CII. La gracia y el carácter de los sacramentos
1236. –¿Puede hacerse una división de sacramentos?
–Han existido tres clases de sacramentos en tres distintos momentos de la historia humana: en el período de la ley natural –antes de la ley mosaica–; en el de la ley escrita –desde Moisés hasta Cristo–; y en el de la Nueva Ley, o ley evangélica, instituida por Cristo.
Sin embargo, esta triple división de los sacramentos no es la de un género en tres especies, porque el término «sacramento» tiene un sentido analógico, con una analogía de proporción o de atribución extrínseca. El analogado principal, el que significa formal e intrínsecamente lo significado, el ser instrumento de la gracia, es el sacramento de la Nueva Ley. Todos los de la Antigua Ley y los anteriores son analogados secundarios, porque son sólo un signo de la gracia, conseguida por la pasión y méritos de Cristo.
1237. –¿Cuáles eran los sacramentos de la ley natural?
–No hay duda de la existencia de sacramentos, en la etapa de la ley natural, que desde Set, hijo de Adán[1], incluye todos los patriarcas y a los que servían a Dios fielmente, sin caer en el paganismo como los demás hombres, hasta Moisés. Explica Santo Tomás: «Antes de la ley escrita algunos sacramentos eran necesarios, como el sacramento de la fe, que estaba ordenado a borrar el pecado original; la penitencia, que estaba ordenada a borrar el pecado actual; el matrimonio, que se ordenaba a la multiplicación del género humano»[2].
Hubo así por lo menos, tres sacramentos: el «sacramento de la fe», «la penitencia» y el «matrimonio». No puede saberse en que consistía el primero, porque: «en el estado de ley natural, sin necesidad de un precepto externo, los hombres se movían a dar culto a Dios por un instinto interior, y en virtud del mismo determinaban las cosas que se debían emplear en el culto divino»[3]. Los tres eran «sacramentos», porque debían manifestar de alguna manera externa la fe en un salvador en el futuro.
Santo Tomás nombra a otros, al explicar que: «tanto en la ley natural como en la ley mosaica, las oblaciones y las décimas no sólo tenían por fin sustentar a los ministros del culto y a los pobres, sino que también tenían un simbolismo, y por esta causa eran sacramentos. Hoy día, sin embargo, han perdido su simbolismo figurativo, y por esto no son ya sacramentos»[4].
Estos sacramentos, que no estaban prescritos directamente por Dios, sino por mociones internas de gracias actuales, simbolizaban la donación de la gracia por los méritos de Cristo, Sin embargo, desde la promesa divina del Redentor en la expulsión del Paraíso, los hombres por la fe, la esperanza en el perdón prometido y el amor a Dios, que incluía de una manera imprecisa y obscura lo mismo hacia el futuro redentor, podían recibir la gracia y, con ella, la santificación y justificación.
1238. –¿A partir del patriarca Abraham, con el nacimiento del «pueblo escogido» hubo también sacramentos?
–También a partir de Abrahám existió el sacramento de la circuncisión, que era parecido a los otros sacramentos, porque: «así como antes de haberse instituido la circuncisión era la fe en Cristo, que había de venir, la que justificaba, tanto a los niños como a los adultos, así también ocurría lo mismo una vez instituida la circuncisión».
Sin embargo, había una diferencia, porque: «antes de la implantación de este rito no se exigía un signo exterior protestativo de esa fe, porque los fieles aún no habían comenzado a formar comunidad separadamente de los infieles para el culto del único Dios. Sin embargo, es probable que los padres fieles dirigiesen a Dios algunas plegarias y empleasen alguna bendición con sus hijos, sobre todo en peligro de muerte-, esas oraciones y bendiciones eran una especie de «testimonio de su fe». Por su parte, también los adultos ofrecían oraciones y sacrificios en favor de sí mismos»[5].
Hasta Abraham, las personas mayores con actos religiosos podían unirse al futuro redentor y también podían hacerlo en substitución de sus hijos. Conla circuncisión, impuesta por el mismo Dios, no solamente hay allegados a Dios, sino que ahora constituyen un pueblo elegido, el del linaje de Abraham, padre de este pueblo y al que se promete que uno de sus descendientes será el Redentor[6].
El sacramento de la circuncisión era la señal del pacto y el inicio de la promesa de Dios, el signo distintivo del pueblo de Israel y la señal que le recordaba que no debían seguir las malas inclinaciones, heredadas de Adán, sino obedecer al mandato de «circuncidad vuestros corazones»[7]. Evocaba, por tanto, la obligación de tener una alma pura, o como le dijo Dios a Abraham: «camina en mi presencia y sé perfecto»[8].
Decía, por ello, Juan Donoso Cortés: «El patriarca es el tipo de la sencillez y de la inocencia. Más bien que el varón incorruptible y justo, es el niño sin mancilla de pecado; por eso oye a menudo aquella habla suavísima y deleitosa con que Dios le llama hacia sí; por eso recibe visitas de los ángeles. Más bien que el hombre recto, que anda gozoso por las vías del Señor, es el habitante del cielo que anda triste por el mundo, porque ha perdido su camino y se acuerda de su patria. Su único padre es su Dios, los ángeles son sus hermanos».
Añadía que, como consecuencia: «Los patriarcas eran entonces, como los apóstoles han sido después, la sal de la tierra. En vano buscaréis por el mundo, en aquellos remotísimos tiempos, al hombre pobre de espíritu, rico de fe, manso y sencillo de corazón, modesto en las prosperidades, resignado en las tribulaciones, de vida inocente y de honestas y pacíficas costumbres. El tesoro de esas virtudes apacibles resplandeció solamente en las solitarias tiendas de los patriarcas bíblicos»[9].
