II. La concepción de la Santísima Virgen María
Santificación de la Santísima Virgen [1]
El primer tema, que estudia Santo Tomás, en la primera parte de su tratado sobre la vida de Jesús, dedicada a «la entrada del Hijo de Dios en el mundo»[2], es elde «la santificación de María». Precisa que: ««la santificación de que tratamos no es otra que la limpieza del pecado original, pues la santidad es «la limpieza perfecta», según se dice Dionisio (Pseudo-Dionisio, Los nombres divinos, c. 12, 2)»[3].
La cuestión que examina es si la Virgen María fue o no «santificada antes de su nacimiento del seno materno», si nació, por tanto, con o sin el pecado original, común todos los hombres. Para justificar su respuesta aporta esta primera razón: «la Iglesia celebra la Natividad de la bienaventurada Virgen, y la Iglesia no celebra fiesta sino de los santos; luego la bienaventurada Virgen fue santa en su nacimiento, luego santificada en el seno materno»[4].
La segunda es teológica, porque: «con razón creemos que la que engendró al «Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14), recibió mayores privilegios de gracia que todos los otros. Por donde leemos: «Díjole el ángel: Dios te salve, llena de gracia» (Lc 1, 28)».
Además: «Sabemos por la Escritura que otros recibieron este privilegio por ser santificados en el seno materno, como Jeremías, a quien dice el Señor: «Antes que salieras del seno materno te santifique» (Jer 1, 5); y San Juan Bautista, de quien se dice: «será lleno del Espíritu Santo aun desde el seno materno» (Lc 1, 15. Por donde razonablemente creemos que la bienaventurada Virgen fue santificada antes de nacer del seno materno»[5]. Durante su vida intrauterina, por tanto, fue «limpiada» de la mancha del pecado original. En el momento nacer, por tanto, no tenía como el pecado original.
Se explica que: «la Virgen María pudo ser limpia de pecado original mientras permanecía (…) se hallaba en el seno materno»[6], porque: «el pecado original nos viene de nuestro origen, por el que recibimos la naturaleza humana, a la que propiamente afecta el pecado original. Esto sucede en el momento de la animación de la prole concebida». Como, según la genética medieval, la animación, o infusión del alma humana, creada por Dios, ocurría cuarenta días después de la concepción, el pecado original lo adquiría la naturaleza humana, compuesta de cuerpo y alma,, por tanto, no en el momento de la concepción.
Desde esta explicación de la ciencia de su época, que separaba la concepción de la animación, puede decir Santo Tomás que: «nada impide que, después de animada la prole concebida sea santificada, pues ya no permanece en el seno materno para recibir la naturaleza humana, que ya posee, sino para lograr alguna perfección de la misma»[7], como es la gracia. Por consiguiente, no hay impedimento para que la Virgen María fuese santa, por las mayores gracias que recibió, antes de su nacimiento.
Purificación del pecado original
Según Santo Tomás, en el primer artículo de este tratado de la Suma teológica, sostiene que la Virgen María fue concebida con el pecado original. Sin embargo, precisa que antes de nacer quedó limpia del mismo por su santificación por la gracia, después de recibir la animación, o la infusión del alma espiritual, posterior a la concepción. El momento puntual en que después de recibir el alma, creada por Dios, y antes de su nacimiento, recibió la santificación no lo indica, Afirma aquí que: «se ignora el tiempo en que fue santificada»[8].
Argumenta que: «Si el alma de la Santísima Virgen no hubiera estado nunca manchada con la corrupción del pecado original, eso rebajaría la dignidad de Cristo, que emana de ser el Salvador universal de todos. Y, por eso, después de Cristo, que no necesitó de salvador, por ser el Salvador universal, la pureza de la Santísima Virgen fue la máxima»,
De manera que: «Cristo no contrajo en modo alguno el pecado original, sino que fue santo en su misma concepción, según lo que se dice San Lucas: «Lo que de ti nacerá será santo, llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35)»[9]. Así se explica, que, como probará más adelante: «el cuerpo de Cristo fue animado por el alma racional en el primer instante de su concepción»[10]. En Cristo, la concepción y la animación no estuvieron separadas. No tuvo, por consiguiente, desde el primer instante, el pecado original.
