XIX. La estrella de los Magos
Seguir la estrella[1]
En los dos últimos artículos de la cuestión, dedicada a la manifestación al mundo del nacimiento de Cristo, de la Suma teológica, Santo Tomás se ocupa de la estrella por la que se anunció y de la adoración de los Magos, que, por ella, lo conocieron.
Sobre esto último escribe: «Los Magos son «las primicias de los gentiles» que creyeron en Cristo, en medio de las cuales apareció, como un presagio, la fe y la devoción de las gentes que vienen a Cristo de remotos países. Y por eso, como la devoción y la fe de los gentiles está exenta de error en virtud de la inspiración del Espíritu Santo, así hemos de creer que los Magos, inspirados por el Espíritu Santo, sabiamente mostraron reverencia a Cristo»[2].
La intervención del Espíritu Santo para que los Magos siguieran la estrella queda confirmada por: «las palabras de la Escritura: «Las gentes andarán a tu luz y los reyes a la claridad de tu aurora» (Is 60, 3). Pero los que se dejan guiar por la luz divina no yerran; luego los Magos no incurrieron en el error al rendir homenaje a Cristo»[3], ya que habían sigo guiados por la manifestación divina de la luz de la estrella. Por tanto: «vinieron convenientemente los Magos a adorar y venerar a Cristo»[4].
La fe de los Magos
Advierte Santo Tomás que a esta conclusión podrían hacerse varias objeciones. La primera que presenta es la siguiente: «A cada rey le es debida la reverencia por parte de sus súbditos. Pero los Magos no pertenecían al reino de los judíos. Luego, al conocer por la visión de la estrella que el nacido era «el Rey de los judíos» (Mt 2, 2), parece que no debieron haber venido a adorarle»[5].
A ella, replica el Aquinate: «Como expone San Agustín en un sermón sobre la Epifanía: «Muchos reyes de los judíos nacieron y murieron, y a ninguno de ellos le buscaron Magos para adorarlo. De manera que no es a un rey de los judíos, como los que entonces solía haber, al que estos extranjeros venidos de lejanas tierra, y que nada tenían que ver con el reino, pensaban rendir este tipo de homenaje, sino que conocieron que el recién nacido era de tal categoría, que no dudaron en lo más mínimo de que adorándole, habían de conseguir la salvación, que es según Dios» (Sermnes, s. sup. 120)»[6].
Se podría todavía insistir en la no conveniencia de la venida de los Magos con esta otra argumentación: «Es imprudente viviendo un rey, anunciar un rey extraño, pero en Judea reinaba Herodes. Luego imprudentemente procedieron los Magos anunciando el nacimiento de otro rey»[7].
No hubo tal imprudencia, sino una valiente confesión de la fe, porque, como nota Santo Tomás: «por aquella notificación de los Magos estaba prefigurada la constancia de los gentiles en confesar a Cristo hasta la muerte. Por lo cual dice el San Juan Crisóstomo: «Poniendo los ojos en el Rey futuro, no sentían temor al rey presente. Todavía no habían visto a Cristo, y ya estaban dispuestos pronto a morir por El» (Pseudo San Juan Crisostomo, Com. Evang. San Mat., Mt 2,2, hom. 2)»[8]. Se advertía con ello que los gentiles podían recibir la gracia y hasta la del martirio.
El testimonio de la estrella
Igualmente podría presentarse la siguiente objeción: «Una señal celestial es más segura que una humana. Pero los Magos guiados por una señal celeste, vinieron del Oriente a Judea. Procedieron así imprudentemente cuando, además de la señal de la estrella, buscaron una señal humana, preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer?» (Mt 2,2)»[9].
Santo Tomás considera que no representa ningún problema, porque: «Como explica San Agustín, en un Sermón sobre la Epifanía: «la estrella, que condujo a los Magos hasta el lugar en que estaba Dios Niño con su Madre Virgen, podía llevarlos a la ciudad de Belén, en la que Cristo había nacido. Sin embargo, se ocultó hasta que los mismos judíos testificaron acerca de la ciudad en que debía nacer Cristo» (Serm., s. 200, c. 2).