1239 –¿Cuáles eran los sacramentos en la etapa de la ley escrita?
–En el período de la ley escrita, que empieza con Moisés y llega hasta Cristo, permanecieron estos sacramentos y se añadieron otros, como el cordero pascual, los panes de la proposición, que era para los sacerdotes, la consagración de estos sacerdotes, descendientes de Aarón, y los sacrificios, que eran ofrecidos para el perdón de los pecados.
Advierte Santo Tomás que: «La ley antigua contenía preceptos de ley natural, a los cuales añadía otros particulares. Cuanto a los primeros, todos los hombres estaban obligados a su observancia, no en virtud de la ley mosaica, sino de la misma ley natural. Cuanto a los otros preceptos añadidos por la ley antigua, no obligaban sino a sólo el pueblo judío»[10].
Podría pensarse que la ley antigua fue dada sólo al pueblo judío, porque: «mientras los demás pueblos se dejaban llevar de la idolatría, sólo el pueblo judío permaneció fiel al culto de Dios único verdadero, y, por tanto, que los otros pueblos eran indignos de recibir la ley». Esta razón no es admisible: «ya que aquel pueblo, aun después de recibir la ley, se dio a la idolatría, lo que es más grave».
Recuerda Santo Tomás que: «Ni fue por los méritos de Abrahán por los que se le hizo tal promesa, que Cristo nacería de su descendencia, sino por la gratuita elección y vocación de Dios» Afirma, por ello, que: «es manifiesto que por sola la gratuita elección de Dios recibieran los patriarcas la promesa, y el pueblo nacido de ellos recibió la ley».
Parece que no se puede dar otro motivo, pero «si todavía quisiéramos insistir y buscar la razón de por qué ése y no otro pueblo haya sido elegido para que de él naciese Cristo, habremos de responder con San Agustín: «Por qué atraiga a éste y no a aquél, no te atrevas a juzgar, si no quieres incurrir en error» (Trat. Evang. S. Juan., Tr. 26)»[11].
1240 –¿Con los sacramentos anteriores a la Nueva Ley se obtenía la salvación?
–Para la respuesta a esta cuestión convienen tener en cuenta que, según se ha explicado, los sacramentos de la Antigua Ley dependían de Cristo, pero no como de su causa eficiente, sino como de su causa final y meritoria. No es ningún inconveniente que antes de la pasión de Cristo hubiese los sacramentos antiguos, que fueron creados para significarla, porque eran efectos de una causa final, que no precede en el tiempo, sino sólo en la intención del que obra. Los sacramentos anteriores a la Ley de Cristo no causaban la gracia, por tanto, «ex opere operato»,porque mediante estos sacramentos los hombres testimoniaban su fe en la venida futura de Cristo, y, por ella, se justificaban. Como, mediante su rito externo, estos sacramentos suscitaban la fe en el Mesías que había de venir, requerían una disposición previa en el sujeto, y, por tanto, su causalidad era ex opere operantis, una ocasión para que se confiera la gracia.
Los sacramentos en sentido propio e intrínseco son sólo los sacramentos de la Nueva Ley. Los preceptos y los ritos y los preceptos anteriores tanto de la etapa de la ley natural como los de la Antigua Ley en sí mismos no eran verdaderos sacramentos. Se les puede denominar sacramentos, pero sólo en cuanto en cuanto tales representaban y de algún modo prometían la salvación.
Los efectos de la gracia en los sacramentos de la Antigua Ley no eran los mismos que los de la Nueva Ley, aunque también la gracia en los sacramentos de la Antigua Ley, que se recibía por la fe, era eficaz por la pasión de Cristo, pero es más eficaz y abundante en los sacramentos de la Nueva Ley, porque una realidad presente es más eficaz que la simple esperanza que les daba su fe.
Por consiguiente, quienes los recibían se salvaban, pero sólo en cuanto a las consecuencias individuales, no, en cambio, las de la naturaleza humana. Además, tampoco quedaban borradas todas las penas por los pecados. Estos obstáculos, que permanecían, no les permitían entrar en el reino de los cielos hasta la redención[12]. Sus almas, privadas aún de la gloria, se encontraban en un lugar especial, el llamado limbo de los patriarcas o seno de Abraham.
Explica Santo Tomás que: «Las almas de los hombres no pueden llegar al descanso, después de la muerte, sino por el mérito de la fe, porque «quien se acerca a Dios ha de creer» (Heb 11, 6). Como en Abrahán se da el primer ejemplo en creer, pues fue el primero que se separó de la muchedumbre de los infieles y recibió una señal especial de fe, por eso el descanso que se concede a los hombres después de la muerte se llama «seno de Abrahán». Precisa que: «después de la venida de Cristo, lo tienen pleno al gozar de la divina visión; más antes lo tenían por estar inmunes de penas, no como descanso del deseo con la consecución del fin»[13].
El hombre, que había practicado los sacramentos, en las etapas de la ley natural y de la ley escrita, no podía «alcanzar la retribución final» por deficiencia de la naturaleza», no por «deficiencia de la persona», o por la de los propios pecados cometidos, que impiden también recibir este premio, porque habían sido borrados por los sacramentos, aunque además les quedaba algo de reato de pena, que sólo queda borrado completamente con el bautismo[14]. Así se explica que: «existe un «limbo de los padres», en que estaban detenidos los padres, sin poder alcanzar la gloria por el reato de la naturaleza humana, que todavía no estaba expiado»[15].