En cambio, añade: «La Santísima Virgen María si contrajo el pecado original, aunque fue purificada del mismo antes de nacer del seno materno. Esto es dado entender en el Libro de Job, donde, refiriéndose a la noche del pecado original, se dice: «Espere la luz», es decir, a Cristo, «y no la vea» (Job 3, 9), porque «nada manchado ha entrado en tal” (Sab 7, 25), «ni el nacimiento de la aurora que despunta», esto es, de la Santísima Virgen, que en su nacimiento estuvo exenta del pecado original»[11]. Desde el momento de la animación, que en la Virgen, como en los demás hombres, es posterior al de la concepción, tenía que estar manchada por el pecado original, porque tenía que ser salvada o redimida por Cristo.
Podría pensarse que antes de su animación, y, por ello, desde su concepción, la Virgen María fuese librada de contraer el pecado original. Sin embargo, Santo Tomás no admite esta posibilidad. Considera que: «la santificación de la Virgen María antes de su animación no es admisible por dos motivos».
Primero: «la culpa no puede limpiarse más que por medio de la gracia, cuyo sujeto es solamente la criatura racional. Y, por tanto, la Virgen María no fue santificada antes de la infusión del alma racional», antes de su animación, que fue posterior a la concepción. La Santísima Virgen fue concebida con el pecado original.
Segundo: «porque al ser exclusivamente sujeto de la culpa el alma racional, antes de la infusión de la misma, el hijo concebido no está sometido a la culpa». El pecado original y su culpa se contrae con la animación, cuando ya hay con ella una naturaleza humana. «Y así, de cualquier manera en que la Virgen María hubiera sido santificada antes de la animación», si ello fuera posible, «jamás hubiese incurrido en la mancha de la culpa original», porque su sujeto es el alma, que ella todavía no poseía,
Sin pecado original: «en consecuencia, tampoco hubiera necesitado de la redención y de la salvación, que viene por Cristo, de quien se dice: «El salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). Pero resulta inaceptable que Cristo no sea «el Salvador de todos los hombres (1 Tim 4, 10). Por ello: «se concluye que la santificación de la Virgen María tuvo lugar después de su animación»[12]. La no aceptación de esta afirmación, considera Santo Tomás que afectaría al dogma de la redención y justificación universal de Jesucristo.
Plenitud inicial de gracia
Enseña, por tanto, el Aquinate, que la Santísima Virgen al igual que Jeremías y San Juan Bautista, fue santificada con la gracia en el seno materno, pero Ella en mayor grado. «La bienaventurada Virgen, que fue elegida por Dios para madre suya, alcanzó una gracia de santificación superior a la de Juan Bautista y a la de Jeremías, elegidos para prefigurar de modo especial la santificación de Cristo. Señal de esto es que a la Santísima Virgen le fue concedido no pecar jamás ni mortal ni venialmente; en cambio, a los otros santificados se cree que les fue otorgado no pecar mortalmente, mediante la protección de la gracia divina»[13].
Advierte también Santo Tomás que cuando se le quitó el pecado original, que había adquirido al ser concebida, pero que le fue quitado antes de nacer, no le quedó a la Santísima Virgen la pena del «fomes» o «la concupiscencia desordenada habitual del apetito sensitivo». Este deseo de la sensualidad es desordenado «en cuanto se opone a la razón, al inclinar al mal a la vez que dificulta la práctica del bien»
Considera quese puede decir que: «mediante la santificación en el seno materno, no le fue quitado a la bienaventurada Virgen el «fomes» en cuanto a su esencia, sino que quedó aherrojado. Y esto no por obra de su razón, como en los santos, porque no tuvo, desde luego, el uso de la razón durante su existencia en el seno materno –que esto fue especial privilegio de Cristo–, sino por la abundancia de la gracia que recibió en la santificación, y más perfectamente, por la divina providencia, que impidió todo movimiento desordenado en la parte sensitiva».