Para que así, añade Santo Tomás: ««ratificados por este doble testimonio», como dice el papa san León Magno, «buscasen con fe más ardiente a Aquel a quien manifestaban la claridad de la estrella y la autoridad de la profecía» (Sermones, s. 34, c. 2)». De este modo los Magos pregonan el nacimiento de Cristo, e «interrogan por el lugar de su nacimiento, creen y buscan, como para significar a los que caminan en la fe y desean la visión», según dice Agustín en otro Sermón sobre la Epifanía (Serm., s. 199)».
Los judíos, en cambio, al indicarles: «el lugar del nacimiento de Cristo, se hicieron semejantes a los obreros del arca de Noé, que proporcionaron a otros el medio para salvarse, mientras que ellos perecieron en el diluvio. Los que preguntaron oyeron y se fueron; los doctores respondieron y se quedaron, semejantes a las piedras miliarias, que señalan el camino a los viandantes, pero ellos no se mueven».
Además, también: «por disposición divina sucedió que, oculta la estrella a su vista, los Magos, movidos por el sentido común humano, se dirigieron a Jerusalén, buscando en la ciudad regia al Rey recién nacido, para que en Jerusalén se anunciase públicamente el nacimiento de Cristo, de acuerdo con el vaticinio de Isaías: «De Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor» (Is 2,3); y para que también «con la diligencia de los Magos, que venían de lejos, fuera condenada la pereza de los judíos, que estaban tan cerca» (Remigio Altisio. Sobre S. Mat., Mt 2, 1, hom. 7)»[10].
Por último, se podría decir sobre la actuación de los Magos que: «la ofrenda de dones y la reverencia de adoración no se debe sino a los reyes que están ya reinando; pero los Magos no encontraron un Cristo resplandeciente con la dignidad regia. Por tanto, le ofrendaron los dones y la reverencia regia indebidamente»[11].
Esta dificultad pierde todo sentido, si se tiene en cuenta esta replica de Santo Tomas: «Dice San Juan Crisóstomo: «Si los Magos hubieran venido en busca de un rey terrenal, hubieran quedado confundidos por haber acometido sin razón tan largo y trabajoso viaje» .Por lo cual, ni le hubiesen adorado, ni le hubieran ofrecido regalos».
Por el contrario: ««como buscaban a un Rey celestial, aunque no vieron en Él nada de la majestad real, le adoraron satisfechos con el testimonio de la estrella». (Pseudo San Juan Crisostomo, Sobre S. Mateo, Mt 2, 11, hom.2.). Vieron a un hombre, y adoraron a Dios». Su fe les permitía reconocer a Dios en él.
Según San Gregorio, por ello: « le ofrecieron regalos conformes con la dignidad de Cristo: «Oro, como a un gran rey; incienso, empleado en el sacrificio sagrado, como a Dios; y mirra, con la que se embalsaman los cuerpos de los muertos, indicando que Él había de morir por la salvación de todos» ».
Concluye Santo Tomás que: «con ello San Gregorio nos enseña: «a ofrecer al Rey recién nacido el oro, que significa la sabiduría, resplandeciendo en su presencia con la luz de la sabiduría»; ofrecemos a Dios el incienso, «mediante el cual expresamos la devoción de la oración», cuando exhalamos ante Dios el aroma de nuestras oraciones; y ofrecemos la mirra, que «significa la mortificación de la carne, siempre que mortificamos los vicios de la carne por medio de la abstinencia» (S. Gregorio Magno, Hom. evang., l. 1, hom. 10)»[12].
Sobre la adoración de los Magos, escribe Benedicto XVI en uno de los volúmenes del libro dedicado a la vida de Jesús: «Ante el niño regio, los Magos adoptan la prosýnesis, es decir, se postran ante él. Éste es el homenaje que se rinde a un Dios-Rey. De aquí se explican los dones que a continuación ofrecen los Magos». Observa seguidamente que: «No son dones prácticos, que en aquel momento tal vez hubieran sido útiles para la Sagrada Familia». No era ésta su finalidad, porque: «los dones expresan lo mismo que la prokýnesis: son un reconocimiento de la dignidad regia de aquel a quien se ofrecen».
También indica sobre el don de la mirra que: «en el Evangelio de San Juan aparece la mirra después de la muerte de Jesús: el evangelista nos dice que Nicodemo, para ungir el cuerpo de Jesús, llevó mirra entre otras cosas (cf. Jn 19, 39). Así, el misterio de la cruz enlaza de nuevo a través de la mirra con la realeza de Jesús .y se anuncia de manera misteriosa ya en la adoración de los Magos»[13].