1241. –¿Porqué en la ley evangélica los sacramentos son siete?
–El número de los sacramentos instituidos por Jesucristo son siete: bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, extremaunción, orden y matrimonio, porque dependen de la voluntad divina, que lo ha dispuesto así. No obstante, Santo Tomás encuentra una razón de su conveniencia, que justifica ese número.
El argumento de la conveniencia de los siete sacramentosse basa en la semejanza entre la vida sobrenatural, a la que están ordenados los sacramentos, y la vida natural. Se advierte, porque: «según se dijo, los remedios de la salud espiritual han sido dados a los hombres bajo señales sensibles», y, por ello: «fue conveniente también que la distinción de los remedios con que se proveyese a la vida espiritual se hiciera atendiendo a la semejanza que guarda con la vida corporal».
Se puede examinar, por tanto, esta última para conseguir algún conocimiento del número septenario de los sacramentos. «En la vida corporal encontramos dos órdenes: el orden de los propagadores y ordenadores de la vida corporal en otros y el de propagados y ordenados según la vida corporal».
Respecto a este segundo: hay tres cosas que son esencialmente necesarias y una cuarta que lo es accidentalmente, para la vida corporal y natural», La esenciales son, en primer lugar: «que se reciba la vida por generación o nacimiento»; en segundo lugar: «que llegue aumentando a su debida cantidad y robustez»: y, por último, en tercer lugar: para la conservación de la vida adquirida por generación y para aumentar, es necesaria la nutrición».
La generación, el crecimiento y la nutrición son necesarias esencialmente para la vida natural. «Sin ellas la vida corporal no puede perfeccionarse; por eso, incluso al alma vegetativa, que es principio del vivir, se le asignan tres virtudes naturales, a saber, la generativa, la aumentativa y la nutritiva.». Sin embargo, cuando: «sobreviene algún impedimento a la vida corporal, por el cual se enferma el viviente, entonces es necesario accidentalmente un cuarto requisito, que es la curación del viviente enfermo».
En cuanto al segundo orden nota Santo Tomás que: «Los propagadores y ordenadores de la vida corporal se consideran en dos aspectos, a saber, según el origen natural, cosa que pertenece a los padres, y según el régimen político, mediante el cual la vida del hombre se conserva pacíficamente, y esto pertenece a los reyes y príncipes».
1242. –¿Qué resulta de la aplicación de estas cuatro necesidades en el orden individual y dos en el social, propias de la vida natural del hombre, a su vida espiritual?
–Respecto al orden individual, de modo parecido a la vida corporal: «en la vida espiritual, lo primero es la generación espiritual, por el bautismo; lo segundo, el aumento espiritual, que conduce a la perfecta robustez, por el sacramento de la confirmación; lo tercero, el alimento espiritual, por el sacramento de la eucaristía. Queda lo cuarto, que es la salud espiritual, que se produce, o solamente en el alma, por el sacramento de la penitencia, o del alma pasa al cuerpo, cuando fuerte oportuno, por la extremaunción. Estas cosas, pues, pertenecen a quienes son engendrados y conservados en la vida espiritual».
En el orden social, en la vida espiritual, como en la vida natural, igualmente: «hay ciertos propagadores y conservadores de la misma, sólo según el ministerio espiritual, al cual pertenece el sacramento del orden; y también según lo corporal y espiritual juntamente, que se realiza por el sacramento del matrimonio, por el cual el hombre y la mujer se unen para engendrar y educar la prole para el culto divino»[16].
1243. –¿Todos los sacramentos producen los mismos efectos esenciales?
–Los sacramentos causan dos efectos fundamentales. Un efecto primario, que causan todos los sacramentos, es que confieren realmente la gracia santificante. El otro efecto secundario es el carácter sacramental. Respecto al primero y fundamental dice Santo Tomás que: «Es necesario afirmar que los sacramentos de la nueva ley causan en un determinado modo la gracia».
La razón es la siguiente: «Por los sacramentos de la nueva ley queda el hombre incorporado a Cristo, según lo que dice San Pablo a propósito del bautismo: «Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo» (Gal 3, 27). Pero el hombre no se hace miembro de Cristo si no es por la gracia».
Explica, a continuación: «Algunos, sin embargo, afirman que los sacramentos son causa de la gracia no porque la produzcan ellos, sino porque, una vez realizados, Dios produce la gracia en el alma. Y ponen el ejemplo de quien, por el hecho de presentar un denario de plomo, recibe cien libras por ordenación del rey. Y no es porque el denario tenga en sí el valor del dinero recibido, sino que lo recibe por voluntad del rey. Es lo que San Bernardo dice: «De la misma manera que el canónigo es investido por el libro, el abad por el báculo y el obispo por el anillo, así una gran diversidad de gracias han sido asignadas a los sacramentos « (Serm. En la cena del Señor. Sob, el baut., 2).
Advierte seguidamente que: «esta explicación no va más allá de la formalidad del signo, ya que el denario de plomo no es más que un signo de la orden del rey, por la que se da ese dinero al portador de ese signo de la designación del rey, por la que se da ese dinero al portador de ese signo; de la misma manera que el libro es un signo de la designación del canónigo, Por tanto, según esta explicación, los sacramentos de la nueva ley no serían más que signos de la gracia, mientras que según la autoridad de los Santos Padres es preciso afirmar que los sacramentos de la nueva ley no sólo significan, sino que también causan la gracia».