No siempre la Virgen María tuvo el «fomes» ligado, y, por ello, sin posibilidad de actuar, porque: «después, en la misma concepción de Cristo, en quien debió brillar primeramente la inmunidad del pecado, se debe creer que se produjo en la Madre la supresión total del «fomes», por la redundancia de la gracia del hijo en la Madre»[14].
En la bienaventurada Virgen María el «fomes» en distintos momentos,–el primero antes de su propio nacimiento, y el segundo, en la concepción de Cristo– fue quitado «para que se asemejase a su Hijo. «de cuya plenitud recibía la gracia» (cf. Jn 1, 16)». De manera que Cristo, aunque asumió «la muerte y las otras penalidades, que no inclinan al pecado», sin embargo, «no tomó el «fomes». En cambio, en la Virgen según lo explicado «fue primero ligado el «fomes» y luego quitado, pero no quedó con esto exenta de la muerte ni de las otras penalidades»[15], que también son penas del pecado original, y que igualmente Cristo asumió, pero no tomo el «fomes» de ninguna manera.
A pesar de sostener la existencia en la Virgen María del pecado original antes de su nacimiento, y la de la secuela del «fomes», aunque ligado, hasta la concepción de Cristo, no obstante, afirma Santo Tomás que se le concedió la plenitud de la gracia, tal como le dijo el ángel: «llena de gracia»[16]. En otro lugar, nota que: «La plenitud de gracia es mayor en la Santísima Virgen que en cualquier ángel, y Gabriel para indicarlo la reverenció llamándola «llena de gracia», como si dijese: «Te tributo reverencia porque me eres superior en plenitud de gracia»[17].
La razón por la cual le fue donada a la Santísima Virgen, desde su concepción, la máxima plenitud de gracia es su predestinación a la maternidad divina. Argumenta el Aquinate: «cuanto algo está más cerca del principio, en cualquier género de cosas, más participa los efectos de dicho principio». En el orden de la gracia, «Cristo es el principio de la gracia: como autor, por su divinidad; como instrumento, por su humanidad. Por esto se dice: «La gracia y la verdad vino por Jesucristo» (Jn 1, 17)». Además, por ser su madre: «la bienaventurada Virgen María gozó de la suprema proximidad de Cristo según la humanidad, puesto que de ella recibió la naturaleza humana». Por consiguiente: «debió obtener de Cristo una plenitud de gracias superior a la de los demás»[18], seres creados. Por ello, puede decirse que la Santísima Virgen ha obtenido una: «cierta dignidad infinita»[19].
Esta plenitud de las gracias de la Virgen María se puede comparar de algún modo con la de Cristo, porque: «Dios da a cada uno la gracia según la misión para que es elegido. Como Cristo, en cuanto hombre, fue predestinado y elegido para ser «Hijo de Dios con poder de santificar» (Rm 1, 4), poseyó como propio tener tal plenitud de gracia que se derramase sobre todos, según lo que dice San Juan: «De su plenitud todos nosotros recibimos» (Jn 1, 16)». En cambio: «La Santísima Virgen María poseyó tal plenitud de gracia, que fue la más próxima al autor de dicha gracia, hasta el extremo de recibir en sí misma al que está lleno de gracia, y, al darlo a luz, hacer llegar la gracia a todos»[20].
La concepción inmaculada
Desde la definición dogmática de Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, sabemos que: «la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en virtud a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano»[21]. Desde el instante de su misma concepción fue inmaculada, librada del pecado original en atención a la redención de Cristo.