La estrella de los Magos
En cuanto a la estrella que movió a los Magos en camino hasta Belén, se puede preguntar, como hace Benedicto XVI en el mismo lugar: «Existió realmente»; y en caso afirmativo «Qué tipo de estrella era?»[14].
Explica que: «Con el surgir de la astronomía moderna, desarrollada también por cristianos creyentes, se ha planteado también la cuestión sobre este astro»[15]. El astrónomo autríaco Konradin Ferrari d’Occhieppo, en su conocida obra La estrella de Belén desde la perspectiva astrónomica (1991) presenta la siguiente teoría, tal como refiere Benedicto XVI: «La conjunción astral de los planetas Júpiter y Saturno en el signo zodiacal de Piscis, que tuvo lugar en los años 7-6 a. C. –considerado hoy como el verdadero período del nacimiento de Jesús– habría sido calculada por los astrónomos babilonios y les habría indicado la tierra de Judá y un recién nacido «rey de los judíoas»[16].
Una explicación parecida, como también indica Benedicto XVI se encuentra a finales del Renacimiento: «Johannes Kepler (+ 1630) adelantó una solución que sustancialmente proponen también los astrónomos de hoy. Kepler calculó que entre finales del año 7 y comienzos del 6 a. C. –que se considera hoy el año verosímil del nacimiento de Jesús– se produjo una conjunción de los planetas Júpiter, Saturno y Marte. El mismo había notado una conjunción semejante en 1604, a la cual se había añadido también una supernova, Este término indica una estrella débil o muy lejana en la que se produce una enorme explosión, de manera que desarrolla una intensa luminosidad durante semanas y meses. Kepler creía que la supernova era una nueva estrella. Opinaba que también la conjunción ocurrida en los tiempos de Jesús debía de estar relacionada con una supernova; intentó explicar así astronómicamente el fenómeno de extraordinaria luminosidad de la estrella de Belén»[17].
Sin embargo, Santo Tomás no admite que la estrella que se apareció a los Magos fuese ningún tipo los astros del cielo. Sigue la tradición, porque, por un lado, escribe, en el artículo que dedica a esta pregunta: «dice San Agustín en el libro Contra Fausto: «No era una de las estrellas que desde el inicio de la creación guardan el orden de sus recorridos bajo la ley del Creador; sino que, ante el parto nuevo de la Virgen, apareció una estrella nueva» (L. 2, c. 5)»[18].
Por otra, que: «dice San Juan Crisóstomo que la estrella aparecida a los Magos no fue una de las estrellas del cielo (cf. Pseudo San Juan Crisostomo, Sobre S. Mateo, Mt 2, 1, hom. 7). Afirma Santo Tomás que: «es esto evidente por muchas razones».
La primera, que aduce, es porque: «ninguna estrella sigue esa dirección, moviéndose del norte hacia el sur. Judea se halla al sur de Persia, de donde los Magos habrían venido». Además, la estrella fue de Jerusalén a Belén, que está al sur de la ciudad santa, e incluso se mantuvo fija delante de la casa del Niño.
Los otros motivos aducidos por el Aquinate son los siguientes: «Segundo, por el tiempo de su aparición, puesto que se dejaba ver no sólo de noche, sino también en pleno día. Lo que no sucede con ninguna estrella, ni aun con la luna», que durante el día sólo se ve pocas veces, pero no en «pleno» día.
Tercero: «porque a veces aparecía, y otras se ocultaba. Cuando entraron en Jerusalén se ocultó. Luego, cuando los Reyes dejaron a Herodes, volvió a aparecerse».
Cuarto: «porque no tenía movimiento continuo», sino que: «cuando convenía que caminasen los Magos, ella se ponía en marcha. En cambio, cuando convenía que se detuviesen, también ella se detenía, al igual que la columna de nube del desierto (cf Ex 40, 34, Deut 1, 33)» que guío a los israelitas por el mismo.
Por último, la quinta: «porque mostró el sitio del parto de la Virgen, no quedándose en lo alto, sino descendiendo a lo bajo», para indicar el lugar.