Para explicarlo es preciso: «utilizar otro lenguaje distinguiendo una doble causa agente: principal e instrumental. La principal obra en virtud de su forma, a la cual se asemeja el efecto, como es el caso del fuego, que con su calor calienta. Y de este modo sólo Dios puede causar la gracia, ya que la gracia no es más que una semejanza participada de la naturaleza divina, según las palabras de la Escritura: «Nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1, 4)».
En cambio: «La causa instrumental no obra en virtud de su propia forma, sino en virtud del movimiento con que es movida por el agente principal, y, por eso, el efecto no se asemeja al instrumento, sino al agente principal. Una cama, por ejemplo, no tiene semejanza con el hacha, que la corta, sino con la idea que está en la mente del artesano. Este es el modo de causar la gracia los sacramentos de la nueva ley: se administran por disposición divina para causar en los hombres la gracia»[17].
Así se explica que los sacramentos sean signos y causa de la gracia, porque: «La causa principal no es propiamente signo del efecto», que causa. Por el contrario: «la causa instrumental, si es manifiesta, puede decirse signo de su efecto oculto, porque no sólo es causa, sino también en cierto modo efecto, en cuanto que es movida por la causa principal».
De este modo: «los sacramentos de la ley nueva son a la vez causas y signos. De aquí la conocida expresión: «Causan lo que significan». Los sacramentos son signo de la gracia y causa de la misma en cuanto instrumentos. De ello se sigue que: «son sacramentos de modo perfecto, ya que dicen orden a lo sagrado no sólo como signos, sino también como causas»[18].
1244. –¿Qué es la gracia sacramental?
–Sobre la gracia santificante, o la gracia que nos hace gratos a Dios, recuerda Santo Tomás que: «la gracia, considerada en sí misma, perfecciona la esencia del alma en cuanto le comunica una cierta semejanza con el ser divino. Y lo mismo que de la esencia del alma dimanan sus potencias, así de la gracia fluyen a las potencias del alma ciertas perfecciones, que se llaman virtudes y dones, por las que las mismas potencias se perfeccionan o se vigorizan en orden a sus actos».
También que: «Los sacramentos se ordenan a ciertos efectos especiales necesarios en la vida cristiana: el bautismo, por ejemplo, se ordena a cierta regeneración espiritual, por la que el hombre muere a los vicios y se hace miembro de Cristo. Este efecto del bautismo es algo especial distinto de los actos de las potencias del alma, y lo mismo sucede en los otros sacramentos».
Se puede de todo ello concluir que: «así como las virtudes y los dones añaden sobre la gracia en su concepción general, cierta perfección ordenada en concreto a los actos propios de las potencias, del mismo modo la gracia sacramental añade, sobre la gracia común y sobre las virtudes y dones, un auxilio divino para alcanzar la finalidad del sacramento»[19]. La gracia sacramental, por tanto, es un modo intrínseco y distinto en cada sacramento, que se añade a la gracia en general, o la gracia con las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo, para que además de los efectos santificadores o perfeccionadores, produzca los efectos propios de cada sacramento.
Indica Santo Tomás que la gracia sacramental de cada uno de los siete sacramentos está destinada a reparar una de las heridas del pecado original en la naturaleza humana. Respecto al mismo pecado original se recibe «el bautismo, que se ordena contra la culpa original». En cuanto a la herida de la ignorancia, que afecta a la razón, «el sacramento del orden, dirigido contra la ignorancia». Para la herida de la malicia, que recibió por el pecado la voluntad, se instituyó el sacramento de: «la eucaristía, ordenada contra el castigo de la malicia». En relación a la debilidad del apetito irascible está el sacramento de: «la confirmación, ordenado contra la debilidad o fragilidad». Al remedio de la herida de la concupiscencia o deseo sensible desordenado del apetito sensible, se estableció el sacramento del: «matrimonio, ordenado contra la concupiscencia».
Finalmente para los efectos indirectos del pecado original, los pecados mortales y veniales están relacionados con los sacramentos de la penitencia y de la extremaunción, «La penitencia está ordenada contra el pecado mortal» y «la extremaunción, ordenada al pecado venial»[20].
1245. –¿Qué es el carácter y qué sacramentos imprimen carácter?
–Se llama carácter sacramental la huella o sello que algunos sacramentos –el bautismo, la confirmación y el orden- imprimen en el alma, que es, por tanto, espiritual, y que le dedica a obras espirituales, que tienen por objeto el culto a Dios.
Santo Tomás define al carácter como «un distintivo espiritual impreso en el alma»[21]. Explica que, por una parte: «los sacramentos de la nueva ley están destinados a dos fines: remediar los pecados y perfeccionar el alma en lo tocante al culto de Dios según el rito de la religión cristiana». Por otra, que: «es costumbre que a todo lo que está deputado para un fin concreto se le imponga un signo apropiado, como en la antigüedad los soldados adscritos al servicio militar llevaban sobre sus cuerpos ciertos caracteres como señal de que estaban dedicados a un servicio corporal».