En esta definición solemne del Papa, como explica el tomista Garrigou-Lagrange: «María fue preservada del pecado original, «en virtud de los méritos de Jesucristo, salvador del género humano». Por consiguiente, con Santo Tomás: «No se puede, admitir, como lo sostenían algunos teólogos en el siglo XIII, que María es inmaculada en el sentido de que no necesitó la redención, y que su primera gracia es independiente de los méritos futuros de su Hijo».
Según este dogma, definido casi seis siglos después de este escrito de Santo Tomás : «María fue rescatada por los méritos de su Hijo y del modo más perfecto, por una redención, no sólo liberadora del pecado original ya contraído, sino por una redención preservadora». Aun en el orden humano, el que nos preserva de un golpe mortal es nuestro salvador, más ampliamente y mejor, que el que nos cura sólo de las heridas causadas por el golpe»[22].
Queda así patentizado, en la definición, que «propone esta doctrina como revelada, y contenida, por lo tanto, al menos implícitamente en el depósito de la revelación, es decir, en la Sagrada Escritura o en la Tradición, o en las dos fuentes», Añade Garrigou que la doctrina de la inmaculada concepción por redención preservadora: «difiere bastante de la del Salvador, pues Jesús no fue rescatado en lo más mínimo, por los méritos de nadie, ni por los suyos; fue preservado del pecado original y de todo pecado por doble motivo; primero, por su unión hipostática o personal de su humanidad al Verbo, en el mismo instante en que su alma santa fue creada, pues ningún pecado, sea original o actual y personal puede atribuirse al Verbo hecho carne; segundo, por su concepción virginal, realizada por obra del Espíritu Santo, Jesús no desciende de Adán por vía de generación natural. Esto es propio y privativo suyo»[23].
La posición de Santo Tomás
Explica también Garrigou-Lagrange que: «en los siglos XII y XIII, grandes doctores, como S. Bernardo, S. Anselmo, Pedro Lombardo, Hugo de S. Víctor, S. Alberto Magno, S. Buenaventura, Santo Tomás, fueron poco favorables al privilegio»[24].
No distinguieron entre lo que debía ser y lo que realmente fue de hecho.
Tal como sostenía Santo Tomás: «María, hija de Adán, descendiente suya por vía de generación natural, debía incurrir en la mancha hereditaria, y hubiese incurrido de hecho en ella, si Dios no hubiese decidido desde toda la eternidad otorgarle este privilegio singular de la preservación en virtud de los méritos futuros de su Hijo»[25].
No tuvieron, por ello, en cuenta el argumento llamado de la conveniencia, que: «había sido esbozado anteriormente por Eadmero (1060-1126), discípulo de San Anselmo y (que) tiene evidentemente raíces profundas en la Tradición», y que Duns Escoto (1266-1308) asumió y desarrolló. Según esta razón: «conviene que el perfecto Redentor ejerza una redención soberana, por lo menos con respecto a la persona de María, que debe asociársele más íntimamente que ninguna otra en la obra de la redención de la humanidad. La redención suprema no es la liberación del pecado ya contraído, sino la preservadora de toda mancha (…). Es, pues, conveniente en sumo grado que el perfecto Redentor haya preservado, por sus méritos, a su Madre de todo pecado original y también de toda falta actual».
Era también conveniente el privilegio de la Inmaculada Concepción, porque según la bula de la definición dogmática de 1854: «lo mismo que el deshonor de los padres repercute en sus hijos y no convenía que el perfecto Redentor hubiese tenido una Madre concebida en el pecado». Además: «como el Verbo procede eternamente de un Padre santo por excelencia, convenía que en la tierra naciese de una Madre a la que jamás hubiese faltado del resplandor de la santidad»[26].