Se confirma, porque: «En el Evangelio de San Mateo se dice: «la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos, hasta que llegando se paró encima del sitio en que estaba el Niño» (Mt 2,9) De donde resulta claro que las palabras de los Magos: «Vimos su estrella en Oriente» (Mt 2, 3), no significan que, estando ellos en el Oriente, hubiese aparecido la estrella en Judea, sino la vieron en Oriente, precediéndoles a ellos hasta llegar a Judea». Además: «Ni podría señalar con precisión la casa de no haber estado próxima a la tierra»[19].
Tampoco puede considerarse a la estrella que vieron y siguieron los Magos como un cometa, tal como se decía en la Edad Media y sobre todo en el Renacimiento, como se refleja en el fresco la Epifanía de Giotto. Indica Santo Tomás que: «Como esta estrella no siguió el curso de las estrella del cielo, tampoco el de los cometas, que no se pueden ver de día ni cambian su ordenado movimiento»[20].
Carácter milagroso de la estrella
De todo ello, concluye Santo Tomás que la estrella de Belén no fue ninguna de los astros ni de las estrellas del cielo, sino una estrella milagrosa o un fenómeno luminoso en forma de estrella. «Y, como dice el propio San Juan Crisóstomo, este comportamiento no parece propio de una estrella, sino «de un poder racional» (Pseudo San Juan Crisostomo, Sobre S. Mateo, Mt 2, 11, hom.7). En suma que esta estrella parece un poder invisible transformado en la apariencia de estrella».
Por la racionalidad y finalidad, que demostraban sus movimientos, nota Santo Tomás que: «Dicen algunos (Pseudo-San Agustín, Maravillas Sagrad. Escrit., l. 3, c. 4) que, como el Espíritu Santo descendió en figura de paloma (cf. Mt 3,16; Me 1,10; Le 3,22), así se apareció a los Magos en forma de estrella».
Asimismo, añade: «Otros (Remigio Altisio. Sobre S. Mat., Mt 2, 1, hom. 7), en cambio, dicen que el ángel que se apareció a los pastores en forma humana (cf. Le 2,9) se mostró a los Magos en figura de estrella».
Sin embargo, Santo Tomás considera que: »parece más probable que fuese una estrella creada de nuevo, no en el cielo, sino en la atmósfera próxima a la tierra, y que se desplazaba a voluntad de Dios»[21].
Con ello, Santo Tomás deja ya de ocuparse de los Reyes Magos. En todas las muchas paginas que les dedica, no es difícil adivinar no sólo un exhaustivo estudio de lo escrito sobre ellos, sino también la gran devoción, que les profesaba y que puede entenderse conexionada con su profunda vivencia eucarística. Advierte, por ejemplo, como se ha dicho, que los Magos vieron a un niño, pero por su fe adoraron a Dios en él (Cf. III, q. 36, a.8, ad 4) y de manera semejante en la Eucaristía nosotros vemos la especies de pan y de vino pero con los ojos de la fe tributamos adoración a Dios en ellas.
Eudaldo Forment
[1] Giotto, La estrella de Belén en La adoración de los Magos (1303).
[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 36, a. 8, in c.
[3] Ibíd., III, q. 36, a. 8, sed c.
[4] Ibíd., III, q. 36, a. 8, introd..
[5] Ibíd., III, q. 36, a. 8, ob. 1.
[6] Ibíd., III, q. 36, a. 8, ad. 1.
[7] Ibíd., III, q. 36, a. 8, ob. 2.
[8] Ibíd., III, q. 36, a. 8, ad 2.
[9] Ibíd., III, q. 36, a. 8, ob. 3.
[10] Ibíd., III, q. 36, a. 8, ad 3.
[11] Ibíd., III, q. 36, a. 8, ob. 4.
[12] Ibíd., III, q. 36, a. 8, ad. 4.
[13] Josep Ratzinger–Benedicto XVI, La infancia de Jesús, Barcelona, Editorial Planeta, 2012, p. 112.
[14] Ibíd., p. 103.
[15] Ibíd., p. 103.104.
[16] Ibíd., p. 100.
[17] Ibíd., p. 104.
[18] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 36, a. 7, sed c.
[19] Ibíd., III, q. 36, a. 7, in c.
[20] Ibíd., III, q. 36, a. 7, ad 3.
[21] Ibíd., III, q. 36, a. 7, in c..
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E.F.: De momento no. Lo siento.
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