De pude decir, por ello, que de manera semejante: «los sacramentos, que destinan a los hombres al servicio espiritual del culto de Dios, deben sellar a los fieles con un cierto carácter espiritual. De ahí las palabras de San Agustín: «A un soldado que, lleno de terror, huyó del servicio, renunciando al carácter impreso en su cuerpo, si acude con rapidez a la clemencia del emperador y obtiene su perdón a fuerza de súplica y vuelve al combate, una vez corregido, ¿se le vuelve a marcar el sello militar o se le reconoce el que ya tenía? Se le reconoce. Pues ¿acaso los sacramentos imprimen un carácter menos firme que la milicia?»[22].
En el Concilio de Trento se estableció que: «Si alguno dijere que por medio de tres Sacramentos, a saber: por el Bautismo, la Confirmación y el Orden, no se imprime carácter en el alma, esto es, cierta señal espiritual e indeleble, por lo que no pueden reiterarse estos sacramentos, sea anatema»[23].
En el Catecismo del Concilio de Trento se explicó que: «El segundo efecto de los Sacramentos, aunque no común a todos, sino propio sólo de tres, del bautismo, de la confirmación y del orden sagrado, en el carácter que imprimen en el alma. Porque al decir el Apóstol: «Dios nos ha ungido; el que asimismo no ha marcado con su sello y nos dio la prenda del Espíritu Santo en nuestros corazones,» (2 Cor 1, 21-22), con las palabras «ha marcado con su sello», describió claramente el «carácter» del cual es propio marcar y sellar alguna cosa. Es, pues, el carácter una especie de señal impresa en el alma que jamás puede borrarse, y que está siempre adherida a ella; acerca del cual se expresó así San Agustín: «¿Tendrían acaso menos fuerza los sacramentos cristianos que esta divisa corporal, esto es, por la que se distingue el soldado?» (Contra epístola Parmeniano, II, c. 13), Pues ésta no se imprime de nuevo al soldado que vuelve a la milicia, de donde había desertado, sino que es reconocido y admitido por la antigua»[24].
Se añade sobre el efecto del carácter sacramental que: «Este carácter sirve, ya para ponernos en aptitud de recibir o de hacer alguna cosa sagrada, ya para que se distingan unos de unos de otros por alguna señal. Y uno y otro conseguimos por el carácter bautismal, porque nos hace hábiles para recibir los demás sacramentos, y además, por medio de él se distingue el pueblo fiel de las gentes que no profesan la fe».
Se indica seguidamente que: «Esto mismo puede también observarse en el carácter de la confirmación y del orden sagrado; pues con el primero de éstos nos armamos y disponemos como soldados de Cristo para confesar y defender públicamente su nombre contra nuestro enemigo interior y contra los espíritus malignos esparcidos en los aires, y al mismo tiempo nos distinguimos de los que poco ha bautizados, están como niños recién nacidos».
El segundo, el orden sagrado: «por una parte trae consigo la potestad de hacer y de administrar los Sacramentos, y por otra manifiesta la distinción entre los que están dotados de esta potestad y todos los demás fieles». Por consiguiente, como estos tres sacramentos imprimen carácter: «en ningún tiempo pueden reiterarse»[25].
1246. –¿Qué realidad tiene el carácter sacramental?
–La esencia del carácter es la de una cualidad y de la segunda especie de las cualidades, la potencia o facultad, principio próximo de operación. Explica santo Tomás Tomás que: «Según Aristóteles: «Hay tres cosas en el alma: potencia, hábito y pasión» (Ética II, c. 5, n. 2)». La potencia o facultad son los principios propios de las operaciones del alma. Son cualidades de la segunda especie de la cualidad –de la cuatro que tiene el género del accidente de la cualidad–. El hábito es una disposición más fija, que la mera disposición, Ambas se reducen a la primera especie de la cualidad. La pasión es una cualidad pasible pasajera. Las cualidades pasibles, que producen o siguen a las alteraciones sensibles, pertenecen a la tercera especie de las cualidades. Son de esta especie las cualidades sensibles, como el color, el olor y otras de las cosas materiales. La cuarta es la especie de la figura, que es la determinación de la cantidad, según la disposición de las partes de un cuerpo[26], que, por ello, no se encuentra en el alma.
Santo Tomás afirma que el carácter es una potencia, porque: «el carácter no es pasión, porque la pasión es transitoria, mientras que el carácter es indeleble. Y tampoco es hábito, porque ningún hábito es indeterminado para el bien o para el mal, mientras que el carácter sí lo es, ya que unos usan bien de él y otros mal, cosa que no ocurre con los hábitos: nadie hace mal uso del hábito de la virtud, y nadie hace buen uso del hábito del vicio. Luego solamente resta que el carácter sea una potencia»[27].No puede pertenecer a la cuarta especie de la cualidad, porque a ella pertenece la figura, porque: «la figura termina por así decirlo, la cantidad. Así que, propiamente hablando, ella no existe más que en el orden corporal; en el orden espiritual sólo metafóricamente»[28].
Se confirma que el carácter sacramental es una potencia, primera especie de las cualidades, porque: «los sacramentos de la nueva ley imprimen carácter porque destinan al culto de Dios según el culto de la religión cristiana». Debe advertirse que: «el culto divino consiste en recibir cosas divinas o en transmitirlas a otro, para lo cual se requiere una cierta potencia, porque para transmitir algo a otros se requiere potencia activa, y para recibirlo se requiere una potencia pasiva». Por consiguiente, debe afirmarse que: «el carácter implica una potencia espiritual orientada a las cosas del culto divino».