Por consiguiente, toda la argumentación de Santo Tomás en la Suma teológica demuestra, por consiguiente, que: «María, siendo descendiente de Adán por generación natural, debía incurrir en la mancha original». Le falta la distinción entre: «este «debía incurrir» del «hecho de incurrir» en esta falta». De ahí que las razones que aduce no concluyen realmente contra el privilegio de la Inmaculada Concepción. Es más: «subsisten perfectamente si se admite la redención preservadora»[27].
Eudaldo Forment
[1] La imagen es de la pintura Inmaculada Concepción (1635), de José Ribera (1591-1652), que se encuentra en el retablo mayor de la Iglesia de la Purísima del Convento de las Agustinas de Salamanca.
[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 27, Prol.
[3] Ibíd., III, q. 27, a. 2, in c.
[4] Ibíd., III, q. 27, a. 1, sed c.
[5] Ibíd., III, q. 27, a. 1, in c.
[6] Ibíd., III, q. 27, a. 1, ob. 4.
[7] Ibíd., III, q. 27, a. 1, ad 4.
[8] Ibíd., III, q. 27, a. 2, ad 3.
[9] Ibíd., III, q. 27, a. 2, ad 2.
[10] Ibíd., III, q. 33, a. 2, in c.
[11] Ibíd., III, q. 27, a. 2, ad 2.
[12] Ibíd., III, q. 27, a. 2, in c.
[13] Ibíd., III, q. 27, a. 6, ad 1.
[14] Ibíd., III, q. 27, a. 3, in c.
[15] Ibíd., III, q, 27, a. 3, ad 1.
[16] Lc 1, 27.
[17] Santo Tomás de Aquino, Exposición del saludo del Ángel o Avemaría, 5.
[18] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 27, a. 5, in c.
[19] Ibíd., I, q. 25, a. 6, ad 4.
[20] Ibíd., III, q. 27, a. 5, ad 1.
[21] Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 18 (Dz-Sch, 2803)
[22]Reginald Garrigou-Lagrange, O.P., La Madre del Salvador y nuestra vida interior. Mariología, Buenos Aires, Ediciones Desclée de Brouwer, 1954, 3ª ed., p. 43.
[23] Ibíd., p. 44.
[24] Ibíd., p. 49.
[25] Ibíd., p. 43.
[26] Ibíd., p. 51.
[27] Ibíd. p. 55.
3 comentarios
¿Por qué Cristo nos redimió de forma menos perfecta? Es algo que nadie me ha podido explicar satisfactoriamente.
Si podía redimirnos de forma perfecta, por qué no quiso? Si no quiso, es porque su amor a nosotros era limitado.
NO ESTOY AFIRMANDO NADA DE ESTO. SOLO ME PLANTEO ESTAS CUESTIONES, sin encontrar respuesta.
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E.F.: Hay que tener siempre presente que la redención es totalmente gratuita. No noy exigencia alguna de la naturaleza humana. Sólo se explica por la infinita misericordia de Dios.
¿Qué se entendía por concepción en el siglo XIII?
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E.F.: Lo mismo que ahora: quedar fecundada una mujer. El modo como se ralizaba lo explicaban con menor detalle y precisión por la ciencia de su tiempo. Sabían, no obstante, como nosotros que la Santísima Virgen María concibió, no por la acción del varón en la fecundación, sino por la acción sobrenatural y milagrosa del Espíritu Santo que la suplió.
Es para mí un gozo encontrar en la Misa de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, la lectura del himno de San Pablo, en la carta a los Efesios 1.3 y ss.
Si a los efesios y "adefesios" como el que suscribe, San Pablo se permite decirnos: "3. Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; 4. por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor;"
Claro está que si a mí, como fiel, ya me había elegido Dios antes de la creación del mundo, para ser santo e inmaculado en su presencia, ¡caramba! a su Bendita Madre, con muchísima más razón.
Leyendo el resto del himno hasta el versículo 15, teniendo como "telón de fondo" a la Inmaculada Virgen María, resulta ser (también) un himno mariano.
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