es verdadero sobre todo respecto del bautismo, pues dice San Pablo: «Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, lo fuimos en su muerte…» (Rom 6, 3)»[26].
Santo Tomás la resuelve con esta indicación: «aun antes de la pasión de Cristo, el bautismo tenía su eficacia recibida de ésta, en cuanto la prefiguraba, pero de distinto modo que los sacramentos de la antigua ley. Estos eran tan sólo figura; el bautismo, al contrario, tenía el poder de justificar por el mismo Cristo; por cuyo poder también su misma pasión fue salvífica»[27].
Los méritos de su pasión fueron, por tanto, anticipados en estos bautismos de sus discípulos. Por ello: «este bautismo era, sin duda, el cristiano, el sacramental, los méritos de la muerte redentora de Jesús obraban allí por adelantado, como sucedió en la Concepción Inmaculada de María y en la santificación del precursor»[28].
Por último, algunos creen que Cristo instituyó el bautismo, cuando en su conversación con Nicodemo, se refirió al bautismo sacramental. Santo Tomás no admite que se instituyera en este momento, porque: «las palabras del Señor a Nicodemo antes de la pasión: «Quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos» (Jn 3, 5), miraban más bien al futuro que al presente»[29]. Se referían a la promulgación de la necesidad del bautismo después de haberlo instituido en el Jordán y sufrido la pasión.
Necesidad del bautismo de Cristo
Los que habían recibido el bautismo de Juan, según lo dicho, necesitaban el bautismo que había instituido Cristo, y con el que ya bautizaban sus discípulos. Queda confirmado, porque: «se cuenta en los Hechos de los apóstoles que «Pablo (…) encontró a algunos discípulos, y les preguntó: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Pero ellos le respondieron: Ni siquiera hemos oído hablar el Espíritu Santo. Él les interrogó: ¿Con qué bautismo habéis sido bautizados? Ellos contestaron: Con el bautismo de Juan. (…) Por lo que fueron bautizados de nuevo en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo» (Hch 19, 1-5). Así pues, parece que, por desconocer al Espíritu Santo, debieron ser bautizados de nuevo»[30].
Se comprende, porque: «el bautismo de Juan ni confería la gracia, ni imprimía el carácter»[31], que es como «un distintivo espiritual impreso en el alma»[32]. De manera que:
«Era sólo un «bautismo de agua» (Mt 3,11), como dijo el mismo Bautista». Los que lo habían recibido necesitaban después recibir el sacramento del bautismo.
No bastaba que: «recibieran la imposición de las manos de los apóstoles» y así recibir al Espíritu Santo. «Cuando en la administración de un sacramento se omite algo que es necesario para el mismo, no basta suplir lo que se ha omitido, sino que es preciso repetirlo. Y de necesidad del bautismo de Cristo es que se bautice no sólo con agua, sino también en el Espíritu Santo, según sus palabras: «Si uno no renace del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3, 5). Por consiguiente, los que habían sido bautizados sólo con agua en el bautismo de Juan, no sólo debían suplir lo que les faltaba, esto es, comunicarles el Espíritu Santo mediante la imposición de las manos, sino que debían ser de nuevo bautizados en el agua y en el Espíritu Santo»[33].
Santo Tomás considera que incluso los apóstoles, bautizados con el bautismo de Juan y que bautizaban ya con el sacramento del bautismo de Cristo, fueron bautizados por Él. Sigue a «San Agustín, que escribía: «Pensamos que los discípulos de Cristo fueron bautizados (…) con el bautismo de Cristo. El que cumplió el humilde ministerio de lavar los pies de los discípulos, no pudo faltar a este ministerio de bautizar, a fin de tener servidores bautizados por medio de los cuales bautizase a los demás» (A Seleuciana, carta 265)[34].
. También hay que suponer, indica también Santo Tomás, que San Juan fue bautizado con el bautismo de Cristo. «Como expone San Juan Crisóstomo: «A Juan que le decía a Cristo: ‘Yo debo por ti ser bautizado·, respondió Cristo: ‘Deja hacer por ahora’ (cf. Mt 3,14.15), Por aquí se muestra que luego Cristo bautizó a Juan» (cf. Pseudo-San Juan Crisóstomo, Com. Evang. S. Mateo, hom.4, sob. 3, 15)»[35].
Eudaldo Forment
[1] Bartolomé Esteban Murillo, El bautismo de Cristo (1668).
[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 38. a. 3, ad 1.
[3] Ibíd. III, q. 38, a. 4, ob. 2.
[4] I. SCHUSTER – J.B. Holzammer, Historia Bíblica, Barcelona, Editorial Litúrgica Española, 1944, 2ª ed., p. 120.
[5] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 38. a. 3, ad 2.
[6] Ibíd., III, q. 38, a. 4, ob. 3.
[7] Ibíd., III, q. 38, a. 4, ad 3.
[8] Ibíd., III, q. 38, a. 4, in c.
[9] Ibíd., III, q. 38, a. 5, sed c.
[10] Ibíd., III, q. 38, a. 5, in c.
[11] Ibíd., III, q. 38, a. 5, ob. 1. «He aquí que se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios en forma de paloma y posar sobre Él. Y resonó una voz desde el cielo: “éste es mi hijo amado, en quien tengo puestas todas mis complacencias”», (Mt 3, 16-18; cf. Mc 1,7; Lc 3,16; Jn 1,33).
[12] Ibíd., III, q. 38, a. 5, ob. 3.
[13] Ibíd., III, q. 66, a. 3, ob. 4.
[14] Ibíd., III, q. 66, a. 3, ad 4.
[15] Ibíd., III, q. 38, a. 5, ad. 1.
[16] Ibíd., III, q. 38, a. 5, ad. 3.
[17] Ibíd., III, q. 38, a. 5, ad. 2.
[18] I. SCHUSTER – J.B. Holzammer, Historia Bíblica, op. cit., p. 136, nota 3.
[19] Louis Claude Fillion, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Madrid, Rialp, 2000. 3 VV., v. I. p. 348.
[20] Jn 7, 37-38.
[21] Louis Claude Fillion, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, op. cit., v. I, p. 348.
[22] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 66. a. 2, sed c.
[23] Ibíd., III, q. 66, a. 2, in c.
[24] Ibíd., III, q. 66, a. 2, ad 3.
[25] Ibíd., III, q. 66, a. 2, ad 2..
[26] Ibíd., III, q. 66, a. 2, ob. 1
[27] Ibíd., III, q. 66, a. 2, ad 1.
[28] I. SCHUSTER – J.B. Holzammer, Historia Bíblica, op. cit., p. 136, nota 3.
[29] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 66, a. 2, ad 3.
[30] Ibíd., III, q. 38, a. 6, ob. 4.
[31] Ibíd., III, q. 38, a. 6, in c.
[32] Ibíd., III, q. 63, a. 1, ad 1.
[33] Ibíd., III, q. 38, a. 6, in c.
[34] Ibíd., III, q. 38, a. 6, ad. 2.
[35] Ibíd., III, q. 38, a. 6, ad. 3.
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