Se ha de tener en cuenta, sin embargo, que: «esta potencia espiritual es instrumental, como el poder que se encuentra en los sacramentos. Porque tener el carácter sacramental es propio de los ministros de Dios y, según Aristóteles, el ministro tiene función de instrumento (Cf. Pol., I, c. 2, n. 4). Y por eso, como el poder que reside en los sacramentos no está clasificado en un género por sí mismo, sino que se reduce a ese género, ya que es una entidad transitoria e incompleta, así tampoco el carácter está clasificado propiamente en un determinado género o especie, sino que se reduce a la segunda especie de la categoría de cualidad»[29]. Al igual que el poder de los sacramentos se reduce a potencia, lo mismo ocurre con el carácter.
1247. –¿Por qué también afirma el Aquinate que el carácter es una participación de sacerdocio de Cristo?
–Precisa Santo Tomás que: «el carácter es propiamente hablando un sello por el que una cosa es determinada al cumplimiento de un fin. Así, por ejemplo, las monedas van selladas con un carácter porque están destinadas al comercio, y los soldados son sellados con otro, para indicar su destino a la milicia. Los fieles están destinados a dos cosas. La primera y principal es la fruición de la gloria, y para este fin son marcados con el sello de la gracia».
La segunda cosa es que: «cada fiel está destinado a recibir para él o a comunicar a los demás las cosas concernientes al culto de Dios; tal es el papel propio del carácter sacramental. Pero todo el culto de la religión cristiana deriva del sacerdocio de Cristo. Es claro, por tanto, que el carácter sacramental es específicamente carácter de Cristo, a cuyo sacerdocio están configurados los fieles por estos caracteres sacramentales, los cuales no son más que participaciones del sacerdocio de Cristo, del mismo Cristo derivadas»[30].
Por poseer todos los bautizados el carácter sacramental, se puede afirmar que todos los cristianos son sacerdotes, o, como se dice en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II, poseen el «sacerdocio común de los fieles», que se diferencia del «sacerdocio ministerial o jerárquico», de un modo«gradual» en la participación del «único sacerdocio de Cristo».
Se argumenta que: «Cristo, Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hebr 5, 1-5), a su nuevo pueblo «lo hizo reino y sacerdotes para Dios, su Padre» (Cf. Apoc 1, 6; 5, 9-10). Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción el Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (cf, 1Pedr 2, 4-10). Por ello todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (cf. Act 2, 42-47), han de ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rm 12, 1), han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y, a quien se la pidiere, han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (cf. 1 Pedr 3, 15)»[31].
1248. –¿En donde radica el carácter sacramental como en su sujeto?
–Afirma Santo Tomás que el carácter tiene por sujeto las potencias o facultades del alma. Para probarlo argumenta así: «el carácter es un sello por el cual el alma es marcada para recibir o transmitir a los otros lo que concierne al culto divino, que consiste en determinados actos. Pero son las potencias del alma quienes propiamente están ordenadas a los actos, como la esencia al ser. Luego el carácter no tiene por sujeto la esencia del alma, sino una de sus potencias»[32].
Podría objetarse a esta tesis que «el carácter es una disposición para la gracia». Por otro, que «la gracia reside en la esencia del alma». Por consiguiente: «parece que el carácter reside en la esencia del alma, y no en sus potencias»[33].
A ello, responde Santo Tomás: «Para determinar el sujeto de un accidente se ha de tener en cuenta aquello a lo que próximamente dispone ese accidente, y no a lo que dispone de una manera remota e indirecta». También que: «el carácter dispone al alma de una manera directa e inmediata a los actos del culto divino». Además: «como estos actos no se ejercen debidamente sin el auxilio de la gracia –porque, como se dice en la Escritura: «Los adoradores de Dios deben adorarle en espíritu y en verdad» (Jn 4, 24)–, es lógico que la generosidad divina conceda, a quienes reciben el carácter, la gracia para cumplir dignamente con aquellas cosas para las que ha sido destinados. Y por eso el sujeto en que reside el carácter ha de buscarse más en los actos pertenecientes al culto divino que en los actos concernientes a la gracia»[34].
No obstante, se podría insistir en la objeción, al indicar que, por una parte: «las potencias del alma no son sujetos más que de hábitos y de disposiciones»; por otra, que: «el carácter, como se ha dicho, no es ni hábito ni disposición, sino más bien potencia, de la que solamente es sujeto la esencia del alma». Por consiguiente, parece que debe afirmarse que: «el carácter no reside en la potencia del alma como en su propio sujeto, sino más bien en su esencia»[35],
Nota Santo Tomás que la objeción no puede concluir de este modo, porque: «la esencia del alma es el sujeto de la potencia natural, derivada de los principios de la esencia». Sin embargo: «el carácter no es una potencia natural, sino que es una potencia espiritual proveniente de fuera». De ahí que: «como la esencia del alma, fuente de la vida natural del hombre, es perfeccionada por la gracia –vida espiritual del alma–, así la potencia natural del alma es perfeccionada por esta potencia espiritual, que es el carácter». Por consiguiente: «si los hábitos y las disposiciones residen en las potencias del alma, porque los actos a que se ordenan tienen a estas potencias por principio, por la misma razón, todo lo que está ordenado al acto ha de atribuirse a las potencias»[36].
Puesto que: «las potencias del alma racional se dividen en cognoscitivas y apetitivas», todavía se podría objetar: «no se puede decir que el carácter esté solamente en una potencia cognoscitiva ni sólo en una potencia apetitiva, pues no se ordena exclusivamente ni a conocer ni a apetecer. Tampoco puede decirse que esté en las dos a la vez, porque un mismo accidente no puede tener dos sujetos diversos». Por tanto, habrá que decir que, parece que el sujeto del carácter es más bien la esencia del alma que una de sus potencias»[37].
Observa Santo Tomás: que: «como se ha dicho, el carácter está ordenado al culto divino, que es un testimonio de la fe manifestada a través de los signos externos. Conviene, por tanto, que el carácter esté en la potencia cognoscitiva del alma en la cual reside la fe»[38].
1249. –Todo carácter sacramental es una participación de sacerdocio de Cristo. ¿Que se sigue de esta tesis?
–-Santo Tomás afirma que el carácter sacramental queda impreso en el alma de modo indeleble o imborrable. Explica que: «decía San Agustín, en Réplica a la epístola de Parmeniano, II, c. 13, que: «los sacramentos cristianos no imprimen su carácter con menos fuerza que el carácter corporal de la milicia», Este carácter militar no se reimprime, sino que se «reconoce el que tenía» aquel que mereció el perdón del emperador, después de su culpa. Por tanto, tampoco el carácter sacramental puede ser borrado»[39].
Para probarlo Santo Tomás, infiere, en primer lugar, que: «como se acaba de decir que el carácter sacramental es una participación del sacerdocio de Cristo en sus fieles, de tal manera que como Cristo tiene la plena potestad del sacerdocio espiritual, así sus fieles se configuran en él en la participación de una potestad espiritual referida a los sacramentos y al culto divino. Por eso, Cristo no tiene carácter sacerdotal, sino que la potestad de su sacerdocio se compara con el carácter como lo que es pleno y perfecto con una participación».
En segundo lugar, recuerda que: «el sacerdocio de Cristo es eterno, según las palabras del salmo: «Tu eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec» (Sal 109, 4)». De ello, se sigue que: «toda consagración realizada en virtud del sacerdocio de Cristo, mientras dura la cosa consagrada, es permanente». Nota además que: «esto acontece incluso en las cosas inanimadas: la consagración, por ejemplo, de una iglesia o de un altar dura mientras no sean destruidos».
Por último: «como el sujeto del carácter es la parte intelectiva del alma, que es donde reside la fe, como también se ha dicho, es evidente que siendo el entendimiento perpetuo e incorruptible, también el carácter reside en el alma de manera indeleble»[40].
1250. –¿Cómo se diferencia el carácter sacramental de la gracia?
–Se dan tres diferencias esenciales entre el carácter sacramental y la gracia, tanto la sacramental como la santificante en general. La primera, porque: «la gracia es más perfecta que el carácter, ya que el carácter está ordenado a la gracia como a su fin superior»[41].
La segunda diferencia entre ambas es porque: «la gracia y el carácter no se encuentran en el alma de la misma manera. Porque la gracia reside en ella como una forma autónoma, mientras que el carácter reside en el alma, como ya se ha dicho, como un poder instrumental».
La tercera está en la propiedad de ser indeleble. No la tiene la gracia, porque: «una forma autónoma reside en un sujeto acomodándose a la condición del sujeto y puesto que el alma es mudable en esta vida en virtud de su libre albedrío, es lógico que la gracia resida en ella de forma mudable».
En cambio, el carácter sacramental es indeleble, porque: «el poder instrumental se acomoda más bien a la condición del agente principal. Y, por eso, el carácter reside en el alma de una manera indeleble, no por su propia perfección, sino por la perfección del sacerdocio de Cristo, del que se deriva el carácter como una virtud instrumental»[42].
Sobre esta inmutabilidad del carácter debe advertirse, por un lado, que, por la propia voluntad se puede perder la gracia, por los obstáculos que se le pueden oponer; no, por el contrario, el carácter sacramental, porque: «la esencia del instrumento consiste en ser movido por otro, y no en que se mueva a sí mismo, como sucede con la voluntad. Por eso, aunque la voluntad quiera lo contrario, el carácter no desaparece por la inmovilidad del agente principal»[43].
Por otro, que: «aunque después de esta vida no subsista ya el culto externo», que a lo que está destinado del carácter, «permanece, sin embargo, el fin de ese culto. Por eso después de esta vida permanece el carácter; en los buenos para su gloria, y en los malos para su propia ignominia, como ocurre con los soldados, cuyo carácter militar se conserva también después de la victoria: en los que vencieron a título de gloria, y en los vencidos para su castigo»[44].
1251. –¿Todos los sacramentos imprimen carácter?
–Como se ha dicho: «los sacramentos que imprimen carácter no se pueden reiterar, porque el carácter es indeleble». Sin embargo: «es sabido que algunos sacramentos se reiteran, como la penitencia y el matrimonio». Por consiguiente, debe sostenerse que: «no todos los sacramentos de la nueva ley imprimen carácter»[45].
Se puede probar, porque: «los sacramentos de la nueva ley tienen un doble objeto: el remedio del pecado y el culto divino. Es común a todos ellos suministrar un remedio contra el pecado por la infusión de la gracia. Pero no todos están ordenados directamente al culto divino. Es evidente, por ejemplo, que el sacramento de la penitencia, que libra al hombre del pecado, no le añade nada nuevo para el culto divino, sino que le restituye al estado anterior».
En cuanto al culto divino, hay que tener en cuenta que: «los sacramentos pueden ordenarse al culto divino de tres maneras. Primera, en la misma acción sacramental. Segunda, proveyendo al culto a ministros o agentes. Tercera, proveyendo de receptores».
Respecto a la primera manera indica que: «El sacramento que dice relación directa al culto divino en la misma acción sacramental es la Eucaristía, en la cual consiste principalmente, el culto divino, por cuanto ella es el sacrificio de la Iglesia; y este sacramento no imprime carácter en el hombre, porque no ordena a obrar o a recibir algo ulterior en el orden sacramental, ya que es, como dice Dionisio: «el fin y la consumación de todos los demás sacramentos» (Jer. cel., 1); pero contiene a Cristo mismo, que no tiene carácter, sino la plenitud absoluta del sacerdocio».
Sobre la segunda manera por la que el sacramento está ordenado al culto escribe: «A la preparación de ministros para el culto pertenece el sacramento del orden, porque este sacramento capacita a los hombres para comunicar los sacramentos a los demás».
Por último, en cuanto al sacramento que provee sujetos pasivos, nota que: «a la provisión de receptores está reservado el sacramento del bautismo, por el que el hombre recibe la potestad de recibir todos los demás sacramentos de la Iglesia, por lo que al bautismo se le llama puerta de los sacramentos. A lo mismo está ordenada en cierto modo la confirmación».
Puede así concluirse que: «tres son los sacramentos que imprimen carácter el bautismo, la confirmación y el orden»[46]. De manera que, aunque: «todos los sacramentos hacen al hombre participante del sacerdocio de Cristo, puesto que le comunican algún efecto de él. Pero no todos los sacramentos destinan para hacer o recibir cosas que se refieren al culto del sacerdocio de Cristo»[47], únicamente los tres sacramentos que imprimen carácter.
Además, estos sacramentos, que imprimen carácter, santifican de un modo peculiar, porque: «todos los sacramentos santifican al hombre, entendiendo por santidad la purificación del pecado por la gracia. Pero los sacramentos que imprimen carácter le santifican de una manera especial comunicándole una consagración que le destina al culto divino, como ocurre con las cosas inanimadas, que también se las llama consagradas por estar destinadas al culto divino»[48].
Eudaldo Forment
[1] Lc 3, 38.
[2] Santo Tomás de Aquino, Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, IV, d. 1, q. 1, a. 2, q, 3, ad 2.
[3] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 6o, a. 5, ad 3.
[4] Ibíd., III, q. 65, a. 1, ad 7.
[5] Ibíd., I-II, q, 70, a. 4, ad 2.
[6] Véase: I. SHCUSTER-J.B. Holzammer, Historia bíblica., Barcelona, Editorial Litúrgica Española, 1946, 2 vols., v. I, p. 163.
[7] Dt 10, 16.
[8] Gn 17, 1.
[9] Juan Donoso Cortés, Discurso académico sobre la Biblia, en ÍDEM, Obras de Don Juan Donoso Cortés, Madrid, Imprenta de Tejado, 1854, vol. III, pp.215-242, p. 223.
[10] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I-II, q. 98, a. 5, in c.
[11] Ibíd. I-II, q. 98, a. 4, in c.
[12] Cf: Ibíd., III, q. 70, a. 4. ad 4.
[13] Ibíd., Supl. q. 69, a. 4, in c.
[14] Cf: Ibíd., III, q. 70, a. 4, ad 5.
[15] Ibíd., Supl. q. 69, a. 7, in c.
[16] ÍDEM, Suma contra los gentiles., IV, c. 58.
[17] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 62, a. 1, in c.
[18] Ibíd., III, q. 62, a. 1, ad 1.
[19] Ibíd., III, q. 62, a. 2, in c.
[20] Ibíd., III, q. 65, a. 1, in c.
[21] Ibíd., III, q. 63, a. 1, ad 1.
[22] Ibíd., III, q. 63, a. 1, in c.
[23] Concilio de Trento, Decreto sobre los sacramentos, De los sacramentos en general, can IX.
[24] Catecismo romano, P. II, c. 1, n. 30.
[25] Ibíd., P. II, c. 1, n. 31.
[26] Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, I-II, q. 49, a. 2, in c.
[27] Ibíd., III, q. 63, a. 2, sed c.
[28] Ibíd., III, q. 63, a. 2, ad 1.
[29] Ibíd., III, q. 63, a. 2, in c,
[30] Ibíd., III, q. 63, a. 3, in c.
[31] Concilio Vaticano II, Lumen gentium, c. II, 10.
[32] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 63, a. 4, in c.
[33] Ibíd., III, q. 63, a. 4, ob. 1.
[34] Ibíd., III, q. 63, a. 4, ad 1.
[35] Ibíd., III, q. 64, a. 4, ob. 2.
[36] Ibíd., IIII, q. 63, a. 4, ad 2.
[37] Ibíd., III, q. 63, a. 4, ob 3
[38] Ibíd., III, q. 63, a. 4, ad 3.
[39] Ibíd.,, III, q. 63, a. 5, sed c.
[40] Ibíd., III, q. 63, a. 5, in c.
[41] Ibíd., III, q. 63, a. 5, ob. 1.
[42] Ibíd., III, q. 63, a. 5, ad 1.
[43] Ibíd., III, q. 63, a. 5, ad 2.
[44] Ibíd., III, q. 63, a. 5, ad. 3.
[45] Ibíd., III, q. 63, a. 6, sed c.
[46] Ibíd., III, q. 63, a. 6, in c.
[47] Ibíd., III, q. 63, a. 6, ad 1.
[48] Ibíd., III, q. 63, a. 6, ad 2.
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